Los asesores matrimoniales tanto seculares como cristianos están llegando cada vez más frecuentemente a la conclusión de que la causa principal de nuestra epidemia de divorcio no es problemas con finanzas, o sexo, ni siquiera “incompatibilidad”. Es el descuido. Las parejas se están separando más por lo que han dejado de hacer que por lo que han hecho mal.

El comentario de Pablo en cuanto al principio de causa y efecto del pecado ciertamente suena correcto en el terreno de las relaciones humanas: “El hombre siempre recogerá lo que siembre” (Gál. 6: 7, La Biblia al día). La verdad fundamental aquí es que “sembrar” implica una futura cosecha. Sembrando descuido ahora, no tenemos nada para recoger más tarde.

Muchas parejas, cegadas por la ilusión de unidad creada por la tarea de criar a los hijos, encuentran, después que sus hijos han crecido, que son extraños el uno para el otro. No tienen cosecha, a causa del descuido de sembrar años antes.

Este problema está compuesto por el hecho de que mientras la necesidad de intimidad de un hombre parece ser más fuerte en este momento de su vida, la mayor necesidad personal de su esposa en este punto es significación y autoestima. Si el esposo ha descuidado las necesidades de intimidad de ella en los primeros años, cuando éstos son más fuertes, es dudoso que pueda estar interesado en satisfacer la necesidad de ella de significación ahora. El conflicto de necesidades y deseos resultante puede llevar a la infidelidad o al divorcio, en ausencia de la tarea común de criar a los hijos, que una vez había mantenido unida a la pareja.

¿Qué puede hacer el esposo cristiano interesado por resolver este problema? En el Nuevo Testamento encontramos órdenes claras y profundas dirigidas al esposo cristiano y al hombre cristiano que aspira al matrimonio.

Amor sacrificado

En primer lugar, el amor de un esposo debe ser sacrificado. “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efe. 5:25). Esto significa que nuestro amor por nuestras esposas debe ser costoso y activo. No es un simple símbolo, no es el cheque del sueldo ni un auto nuevo. ¡Realmente, no es ni siquiera una emoción! El amor agape, el amor del cual habla este versículo, no es una emoción. Es un servicio activo y costoso hacia nuestras esposas. Significa dejar nuestros ideales personales a los pies de la prioridad de amarla, satisfacer sus necesidades y ayudarla a ser lo que Dios desea que sea.

Jesús dio su vida por la iglesia. Esta es la responsabilidad del esposo, y así como el amor de Jesús por su iglesia no depende de lo que ve en sus miembros, así debemos amar a nuestras esposas, simplemente porque son nuestras esposas -no porque siempre sean dignas de amar y hermosas, sino a causa de que se nos manda dar nuestras vidas por ellas. Esta orden no es sólo para “esposos conscientes”. Es el llamado de Dios para cualquier hombre casado que se dice cristiano.

¿Cómo puede un esposo cumplir esta orden? Dejando a un lado regularmente sus propios deseos personales para satisfacer las necesidades inmediatas de su esposa. Cuando llegó nuestro segundo hijo, nuestro primogénito tenía unos dos años y medio. Era mi primer año de enseñanza en la escuela, y esta adición a nuestra familia trajo demandas extras del tiempo que tenía para preparar y planear mis clases. Pero las necesidades de mi esposa también se estaban acelerando. Finalmente, una tarde ella dijo: “Necesito alejarme de estos niños, ¡o me volveré loca! Mañana voy a salir a desayunar sola”. Me gustaría jactarme de que esto fue mi idea, floreciendo de mi carácter sensible y amable, pero en realidad había ignorado su necesidad.

Ella salió esa mañana a desayunar, mientras yo me alimenté de sentimientos de amargura y hostilidad. Es mi día libre, pensé. ¿Por qué tengo que estar aquí cuidando a los niños? ¡Y realmente fue una mañana muy larga! Cuando Jill apareció de regreso dos horas más tarde, la luz de su rostro -el fruto obvio de su breve excursión- se desvaneció cuando se encontró con la amarga imagen de su esposo.

Seguimos con esta nueva rutina, pero mi lucha interior continuó por unas tres semanas más antes de que comenzara a verme convencido por este pasaje de Efesios. Lentamente fue creciendo un sentimiento de gozo, y los momentos que pasaba solo con mis dos muchachos se convirtieron en la parte más brillante de mi semana, para no mencionar el ministerio de refrigerio que estos recreos trajeron para mi esposa.

Más que eso, pienso que su autoestima se vio nutrida por el hecho de que su esposo realmente se preocupaba lo suficiente por ella como para “perder” dos o tres horas por ella cada semana. Cuando pienso en la insignificancia de este sacrificio, me veo avergonzado por el egoísmo que caracterizó mi primera respuesta a su sugerencia. Tres años y dos niños más tarde, Jill todavía sale sola a desayunar semanalmente, en uno de mis días libres. Y yo he crecido algo también: ¡ahora cuido de cuatro hijos, limpio la casa, lavo dos cargas de ropa, y limpio ambos baños mientras ella está afuera!

Nunca olvidaré una reciente ocasión cuando un amigo me pescó con guantes de goma mientras estaba limpiando el baño de arriba. Él iba en camino a un club de gimnasia para su sesión de dos horas. Su comentario casual, “eres un buen amo de casa”, se arraigó en mi corazón y me dolió como una llaga abierta. Pronto estuve enredado en un debate mental en cuanto a mi masculinidad y libertad. ¿Estaba Jill realmente manejando esta casa? ¿Estaba haciendo yo lo que debiera ser “trabajo de mujer”?

Nuevamente Efesios 5: 25 vino a mi mente y fui reafirmado en el hecho de que si alguna vez vivió algún hombre que fue el epítome de la masculinidad, ese fue Jesús, y Él se dio a sí mismo por su esposa.

Aprender a escuchar

El amor de un esposo también debiera ser sensible. “Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” (Col. 3:19). El amor de un esposo no ha de ser vociferante, exigente o duro.

Fui químico analista por más de cinco años. Mi trabajo requería de mí que encontrara respuestas a problemas rápida, lógica y eficientemente. Esta es una tremenda ventaja si usted es un químico, pero puede ser una considerable desventaja para un esposo cristiano. Cuando mi esposa, histérica, estaba dispuesta a vender los niños a los gitanos o meter el perro en la procesadora de alimentos, “el hombre de las respuestas” estaba en el lugar ¡con una batería de soluciones a su problema! El manejo del tiempo, la planificación del día, la fijación de prioridades, cualquier cosa que se le ocurra, yo tenía expresamente lo que ella necesitaba. Con una sola excepción: sensibilidad. Jill necesitaba un oído atento, no una boca.

Probablemente ningún área de nuestro matrimonio ha sido tan difícil para mí como la de aprender simplemente a escuchar a mi esposa. Nuestras escuelas ofrecen a todo nivel cursos de oratoria, pero ninguno nos enseña a escuchar. Cuanto más resistía mi esposa mi sabio consejo, más hablador me ponía, hasta que el más ferviente deseo de ayudar se deteriora hasta terminar en una agobiante rudeza. El consejo de Santiago de que seamos “prontos para oír, tardos para hablar” (Sant. 1:19), ciertamente se aplica a los hombres. Howard Hendricks llama a nuestra enfermedad el “complejo de omnisciencia”. Pensamos que sabemos más que las mujeres, somos más lógicos, más competentes y así por el estilo. De esta forma, somos rápidos para hablar y lentos para oír. Demasiado a menudo, la rudeza es la consecuencia.

El amor de un esposo ha de ser sensible. Debiera tratar con su esposa en el nivel de sus emociones. Ahora llamo a mi esposa una vez por día, tan sólo para saber como está. Es como una válvula de seguridad para ella, y también evita que nuestros mundos se polaricen.

También lucho contra “el canto de sirena” que me lleva a tirarme en el sofá cuando llego a casa cada noche. Voy hasta donde está Jill, le doy un beso cordial, y hablo con ella sobre los eventos de su día. El hecho de ayudar a poner la mesa o preparar la bebida me sirve para hacer que la cena sea un tiempo agradable para hablar, aun con cuatro niños. También tenemos una “hora del té” inmediatamente después de la cena. Despachamos a los niños y entonces Jill y yo podemos hablar más.

Aprender a escuchar a mi esposa es tan difícil para mí como empujar una cadena, pero estoy comprometido a ser sensible, en obediencia a Colosenses 3:19.

Mostrar consideración

Finalmente, el amor de un esposo debe ser considerado. “En cuanto a ustedes, los esposos, sean comprensivos con sus esposas. Denles el honor que les corresponde, no solamente porque la mujer es más delicada, sino también porque Dios en su bondad les ha prometido a ellas la misma vida que a ustedes. Háganlo así para que no le estorben sus oraciones” (1 Ped. 3: 7, versión Dios habla hoy). Las palabras “sean comprensivos” traducen una frase preposicional que literalmente significa “de acuerdo con el conocimiento”. Habla de conocimiento profundo, una estudiosa conciencia de quien es su esposa, y de lo que está involucrado en la relación matrimonial.

Llegar a conocer a su esposa, esto es, tomar ávido interés en quién es ella y de qué manera Dios la hizo única, es por sí mismo el mejor método para edificar o reparar la autoestima. Pero hacer esto requiere creatividad, ¡y yo tengo tanta creatividad como un montón de nieve!

Sin embargo, estoy aprendiendo que la creatividad es contagiosa. Una vez que comencé a tratar de ser considerado y cuidadoso, Dios ha sido fiel para mostrarme nuevas áreas en las que puedo servir a mi esposa. Una mañana, mientras estaba doblando una carga de ropa lavada, súbitamente me di cuenta de que toda mi ropa interior y mis medias estaban dadas vuelta, en la misma forma en que habían ido a parar al canasto de la ropa sucia. Me tomó bastante tiempo y molestia dar vuelta todo. Desde ese momento en adelante me propuse que me gustaría de que estuvieran bien antes de ponerlas en el canasto.

Otra de mis faltas de consideración en la que soy “profesional” es la de desorganizar la casa. Con muy poca dificultad usted podría reconstruir mis actividades de la tarde por las “pistas” que dejo: un paquete de comida junto a la puerta, los zapatos junto al sofá, las medias en el baño, las cartas sobre la silla. Todo eso agrega trabajo a alguien. Mi esposa gusta tener la casa en perfectas condiciones antes de irnos a acostar cada noche, de tal forma que cuando se levanta para su culto personal a la mañana siguiente no se ve recibida por una tremenda carga de trabajo. Estoy haciendo un esfuerzo ahora para apoyar su vida espiritual, reduciendo esa carga cada noche.

Cuando Jill estaba embarazada de nuestros gemelos se vio confinada en cama por diez semanas, dos de las cuales pasó en el hospital. Durante ese tiempo aprendí volúmenes enteros sobre sus tareas diarias como madre y ama de casa.

Una de las cosas en la que más he ministrado a mi esposa es en nuestra “cita semanal”. Por ocho años la he llevado a cenar afuera todas las semanas, los dos solos. Establecimos esta tradición mucho antes de tener hijos. Hemos sido fieles a esta aventura semanal aun cuando yo estuviera estudiando, cuando el dinero era escaso o inexistente. (En esos días, compramos una golosina para agregar un pequeño extra después de cenar en casa nos enriquecía tanto como salir a cenar una deliciosa comida).

Ahora salimos generalmente a cenar, y luego caminamos un poco. Tratamos de compartir al máximo lo que tenemos en nuestro corazón en esos momentos, riéndonos y a veces llorando, orando y planeando. Es una cura indispensable para el cansancio y la derrota que produce vivir rápidamente con cuatro hijos en edad preescolar.

He aprendido a través de mis errores que la mayoría de nosotros, como hombres, creemos dos mitos en cuanto a llevar a cenar a nuestras esposas: uno es que tenemos que ir a un lugar realmente bueno. He descubierto que Jill disfruta mucho más en una atmósfera que induzca a hablar que en un restaurant que no incluya los precios en el menú.

El otro mito es que salir a cenar con otra pareja o ir a algún programa constituye “una cita”. He descubierto que mi esposa desea estar conmigo, hablar conmigo, verme, interactuar conmigo. Los programas y los amigos son buenos para acontecimientos sociales, pero no desarrollan la intimidad en el matrimonio. Si usted va a llevar su esposa a cenar, hága que ese momento sea importante. Ser considerado, en el análisis final, requiere una cuidadosa evaluación de qué es lo que la enriquecerá más.

El pasaje en 1 Pedro también habla de la pareja casada como “coherederos de la gracia de la vida”. Realmente, esta es la perspectiva adecuada. Es un compañerismo, un esfuerzo unido para convencer al mundo que observa que, en Jesucristo, el matrimonio es la aventura más mutuamente excitante y enriquecedora de la tierra.

La orden a los esposos creyentes -de amar a sus esposas sacrificadas, sensible y consideradamente -no es tarea fácil. La Escritura dice que los hijos del ama de casa “se levantarán y la llamarán bienaventurada”. Pero yo no creo que esto pueda ocurrir a menos que continuamente encuentren estas palabras en los labios y en las acciones de su padre.

Sobre el autor: Fran Sciacca es maestro de escuela en Colorado Springs, Colorado. Extractado de un artículo aparecido en Discipleship Journal, N° 18 (1983) por The Navigators. Usado con permiso. Todos los derechos reservados.