“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
Al pensar en la actividad pastoral, podríamos parafrasear lo que dijo el poeta: “Ser madre es abrir cada fibra del corazón […]”, y decir, también, que “Ser pastor es disfrutar paso a paso la bendición de dar testimonio de la alegría de la gente que le entrega la vida a Dios; experimentar la satisfacción de poder ayudar; sentir el abrazo cariñoso, cada vez que los miembros dicen: ‘Muchas gracias por el mensaje que llenó de gozo mi corazón’. Pero también, ser pastor, es llorar y sufrir por los que se apartan de los caminos del Señor”.
Mientras leía cierto libro, encontré la siguiente descripción que escribió un pastor evangélico: “Los instrumentos por medio de los cuales Dios obra en la iglesia son seres humanos, especialmente pastores. Si nuestros corazones y mentes no estuvieran debidamente transformados, seríamos como músicos que tocan instrumentos desafinados. La afinación del corazón es esencial para que la gracia pueda fluir” (Richard Grove).
Un resplandor visible
La obra pastoral requiere de todos, en todos los niveles, y a causa de la predicación del evangelio, una dedicación y una consagración totales. Nuestros pastores son un espectáculo para el mundo. A propósito de esto, leemos lo siguiente en el libro Los hechos de los apóstoles, en la página 270: “La conversión de los pecadores y su santificación por la verdad es la prueba más poderosa que un ministro puede tener de que Dios lo ha llamado al ministerio. La evidencia de su apostolado está escrita en los corazones de sus conversos y atestiguada por sus vidas renovadas. Cristo se forma en ellos como la esperanza de gloria. Un ministro se fortalece grandemente por medio de estas pruebas de su ministerio”
Querido pastor: su responsabilidad es enorme en estos días que preceden al regreso de Jesús. Por eso, él les dice a todos los que proclaman la esperanza de la salvación: “Vosotros sois la luz del mundo […] Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 5:14-16). No hay otra manera de cumplir esta tarea fuera de la dependencia de Dios. El pastor debe comprender con toda claridad que Dios es el autor y consumador de todos los logros y los triunfos de su ministerio.
Una luz en el camino
Hace años, una señora llegó a un pueblecito una noche oscura. Averiguó dónde quedaba la casa de unos amigos, pero se enteró de que estaba a más de cuatro kilómetros de allí. No consiguió que nadie la llevara, de modo que resolvió ir a pie. Pero alguien, queriendo ayudarla, le dijo: “Si se apura, podrá aprovechar la compañía del médico. Va a casa de sus amigos y salió hace poco. Lleva consigo una linterna”
La señora se alegró al oír esto, y se puso en marcha tratando de ver la luz de la linterna. Caminó tan rápidamente como pudo, a tropezones, en medio de la oscuridad, pero no pudo ver luz alguna. Finalmente, después de cansarse caminando, divisó a la distancia la luz de una casa. Al llegar, verificó que era precisamente la casa de sus amigos. Y allí encontró al médico, que había llegado sólo unos minutos antes.
-Me esforcé tanto por alcanzarlo -le dijo-. Me dijeron que llevaba una linterna, pero no vi luz alguna.
-En verdad, tengo una linterna -respondió el médico-, pero conozco tan bien el camino que no la encendí.
Pastor: mucha gente espera que usted le ilumine el camino por donde debe andar. Por su bien, no apague su luz, aunque se sepa de memoria el camino.
Reconocemos que su tarea es ardua, pastor, y a veces es muy espinosa. Pero tenga la seguridad de que el Supremo Pastor está a su lado dándole fuerzas para proseguir con alegría en el cumplimiento de la misión de conducir a los pecadores a los pies de la cruz de Cristo. En el Día del Pastor estaremos orando por usted y por su familia. Le pediremos a Dios que enriquezca su ministerio y que le proporcione una experiencia agradable y positiva al cumplir sus tareas en favor de los que perecen sin fe y sin esperanza de salvación.
“El Señor te bendiga y te guarde. Haga el Señor resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia”.
Sobre la autora: Coordinadora de AFAM en la División Sudamericana.