Una descripción de la amplia tarea del pastor.
¡Ser Pastor! Una declaración tan breve y tan llena de significado. ¿Cuál es el verdadero sentido de esta palabra? ¿Cuánto abarca?
Ser pastor representa mucho más que ser un predicador. Va más allá de ser un administrador de la iglesia. Supera las funciones de un profesor o un conferenciante. Ser pastor es algo que brota del alma, no sólo del intelecto.
Ser pastor significa tener pasión por las almas; es desear la salvación de alguien en forma tan intensa que crea en nosotros la actitud solidaria de compartir las buenas nuevas con él.
Ser pastor es llorar por los rebeldes, es pensar en el esposo de esta hermana, en el hijo de esta otra, en la familia del trabajador, en los vecinos de la iglesia, en los chicos de la calle.
Ser pastor implica hacer todo lo posible a fin de ganar a la gente para Cristo.
Ser pastor es celebrar las fiestas de la iglesia. Es alegrarse con el regocijo del que consiguió un empleo mejor, del que se diploma en la universidad, del que recibe la escritura de la casa propia, de aquél a quien le dieron de alta en el hospital.
Ser pastor es tener un resplandor de alegría frente a la felicidad de una pareja de enamorados, frente al éxito en la vida cristiana de un joven consagrado. Es festejar la conversión, por la cual tanto se oró, del familiar de un hermano de la iglesia.
Ser pastor es desear el bien sin esperar absolutamente nada para sí mismo, a no ser la dicha de ver que los demás son felices.
Ser pastor también es llorar por la ingratitud de los hombres. Es llorar porque muchas veces aquéllos a quienes tanto ayudamos son los primeros en perseguirnos, en darnos puñaladas por la espalda, en criticarnos y calumniarnos,
Ser pastor significa llorar con los que lloran, uniéndose así, en su dolor, al enlutado que perdió a un ser querido. Es ofrecerle el hombro al triste que perdió un amor; es ser una compañía para el solitario; es oír la misma historia una y otra vez.
Ser pastor es llorar con la familia necesitada, con el padre del drogadicto, con la madre de la prostituta, con la familia del narcotraficante, con el hermano despreciado.
Ser pastor comporta, además, no tener otro interés fuera de predicar a Cristo; y no involucrarse con los negocios de este mundo, para buscar riquezas, fama o puestos. Es saber decir “No” en el momento preciso. Es atender de la misma manera a los ricos y a los pobres, a los cultos y a los ignorantes. Es no ponerse de parte de los jóvenes en contra de los adultos, y viceversa.
Ser pastor requiere no implicarse tanto con la gente, al punto de perder de vista los límites que marcan el amor, el respeto, el cariño y la disciplina. Es no dejarse sobornar jamás.
Ser pastor es ser un padre; es disciplinar con cariño yamor, es usar la firmeza de la vara de la corrección. Es obedecer a la Biblia y no a los hombres. Es seguir a Dios, no al corazón.
Ser pastor es ser justo; es no tratar de ser popular en el momento de tomar decisiones difíciles. Es saber ser humilde cuando la bendición de Dios lo enaltece delante del rebaño y del mundo; los errores son nuestros, la gloria siempre es de Dios.
Ser pastor es estar despierto cuando todos los demás duermen, y dormir mientras los otros están despiertos. Es socorrer al necesitado, y no medir esfuerzos para conseguir la paz entre padres e hijos, entre esposos y esposas, entre suegros y yernos, entre hermanos y hermanas.
Ser pastor es soportar el daño, la estafa, la injusticia; es confiar en el que es “galardonador de los que le buscan”. Es dar la capa cuando te piden la túnica, es andar dos millas cuando te exigen una, es poner la otra mejilla cuando te golpean el rostro.
Ser pastor consiste en estar listo para soportar la soledad. Es estar constantemente en el Lugar Santísimo, de rodillas, en procura de la solución de los problemas que humanamente son insolubles.
Ser pastor es proteger a la esposa, no depositando en ella los resultados de sus debilidades y su cansancio. Es constituirse en un sacerdote para conservar en secreto lo que debe quedar en secreto, y compartir con las personas adecuadas lo que se puede compartir.
Ser pastor es, muchas veces, no recibir invitación para una fiesta, no recibir información acerca de una noticia, o quedar al margen de un evento, y aun así conservar la compostura, la cortesía y la compasión.
Ser pastor equivale a tornarse profeta, para hacer del púlpito el lugar desde donde se proclame un “así dice Jehová”; una antorcha encendida, un haz de luz, una espada de dos filos, afilada y bien templada, para proclamar a los cuatro vientos la salvación y la santificación del pueblo de Dios.
Ser pastor es ser marido y padre. Es hacer del ministerio un motivo de loor dentro y fuera de su casa. Es no causar en la esposa la impresión de que la iglesia es una rival que le absorbe a su esposo todo el tiempo que debería dedicar a la vida conyugal. Es amar a los hijos tal como les enseña a los padres cristianos que amen a lo suyos. Es contemplar los ojos de sus hijos y ver en ellos el resplandor de los propios.
Ser pastor es preocuparse menos de lo que los demás pueden pensar, y más de lo que los hijos pueden aprender, sentir y recibir. Es ver cómo crece cada hijo, para brindarle a cada uno la atención y el amor que necesita. Es estar orgulloso de ser padre, feliz por ser esposo y servir de modelo a la gente. Y, en el caso de ser soltero, hacer de su castidad y su dignidad un ejemplo para los fieles, enalteciendo al Señor, que es la razón de su vida.
Ser pastor es saber pedir perdón. Dios podría haber confiado la tarea pastoral a los ángeles, pero prefirió hacer de los pecadores convertidos los líderes de su rebaño porque, al ser humanos, pueden demostrar que, por la gracia divina, es posible ser una bendición para los demás. La humildad es una llave que abre todas las puertas, hasta las más herméticas de los corazones decepcionados.
Ser pastor es creer cuando todos dudan, sabiendo esperar con confianza, transmitir optimismo y fuerza de voluntad. Es hacer del púlpito un gigantesco fanal, a cuya luz la gente avance en dirección de Dios.
Ser pastor es considerar siempre el lado bueno de las cosas; es ver una solución cuando todos imaginan que están llegando al final del túnel, y no ven salida alguna. Es contagiar sin contaminar. Es innovar, renovar y ofrecerse en sacrificio para cumplir la voluntad de Dios.
Ser pastor es lograr que la gente sea más feliz, es llevar a la comunidad al punto de creer que lo imposible es posible. Es conseguir que el triste esté feliz, que el cansado consiga reposar, que el desesperado abrigue la esperanza y que el perdido sea salvo. Las palabras del pastor son las de Dios, y por eso mismo son invencibles.
Ser pastor es saber envejecer con dignidad, sin perder el buen humor. Es ser amigo de los jóvenes y compañero de los adultos. Es hacer de cada día de ministerio una joya para la corona de la vida.
Ser pastor equivale a ser una compañía deseada. Es saber guardar silencio cuando éste se vuelve elocuencia, y es hablar cuando todos callan.
Ser pastor es saber vivir y es saber morir; y cuando llegue el momento de la muerte, poder decir con Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”.
Ser pastor es hablar incluso después de muerto, como la sangre del justo Abel. Es hablar por medio del ejemplo que dejó, de las obras que escribió, del recuerdo de su vida y de sus sermones.
Ser pastor es abrir un sendero en el bosque a fin de que transiten por él los que vienen a habitar las planicies conquistadas para el reino del Señor. Y lograr que los hijos de los hijos de los hijos dispongan de una herencia, no de propiedades, ni dinero, ni poder político, sino la herencia del gran patriarca de la familia, del que por medio de su vida dio un ejemplo de lo que significa ser pastor.
Yo soy pastor. ¡Muchas gradas, Señor!
Sobre el autor: Pastor de la Iglesia Bautista de Boas Novas, Sao Paulo, Rep. del Brasil.