La obra reformada de Dios es un trabajo de equipo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, unidos e interesados en nuestra salvación.
Imaginemos que Dios fuera sólo una Persona; eso significaría que había estado durante millones y millones de años en la vacía inmensidad, antes de crear el universo y los seres vivos. Pero la Biblia nos dice que Dios es amor, y el amor no se puede manifestar en soledad. Es necesario tener a alguien a quien amar; si no, el amor no se desarrolla y no tiene la oportunidad de ser correspondido tampoco. Resulta difícil imaginar a un Dios de amor que haya permanecido durante toda la eternidad pasada sin tener a quien amar.
El solitario tiene la tendencia a desarrollar el egoísmo y el orgullo, no el amor; porque el amor necesita expresarse y compartirse. Si Dios fuera solitario, tal vez la Biblia diría que es orgullo, o egoísmo. Pero como Dios es amor, se sobreentiende que, desde los tiempos eternos, siempre tuvo alguien a quien amar y de quien ser amado. Por medio de la revelación, sabemos que Dios el Padre ama al Elijo y al Espíritu Santo, y ellos también lo aman; los tres constituyen la Divinidad, sin ser tres dioses.
Si fueran tres dioses, probablemente serían rivales; cada uno estaría luchando por la supremacía en el universo y, como sus poderes serían equivalentes, acabarían dividiendo el universo en tres territorios, y cada uno de ellos sería soberano absoluto en el suyo; pero eso ya no sería universo, sino algo así como un multiverso, con sus propias leyes y reglamentos.[1]
Según la Biblia, Dios es uno solo, pero en tres Personas. Esa familia trinitaria sirve de modelo a la familia humana, pues Génesis 2:24 dice que el hombre se une a su mujer, llegando a ser “una sola carne” El marido y la mujer son dos personas, pero el amor consolida esa unión, de modo que los dos son uno; así es el amor que une a la Trinidad.
Tenemos que admitir que la Trinidad es un misterio, así como el matrimonio también lo es (Efe. 5:32). Un misterio revelado, pero no explicado. La misma Biblia dice que no podemos penetrar en los misterios divinos: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isa. 55:8, 9).
Si nosotros todavía no hemos podido comprender bien qué es el átomo, la electricidad y mucho menos el universo, ¿deberíamos negar la Trinidad sólo porque trasciende nuestra limitada comprensión?
Un conocimiento progresivo
La revelación de la verdad es progresiva. Cuando Dios creó a Adán y a Eva no les dio una clase completa, ni les reveló todos los secretos del universo; debían aprender poco a poco: “Mientras permanecieran fieles a la divina Ley, su capacidad de saber, gozar y amar aumentaría continuamente. Constantemente obtendrían nuevos tesoros de sabiduría, descubriendo frescos manantiales de felicidad, y obteniendo un concepto cada vez más claro del inconmensurable e infalible amor de Dios”.[2]
Cuando los redimidos lleguen al Cielo, no recibirán en el primer día una dosis masiva de informaciones que los ponga al día acerca de todo lo que ocurre en el universo. Estudiarán los misterios del cosmos y del amor de Dios por los siglos sin fin de la eternidad, y siempre “surgirán nuevas alturas que superar, nuevas maravillas que admirar, nuevas verdades que comprender, nuevos objetos que agucen las facultades del espíritu, del alma y del cuerpo”.[3]
Ahora bien: el conocimiento es progresivo no sólo para el hombre, sino también para todos los seres no caídos. Están estudiando hace milenios los misterios del universo y del amor de Dios. Siempre están descubriendo y aprendiendo cosas nuevas. Y seguirán así por toda la eternidad.
Siendo esto así, Dios, en algún momento de la eternidad, creó a los ángeles y les reveló, para comenzar, sólo lo que necesitaban saber a fin de llevar a cabo sus tareas en el cielo. Le dio un nombre a cada uno, le indicó sus atribuciones y estableció para ellos algunas reglas básicas.
La vida transcurría serena, armoniosa y feliz en el hogar celestial. No sabemos cuánto tiempo duró esa paz. El hecho es que un día Lucifer, el primero de los querubines cubridores y el más elevado en poder y gloria entre los habitantes del cielo, “tuvo envidia de él (de Jesús) y gradualmente asumió la autoridad que le correspondía sólo a Cristo”.[4]
¿Cómo pudo suceder esto? Si Lucifer tenía una inteligencia tan extraordinaria ¿cómo pudo haber cometido el increíble error de compararse con Cristo, al punto de haberlo considerado un rival y pensar que él era capaz de ocupar su puesto? ¿Era probable que ignorara que era un ser creado? ¿No tenía información acerca de la enorme distancia que separa al Creador de la criatura?
Una parte de la respuesta la encontramos en uno de los aspectos más fantásticos de la naturaleza divina: Dios se gloría en la humildad; y es humilde porque ama. No tenemos duda acerca del amor con que Dios nos amó, y por causa de ese amor infinito Cristo se sometió a una infinita humillación. Dijo: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mat. 23:12).
Estas palabras se cumplieron en el mismo Cristo, según lo dice Pablo: “Tengan ustedes la misma manera de pensar que tuvo Cristo Jesús, el cual: aunque era de naturaleza divina, no insistió en ser igual a Dios, sino que hizo a un lado lo que le era propio, y tomando naturaleza de siervo nació como hombre. Y al presentarse como hombre se humilló a sí mismo, y por obediencia fue a la muerte, a la vergonzosa muerte en la cruz. Por eso, Dios le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres” (Fil. 2:5-9, DHH).
Después de su infinita humillación en la cruz, Jesús resucitó, ascendió a los cielos y recuperó toda la gloria que había tenido junto al Padre antes de la creación del mundo; se lo exaltó por encima de todos.
En forma de ángel
Cuando Lucifer salió a diseminar su rebelión entre los ángeles, ciertamente todavía no había comprendido que la verdadera gloria reside en la humildad, y no en la exaltación propia. Esta característica divina no surgió como una medida de emergencia para salvar al hombre; Jesús no se volvió humilde como consecuencia del surgimiento del pecado: él es humilde ¿Existen evidencias de que la humildad de Cristo no está vinculada sólo con la salvación del hombre? Sí, las hay.
Un día, el gran Creador convocó, a una reunión especial de Consejo Divino, a uno de los ángeles, el arcángel Miguel, que “debía obrar especialmente en unión con él en el proyecto de creación de la tierra y de todo ser viviente que habría de existir sobre ella”.[5]
Dios estaba planeando crear un nuevo mundo y una nueva clase de seres. Pero, ¿por qué habrá convocado al arcángel Miguel para discutir esos planes y no a Lucifer, “el primero de los querubines cubridores y el más elevado en poder y gloria entre los habitantes del Cielo”? No tenía sentido, no era lógico para la mente racional de Lucifer que Dios ignorara su autoridad y pasara por encima de ella, erosionando así la jerarquía celestial que él mismo había establecido.
Entonces Lucifer, al considerar que la actitud de Dios implicaba una “violación de los derechos de sus asociados y de los suyos propios”,[6] se llenó de celos y salió a diseminar su descontento entre los demás habitantes del cielo, tratando de demostrar que Dios no era justo. Sus argumentos parecían tan lógicos que logró convencer a la tercera parte de los ángeles.
El cielo, entonces, se fragmentó en ángeles leales y en ángeles rebeldes. Estos últimos estaban dispuestos a defender su posición por la fuerza. En ese momento dramático, por amor a los ángeles leales, Dios reveló un secreto celestial; esa revelación no estaba plenamente de acuerdo con el plan ideal de Dios, pero no había otra posibilidad, dadas las circunstancias.[7]
“Antes de que la gran controversia principiase, debía presentarse claramente a todos la voluntad de Aquel cuya sabiduría y bondad eran la fuente de todo su regocijo. El Rey del universo convocó a las huestes celestiales a comparecer ante él, a fin de que en su presencia él pudiese manifestar cuál era el verdadero lugar que ocupaba su Hijo y manifestar cuál era la relación que él tenía para con todos los seres creados. El Hijo de Dios compartió el trono del Padre, y la gloria del Ser eterno, que existía por sí mismo, cubrió a ambos. Alrededor del trono se congregaron los santos ángeles, una vasta e innumerable muchedumbre”.[8]
Y aquí está el quid de la cuestión: los ángeles no sabían que el arcángel Miguel, a quien ellos consideraban un compañero más, un ángel como tantos otros, era en realidad su Creador, el Hijo Unigénito de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo Divino, por medio de quien todas las cosas fueron creadas. Hasta ese momento no sabían que Dios era una Trinidad, y que una de las personas de la Trinidad, la segunda, vivía entre ellos en forma de ángel.
Evidencias bíblicas
En Génesis 32:22-32 encontramos el relato de la lucha de Jacob junto al río Jaboc. Luchó toda la noche con alguien que creyó que era un hombre. Al amanecer, no obstante, y al ser herido en el muslo, Jacob descubrió cuál era la identidad de su adversario: “Comprendió que había luchado con un mensajero celestial […] Era Cristo, “el Ángel del pacto”, el que se había revelado a Jacob”.[9]
En Éxodo 23:20 se declara: “He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado”. Al comentar este texto, Elena de White dice: “Durante todo el peregrinaje de Israel, Cristo, desde la columna de nube y de fuego, fue su guía”.[10]
Malaquías 3:1: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros” La palabra ángel significa “mensajero”, y Cristo siempre fue el Mensajero de Dios a Israel.
Judas 9: “Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” Al respecto, Elena de White vuelve a decir: “Moisés pasó por la muerte, pero Miguel bajó y le dio vida antes de que su cuerpo viese la corrupción. Satanás trató de retener ese cuerpo, reclamándolo como suyo; pero Miguel resucitó a Moisés y lo llevó al cielo”.[11]
Apocalipsis 12:7: “Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles” En 1 Tesalonicenses 4:16 tenemos la declaración de que los muertos resucitarán cuando oigan la voz del “arcángel” En Juan 5:28 leemos que los muertos resucitarán cuando oigan “su voz”.
El nombre Miguel, en hebreo, significa “¿Quién es como Dios?”, e implica, a la vez, una pregunta y un desafío. Si consideramos que la rebelión de Satanás fue un intento de sentarse en el trono de Dios y ser “semejante al Altísimo”, el nombre Miguel es muy apropiado para Cristo, el único semejante al Altísimo, quien asumió la tarea de vindicar el carácter de Dios, refutar las acusaciones de Satanás y enfrentar su ambición de ser igual a Dios.
Jesús, el eterno Mediador
Los ángeles se asombraron por la revelación de que el arcángel Miguel era el Hijo de Dios, “reconocieron gozosamente la supremacía de Cristo y, postrándose ante él, le rindieron su amor y adoración”.[12] Pero, ¿qué estaba haciendo Cristo como ángel? Antes que el Verbo se manifestara en carne y habitase entre los hombres, adoptó el aspecto de un ángel y vivió entre ellos, y así asumió por primera vez su papel de mediador.
Debemos recordar que no sólo los seres caídos necesitan un mediador entre ellos y Dios, sino también los no caídos, pues “hay abismos misteriosos que se deben franquear, aun allí donde el pecado no ha llevado a cabo su obra deletérea en las mentes creadas. Es obvio que se necesita una gran tarea de mediación a fin de cubrir las enormes distancias que inevitablemente existen entre el Creador y sus criaturas”.[13]
No todos los seres celestiales ven el rostro de Dios, a no ser, tal vez, en ocasiones especiales, como la que ya mencionamos. Tampoco están todos alrededor del trono de Dios. Muchos viven en los confines del universo, a millones de años luz de distancia, y necesitan, por lo tanto, un mediador, alguien que los represente ante el Creador, que les revele el carácter de Dios y les dé a conocer su voluntad; eso era ciertamente lo que hacía Cristo entre los ángeles y otros seres que nunca pecaron, y también lo que vino a hacer entre nosotros por medio de la encamación.
Pero, ¿por qué Dios no aclaró todo esto desde el mismo principio? Al no hacerlo, ¿no habrá condicionado la rebelión de Lucifer, cuando éste creyó que se había desconocido su autoridad? No, porque probablemente ésta era la prueba de lealtad a la que se sometió a todos los seres celestiales. El principio celestial se basa en el altruismo; por eso, cuando se invitó al arcángel Miguel al Consejo divino, Lucifer debería haber reaccionado de este modo: “¡Qué bueno que se lo haya honrado a él y no a mí!” Desgraciadamente, Lucifer falló en esta prueba. Permitió que el egoísmo se apoderara de él y lo indujera a rebelarse.
Y ¿por qué Lucifer no se retractó cuando Dios reveló la verdadera identidad del arcángel Miguel? Elena de White nos dice que “la influencia de los santos ángeles pareció por algún tiempo arrástralo con ellos […] Pero luego se llenó del orgullo de su propia gloria. Volvió a su deseo de supremacía, y nuevamente dio cabida a su envidia hacia Cristo”.[14] Jesús le dio la oportunidad de retractarse después de convencerse “de que no tenía razón”, pero el orgullo se lo impidió.
De modo que el conflicto entre Cristo y Satanás es, en verdad, una controversia entre el orgullo y la humildad, entre el egoísmo y el altruismo. Lucifer ambicionaba la gloria de Dios, pero no su carácter. Se lo excluyó de la gloria suprema porque no quiso humillarse, pues la gloria divina implica humillarse al punto de abandonar el trono de gloria para morir por las criaturas
¿Y el Espíritu Santo?
Ni la Biblia ni los escritos del espíritu de profecía mencionan la obra del Espíritu Santo antes de la creación. Elena de White se limita a decir que “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dieron a sí mismos a la obra de formar un plan de redención”.[15] Pero sabemos, por la Palabra de Dios, que uno de sus atributos consiste en convencer “al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8) y, por lo tanto, nos podemos imaginar que durante la rebelión de Lucifer el Espíritu Santo obró en el corazón y la mente de los ángeles, incluso desde los leales hasta el querubín cubridor, tratando de convencerlos “con gemidos indecibles” (Rom. 8:26), acerca de que Lucifer se estaba encaminando hacia el pecado y que Dios era justo.
El Espíritu de Dios logró convencer a dos tercios de los ángeles, pero un tercio, desgraciadamente, no le prestó atención. Podemos concluir, por lo tanto, que Lucifer y sus ángeles pecaron contra el Espíritu Santo y no pudieron permanecer por más tiempo en la atmósfera del cielo.
En el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento da énfasis al hecho de que hay un solo Dios. “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deut. 6:4). “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Isa. 44:6).
Israel estaba rodeado de naciones politeístas, de modo que la insistencia del Antiguo Testamento en cuanto a que Dios es uno solo tenía por objeto oponerse a la idea de esos dioses paganos. El Señor no quería que su pueblo creyera que él era igual a esos supuestos dioses, generalmente constituidos por un dios superior, masculino, su esposa y su hijo, más una cantidad de dioses menores.
Por eso insistió en su unidad y su absoluta soberanía sobre toda la creación. Pero “aunque el Antiguo Testamento no enseñe expresamente que Dios es trino, se refiere a la pluralidad interna de la Divinidad. A veces Dios usa pronombres y verbos en plural, como en estas declaraciones: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gén 1:26); “He aquí el hombre es como uno de nosotros (Gén. 3:22). “Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua” (Gén. 11:7)”.[16] ¿Con quién estaba hablando Dios? Sólo pudo hacerlo con los otros miembros de la Divinidad.
También encontramos referencias a la Trinidad en diversos textos y circunstancias diferentes: en cuanto al Padre, por ejemplo, lo encontramos sentado en su trono (Isa. 6:1; Eze. 1:26-28; Dan. 7:9, 10); Jesús, muchas veces, se presentó en forma humana: el Señor se le apareció a Abraham quien, cuando levantó la vista, vio a tres hombres de pie delante de él (Gén. 18:1, 2). El patriarca argumentó con él (Gén. 18:20-32) y después de eso “Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego” (Gén. 19:24). Jacob luchó con él (Gén. 32:22-30). Josué se encontró con él cuando se le apareció como “Príncipe del ejército de Jehová” (Jos. 5:13-15), y los tres compañeros de Daniel se pasearon con él en medio del fuego del homo ardiente (Dan. 3:25).
En el Nuevo Testamento
La revelación de la verdad es progresiva; por eso, en el Nuevo Testamento encontramos más referencias a la doctrina de la Trinidad. Cuando el ángel Gabriel se le apareció a María para anunciarle que daría a luz un hijo, a quien debía llamar Jesús, mencionó a los tres miembros de la Trinidad al decir: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Luc. 1:35).
Tenemos otra evidencia notable en el bautismo de Jesús: se nos dice que “descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Luc. 3:22). Hay otras referencias, como la de Mateo 28:19, donde se nos dice que los creyentes debían ser bautizados “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; la bendición apostólica de 2 de Corintios 13:14; y el saludo de Pedro en su primera epístola (1:2), Judas 20 y 21, y varios otros textos.
“Por lo tanto, el Nuevo Testamento reconoce al Padre como Dios (Juan 6:27; Efe. 6:23; 1 Ped. 1:2), a Jesucristo como Dios (Juan 1:1, 18; 20:28; Rom. 9:5; Col. 1:16, 17; Tito 2:13; Heb. 1:8; 1 Juan 5:20), y al Espíritu Santo como Dios (Hech. 5:3, 4; 1 Cor. 2:10, 11; 1 Cor. 3:18)”.[17]
Cierta vez, unos dirigentes religiosos judíos tomaron piedras para lapidar a Jesús porque había declarado su unidad con Dios (Juan 10:30-33). Notemos que le respondieron diciendo: “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios”. Estos dirigentes, por lo tanto, entendieron perfectamente las palabas de Jesús y reaccionaron a su manera.
Otros textos que prueban la divinidad de Jesús en el Nuevo Testamento son: Juan 3:13; 5:21, 26; 8:23, 58; 10:30, 33; 17:5; 1 Juan 5:20; Rom. 9:5; Heb. 1:8; Tito 1:3; 3:4; Col. 2:9; 2 Ped. 1:1.
El Espíritu Santo es una persona
El Espíritu Santo aparece en la creación de la tierra, moviéndose sobre las aguas (Gén. 1:2); después, se dice que habitaba en el corazón de José (Gén. 41:38) y que transformó a Saúl (1 Sam. 10:6). David, después de su pecado, suplicó: “No quites de mí tu Santo Espíritu” (Sal. 51:11).[18] La creencia de que el Espíritu es sólo “la energía activa de Dios” o una “influencia”, y no una Persona, se puede refutar mediante las siguientes evidencias bíblicas:
Hechos 5:3: Ananías y Safira le mintieron el Espíritu Santo; sólo se le puede mentir a un ser inteligente, que puede ser engañado y eludido. El versículo siguiente deja bien en claro que el Espíritu Santo es Dios.
Hechos 13:2: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. No citamos las palabras de seres impersonales, porque no hablan; aquí, es el Espíritu Santo quien llama, lo que indica que se trata de una Persona que posee entidad propia.
Enumeramos a continuación veinte características y cualidades personales del Espíritu Santo:
• Tiene mente y voluntad (Rom. 8:27).
• Se lo menciona mediante un pronombre personal (él) (Juan 16:14).
• Se lo menciona junto a otras personas en una toma de decisiones (Hechos 15:28). “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros”.
• Tiene conocimiento (1 Cor. 2:11).
• Enseña (Luc. 12:12; Juan 14:26).
• Convence (Juan 16:8).
• Impide (Hech. 16:6, 7).
• Concede, permite (Hech. 2:4).
• Administra, distribuye (1 Cor. 12:11).
• Habla (Hech. 10:19; 13:2; Juan 16:13).
• Toma decisiones (1 Cor. 12:11).
• Guía (Juan 16:13; Gál. 5:18).
• Anuncia (Juan 16:14, 15).
• Se lo puede contristar (entristecer) (Efe. 4:30).
• Intercede (Rom. 8:26).
• Llama (Apoc. 22:17).
• Escudriña (1 Cor. 2:10).
• Manifiesta complacencia (Hech. 15:28).
• El hombre puede tratar de tentarlo (Hech. 5:9).
• Se lo puede difamar y blasfemar (Mal. 12:31, 32).[19]
Una “fuerza”, “energía” o “influencia” no puede tener estas características personales, pero los que lo creen argumentan diciendo: “Si el Espíritu Santo es una Persona, ¿cómo es posible que viva dentro de otra, como lo dice Pablo en 1 Corintios 6:19?”
Ahora bien, nadie niega que Jesús es una Persona; pero el mismo apóstol dice en Efesios 3:17: “Que habite Cristo, por la fe, en vuestros corazones” Si Cristo, siendo una Persona, puede morar en nuestro corazón, también lo puede hacer el Espíritu Santo.
En el adventismo
“La comprensión de la doctrina de la trinidad surgió entre los adventistas del séptimo día después de un largo proceso de investigación, rechazo inicial y posterior aceptación. Los primeros adventistas no tenían dudas acerca de la eternidad de Dios el Padre, la divinidad de Jesús como Creador, Redentor y Mediador, y la importancia del Espíritu Santo. Pero no estaban convencidos inicialmente de que Cristo haya existido desde la eternidad, o que el Espíritu Santo fuera un Ser personal; por eso rechazaron inicialmente el concepto de la Trinidad. Otro argumento contrario a ese concepto era la interpretación errónea de que esta doctrina enseña la existencia de tres dioses”.[20]
Recién en 1898, con la publicación de El Deseado de todas las gentes, los adventistas comprendieron y aceptaron la doctrina de la Trinidad. En el mismo comienzo de su libro, Elena de White abordó el tema de la preexistencia de Cristo al decir: “Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre”.[21]
Pero esta declaración no bastó para aclarar lo que la Sra. de White pensaba acerca de la divinidad de Cristo. Más adelante, en el mismo libro, al comentar la resurrección de Lázaro, escribió algo que cambió la teología antitrinitaria de los adventistas: “En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra”.[22]
No hubo momento cuando el Padre existiera y el Hijo no. Como hombre en la tierra, Cristo se sometió a la voluntad de su Padre (Juan 5:19, 30). Pero como Dios existente por sí mismo tenía poder para deponer su vida y volverla a tomar (Juan 10:18).
Esas afirmaciones no concordaban con las opiniones de los teólogos de la iglesia de aquel tiempo: M. L. Andreasen, uno de los autores y profesores más importantes de la iglesia, nos dice que el nuevo concepto era tan diferente del anterior que algunos dirigentes dudaban de que Elena de White hubiera realmente escrito esas palabras. En 1902 Andreasen viajó hasta la residencia de la Sra. de White, en California, para investigar este asunto y verificó que todas las citas acerca de las cuales había dudas habían sido realmente escritas de puño y letra por Elena de White.[23]
Los nuevos conceptos provistos por El Deseado de todas las gentes llevaron a los adventistas de nuevo a la Biblia y, a través de una minuciosa investigación, descubrieron una gran cantidad de información acerca de la Trinidad que no habían percibido antes.
Gracias a eso, nosotros tenemos hoy la alegría de creer que Dios no es un ser solitario, sino una familia compuesta por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; una familia feliz, que sirve de modelo a todas las familias de la tierra, porque está unida por los sagrados lazos del amor.
Finalmente, podríamos preguntar: ¿Qué importancia tiene la Trinidad para nuestra salvación? ¿Hay alguna diferencia si yo creo que sólo el Padre es Dios? Esas preguntas se podrían reemplazar por la siguiente: ¿Es importante que tengamos una noción correcta acerca de Dios? Es obvio que la respuesta es positiva; si usted creyera, por ejemplo, que Dios es un cruel tirano, que manda al infierno eterno a los pecadores que no se arrepienten, le va a ser más difícil amarlo, ¿no es cierto?
Así también, cuando usted se considera a sí mismo, piensa en sus deficiencias y se siente inseguro en cuanto a su salvación la aceptación de la Trinidad y, especialmente, el hecho de que Jesús, siendo Dios, murió por nosotros, expulsa para siempre esos temores, porque nos asegura que la salvación es obra de Dios, y no nuestra.
En otras palabras: el concepto de la Trinidad nos demuestra que Dios no se quedó sentado en su trono y mandó a otro, que no era Dios, para que se humillara y muriera en lugar del hombre. ¡No! Dios mismo se hizo carne, vivió, murió y ahora vive nuevamente. Mientras Dios el Padre permaneció en su trono para gobernar el Universo, Dios el Hijo asumió la forma humana, habiendo sido concebido por Dios, el Espíritu Santo, que ahora está presente en todas partes para nuestro beneficio.
Esto nos permite entender que la obra redentora de Dios es un trabajo de equipo, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, unidos e interesados en nuestra salvación Y si aceptamos la salvación gratuita que nos ofrece el Dios trino, se nos recibe en esa maravillosa familia, y un día estaremos para siempre juntos.
Sobre el autor: Director del departamento de Libros Denominacionales en la Casa Publicadora Brasileña (CPB).
Referencias:
[1] Beatrice S. Neall, “The Trinity: Heaven”s First Family”, Elder”s Digest [“La Trinidad: la primera familia del cielo”], Selección de artículos para ancianos], N° 10, p. 9.
[2] Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Buenos Aires: ACES, 1985) p. 33.
[3] El conflicto de los siglos (Buenos Aires: ACES, 1993), p. 736.
[4] La historia de la redención (Buenos Aires: ACES, 1990), p. 13.
[5] Ibid.
[6] Patriarcas y profetas, p. 19.
[7] Carsten Johnssen, How Could Lucifer Conceive the Idea of a Rivalry With Jesus-Christ? [¿Cómo pudo Lucifer concebir la idea de entrar en rivalidad con Jesucristo?] (Imprenta de la Universidad Andrews, sin fecha), p. 22.
[8] White, Patriarcas y profetas, pp. 14, 15.
[9] Ibíd., pp. 196, 197.
[10] Ibíd., p. 321.
[11] White, Primeros escritos (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1962), p. 164.
[12] White, Patriarcas y profetas, p. 15.
[13] Carsten, Johnssen, Ibíd., pp. 19, 20.
[14] White, Patriarcas y profetas, p. 15.
[15] White, Consejos sobre la salud (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 1989), p. 219.
[16] En esto creemos, p. 41, edición en portugués.
[17] Alberto R. Timm, “A Trinidade sem mistério”, Decisao (agosto de 1985), p. 24.
[18] Beatrice S. Neall, Ibíd., p. 10.
[19] Arnaldo B. Christianini, Radiografía do Jeovismo, pp. 84, 85.
[20] Jerry Moon, “Heresy or Hopeful Sign?” (¿Una herejía o una señal de esperanza?], Adventist Review (22 de abril de 1999).
[21] White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires. ACES, 1986), p. 11.
[22] Ibíd., p. 489.
[23] Jerry Moon, Ibíd., p. 11.