Un maestro se puso de pie delante de sus alumnos, con algunos objetos diseminados sobre la mesa. Sin decir palabra, tomó una gran jarra vacía y la llenó de piedras, cada una de las cuales medía unos dos centímetros de diámetro. Les preguntó si la jarra estaba llena. Por supuesto, todos respondieron que sí. A continuación, puso una cantidad de piedras de menor tamaño y sacudió con cuidado la jarra; de esa manera, consiguió que las piedras menores se introdujeran entre las mayores. Nuevamente preguntó si la jarra estaba llena. La respuesta fue la misma de antes.
Los alumnos se rieron cuando el maestro tomó una bolsa de arena y la derramó en la jarra. La arena llenó todos los espacios que estaban vacíos. “Esta jarra representa la vida de ustedes -dijo el maestro-. Las piedras grandes son las cosas importantes de la vida: la familia, la salud, los hijos, todo lo que sea tan importante que su desaparición produzca una gran sensación de pérdida. Las piedras más chicas representan otras cosas importantes, como la carrera que van a seguir, la casa y las posesiones.
“La arena representa todas las otras cosas; si yo la hubiera puesto primero en la jarra, no habría habido espacio para las piedras mayores ni para las menores. Lo mismo sucede en la vida: si dedicamos tiempo y energía para atender lo pequeño y menos importante, nunca tendremos tiempo para las cosas que son fundamentales. Atendamos primero las piedras grandes, porque son las que realmente importan; se trata de darle prioridad a lo esencial”.
Una reflexión
Como una iglesia que enfrenta múltiples demandas y debe atender una gran cantidad de necesidades, a veces nos resulta difícil dedicar tiempo para considerar si nuestro ministerio en favor de los niños está simplemente funcionando de cualquier manera, o si intencionalmente le estamos dando una dirección determinada que lo realce y modele, de tal manera que sea una ayuda eficaz para los niños. Corremos el riesgo de caer en la trampa del mito según el cual si avanzamos, realizando algunos ajustes en nuestras prioridades, perderemos la aprobación de la gente o promoveremos el caos en la congregación. Este tipo de pensamiento no nos ayuda, a la luz de la realidad que enfrentamos.
Si analizamos la iglesia en la actualidad, advertiremos que una cantidad importante de los miembros se encuentra en la franja que va desde los 15 hasta los 35 años. Son adolescentes y jóvenes, o tienen hijos pequeños que asisten a la Escuela Sabática. Si lo recordamos, nos podemos preguntar: ¿En qué nivel estoy ubicando a los niños en mi lista de prioridades ministeriales? ¿Los estoy tratando como “arena y piedras”, o los estoy valorando al darles prioridad en mi ministerio? Esos niños son los que con el tiempo llegarán a ser los dirigentes de la iglesia local e institucional, o tal vez serán líderes en la sociedad.
Preguntas penetrantes
No hace mucho asistí a una gran reunión ministerial en la que una dama formuló algunas penetrantes y duras preguntas:
• ¿Por qué elegimos a los mejores maestros para las clases de adultos?
• ¿Por qué les damos a los niños los equipos viejos, que los adultos ya no quieren usar?
• ¿Por qué nombramos líderes para atender a los niños de la iglesia, sin darles el más mínimo entrenamiento?
• ¿Por qué muchas iglesias se preocupan por construir salas grandes y cómodas para los adultos, mientras que las de los niños son pequeñas e incómodas?
• ¿Por qué, con frecuencia, ignoramos a los niños cuando tenemos que elegir a las personas que van a participar en el culto?
Un análisis honesto de estas preguntas nos lleva a concluir, definidamente, que podríamos ajustar nuestras prioridades en favor de los niños. Es muy fácil llegar a una situación en la que, como los discípulos de Jesús, nos sintamos tentados a apartar de él a los niños de una manera u otra, porque nuestra mente está repleta de las necesidades de los adultos.
Cuando el Maestro les dijo a los discípulos que no impidieran que los niños se acercaran a él, se estaba dirigiendo a sus seguidores de todos los tiempos, a los oficiales de las iglesias, a los pastores, a los ancianos y a todos los cristianos. Jesús está atrayendo a los niños y nos ordena: “Dejad que los niños vengan a mí”. Es como si dijera: “Vendrán, si ustedes no lo impiden”.
Al considerar esto, no queremos decir que la iglesia no está interesada en los niños; es posible, sin embargo, que muchos miembros de iglesia no comprendan la importancia de ministrar a los niños de acuerdo con sus respectivas edades. Si queremos conservar a los jóvenes en la iglesia, debemos prestarles atención cuando todavía son niños.
Necesitamos descubrir las necesidades de cada edad de los miembros, y esforzarnos por crear un ambiente único y apropiado para los niños. Las iglesias que no proporcionan ese ambiente atrayente, con muebles apropiados para los niños que crecen, programas equilibrados y bien interesantes, amable aceptación y participación activa, les envían un mensaje negativo a los niños. Eso podría influir en su decisión posterior de apartarse primero emocionalmente de la iglesia, y después físicamente también.
Si realmente queremos que la actual generación llegue a formar parte de la iglesia y se identifique con ella, necesitamos actuar ahora mismo. Necesitamos asumir actitudes que nos capaciten para considerar que la iglesia no es un lugar donde debemos ir porque los padres, los amigos y otras personas esperan que lo hagamos, sino un lugar donde adoramos al Creador mediante una relación dinámica y basada en el amor.
Acción inmediata
Si realmente queremos que nuestras iglesias satisfagan las necesidades de nuestros niños, las siguientes ideas son dignas de seria consideración. Trate de aplicarlas con entusiasmo y determinación.
•Haga planes definidos para que el ambiente de la iglesia sea atractivo y seguro para los niños. Observe cuidadosamente los recursos disponibles y vea si se los arregló teniendo en cuenta a los niños. El ambiente que creamos ayuda a captar la atención de los niños, y los conduce a la realidad que les queremos comunicar.
•Consiga que los niños se sientan bienvenidos. Pídales a algunos, especialmente a los jóvenes, que los saluden en algún momento del culto, o cuando están llegando al templo.
•Incluya actividades planificadas de antemano para los niños en el servicio de adoración. Los niños aprenden haciendo, y no podemos esperar que disfruten de la iglesia si sólo están sentados mirando lo que sucede. Permita que participen regularmente como lectores, recepcionistas, oradores, acompañantes, maestros de ceremonias y otras actividades apropiadas.
•Disponga los equipos y los recursos de los baños pensando en los niños. Consiga bebederos que estén a su alcance, y elementos que puedan usar. Provea muebles adecuados al tamaño de los niños.
•Elija himnos cuyas melodías y letras sean apropiados para ellos. Invítelos a pasar adelante durante la oración pastoral. Busque movimientos y actividades reverentes, en lugar de exigir austeridad con amenazas.
•Recuerde que la participación de los niños durante el sermón es sólo la de oyentes. Por lo tanto, trate de captar su atención haciéndoles preguntas, mostrándoles figuras, contándoles una historia interesante o usando una ilustración atrayente. Recuerde el poder de los colores, del movimiento, del canto. Anime a los niños a participar del sermón y agradézcales su colaboración.
La misión del departamento del Ministerio en Pavor de los Niños en nuestra iglesia es ayudarlos a desarrollar una relación prolongada, redentora, espiritual y amante con Dios y su iglesia. Podemos capacitar a los niños de hoy para sentirse parte del Reino de Dios, y a aceptar que la iglesia es su iglesia, un lugar donde les gusta permanecer.
Sobre la autora: Directora del departamento de Atención a los Niños de la División Interamericana.