En todas las diferentes situaciones que enfrentamos, deberíamos obrar por la fe, reconociendo las grandes bendiciones que el Señor otorga.
“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Gén. 12:1). Cuando recibió esa orden, Abraham entendió claramente que se trataba de la voz de Dios; ni el paganismo, ni la idolatría ni los dioses falsos pudieron confundir ese llamado divino.
Todo viaje comienza con esperanza, y la vida de Abraham fue un viaje repleto de esperanza. No quedan dudas de que salir de su tierra y de su parentela ciertamente significó más de lo que podemos imaginar hoy, y que, aunque no sabía adonde iba, el patriarca conocía muy bien a Aquel que lo había llamado.
Ese hecho marcó la vida de Abraham. En verdad, un encuentro con Dios siempre modifica las situaciones: 1) Provoca una ruptura entre nosotros y nuestros antiguos intereses; 2) nos saca de una estabilidad y comodidad aparentes; 3) nos enfrenta con experiencias nuevas y desconocidas; y 4) nos induce a dejar a un lado nuestras obras propias y seguras.
Esas cuatro situaciones se presentaron en la vida de Abraham y estuvieron presentes a lo largo de su peregrinación rumbo a la tierra prometida. El Señor no le dio informaciones acerca del lugar adonde lo conducía, pero le reveló sus planes. Aunque los demás no entendieran, Abraham podía distinguir la voz de Dios. Vio, por la fe, al Redentor de la humanidad; vio a Jesús con los ojos de la fe. La verdadera esperanza tiene su origen en la fe.
“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Gén. 12:2).
Con el transcurso del tiempo, la influencia de Abraham sería una bendición para todas las naciones. Esa bendición está íntimamente relacionada con la promesa mencionada en Génesis 12:3: “Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”, la cual se convertiría en realidad en la persona del Redentor. En esto Abraham debía ejercer fe, confianza y esperanza. Debía contemplar al Salvador venidero; esa esperanza debía dominar su vida y sus sueños, incluso en los momentos de las pruebas más duras.
Peregrinas de hoy
Como esposas de pastores, también debemos ser viajeras de esperanza. Muchas veces, tal como le ocurrió a Abraham, salimos sin saber adonde vamos: nuevos campos de trabajo, nuevas ciudades, nuevas responsabilidades, nuevas escuelas para nuestros hijos y nuevos vecinos siempre nos aguardan en nuestra peregrinación ministerial. En cada una de las diferentes situaciones que enfrentamos, deberíamos actuar por fe, reconociendo las grandes bendiciones que el Señor nos otorga no sólo para que seamos felices, sino también para compartir esa felicidad con toda la gente con la que nos relacionamos.
La esperanza que llenó el corazón de Abraham debe ser la misma que nos induzca a anhelar el pronto regreso de Jesús, el Redentor del mundo, y a proclamar esa buena nueva con toda la fuerza de nuestro ser.
Recordemos, también, que el Dios de Abraham es nuestro Dios; es el mismo que nos conduce cuando se ponen difíciles las situaciones que debemos enfrentar. Confiemos en Aquel que dirige nuestra peregrinación rumbo a la Canaán celestial.
Sobre la autora: Coordinadora del Área Femenina de la Asociación Ministerial, AFAM, de la Unión Austral.