El pastor es un líder elegido por Dios, que vive la vida de Cristo entre la gente. Es un testigo de la gracia divina, que sirve, no en beneficio propio, sino para el bienestar de la congregación.

La tarea de un líder —dice Henry Kissinger— consiste en llevar a la gente desde donde está hasta donde no está” ¿Podría suceder eso en el ámbito de una organización espiritual, como es el caso de la iglesia local, si el estilo de liderazgo del pastor refleja un modelo secular, aunque sus objetivos sean espirituales?

¿Podría suceder eso si el pastor tratara a la gente como si fueran cosas y no como seres humanos? ¿Podría pasar si el foco de la actividad está puesto sobre el crecimiento de la organización y no sobre el desarrollo espiritual de la gente? Creo que no.

Los dirigentes de la iglesia tienen diversos conceptos acerca de su status y su autoridad. Muchos les piden prestados sus conceptos y sus ideas en algunos casos a los militares, en otros al mundo de los negocios, o a un antiguo pastor que llega a ser para ellos un ejemplo, un ideal digno de imitación.

Somos conscientes de las diferencias que existen entre las personas que le dan dirección a nuestras actividades. Muchos toman como modelo de liderazgo al líder que consideran su ejemplo. Otros dependen de la clase de personas que realmente son.

Shawchuck y Heuser afirman que “si el líder es débil, dubitativo e irritable, la congregación reflejará esas situaciones. Si en cambio es calmo, competente y pacífico, con el tiempo la congregación reflejará esas cualidades”. Incluso sugieren que “nuestro mundo interior condiciona nuestra realidad exterior”.[1]

A continuación analizaremos tres bien conocidos modelos de liderazgo que se manifiestan en la iglesia: el automático, el laissez faire (deja hacer; deja que las cosas sigan su curso; no interfieras) y el democrático.

La conducción autocrática

James Lundy describe al líder automático como alguien que “toma decisiones por su cuenta, dirige a los demás manipulándolos, critica con rapidez, tal vez en forma humillante, y ejerce influencia por medio de la intimidación”.[2] Ese líder confía en muy poca gente, y por lo general la autoridad y la responsabilidad se concentran en él mismo.

Con frecuencia ese líder manifiesta fe en la democracia, pero insiste en que él es el demócrata que dirige. Ese líder puede delegar responsabilidades, pero no quiere compartir la autoridad. Los subordinados tienen poca o ninguna parte en la formulación de los planes cuya ejecución supuestamente depende de ellos.

Weldon Crossland describe al líder automático como “el ejército de un solo hombre. Él es el comandante en jefe, el sargento y el cabo […] Es la novia de todo casamiento y el finado de todo funeral”.[3] A ese líder la falta fe en la gente y en sí mismo, los líderes inseguros generalmente son automáticos; evitan compartir responsabilidades y no desarrollan a otros como líderes, pues temen que eso les cree rivales.

Conducción laissez faire

Michael J. Anthony describe al líder tipo laissez faire como alguien que “prefiere conservar el statu quo y no hacer escenas por nada. Puede ser que no sea la mejor manera de hacer algo, pero si todavía funciona, ¿para qué cambiar? El lema de esta gente es: ‘Si no está roto, todavía sirve’. Prefiere trabajar aislado en su escritorio, lejos de la acción […] No le gustan los enfrentamientos, y ‘sigue el curso de la marea’ […] Ese líder se parece más a un bondadoso capellán que al comandante de un ejército”.[4] Ted. W. Engstrom llega a la conclusión de que “este estilo en la práctica y a fin de cuentas no es liderazgo en absoluto, pues permite que las cosas sigan su propio curso”.[5] El líder laissez faire envuelve en un manto de inmunidad la administración de la iglesia. Probablemente dice: “Yo siempre pongo todo en manos de los laicos”. Si la obra de la iglesia pasa por dificultades, aparentemente eso no le molesta; ni mucho menos le preocupa que no les dé ánimo, ni experiencia ni inspiración a los que a su lado pueden estar estropeando la congregación. Es posible describir a ese líder como un dirigente democrático sentado sobre un muro.

La conducción democrática

El líder democrático se ve como un guía y consejero. Ayuda al grupo a definir los objetivos de la comunidad y a alcanzarlos. Le ayuda a planificar su programa y desarrollar sus métodos. Trata de conseguir seguidores para que trabajen con él, no para él. Cree que la democracia es dinámica y creativa, en el sentido de que requiere la participación de muchos, y le da gran importancia a la gente que trabaja con él.

“La democracia —dice Ordway Tead— tiene alta consideración en sus elementos constitutivos, por los principios de conservación y enaltecimiento de la personalidad de todos los individuos: la idea de respeto por la integridad de la persona y del valor básico de desarrollarla […] Eso incluye el descubrimiento y el uso de sus talentos, la expresión más completa y posible de su capacidad de creación, la hipótesis responsable de modelar las condiciones que hacen posible el desarrollo de la calidad personal”.[6]

T. V. Smith distingue entre autoritarismo y democracia cuando dice que el líder autocrático es fuerte en proporción directa a la ignorancia de sus seguidores, mientras que el líder democrático es fuerte en la medida en que sus seguidores están informados.[7]

Hemos trabajado con líderes en la iglesia que mientras le prestaban un asentimiento de labios a la democracia, la negaban en la práctica. Esos líderes por lo general elegían a los miembros de su equipo entre gente siempre dispuesta a decir “amén” a todos sus programas e ideas. Ciertos dictadores disfrazados de demócratas creen que el fin justifica los medios. Esos líderes “usan a la gente y le inspiran aspiraciones con el fin de incrementar su autoridad. Consiguen que apoyen sus decisiones, pero lo hacen por medio de la manipulación, por el ocultamiento de los hechos reales y por medio de controles y amenazas”.[8]

De modo que el estilo de liderazgo es consecuencia de una decisión moral: un líder decide si va a respetar la personalidad humana (como lo hizo Jesús), o si tratará a la gente como si fueran cosas.

En el ambiente de la iglesia

La Iglesia Adventista del Séptimo Día es una democracia espiritual, en la que todos los miembros tienen los mismos privilegios y las mismas responsabilidades.

E. Y. Mullins argumenta que “la democracia en el gobierno de la iglesia es un corolario inevitable de la doctrina general acerca de la competencia del alma en asuntos relativos a la religión. La capacidad del hombre para gobernar, desde el punto de vista religioso, se limita a que la autoridad de Cristo se ejerce por medio de la vida interior de los creyentes, con el entendimiento de que él regula esa vida interior de acuerdo con su Palabra revelada. El sacerdocio universal de los creyentes es tanto una expresión de la competencia del alma, como la democracia lo es su expresión desde el punto de vista eclesiástico de la religión”.[9]

Los miembros de las iglesias del Nuevo Testamento eran iguales en posición y privilegios. Las personas que conduzcan las congregaciones habían sido ordenadas para servir y no para mandar; para liderar, no para ejercer señorío. Las características del liderazgo identificadas en Efesios 4:11 y 12 se refieren al funcionamiento de la iglesia, y no a la posición de los líderes. Las diferencias resultantes de la distribución de los dones del Espíritu realzan diversas esferas de servicio, no una posición autoritaria.

Las enseñanzas de Cristo acerca de este asunto son muy claras: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mat. 20:25-27). John R. W Slott nos recuerda que “el clericalismo autocrático destruye la iglesia, desafía al Espíritu Santo y desobedece a Cristo”.[10] Seguramente los que fueron seleccionados como líderes espirituales en los tiempos bíblicos poseían cualidades similares a los que ejercían funciones en el mundo de los negocios o en las organizaciones civiles. La diferencia estaba en la presencia del Espíritu Santo que los capacitaba. Por esa razón el estilo de liderazgo secular no sirve para el cuerpo de Cristo.

Cuando un líder está lleno del Espíritu Santo, posee cualidades de carácter que reflejan esa realidad. Ese líder inspira respeto, y manifiesta cuidado y preocupación por los demás. Los siervos cristianos ejercerán un liderazgo flexible, de acuerdo con la dirección que Dios les provee.

LOS OBJETIVOS

El sociólogo Vanee Packard describe los objetivos del liderazgo como “el arte de conducir a otros para que hagan algo que usted está convencido que debe hacerse”.[11] Si eso es verdad, entonces el líder de la iglesia tiene que responder las siguientes preguntas: “¿Qué estoy tratando de hacer por medio de esta gente? ¿Cómo puedo ayudarla a desarrollar todo su potencial? ¿Qué estoy tratando de lograr con la iglesia y por medio de ella?”

Andrew Blackwood presenta una lista de odio metas que el pastor debe tratar de alcanzar. Son estas:

a. Evangelizar, de acuerdo con las pautas del Nuevo Testamento.

b. La alimentación espiritual de la comunidad.

c. Una religión doméstica.

d. Una iglesia amistosa.

e. El perfeccionamiento de la comunidad.

f. Una misión nacional.

g. Una fraternidad universal.

h. Una misión mundial.[12]

Los objetivos del pastor podrían establecerse en una estructura de gente redimida, nacida de nuevo y reunida voluntariamente en una comunidad de amor. El interés por la gente debería llevar al interés por su desarrollo.

El papel del pastor consiste en desarrollar el carácter cristiano y crear un clima que favorezca el crecimiento de una comunidad verdaderamente espiritual. Es un líder motivado por el amor, provisto de visión y compasión, que tiene fe en la gente y cree que esta puede crecer por medio de una actividad llevada a cabo voluntariamente, no por coerción.

Una manera en que la gente puede crecer en forma adecuada consiste en participar en el desarrollo de los planes de la iglesia y en apoyarlos. Decirle al miembro en forma detallada qué debe hacer y cómo hacerlo sofoca su creatividad y produce dependencia espiritual. Tal como los canarios, en ese caso se sentirá contento de estar en cautiverio, y deseará estar siempre dentro de la jaula aunque la puerta esté abierta.

James M. Kouzes y Bany Z. Posner razonan de la siguiente manera: “Los líderes organizan equipos con una buena actitud y una sólida estructura. Sus miembros se sienten parte de una familia. Consiguen que otros también participen activamente en la planificación, y les enseñan a ser sabios para tomar sus propias decisiones. Los líderes logran que los demás se sientan propietarios de la empresa y no meros empleados”.[13]

¿Por qué algunos pastores no pueden delegar responsabilidades? ¿Será cuestión de poder o popularidad? ¿Será que desean ser ejecutivos que dirigen a la gente con la idea de que le rindan cuenta hasta por lo más mínimo? ¿O será por vanidad y autoglorificación?

Bert Haloviak, encargado de Archivos y Estadísticas de la Asociación General, cuenta que Jaime White, un líder de la iglesia de “estilo patriarcal”, al parecer tenía dificultad para delegar responsabilidades. Un mes después de su fallecimiento, su esposa Elena estaba de rodillas “pidiéndole luz al Señor para cumplir su deber”. Mientras oraba se durmió y soñó que estaba en su carruaje sentada al lado de su esposo, que dirigía el vehículo. Después escribió la conversación que tuvo durante ese sueño. Su esposo confesaba: “Cometí errores; el más grande fue permitirme, en mi simpatía por el pueblo de Dios, cargar sobre mí con trabajos que otros podrían haber hecho”.[14]

El liderazgo espiritual implica ver a la iglesia como si fuera una escuela, de la cual el pastor es el director. Sus actividades son: la adoración, la enseñanza, el entrenamiento, el servicio, el reclutamiento, el cuidado de los miembros, las relaciones públicas, la organización, la predicación y la administración. El pastor es el decano, y todos los miembros son sus colegas en el ministerio.

El líder espiritual

Las técnicas administrativas no bastan para que un líder tenga éxito. Lo que el líder es como persona es más importante que el liderazgo en sí. Un líder cristiano debe ser ante todo cristiano. Con una vida dirigida por Dios y capacitada por el Espíritu Santo, el líder-siervo vive lo que profesa.

En su obra más reciente, Kouzes y Posner identifican la “credibilidad” como un factor clave. Este es su consejo: “Los líderes tienen que nutrir su relación con sus dirigidos. Tienen que demostrarle a la gente que la cuidan permanentemente. Tienen que dedicar tiempo para actuar a conciencia y consecuentemente. Sus actos se deben oír más que sus palabras. El liderazgo, después de todo, existe sólo para los dirigidos”.[15] El pastor es un líder de Dios, que vive la vida de Cristo en medio de la gente. Es, por sobre todo, un testigo de la gracia divina, que sirve no en beneficio propio, sino para el bienestar de la congregación.

El líder debe creer en sí mismo antes de aceptar la misión de servir a los demás. “La inseguridad y una personalidad introvertida no son las características convenientes para la completa y libre aceptación de los demás, ni para la identificación con sus problemas y necesidades. Los psicólogos han descubierto que los que están demasiado absortos en sus propios problemas son incapaces de preocuparse por los problemas de los demás”.[16]

El líder cristiano podría decirle a su gente: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:14, 15).

El líder cristiano decide “servir por encima de su propio interés”[17] y pondrá en práctica la amonestación de Pedro: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5:2, 3).

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Director de Estudios Religiosos de la Universidad Griggs, Silver Spring, Maryland, Estados Unidos.


Referencias

[1] Norman Shawchuck y Roger Heuser, Leading the Congregation |Cómo dirigir la congregación) (Nashville: Abingdon Press, 1993), pp. 111, 56.

[2] James Lundy, Lead, Follow or Get Out of the Way [ Dirije, sigue o ponte a un lado] (San Diego: Pfeiffer & Co., 1993), p. 92.

[3]  Weldon Crossland, Better Leaders for Your Church [Mejores líderes para su iglesia[ (Nueva York: Abingdon Press, 1955), p. 14.

[4] Michael J. Anthony, The Effective Church Board |La junta de iglesia eficaz] (Grand Rapids, Michigan: Baker Books, 1993), p. 135.

[5] Ted. W. Engstrom, The Making of a Christian Leader |La formación de un líder cristiano] (Grand Rapids: Zondervan, 1976), p. 71.

[6]  Ordvvay Tead, Democratic Administration {Una administración democrática] (Nueva York: Association Press, 1945), pp. 58, 59.

[7] T. V. Smith, The democratic Way of Life [El estilo de vida democrático] (Chicago: Imprenta de la Universidad de Chicago, 1936), cap. 6.

[8]  Engstrom, Ibíd., p. 174.

[9] ’ E. Y. Mullins, The Axioms of Religion [Los axiomas de la religión] (Nashville: Broadman & Holman Editores, 1997), p. 66.

[10]  John R. W. Stott, One People [Un pueblo] (Downefs Grove: InterVarsity Press, 1971), p. 33.

[11]  Vanee Packard, The Pyramid Climbers [Los escaladores de pirámides] (Nueva York: McGraw Bill, 1962), p. 170.

[12]  Andrew W. Blackwood, Pastoral Leadership [Liderazgo pastoral] (Nueva York: Abingdon-Cokesbury Press, 1949), pp. 16-19.

[13]  James M. Kouzes y Barry Z. Posner, The Leadership Challenge [El desafío del liderazgo] (San Francisco: Jossey-Bass, Editores, 1987), p. 131.

[14]  Elena G. de White, Manuscritos liberados (09/12/1881) (Silver Spring, Maryland, Estados Unidos: fideicomisarios de Elena de White), 10 38-40.

[15] Kouzas y Posner, Credibility [Credibilidad] (San Francisco: Jossey-Bass, Editores, 1993), p. 56.

[16] Franklyn S. Halman, Ph. D., Group Leadership and Democratic Action [Liderazgo de grupo y acción democrática] (Boston: Houghton Mifllin Co 1950), p. 115.

[17] Peter Block, Stewardship [Mayordomía] (San Francisco: Berrett Koehler editores, 1993), p 49.