Es necesario que el pastor conozca los secretos de la adolescencia.

Había llegado la última noche del campamento. Los jóvenes se estaban preparando para descansar. Sentado junto a la fogata medio apagada, y mientras pensaba en lo que significaría ese fin de semana para los jóvenes participantes, el pastor se sorprendió por la presencia de un muchacho.

“Quiero hablar con usted”, dijo el joven. El pastor le señaló una silla, y el muchacho trató de hablar pero no pudo. La voz se le quebró, bajó la vista y comenzó a llorar. Tenía 17 años y mucha vitalidad. Había sido uno de los jóvenes más dinámicos del campamento. El pastor le puso la mano sobre el hombro y esperó hasta que se calmó.

Después de algunos momentos el joven logró contar su historia de luchas contra el pecado y algunos vicios, aunque había nacido en un hogar cristiano. El pastor se dio cuenta de que necesitaba de la ayuda de Dios y del apoyo de un consejero, y se dispuso a desempeñar ese papel de la mejor manera posible.

Sobre el pastor descansa la gran responsabilidad de conocer a los jóvenes, principalmente a los adolescentes. En esa etapa de la vida tienen más problemas como consecuencia de las transformaciones que ocurren en su desarrollo. Se necesita tiempo para que el pastor conozca su verdadero comportamiento. Es necesario convivir con ellos y, en esa convivencia, ganar su confianza para mantener un diálogo franco y una amistad que les ayudará mucho a solucionar sus problemas.

A los jóvenes les gusta conversar, y están siempre dispuestos a abrir su corazón lleno de dudas y temores para tener una conversación franca y sincera. Por eso, es sumamente necesario que el líder que trabaja con los jóvenes conozca bien los secretos de la adolescencia.

La adolescencia

Según el diccionario, la adolescencia es el período de la vida en el que la persona pasa de la niñez a la juventud. Es una época de desarrollo físico y psíquico que tiene como meta la madurez del individuo. Es una etapa intermedia, y en esto reside el problema. Al adolescente no se lo acepta como niño, pero tampoco como adulto. Por eso, a veces se siente discriminado. En esas circunstancias surgen la rebeldía, los problemas, la adicción a los vicios y a la delincuencia, actitudes que serían maneras de huir de la realidad.

El adolescente está seguro de que ya dejó de ser niño, pero al mismo tiempo sospecha que no ha llegado a la plenitud de la virilidad o la femineidad. Por más que no quiera admitirlo, todavía no llegó a la plenitud y, para su pesar, lo sabe. Sin embargo, la adolescencia es una época decisiva de la vida, porque en esa etapa la persona se encuentra en los límites de muchas oportunidades.

Durante la infancia los niños no tienen problemas; después de todo, sólo les interesan sus juegos y crecen sin darse cuenta. El desarrollo infantil tiene que ver más con los fundamentos que se ponen entonces como base para toda la vida, tales como la salud, el ajuste social, la capacidad mental, los ideales religiosos, etc. Ese desarrollo se lleva a cabo paso a paso, de tal manera que el niño no se da mucha cuenta de ello.

En la pubertad las transformaciones fisiológicas son mucho más importantes. La madurez de las glándulas y los órganos, el cambio del tono de voz, y otras transformaciones, todo indica que el joven está entrando en una nueva etapa de la vida. Ciertos hábitos y costumbres se modifican, aunque el adolescente no pierda su identidad. Esas transformaciones modifican casi todos los aspectos de la personalidad.

La adolescencia es la edad por excelencia cuando las verdaderas vías de la existencia se abren delante de los jóvenes. Pero ese período maravilloso, que los niños desean ardientemente alcanzar y que los jóvenes querrían que durara para siempre, es en realidad efímero, pues dura a lo sumo cinco años. Por eso se lo debe vivir intensamente y con perfecto conocimiento.

Los jóvenes deben pensar sobre todo en las bases físicas sobre las que van a edificar su vida, sin olvidarse de que en determinados momentos tendrán que hacer un gran esfuerzo para alcanzar ciertos objetivos. Esas bases son una buena alimentación, huir de los vicios y una diaria comunión con Dios.

Intereses ampliados

El análisis de la vida de un adolescente nos permite llegar a cuatro conclusiones:

La primera es que se profundizan las amistades, que en la infancia se limitaban a unos pocos amigos del mismo sexo. Las emociones alcanzan una profundidad desconocida. Esas emociones, que ahora se despiertan, producen las tensiones tan conocidas en esa edad. Los cambios de temperamento, del júbilo a la depresión, y las explosiones de mal genio son imprevisibles, porque el adolescente está aprendiendo a vivir. No le preguntemos por qué hace lo que hace, porque él mismo no sabría responder, ni comprende tampoco sus emociones inesperadas.

En segundo lugar, los intereses religiosos se amplían. El adolescente desarrolla una reverencia más profunda, y halla satisfacción en la comunión con Dios. Los símbolos de la iglesia, las tradiciones y la camaradería se vuelven importantes y misteriosamente atrayentes.

La tercera conclusión es que en el adolescente aumenta el interés por lo intelectual. Tiene su propia mente y quiere usarla. El centro de la autoridad pasa de las órdenes provenientes del exterior a las propias exigencias. En esa etapa hay una sed de conocimiento tanto secular como religioso.

Finalmente, los objetivos de la vida se amplían. Los de la infancia son temporales. El adolescente tiene otros objetivos. Cree que debe economizar para el futuro, comienza a observar las cosas como nunca lo había hecho antes, y esa observación, hecha con responsabilidad, contribuye a que logre la madurez, para llegar a conclusiones más sólidas.

Al llegar a este punto en nuestras consideraciones, sólo nos falta reflexionar, como pastores, en cuanto a cómo podemos ayudar a los adolescentes en esa etapa tan compleja de la vida, contribuyendo a que se afirmen en su fe religiosa y se fijen altos ideales por los cuales luchar. Recordemos que “el que coopera con el propósito divino para impartir a los jóvenes un conocimiento de Dios, y modelar el carácter en armonía con el suyo, hace una obra noble y eleva da” (La educación, p. 19).

Sobre el autor: Pastor en la Asociación Paulista del Oeste, Sao Paulo, Rep. Del Brasil