Necesitamos pastores que sean capaces de hablar a nuestra mente, pero también a nuestro corazón. Y que sus palabras sean la expresión de su experiencia con Cristo.

Antes de ser arrebatado por Dios, de acuerdo con el relato de 2 Reyes 2:1 al 10, Elias decidió confirmar a Elíseo como pastor de Israel y lo hizo pasar por una especie de curso de posgrado, y después por una unción. Lo llevó primero a Bet-el, a continuación a Jericó y por último al Jordán. Bet-el, según Jacob, quiere decir casa de Dios y puerta del Cielo. Es la columna que da testimonio de la consagración de Jacob por medio de un voto y una alianza. Bet-el es símbolo de la comunión con Dios. En Bet-el Elíseo aprendió a orar, a depender de Dios en todo aspecto y a vaciarse de su propio yo. Se puso en manos de Dios y decidió hacer sólo su voluntad.

En el lugar donde estaba Jericó, los arqueólogos Relso y Pritchard descubrieron una ciudad suntuosa, que ponía en evidencia una intensa vida social, donde ciertamente se valoraban los usos y las costumbres, con una singular conducta social. Jericó era también un centro comercial y financiero, donde se desarrollaban negocios, y desde donde se administraban empresas. En Jericó Elíseo aprendió a administrar la iglesia, a resolver sus problemas, a aconsejar a los hermanos, a planificar su misión y a entrenar a los miembros para el servicio. Allí Elíseo aprendió a ser un caballero, con gestos y actitudes nobles, maneras educadas de hablar y comportarse; aprendió a entrar y a salir.

El Jordán es un río simbólico, un curso de aguas que tiene origen y destino, un designio y una función, que fertiliza sus márgenes y orienta al viajero que está buscando el camino mejor. En Isaías 43:20 se nos dice que Dios hará brotar ríos en los lugares yermos, para dar de beber a su pueblo. En el Jordán Elíseo confirmó su teología, y la desarrolló para predicarla y enseñarla bien, para conducir a la gente a los pies de Jesucristo.

Bet-el forma al siervo de Dios, Jericó lo convierte en pastor de iglesia, el Jordán gradúa al teólogo. El manto de Elías, que cayó sobre Elíseo, fue su unción para el ministerio, un ministerio poderoso, lleno de sabiduría y paz.

En concordancia con esto, la iglesia ve al pastor desde varios puntos de vista: el religioso, el social y el administrativo.

El punto de vista religioso

Desde el punto de vista religioso, el pastor interpreta el evangelio, y por eso es tan observado. Se espera que los ideales del cristianismo aparezcan en la vida del pastor, y él sabe cómo hacerlos relucir. Como ser humano, el pastor no es perfecto. Pero el miembro necesita un modelo humano con el que comparar su vida. El pastor es la referencia a la que más acude. La declaración “por sus frutos los conoceréis” obliga al pastor a pagar muchas cuentas. Sabemos que la coherencia de la vida cristiana puede ser una farsa, pero la hipocresía no resiste la prueba del tiempo. Tarde o temprano cae la máscara, con daño para el pastor y la iglesia.

Como la religión es un asunto del fuero interno, no es fácil determinar la sinceridad de un pastor, porque lo protege un aura de santidad que inhibe y diluye las dudas y las acusaciones. Hay, ciertamente, una inhibición cultural que lo resguarda, puesto que el miembro de iglesia no quiere que se lo tilde de “extender la mano contra el ungido del Señor” Pero hay excepciones. Es necesario, entonces, que el seminario desarrolle mecanismos que ayuden al estudiante a descubrir sus puntos débiles, para corregirlos. En este aspecto el profesor debe ser maestro y observador, relacionándose constantemente con el estudiante, pues esta es la única manera de penetrar en su realidad interior. Si el profesor está motivado por el amor, le hará un favor incalculable al futuro pastor.

El punto de vista religioso trae al pastor de regreso a sus orígenes. ¿Qué lo define? ¿Cuál es el aspecto más importante de su misión? Creo que la mayoría respondería: la alimentación espiritual de la iglesia, el entrenamiento de los miembros y una vida de oración. No hay duda de que la mejor recomendación de un pastor es un miembro capaz de hacer la obra, que cree en la iglesia y que la defiende; que ve al pastor como un siervo de Dios. Eso le exige valor al ministro, y una fe extraordinaria para mantener esa imagen y ampliarla.

La tentación de conquistar aplausos y admiración es muy grande para el pastor, lo que se lograría por medio de actividades que satisfagan las inclinaciones estéticas y las exigencias culturales de la iglesia. El esfuerzo que se hace para adornar la iglesia, por ejemplo, o para preparar la música, los recursos audiovisuales y el orden de los muebles; la preocupación por la buena calidad de los programas y de los oradores, como también el orden y la puntualidad, todo eso tiene su lugar, pero no reemplaza la esencia de la función pastoral.

Preparar a los miembros y lograr que se comprometan seriamente con Cristo y con la iglesia sigue siendo el camino para que el pastor crezca. Perder de vista eso equivale a desviarse de la misión y promover la división de la iglesia en dos grupos: productores y clientes. Los productores transpiran para ofrecerle a los clientes los mejores productos, que ellos apenas ven, oyen, aplauden o critican.

La iglesia siempre necesitará una buena dosis de la receta de Isaías 28:13: “La palabra, pues, de Jehová les será mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”. La filosofía teológica ejerce muy poca influencia, porque no aparece demasiado en los sermones y no se la repite mucho tampoco.

Es propio de nuestra cultura no querer oír dos veces el mismo sermón. De acuerdo con Filipenses 3:1, Pablo no creía en eso y repetía sus escritos. Creo que una serie de sermones inspirados, que abarque los aspectos importantes de la vida cristiana, se debería repetir, porque una gran necesidad de la iglesia es disponer de herramientas para luchar contra la tentación, el pecado y las tendencias del mundo actual. Incluso en las iglesias cuyo nivel social se considera bueno, la desinformación es evidente, y muchos miembros se orientan por lo que piensan y encuentran.

Tenemos algunas paradojas en nuestras iglesias: los miembros que gustan de hablar del origen del pecado, pero que son incapaces de verlo en sus propias vidas; que discuten el conflicto que existe entre la creación y la evolución, pero que no tienen un fundamento sólido para guardar el sábado; que reconocen la necesidad del Espíritu Santo y oran por él, pero que no logran discernir la verdadera obra del Espíritu. Este problema, mencionado en Hebreos 5:12, existe hoy. Tenemos la tendencia a creer que los miembros se molestan cuando enseñamos doctrinas, o que no es necesario hacerlo.

Me gusta ver a un pastor que no hace acepción de personas, que es firme en mantener las normas de la iglesia, que predica sermones para adultos, pero que los jóvenes también entienden; que conoce muy bien su teología, al punto de disipar mis dudas de manera convincente; que prepara y equipa a los miembros para el cumplimiento de la misión, y que desea que sus ovejas sepan por qué son adventistas. Eso es hacer discípulos, y Jesús mandó que se los hiciera. Si los seminarios gradúan pastores sin esas características, las iglesias reflejarán las mismas deficiencias, y los miembros se ajustarán a la ley del menor esfuerzo.

El punto de vista social

El punto de vista social es importante, y en este altar se ha sacrificado a muchos pastores. En este contexto deseo analizar tres puntos: la adopción, el rechazo y la adaptación del pastor. Este debe ser confiable si ha de merecer confianza, y esta es la base de su adopción por parte de la iglesia. El proceso de la adopción se desarrolla en tres etapas: en la primera se recibe al pastor de manera formal, sufre un intenso escrutinio, se lo observa desde todos los ángulos y los miembros lo llaman “pastor de la iglesia”.

En la segunda etapa la iglesia verifica que la influencia del pastor es decisiva para la solución de problemas; que concuerda con lo que se espera de él, y entonces pasan a llamarlo “nuestro pastor”

En la tercera, el nivel de confianza permite las consultas personales; el pastor tiene acceso a confidencias y se le otorga el título más deseado de todos: “mi pastor” La iglesia que adopta un pastor es feliz y sufre cuando él se va.

El síndrome del rechazo se puede descubrir por las señales del aislamiento, las críticas, la condenación y la conspiración para su sustitución. El aislamiento es un proceso largo y doloroso, y revela la formación de una “hermandad del silencio”. Las conversaciones son formales y giran en torno de los problemas de la iglesia. No descienden al nivel de lo personal. En apariencias no se desea sobrecargar al pastor, y se procede a economizarlo con el propósito de impedir su participación en las decisiones de la vida de la iglesia. La vida vegetativa de la iglesia continúa perteneciéndole al pastor, porque es la mayor fuente de quejas y reclamos, producidos por nombramientos y renuncias, admisiones y dimisiones, comisiones y votaciones.

Las críticas tienen por objeto socavar el prestigio del pastor. Las conversaciones hechas al oído, inteligentes, bien fundamentadas, minan el respeto y la admiración que merece el pastor, y que necesita para desempeñarse bien. Él debe tener un amigo que la mayoría acepte bien, y que sea su consejero para alertarlo en cuanto a las repercusiones de sus actos. El colega que lo precedió lo puede ayudar en este sentido, y el seminario le puede informar acerca de los aspectos más sensibles de la iglesia que, con facilidad, generan críticas. En este punto podemos mencionar a los eruditos que anotan los errores gramaticales o doctrinales; las maestras de la escuela primaria que se quejan por la falta de asistencia pastoral y la escasez de materiales; los diáconos, siempre en la mira de las madres, y que critican al pastor por causa de sus hijos y por la falta de reverencia en las reuniones.

La insatisfacción del miembro de iglesia encuentra en el pastor su chivo expiatorio: “No me eligieron”, “no se me consultó”, “no se me informó”, son quejas frecuentes. Como el pastor es la fidedigna fuente de información y es la máxima autoridad, se lo debe orientar para que se ubique correcta y aceptablemente en la iglesia. El exacto conocimiento de las normas de la iglesia es, en general, el mejor argumento, y ese conocimiento se debe actualizar constantemente. Si así no ocurre, el pastor puede ser víctima de sus propias decisiones. De ahí la ventaja de conversar con todos los miembros, lo que le da al pastor una visión panorámica y no parcializada. También es ventajoso que conserve su independencia: no debe contraer compromisos que podrían cercenar su libertad.

La conspiración para sustituirlo puede ser ostensible o disimulada, y es una extensión del aislamiento. Cuando el pastor llega al punto en el que su posición es insostenible, debe recurrir a dos armas poderosas: la oración y la junta de la iglesia. La oración le revelará sus errores y la manera de corregirlos. La junta le dará la oportunidad de contraatacar, de acuerdo con una estrategia bien estudiada y calculada, para que la iglesia enfrente la realidad. Para que eso suceda, es necesario que la junta tome un voto de fidelidad al Manual de la iglesia. Si eso sucede, y si el pastor es sabio, terminará llevando a la iglesia a una semana de reavivamiento, con Santa Cena incluida, y a una reunión administrativa en la que las necesidades de la congregación se expongan con claridad y con la debida documentación. La conspiración abortará, y los miembros reconocerán que habían tomado decisiones precipitadas.

El pastor debe ser correcto como hombre y como dirigente. Se espera que sea cortés, que sepa comportarse en una recepción, que esté bien vestido, tenga una voz educada, hable correctamente y sea discreto. Esos aspectos contribuyen al éxito del pastor y deberían recibir más atención de los seminarios. Se debería preparar al futuro pastor para que sepa cómo comparecer delante de las autoridades civiles y religiosas, con la responsabilidad de representar a la iglesia y dejar una impresión positiva. También se debería trabajar con él para que adquiera correctos hábitos de comportamiento en la mesa, y debería recibir orientación autorizada en cuanto a su ropa, las combinaciones de colores, el corte de sus cabellos, etc.

El idioma es la herramienta del pastor, y para ser eficiente debe dominar la gramática. Para una persona exigente, un simple barbarismo puede destruir la buena influencia del sermón.

La calidad del pastor como líder se resume en saber relacionarse. Alguien ya dijo que entre el ochenta y el noventa por ciento del tiempo el pastor se dedica a su relación con los seres humanos. Al seminario le corresponde darle al futuro pastor una sólida formación en el aspecto de las relaciones humanas, para que consiga un grupo de voluntarios que se ponga a trabajar, dando su tiempo, su energía, sus dones y sus bienes, y que le prohíba al pastor hacer lo que ellos pueden hacer.

Lina formación eminentemente teórica produce teólogos, no líderes. Necesitamos pastores que sepan hablar a nuestra mente y también a nuestro corazón, que sus palabras sean la expresión de su experiencia con Cristo. Ese objetivo debe saturar la índole de todos nuestros recursos formativos, para que el formar pastores y miembros, sin limitarnos a informar, podamos eliminar esa imagen del rebaño sin pastor.

El punto de vista administrativo

Los negocios de la iglesia se deben tratar con mano de hierro y guantes de seda. La mano de hierro, por cierto, sabe esperar, ser cortés, y sabe darle valor al ser humano, pero no sabe pasar por encima de las normas de la iglesia. Es paciente, pero no cobarde. El pastor debe desarrollar perspicacia para descubrir el meollo del asunto, porque si lo seducen los aspectos periféricos, se lo podrá manipular. Cuando la iglesia verifica que el pastor tiene ese don, le saca de las manos muchos problemas, porque trata de ajustarse al Manual de la iglesia.

El pastor es el principal responsable de la salud financiera de la iglesia, y eso implica decirle no muchas veces a los directores de departamentos. Decir “no” sin que la gente se ofenda es un arte que implica capacidad y una buena disposición para defender el presupuesto. La misma gerencia financiera del seminario podría llevar sus asientos al aula, y discutir sus decisiones y sus planes con los que se están por graduar.

En la medida en que la iglesia copia al mundo en sus usos y costumbres, cuando nuestras posiciones tradicionales se vuelven inadecuadas para satisfacer las necesidades de las nuevas generaciones, como consecuencia de la avalancha de observaciones que se hacen acerca de qué es esencial y qué es accesorio, lo que pone en acción a las mentes más brillantes de nuestras reservas culturales, es imperioso que nuestros seminarios dediquen mucho espacio a los “cómo” y no sólo a los “porqués”.

La razón de esto es que el miembro no siempre encuentra líneas divisorias bien definidas entre lo correcto y lo incorrecto, como por ejemplo trabajar el sábado para facilitar las actividades religiosas, usar música popular para atraer a los jóvenes, dar mucho énfasis a la forma, favoreciendo así el elitismo e inhibiendo a los menos capaces, etc.

Como consecuencia de esto, enviar a un pastor nuevo para que enfrente esta realidad sin entrenarlo ni orientarlo adecuadamente, es una seria amenaza para su éxito profesional, y lo puede hacer dudar de su vocación. Calmar la conciencia con la idea de que siempre habrá un remanente qué no aceptará el secularismo, el liberalismo y el legalismo equivale a condenar a un buen número de hermanos a la ignorancia y la indiferencia. Hacerse cargo de la conducción de una iglesia sin tener una visión de su vida religiosa y administrativa, sin saber dirigir una junta y sin tener respuestas para las más sencillas inquietudes de los miembros es una invitación al descreimiento y a la pequeñez.

Sobre el autor: Médico, anciano de la iglesia de Barra de Tijuca, Rio de Janeiro, Rep. Del Brasil.