La profecía bíblica y la evangelización no son incompatibles, sino complementarias. La proclamación profética es proclamación evangélica, y viceversa.

Por lo común, en las campanas de evangelización se presentan las profecías bíblicas, especialmente las apocalípticas. Se lo hace con la convicción de que son tan importantes y necesarias como cualquier otro tema. Si consideramos que una serie de conferencias tiene como especial objetivo proporcionar a los asistentes un conocimiento bíblico que los impulse a tener una genuina experiencia de conversión, ¿cuál es la importancia de las profecías en este proceso? ¿Con qué base se puede sostener que las profecías y la evangelización son compatibles, al punto de que las primeras se integren plenamente en el temario de la segunda?

La respuesta a estas preguntas es de una naturaleza más bien compleja, y depende esencialmente de qué concepto tenemos de estos dos elementos. La evangelización y la profecía bíblica se pueden definir de forma tan equivocada que poca relación se podría descubrir entre ambas. Pero cuando se las comprende bien, aparecen como consistentes y solidarias, recíprocamente dependientes y equivalentes. En efecto, la proclamación del evangelio es esencialmente profética y viceversa.

Qué es la evangelización

Los diccionarios definen el verbo evangelizar como “predicar el evangelio”,[1] “instruir en el evangelio, convertir al cristianismo”.[2] La evangelización es “el celoso esfuerzo de diseminar el evangelio, como es el caso en las reuniones de reavivamiento”.[3] El término tiene un sentido sumamente positivo. Es una palabra que se deriva de las expresiones griegas eu (bien, bueno) y agelion (noticia, mensaje). Por lo tanto, evangelio significa “buenas nuevas”; y el evangelista es el que las anuncia. Esta palabra también tiene origen griego. En ese idioma es evaggelistés; deriva de aggelos, que significa mensajero.

En los tiempos apostólicos los evangelistas, a diferencia de los ancianos y los pastores, no tenían un lugar fijo para trabajar. Eran itinerantes y “predicaban a todos los que todavía no sabían nada acerca de la salvación en Cristo”.[4]

Estas observaciones armonizan con el concepto bíblico acerca de que evangelizar significa dar testimonio en favor de Cristo y anunciarlo como Salvador, con todas las implicaciones que abarca ese hecho, incluso la reacción humana, que culmina con el bautismo y una vida totalmente entregada a Cristo y a los intereses de su iglesia. Para el conocido evangelista Billy Graham, “la evangelización abarca todos los esfuerzos que se hacen para proclamar las buenas nuevas de Jesucristo, con el objeto de que las personas entiendan el ofrecimiento divino de salvación, tengan fe y se conviertan en discípulos”.[5]

El OBJETIVO

El bautismo no es, sin embargo, el principal objetivo de la evangelización. Como lo dijo Pablo: “No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio” (1 Cor. 1:17). Es evidente que el apóstol no veía ningún conflicto entre la predicación y el bautismo. Sabía perfectamente que el que creyera y fuera bautizado sería salvo (Mar. 16:16). Él mismo había sido bautizado cuando creyó, y bautizó a muchos de aquellos por quienes había trabajado.

Pero el apóstol no hacía del bautismo el motivo de su ministerio. “Pablo anhelaba que sólo Cristo fuera ensalzado, y que los hombres y las mujeres fueran ganados para él. Por lo tanto, destacó que su principal propósito no era bautizar, sino persuadir a las personas a que se entregaran al Salvador… Declaraba que su obra era hacer conocer a todos la alegre nueva de la salvación, y llamarlos al arrepentimiento y a la fe en Jesús”.[6]

Para él, en la evangelización no se trataba de convencer a la gente para que se bautizara, sino para que sus oyentes aceptaran a Cristo. Cuando eso sucedía, la confirmación pública de esa aceptación era la administración del bautismo. El blanco de la evangelización apostólica era, en efecto, que sólo se bautizaran los que habían hecho de Cristo el supremo Señor de sus vidas. El bautismo sin la consolidación de esa experiencia era totalmente descartable, puesto que era inútil.

La evangelización, por lo tanto, es más que un mero proceso de adoctrinamiento; no es sólo proselitismo, y no es en absoluto un “lavado de cerebro” Es, en primer lugar, lograr que en la vida de alguien “Cristo suceda”. Es lograr que los sucesos del Calvario y de la tumba de José de Arimatea, como resultado de la operación del mismo Espíritu que los hizo acontecer en la historia, los haga acontecer en las vidas humanas.

El VALOR DE LA ESTRATEGIA

¿Es posible que se deba procurar el ideal apostólico en los días actuales, en un mundo tan lleno de tecnología? Sí, porque la necesidad del pecador sigue siendo la misma, intensificada ahora por la falta de tiempo. Lo que Dios ofrece para satisfacer esa necesidad sigue siendo el evangelio. Y la iglesia remanente necesita destacarse en la presentación de Cristo. “Los adventistas del séptimo día deberían destacarse, entre todos los que profesan ser cristianos, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo”.[7] Como ocurría con los predicadores primitivos: “Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo, Cristo que va a volver, debe enternecer, alegrar y llenar de tal manera la mente del predicador que sea capaz de presentar estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. Entonces el predicador se perderá de vista, y Jesús quedará manifiesto”.[8]

“Sea la ciencia de la salvación el centro de cada sermón, el tema de todo canto. Derrámese en toda suplica. No pongáis nada en vuestra predicación como reemplazo de Cristo, la sabiduría y el poder de Dios. Enalteced la Palabra de vida, presentando a Jesús como la esperanza del penitente y la fortaleza de cada creyente”.[9]

El medio más eficaz para inducir a la gente a perder la ilusión de las atracciones del mundo es lograr que su atención se concentre en Jesús, el único que satisface todas las ansias del alma. “Con el fin de enseñar a los hombres y las mujeres el poco valor de las cosas terrenales, debéis conducirlos a la Fuente viva y llevarlos a beber de Cristo, hasta que sus corazones estén llenos con el amor de Dios y Cristo sea en ellos una Fuente de agua que salte para vida eterna”.[10]

La proclamación que tiene a Cristo como centro induce al evangelista a dirigirse al corazón, la mente y el raciocinio de sus oyentes. En efecto, sólo de esta manera podrá evangelizar. “El predicador no habrá terminado su obra antes de haber hecho comprender a sus oyentes la necesidad de un cambio de corazón”.[11]

Hacer de la transformación del corazón el objetivo de la predicación es la tarea del que enseña la Biblia, porque sólo por medio de ella la gente evangelizada entenderá cuál es la voluntad de Dios para ella. Por eso, el total adoctrinamiento es parte integral del proceso de la evangelización, pero los temas doctrinales y de índole ética sólo los asimilarán adecuadamente y de forma genuina los que le entreguen la vida a Jesús. Por esa razón el predicador, al seguir el ejemplo de Cristo, tratará de alcanzar el corazón.

Cuando alguien abre su corazón para recibir al Salvador, su aceptación de las doctrinas es un asunto que ya está resuelto. El secreto sigue siendo la exaltación de Cristo, porque “cuando el corazón está convertido, todo lo que no esté en armonía con la Palabra de Dios se eliminará”.[12] Las doctrinas aparecerán como expresión de la voluntad de Cristo, de su inefable carácter. Por eso, las doctrinas siempre deben estar vinculadas con el Calvario. “El sacrificio de Cristo como expiación por el pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la Cruz del Calvario”.[13]

Significado y naturaleza de la profecía

Una vez establecido el concepto bíblico de evangelización, determinaremos la naturaleza y el significado de la profecía bíblica para ver de qué manera se combinan entre sí.

Un atento análisis del asunto nos indica que la profecía bíblica es mucho más que el simple anuncio de cosas que deben suceder en el futuro. Por cierto, hay algo de predicción en el mensaje profético, pero tiene que ver con el significado más amplio y trascendente de la profecía.

La profecía bíblica es una providencia divina frente a una situación específica: la condición pecaminosa del hombre y su necesidad de salvación. Fue el medio que Dios eligió para revelar a los pecadores el plan de redención, e invitarlos a aceptarlo. Por eso la profecía y la evangelización van de la mano, puesto que desarrollan el mismo tema.

La Biblia es el fruto del don profético. La revelación divina hecha al hombre por medio del ministerio de los profetas, que eran “los santos hombres de Dios [que] hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21). Sus dichos y sus escritos proporcionaron el material que constituye los testamentos Antiguo y Nuevo. En otras palabras, es profético no sólo lo que predice el porvenir en la Biblia, sino también todo lo que ella contiene.

Todo lo que encontramos en la Biblia es de valor inconmensurable para la edificación espiritual del pueblo de Dios. Como lo dice Mac Rae: “Todo lo que Dios hizo y que está incluido en la Biblia es de verdadera importancia para su pueblo a lo largo de las edades”.[14] Puesto que el objetivo de la evangelización consiste en darle crecimiento a la iglesia, es evidente que la evangelización y la profecía coinciden en esto.

El tema central de la profecía es el mismo que cualquier otro material bíblico. También lo es el tema de la Biblia en su totalidad. Los temas proféticos que se abordan en la evangelización, por lo tanto, tienen el mismo grado de importancia que cualquier otro, por ser tan bíblicos como los demás. Si toda la Biblia es de naturaleza profética, entonces todo lo que se refiere a la evangelización implica una dimensión profética.

Observamos en las Páginas Sagradas la actitud de Dios frente al dilema del pecado. Nos dejan seguros de que Dios controla todo, y que al final el pecado será “como si nunca hubiera sido”. El plan de salvación es el gran tema de la Biblia. Lo que sucede en el transcurso de los siglos para que ese plan se lleve a cabo es el contenido esencial de la profecía y de todo lo que nos ofrece la Biblia. Y, ¿no es también el tema de toda verdadera evangelización?

Lo que encontramos en la Biblia implica acción divina, revelación, orden y misión, precisamente lo que define la sustancia, el origen, la naturaleza y lo imprescindible del modus operandi de la evangelización. Encuentra su razón de ser en la encarnación y deriva en la comisión misionera que Jesús le dio a la iglesia (Mat. 28:19). En vista de lo que sucedió en la cruz, la iglesia se ve obligada a cumplir su misión (2 Cor. 5:14-20), y el que ha sido llamado como evangelista se verá dominado, como dice Elbio Pereyra, por “un fuego interior. La llama divina que lo inflama no es otra cosa que su mensaje. Por las calles y en las plazas, ante el pueblo, en concentraciones o ante los individuos que lo requieran, el profeta tiene que dar su mensaje a fin de sentirse en paz y realizado en su misión”.[15]

Portavoz y testigo

Eso ocurría en el pasado precisamente con el nabi, término hebreo que significa portavoz de Dios (Deut. 18:18). A Moisés, que adujo que le costaba hablar, Dios permitió que su hermano Aarón le sirviera de profeta, es decir, su nabi delante de Faraón (Éxo. 4:15, 16; 7:1). Jeremías, que alegó lo mismo, recibió la seguridad de parte de Dios de que las palabras divinas serían puestas en su boca (Jer. 1:5-9). Se lo consideraría la boca de Dios (Jer. 15:19). Los traductores de la Septuaginta vertieron la palabra nabi por prophetés, palabra que se usa a menudo en el Nuevo Testamento para referirse a los profetas tanto de la dispensación antigua como de la nueva.

Por lo tanto, nabi, más que un simple pronosticados era por sobre todo un exhortador, lo que condice con la naturaleza de la profecía bíblica. De acuerdo con Hechos 4:36, barnabi, es decir, Bernabé, significa “hijo de la exhortación o consolación” El término seguramente deriva del acadio nabu, que significa “hablar”, del árabe naba’a, que significa “anunciar”. Si cada evangelista es un exhortador, entonces potencialmente es un nabi, y cada nabi es un evangelista, si tomamos en cuenta que la profecía tiene en el plan de redención precisamente esa función esencial.

O, como observa Rubén Pereyra: “El predicador debe ser una mezcla de profeta apocalíptico y mensajero evangélico; o de Juan el Bautista y Juan el evangelista. Debe hablar del Dios que es fuego consumidor y del que es amor; debe reprender y a la vez dar esperanza; castigar y echar aceite sobre las heridas; hablar de la destrucción en el día del ajuste de cuentas y del bálsamo sanador que emana de la cruz de Cristo; de “la bondad y la severidad de Dios” (Rom. 11:22)”.[16]

Por lo tanto, la evangelización es pura dinámica, y el evangelio no se puede presentar como si fuera sólo una teoría. El evangelista es un testigo (Hech. 1:8), llamado para hablar de hechos históricos precisos, decisivos (Luc. 24:46-48), y definidos como actos divinos que revolucionaron su propia vida. No es tanto poseedor de la Palabra, sino poseído por la Palabra. El auténtico evangelista proclama esos hechos y demuestra, mediante su propio ejemplo, que afectan las vidas humanas.

Así, en su dinámica, la profecía bíblica y la evangelización tienen que ver ante todo con los actos salvadores de Dios. “De mi boca salió; lo publiqué, lo hice pronto, y fue realidad” (Isa. 48:3). “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amos 3:7). En última instancia, el secreto de Dios no es otra cosa sino el evangelio, el “misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora… por las Escrituras de los profetas” (Rom. 16:25, 26). La referencia profética al futuro es apropiada, porque este un día se convertirá en historia; y esta a su vez es el escenario de la acción divina aplicada al plan de redención. La soberanía de Dios sobre la historia está presente en las predicciones de la profecía. “Puesto que Dios controla todas las cosas y conoce el futuro, sería extraño que su mensaje no diera indicios de que él está a cargo de todo”.[17]

Razones para predicar

Siete razones básicas nos inducen a considerar que la predicación de las profecías en algo importante y necesario:

1. El más grande de los evangelistas lo hizo, desde el comienzo de su ministerio en Galilea, con expresiones como: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mar. 1:15). Jesús anunció lo que estaba escrito “en la ley, los profetas y los salmos” Basó su sermón profético escatológico en las profecías de Daniel, se refirió a lo que sucedería en Jerusalén, y exhortó a sus discípulos diciendo: “El que lee, entienda” (Mat. 24:15).

2. Jesús y su obra expiatoria constituyen el tema básico de la profecía. Tanto Mateo como Juan aclaran que el ministerio terrenal del Señor y su muerte de cruz, seguida de la resurrección, cumplieron varias profecías. El plan de salvación se llevó a cabo de acuerdo con la previsión profética. Un estudio más minucioso de este punto indica que los acontecimientos escatológicos se cumplirán plenamente en la historia, y serán llevados a cabo por Jesucristo.

3. Vivimos en un tiempo solemne, porque casi todas las profecías ya se han cumplido. Es necesario que las profecías cumplidas formen parte del temario de la evangelización, porque nos aseguran que lo poco que falta se cumplirá exactamente y pronto. En efecto, vivimos en el momento áureo del cumplimiento de las profecías: Jesús está por volver.

4. El estudio de las profecías nos permite tener la certidumbre de que Dios completará en la humanidad la buena obra de salvación consumada en Cristo. De esto se desprende la importancia de la exposición, durante las campañas de evangelización, de las profecías apocalípticas, vinculadas con acontecimientos de importancia vital para todos.

5. Las profecías son un tema de interés general. Al considerar la situación en que se encuentra el mundo, muchos sienten que hay algo “en el aire”, fuera de lo común, que está por suceder; pero no saben exactamente de qué se trata. Algunos se encuentran en estado de pánico, sin tener la más mínima noción de dónde encontrar la solución de sus problemas. Buscan respuestas llamando a puertas equivocadas: Nostradamus, los horóscopos, la hiperdulía, las ideas de la Nueva Era, etc. Millones de evangélicos creen en el dispensacionalismo con sus distorsionadas interpretaciones de las profecías. Otros, especialmente los católicos, se vuelven al preterismo. Es necesario que a todos se los oriente correctamente.

Somos historicistas en cuanto a la interpretación de las profecías. Esta circunstancia nos debería ayudar a convencer a la gente de que no somos arbitrarios al interpretar las profecías: no forzamos el cumplimiento de las profecías. Los reformadores eran historicistas; nosotros somos sus legítimos herederos, y a cada adventista le corresponde de mostrar no sólo que la historia confirma lo que anuncia la profecía; por sobre todo, dejamos que la Biblia “hable” por sí misma.

6. En cada momento de su historia la Iglesia Adventista reconoció el valor del estudio y de las enseñanzas de las profecías. Después de todo, su pasado es profético, ya que surgió en cumplimiento de la profecía. Su presente también es profético, porque la misión que cumple hoy está fundada en la profecía. Finalmente, su futuro es profético, porque Dios la destinó a “los cielos nuevos y la tierra nueva”.

En efecto, la auténtica evangelización no se limita a traer a los pecadores a la experiencia de “un encuentro con Dios”, algo que puede ser muy subjetivo. Es necesario que acepten a Jesús de forma objetiva, es decir, contrayendo con él un compromiso de lealtad. En el contenido de ese compromiso hay una verdad especial para estos días, conocida como “la verdad presente”, que necesitan conocer y abrazar. La iglesia le tiene que comunicar esa verdad presente, si realmente desea cumplir la misión que Dios le asignó.

7. La profecía bíblica y la evangelización no son incompatibles. Se complementan. La proclamación profética es proclamación evangélica, y la proclamación evangélica es proclamación profética. Jesús se refirió a este hecho cuando, después de su resurrección, iluminó el entendimiento de los discípulos al decirles: “Era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas en los salmos… fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Luc. 24:44-47).

La próxima vez que usted dicte una serie de conferencias sobre el arrepentimiento, o cualquier otro tema del evangelio, recuerde que está cumpliendo la profecía.

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Profesor y coordinador del programa doctoral en el Seminario Adventista Latinoamericano de Teología (SALT), Engenheiro Coelho, SP, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Carlos Gispert, José Gay, Jorge Sandiumenge, Diccionario enciclopédico Océano Color (Gavá, Barcelona, España: Litografía Roses, S.A., 1996), art. “Evangelizar”.

[2] Diccionario Webster, 1979, p. 632.

[3] Ibid.

[4] J. D. Davis, Diccionario da Biblia, 1960, p. 214,

[5] ¡Evangelización: qué es!, H.O (septiembre de 1986), p. 19.

[6] Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1996), t. 6, p. 660.

[7] Elena G. de White, Obreros evangélicos (Buenos Aires: ACES, 1971), p. 164.

[8] Ibid., p. 168.

[9] Ibid.

[10] Elena G. de White, El evangelismo (Buenos Aires: ACES, 1975), p. 201.

[11] Obreros evangélicos, p. 167.

[12] El evangelismo, p. 201.

[13] Ibid., p. 142.

[14]  A. MacRae, “Prophets and Prophecy”, The Zondervan Pictorial Encyclopaedia of the Bible “Los profetas y la profecía”, La enciclopedia ilustrada de la Biblia] (Zondervan. Editor: M.C Teney, 1975), t. 4, p. 894.

[15] Eibio Pereyra, “Predicación y ministerio proféticos”, El Ministerio Adventista (noviembre-diciembre, 1976), p. 7.

[16] Rubén Pereyra, “Afirmad las rodillas endebles”, El Ministerio Adventista (mayo-junio 1972), p. 3.

[17] A. MacRae, Ibíd., p. 897.