Parece que no está de moda en nuestros días hablar acerca de la conciencia, por lo menos en su papel tradicional de una autorizada voz moral interior. Hubo un tiempo cuando la voz de la conciencia estaba virtualmente equiparada con la voz de Dios. Se la consideraba como un punto de referencia positivo y casi infalible cuando se trataba de tomar decisiones morales.

Nos imaginamos que la conciencia está ubicada en algún lugar dentro de nosotros, y que posee una perspectiva estratégica y penetrante de nuestro ser interior. Ya que ella nos conoce mejor que nadie, se consideraba que disponía de más autoridad que cualquier otro aspecto de la inteligencia humana. Era algo que merecía respeto, una guía que debía ser más o menos incuestionablemente obedecida.

Hoy, en cambio, cuestionamos la validez de sus conclusiones. Esa casi irreprimible y por demás activa parte de nuestro ser interior ha sido reducida a la condición de una voz más entre muchas otras. Combatida por el posmodernismo, parece que ha perdido su esencia. Incluso entre cristianos, a menudo se la considera como una entidad del espíritu humano que tiene poco que ver con Dios.

Pero ese alter ego nuestro, estratégicamente ubicado, todavía tiene la capacidad de hablar poderosamente dentro de nosotros, aunque en el mundo contemporáneo se nos recuerde constantemente que puede causarnos neurosis productoras de culpas, o psicosis enloquecedoras. La conciencia, después de todo, se presta a la explotación y la manipulación enfermiza.

La verdad es que aunque la conciencia no sea perfecta (porque tampoco nosotros lo somos), intuitivamente conocemos su incalculable valor. No sólo tiene la capacidad de decirnos lo que somos y lo que no somos; también ha sido designada por Dios para ello. Se refiere a nuestros aciertos y nuestros desaciertos pasados, y tiene que ver con nuestro actual cociente de integridad. Con frecuencia la conciencia nos alienta, y algunas veces también nos enfrenta.

A pesar de la profunda incomodidad que a veces nos produce, es crucial para la vida de todos, en especial para los que han sido llamados al ministerio. Da conciencia es la brújula moral del ministro, en la medida en que esté dominada por el Espíritu Santo y esté adecuadamente informada por los oráculos de Dios. La relación que existe entre la Biblia y el Espíritu es vital para la autenticidad, la autoridad y la salud con que nos habla la conciencia.

Todos conocemos el intenso sentimiento de culpa que nos embarga algunas veces cuando nos levantamos para predicar, molestos con el recuerdo de algo mal hecho, o de algo que no hicimos y que deberíamos haber hecho. También estamos al tanto del sentimiento interior de hipocresía, de falta de sinceridad en el corazón, que nos separa de Dios y de los demás. Esos pensamientos y sentimientos se manifiestan como consecuencia de la voz de la conciencia. Pero también sabemos que esa tempestad interior explota porque necesitamos integridad y sanidad.

Tal como la incomodidad física o el dolor nos avisan que algo anda mal en nuestro cuerpo, el dolor de la culpa incubado en la conciencia nos dice que algo anda mal en nuestro corazón. \ así como sería ridículo negar o ignorar el dolor físico, es erróneo negar el dolor psicológico y espiritual por medio del cual la conciencia llama nuestra atención.

Cuando tenemos confianza en que el Espíritu de Dios nos habla por medio de la conciencia, podemos comenzar a relacionarnos con esa voz de forma más sensible y madura. Y, por medio del Espíritu Santo, experimentaremos su poder purificador (Heb. 9:14).

Por más dolorosa que sea esa voz algunas veces, es honesta, valerosa y está llena del Espíritu. Y nosotros, los ministros, debemos reconocer y aceptar nuevamente el magnífico papel que desempeña dentro de nosotros el Espíritu Santo. Es su palabra la que ocupa su lugar en nuestra conciencia. Cuando reconocemos a Dios en la voz de la conciencia, seguramente obedeceremos sus órdenes y nos animará más que si la reducimos a una mera voz humana.

Es un privilegio de proporciones magníficas poder identificar y reconocer la Fuente subyacente de esa voz. “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón” (Rom. 10:8), la que nos “guiará a toda verdad” (Juan 16:13).

Sobre el autor: Director de la revista Ministry