Las situaciones nuevas siempre son oportunidades de crecimiento.
Una de las materias que más me gustó cuando cursé mi licenciatura en Teología fue “Exégesis de las parábolas” Era un tema fantástico porque obligaba a los profesores a demostrar toda su habilidad para interpretar, para llevar a los estudiantes a un nivel más profundo de los contextos históricos y teológicos, además de dar la oportunidad de entablar una discusión fascinante acerca de este asunto. En esa clase nadie se quedaba dormido. Después de todo, es difícil dormirse cuando escuchamos una historia interesante. Especialmente cuando esa historia nos ayuda a extraer lecciones prácticas para la vida.
Un anciano descansaba sentado en un viejo banco a la sombra de un árbol, cuando lo encaró el conductor de un automóvil que estacionó frente a él. Y conversaron:
—¡Buenos días! —saludó el conductor.
—¡Buenos días! —respondió el anciano.
—¿Vive usted aquí?
—Sí, desde hace muchos años.
—Me estoy mudando a esta ciudad, y me gustaría saber cómo es la gente aquí. Puesto que usted vive desde hace tanto en este lugar, la debe de conocer muy bien.
—Es verdad —dijo el anciano—. Pero, por favor, dígame cómo es la ciudad de donde usted viene.
—¡Ah! ¡Excelente, maravillosa! La gente es buena, es fraternal… Tengo muchos amigos allá. Me tuve que venir por las exigencias de mi profesión.
—Pues bien, hijo mío. Esta ciudad es exactamente igual.
Le va a gustar a usted.
El forastero le agradeció y se fue. Poco después apareció otro conductor y se dirigió al anciano:
—Acabo de llegar para vivir aquí. ¿Qué me dice de este lugar?
El anciano le hizo la misma pregunta: “¿Cómo es la ciudad de donde viene usted?”
—¡Horrible! La gente es orgulloso, llena de prejuicios, ¡arrogante! No tengo ni un solo amigo en ese lugar.
—Lo siento mucho, hijo mío. Usted va a encontrar aquí el mismo ambiente.
Al leer esta historia pienso en la manera como actuamos al enfrentar cambios en la vida ministerial, y cuán importante es el factor “actitud” en esas horas. De la actitud depende la forma como encaramos las cosas. Si desarrollamos una actitud pesimista ese será el ambiente que encontraremos. Tal vez le demos una importancia exagerada a los problemas, y sólo veremos nubes oscuras en el horizonte; nos olvidaremos de que el sol sigue brillando detrás de ellas.
Por otra parte, si desarrollamos una actitud optimista y entusiasta el cuadro puede ser diferente. Las nuevas situaciones, en vez de aparecer amenazadoras, se convertirán en desafíos. Los cambios que al parecer no nos podrían gustar al principio, se convertirán en oportunidades de crecimiento. Si cultivamos esa mentalidad día tras día nos ayudará a enfrentar de manera positiva las turbulencias y las nuevas situaciones.
El optimismo debe formar parte de nuestro estilo de vida, no porque somos esposas de pastores, sino por sobre todo porque somos hijas de Dios. La persona optimista es portadora de bendiciones que contagian la vida de los que se hallan cerca. Además, transmite la alegría de la confianza en Dios y en sus planes con respecto al ministerio que ejerce.
De todas las circunstancias podemos obtener lecciones importantes; incluso cuando nos mudamos de un lugar a otro para ponernos al frente de una nueva congregación o para encarar un nuevo trabajo. Dios prepara siempre algo especial que da como resultado crecimiento y aprendizaje. Desarrolle una actitud interior positiva, y eso bastará para que la alegría y la felicidad estén siempre presentes en su ministerio.
Ubíquese en el lado bueno de cada situación.
Sobre la autora: Directora asociada del Área Femenina de la Asociación Ministerial (AFAM) de la División Sudamericana.