El fin del año está cercano. Pronto tendremos que despedirnos de 1971 y empezar a gastar un año nuevo. Nos quedan sin embargo las últimas semanas y las últimas oportunidades de 1971. ¿Qué tienen el 31 de diciembre y el lv de enero de diferente de los otros días del año? Nada. El sol seguirá saliendo: podrá llover o no, como cualquier otro día del año. Sin embargo, hay algo diferente en esos días. El cambio de almanaques amarillentos y ajados por otros blancos y resplandecientes, sugiere la idea de renovación, de nuevas decisiones, de nuevas metas, del fortalecimiento de anhelos y propósitos. Esta es la razón por la que tenemos casi tantos bautismos en el último trimestre del año como los que hay en los nueve meses precedentes.

    Como ministros debemos aprovechar ese espíritu. ¡Cuánta gente está relacionada con nosotros y con la verdad que tenemos! ¡Cuántos esposos de nuestras fieles hermanas o esposas de los miembros de nuestras iglesias están “en los umbrales del reino esperando ser incorporados a él”! (Evangelismo pág. 218). ¡Cuántos hijos de nuestros hogares están en la misma situación! El pastor E. L. Minchin siendo director de jóvenes de la Asociación General hizo una declaración que parecería exagerada, pero que tal vez revele la realidad. Dijo él: “Si ganáramos y conserváramos a todos los jóvenes y niños de los hogares adventistas, la iglesia obtendría un beneficio que superaría con creces el fruto que producen en la actualidad todos los esfuerzos de evangelismo combinados” (La Revista Adventista, noviembre de 1957, pág. 19).

    Agreguemos a ellos los miles de personas interesadas por los laicos, por los colportores, por La Voz de la Esperanza, por nuestras escuelas, por las instituciones médicas y por una enormidad de otros canales. ¡Qué muchedumbre maravillosa de posibles miembros del pueblo remanente! No es raro que en cierto lugar, al hacerse un censo, más de 50.000 personas dijeron ser adventistas en un territorio donde la secretaría del campo local acusaba una feligresía de sólo 17.000. Todos ellos simpatizaban con la verdad, la habían conocido y algo los unía a ella. No obstante, no se habían identificado aun suficientemente como para ser bautizados. Posiblemente muchos estén “temblando en la balanza” (Evangelismo, pág.208). “Mirando fijamente al cielo con oraciones, lágrimas e interrogaciones… anhelosas de luz en súplicas de gracia y de la recepción del Espíritu Santo” (Id., pág.218).

    ¿Qué vamos a hacer? ¿Seguir lamentando el hecho bien común de saber que otras organizaciones sin mensaje pero con celo cosechan lo que con inversión de fondos, tiempo y hombres hemos sembrado pacientemente? No. La solución es buscar la manera de llegar con el mensaje hasta ellos y ponerlos ante las perspectivas de vida o muerte, salvación o condenación, el mundo o Dios. En otras palabras, llevarlos a la decisión.

    El plan de evangelización 1971 se cerrará con la Semana de Decisión, ocasión en la que esperamos una gran cosecha. Los púlpitos adventistas vibrarán con mensajes poderosos e inspirados, que llevarán a los pecadores arrepentidos a los pies de Cristo. Muchos Nicodemos confesarán a Cristo y experimentarán el nuevo nacimiento. Muchas Marías se verán libres de los demonios y muchos Saulos dejarán de perseguir o rechazar la verdad, para transformarse en héroes de la fe. Nuestros fieles laicos, la promesa y el futuro de la iglesia, ocuparán púlpitos ante grupos numerosos o pequeñas audiencias predicando con celo un mensaje de decisión.

    Para que esa tarea sea lo que debe ser hay un requisito indispensable: como predicadores debemos sentir el mensaje que predicamos. Y nosotros también tenemos que tomar decisiones, pero no durante aquella semana. Debemos hacerlo antes, mientras preparamos el plan y los temas. Debemos decidirnos a orar y trabajar más, a vivir la verdad en forma más intensa y amplia, a reavivar nuestra fe en Cristo y la verdad, a reformar nuestra vida, a permitir que el Espíritu Santo nos llene y nos use. Entonces, inflamados de poder, con una convicción que desborde de entusiasmo, hablaremos de realidades vividas y experimentadas, y no de teorías librescas o doctrinas frías. Dice la Una. White: “Existe un poder vivo en la verdad y el Espíritu Santo es el agente que abre las mentes a la verdad. Pero los pastores y obreros que la proclaman deben manifestar certidumbre y decisión, deben avanzar por fe y predicar la Palabra como si la creyeran. Haced que aquellos por quienes trabajáis entiendan que se trata de la verdad de Dios” (Id. pág. 124).

    Hagamos de la Semana de Decisión no sólo un eslabón de la cadena de trabajo de 1971, sino una ocasión de un encuentro personal y real con Cristo y la verdad.