Los postreros rayos pálidos del sol se esfuman en el cielo del poniente. Concluye otra semana atareada y comienza otro santo día de reposo del Señor.

Ya todos se han bañado. Los zapatos se alinean en rigurosa fila dentro del ropero, brillantes y listos para calzarlos. La ropa está planchada. La casa reluce y desde la cocina aún emana el aroma de la torta de manzana recién horneada y del pan casero. Todos repiten: “¡Bienvenido, sábado!”

El padre llama a la familia para el culto de la puesta del sol y uno tras otro aparecen y ocupan sus lugares. La madre se deja caer en la silla más cercana, rendida por los quehaceres que le ha demandado la preparación para el sábado.

En el sofá se sientan tres inquietos chiquillos. El padre también se siente cansado por las tensiones y presiones que durante todo el día han amenazado con sofocarlo. Se sumerge en el sillón mientras lee un corto relato en uno de los libros para niños y luego la familia se arrodilla para orar. Ha comenzado el sábado, pero no con canto y alegría, sino con cuerpos fatigados y corazones desapercibidos.

Con mucha frecuencia esa situación se da en nuestros hogares y el día de reposo llega a su punto más bajo cuando apenas ha comenzado. Olvidamos que “estamos robando al Señor cuando nos incapacitamos para rendirle culto en su día santo”.[1]

En la agitación por preparar nuestros hogares y nuestras personas para el sábado descuidamos la necesaria preparación del corazón para hacer del sábado una delicia. Semana tras semana se repite este programa y la llegada del sábado nos deja con sentimientos de culpa y pesar, y no obstante siempre con la determinación de que “la semana que viene será diferente”.

Con esa firme intención debe haber también una renovación de nuestro corazón porque “a fin de santificar el sábado, los hombres mismos deben ser santos”[2] La sola preparación física no es suficiente; debe realizarse también la preparación del corazón.

A los efectos de poner nuestro corazón a tono con el sábado quizá sea necesario hacer algunos sacrificios personales. Por ejemplo: tal vez pueda postergarse una salida de compras el viernes, o deba renunciarse a estrenar un vestido que esperábamos tener listo para el fin de semana. “Durante toda la semana, debemos recordar el sábado y hacer preparativos para guardarlo según el mandamiento”.[3]

Con la dedicación aparece la planificación. Es muy útil fijar una hora para terminar el viernes con los preparativos. Hágase un plan para estar lista para el sábado por lo menos una hora antes de la puesta del sol. (Cuanto más temprano mejor; los resultados la compensarán ampliamente.) Una atmósfera tranquila que reine desde una hora antes del comienzo del sábado favorece la desaparición de las tensiones y el ordenamiento de los pensamientos.

Las presiones de los apuros del viernes pueden aliviarse también si se toman en cuenta las siguientes sugerencias:

1. Los trabajos pesados de limpieza tales como fregar, encerar y pasar la aspiradora hágalos el jueves.

2. Pruebe cambiar la ropa de cama el miércoles, en lugar de hacerlo el jueves o el viernes.

3. Evite lavar y planchar el viernes, salvo en casos de emergencia. (A las madres con niños pequeños quizá les resulte imposible).

4. Elija otro día de la semana que no sea el viernes para el horneado del pan y de otras masas que insumen mucho tiempo. Use la refrigeradora para guardar lo que ha preparado.

5. Si tiene niños lo suficientemente grandes como para que le puedan ayudar, comprométalos para que lo hagan durante una hora o dos el jueves y/o el viernes.

6. Las compras de comestibles realícelas el miércoles o jueves. Así ahorrará un tiempo precioso el viernes, lo que también le ayudará para la rápida preparación de las comidas.

7. Reserve el viernes para las emergencias y los toques finales al trabajo.

Llamadas telefónicas, visitas inesperadas, el chiquillo que derrama la leche en el piso recién encerado, el auto que no arranca o cualquier otra dificultad pueden convertir a la esposa en un trompo si no ha efectuado una preparación previa para el sábado.

La preparación del corazón para recibir las bendiciones del séptimo día es un proceso de santificación. Guardar el sábado como día santo “exige valor moral, firmeza… y mucha oración”.[4] Sin embargo, “se prometen grandes bendiciones a los que colocan en alta estima al sábado y comprenden las obligaciones que descansan sobre ellos en lo que atañe a su observancia”.[5]

Decidamos hacer del sábado un día de renovación espiritual y enseñemos a nuestros hijos a amar y honrar el día del Señor.

Sobre el autor: Esposa del tesorero de la Asoc. de Ohio


Referencias

[1] Conducción del Niño, pág. 502.

[2] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 250.

[3] Joyas de los Testimonios, tomo 3. pág. 20.

[4] Evangelism, pág. 240.

[5] Testimonies, tomo 2, pág. 702.