Pregunta 36 — Continuación VII. Consejo a los cristianos para que hagan firme su elección

El apóstol Pedro, previendo evidentemente una posibilidad de fracaso en la vida cristiana, les escribe a los que habían sido purificados de sus “antiguos pecados”, instándolos a que con diligencia hagan firme su vocación y elección (2 Ped. 1:9, 10). Y eso, por la gracia de Dios, pueden hacerlo. Dice el apóstol: “Añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (vers. 5-7). Luego agrega: “Porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (vers.10, 11). Por lo tanto, creemos que para que nuestra entrada en el reino sea segura debemos, mediante la permanencia de Cristo en el corazón, crecer en la gracia y las virtudes cristianas.

    Pedro concluye su carta con una advertencia, recordándoles a sus lectores que algunos indoctos e inconstantes torcían las Escrituras para su propia destrucción (2 Ped. 3:16). Entonces dice: ‘Guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (vers. 17, 18).

    Pablo expone el mismo principio en sus epístolas, aunque con un lenguaje diferente. Dice que debemos ponernos toda la armadura de Dios; pelear la buena batalla de la fe; velar en oración; estudiar las Escrituras con diligencia; huir de la tentación y apartarnos de la impiedad; y como ciudadanos del reino de Dios entregarnos al dominio del Rey a fin de que podamos vivir los principios de su reino. Para hacer cualquiera de estas cosas, aun la menor de ellas, necesitamos el poder capacitador del Espíritu residente. Pero el hacer el bien, el cumplir los mandamientos de Dios o cualquiera de las condiciones mencionadas nunca ha salvado un alma —ni puede nunca preservar a un santo. La salvación procede completamente de Dios, y es un don de Dios recibido por la fe. Empero habiendo aceptado ese don de gracia, y con Cristo morando en su corazón, el creyente vive una vida de victoria sobre el pecado. Por la gracia de Dios camina en la senda de la justicia.

   Al paso que los adventistas nos regocijamos porque recibimos la salvación mediante la gracia, y por la gracia sola, también nos regocijamos de que por esa misma gracia obtenemos el triunfo presente sobre nuestros pecados, como también sobre nuestra naturaleza pecaminosa. Y por esa misma gracia somos habilitados para perseverar hasta el fin y ser presentados “sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Jud. 24).

    La gran escena celestial del juicio revelará claramente a los que han estado creciendo en la gracia y desarrollando caracteres semejantes al de Cristo. Algunos que han profesado ser el pueblo de Dios pero que no han tomado en cuenta su consejo, le dirán sorprendidos al Señor: “¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Su respuesta a los tales será breve y categórica: “Nunca os conocí: apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mat. 7:22, 23). Puesto que se han manifestado como indignos de su reino, el Señor en su justicia no puede hacer nada más que rechazarlos. Ellos podían haber hecho la voluntad de Dios pero eligieron su propio camino voluntarioso.

VIII. RELACION DEL CREYENTE CRISTIANO CON EL JUICIO

    Un cristiano verdaderamente renovado, cuya vida es ahora dirigida y controlada por el Espíritu Santo, que anda “como es digno del Señor” (Col. 1:10), se halla en una particular relación con Cristo, su Señor y Maestro. Está “en Cristo” (2 Cor. 5:17) y Cristo mora en él (Col. 1:27).

    Esta es una paradoja aparente, sin embargo las figuras son hermosamente ciertas. Aun la naturaleza proporciona ilustraciones de esta maravillosa y reconfortante verdad para el alma. Cuando se sumerge una esponja en el agua, surge la pregunta de si el agua está en la esponja o la esponja en el agua. Ambas condiciones existen. De un modo semejante, si nos hemos entregado a Dios y Cristo mora en el corazón, la experiencia del apóstol Pablo puede ser nuestra: “Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí” (Gál.2:20).

    Al haber tomado Cristo nuestra culpa y llevado el castigo por nuestras iniquidades, el pecado no tiene más dominio sobre nosotros —siempre que permanezcamos “en él”. Él es nuestra seguridad. Y en la medida en que mantenga esta actitud de sumisión, no hay poder en la tierra que pueda apartar al alma de Cristo. Nadie puede arrancar al creyente de las manos del Salvador (Juan 10:28).

    ¿Pero significa esto que el cristiano no comparecerá a juicio? Algunos creen eso y se basan en Juan 5:24. En este versículo —“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida”— la palabra griega traducida “condenación” es krisis, y por lo general se la rinde como “juicio”. En consecuencia muchos eruditos cristianos piensan que este pasaje debiera entenderse correctamente así: “No vendrá a juicio”.

    Es cierto que el griego krisis es con más frecuencia traducido en la Biblia como “juicio” que como cualquier otra expresión. Y se la emplea bastante a menudo al referirse al “día del juicio”. Sin embargo, esto no es absoluto, porque krisis tiene otros matices de significación. Por ejemplo, se la rinde como “acusación” [en algunas versiones] (Jud. 9; 2 Ped.2:11) y “condenación” [en algunas versiones] (Mat. 23:33; Mar. 3:29; Juan 5:29). También aparece traducida como “condenación” en Juan 5:24; 3:19 y Santiago 5:12.

    De modo que si bien es cierto que prevalece la idea de “juicio”, también está presente el concepto de una “acusación” formulada durante el transcurso de ese juicio, y por lo tanto de la acusación del individuo que está bajo “condenación” debido a la sentencia del juicio, y más todavía, de “condenación” definitiva por la aplicación del castigo al ofensor.

En consecuencia nuestro parecer es que el pensamiento de Juan 5:24 está mejor traducido por la palabra “condenación” en el sentido en el cual la misma voz griega krisis se halla vertida en Juan 3:19: “Y esta es la condenación: que la luz vino”; y en Santiago 5:12: “Para que no caigáis en condenación“. Aun la R. S. V., que rinde krisis como “juicio” en varios de los textos citados, traduce “condenación” en Santiago 5:12. [En castellano ocurre otro tanto con la versión de uso más corriente.] El creyente cristiano, estando en Cristo, no se halla bajo la condenación de la ley o del pecado, porque si está completamente entregado a Dios, la justicia de nuestro bendito Señor cubre cualquier falta que pudiera haber en su vida. El hijo de Dios, con su pasaporte al cielo, no necesita abrigar temor hacia ningún día del juicio. Permaneciendo en Cristo, con Jesús como su Abogado y enteramente rendido y dedicado a su Señor, sabe que “ninguna condenación [griego katákrima) hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1).

IX. EL JUICIO INVESTIGADOR COMO PARTE DEL PROGRAMA DE DIOS

En vista de los principios aquí expuestos, nos parece sumamente claro que la aceptación de Cristo en la conversión no sella el destino de una persona. El registro de su vida después de la conversión es también importante. Un hombre puede dejar sin efecto su arrepentimiento, o por pura negligencia apartarse de la vida que ha abrazado. Ni se puede decir que el registro de la vida de un hombre queda cerrado cuando llega al fin de sus días. Es responsable por su influencia durante su vida, y con toda seguridad es responsable por su mala influencia después de su muerte. Para citar las palabras del poeta: “El mal que hacen los hombres les sobrevive”, dejando una huella de pecado para cargar a la cuenta. A fin de ser justo, parecería que Dios necesitara tomar todas estas cosas en cuenta en el juicio.

Que ha de haber un juicio no resulta extraño; la Escritura lo presenta como parte del eterno propósito de Dios (Hech.17:31), y todos sus caminos son justos. Si únicamente Dios estuviera interesado no habría necesidad de una investigación del registro de la vida de los hombres en este juicio, porque como Dios eterno y soberano, él es omnisciente. Conoce el fin desde el principio. Aun antes de la creación del mundo supo que el hombre podría pecar y que necesitaría un Salvador. Por otra parte, como Dios soberano, también sabe quién aceptará y quién rechazará su “salvación tan grande” (Heb. 2:3).

Si sólo a Dios le interesara, en realidad no habría necesidad de registros. Pero para que los habitantes de todo el universo, los ángeles malos y buenos y todos los que alguna vez vivieron en esta tierra pudiesen entender su amor y su justicia, se ha hecho un registro con la historia de la vida de todo individuo que alguna vez ha vivido en la tierra, y en el juicio esos registros serán abiertos —porque todo hombre será juzgado de acuerdo con lo que revelen “los libros” de registro (Dan. 7:10; Apoc. 20:12).

El amor y la justicia de Dios han sido desafiados por Satanás y sus huestes. El archiengañador y enemigo de toda justicia ha hecho aparecer a Dios como injusto. Por eso Dios en su infinita sabiduría ha decidido resolver toda duda para siempre. Lo hace descubriendo ante todo el universo el caso completo del pecado, su comienzo y su historia. Resultará entonces evidente por qué él, como Dios de amor y de justicia, debe finalmente rechazar a los impenitentes, que se han aliado por su cuenta con las fuerzas de la rebelión.

Cómo son precisamente esos “Libros” no lo sabemos. No ha sido revelado. Pero las Escrituras hacen claro que cualquiera sea la naturaleza de esos registros, desempeñan un papel vital en la escena del juicio. Además, sólo los nombres de los que han vencido por la sangre del Cordero son los que están contenidos en el libro de la vida del Cordero.

Elena de White, en uno de nuestros libros clásicos, lo ha expresado de esta manera: “Deben examinarse los registros para determinar quiénes son los que, por su arrepentimiento del pecado y su fe en Cristo, tienen derecho a los beneficios de la expiación cumplida por él. La purificación del santuario implica por lo tanto una obra de investigación —una obra de juicio. Esta obra debe realizarse antes de que venga Cristo para redimir a su pueblo, pues cuando venga, su galardón está con él, para que pueda otorgar la recompensa a cada uno según haya sido su obra” (El Conflicto de los Siglos, pág. 474).

    Nuestro modo de ver es que Cristo, como Sumo Sacerdote, concluye su ministerio intercesor en el cielo con una obra de juicio. Comienza su gran obra de juicio en la fase investigadora. Cuando concluye la investigación se pronuncia la sentencia del juicio. Luego como juez Cristo desciende para ejecutar, o llevar a efecto, la sentencia. Por su grandeza sublime, nada en la palabra profética puede compararse con la descripción de nuestro Señor cuando desciende de los cielos, no como sacerdote, sino como Rey de reyes y Señor de señores. Y con él están todos los ángeles del cielo. Da una orden a los muertos, y la hueste innumerable de los que han dormido en Cristo surgen a la inmortalidad. Al mismo tiempo aquellos de entre los vivos que son verdaderos hijos de Dios son tomados junto con los redimidos de todas las épocas para encontrarse con su Salvador en el aire, y estar para siempre con el Señor.

    Cuando sea consumada la sentencia final del juicio de Dios los redimidos cantarán el cántico de Moisés y del Cordero, diciendo: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado” (Apoc. 15:3,4). (Continuará.)