Las últimas décadas del presente siglo se han caracterizado por el pavoroso incremento de religiones esotéricas y creencias de oriente que han permeado los cultos tradicionales de occidente.
Conviene destacar que la creciente difusión de las ideas preconizadas por esas sectas religiosas del oriente, algunas de ellas milenarias, se debe principalmente al ansia del hombre moderno por incursionar en el terreno de lo esotérico, misterioso y desconocido, y a los rasgos filosóficos, más bien que religiosos que presentan algunas de esas doctrinas.
De los cuatro sistemas contemporáneos que se entroncan en el budismo tradicional, el YOGA o UNION ha despertado una curiosa simpatía en diversos países de Europa y América, entre ellos el nuestro, en tanto que el VEDANTA, el SAMKHYA y el tradicional BUDISMO BRAHMANICO son menos divulgados en los círculos populares de la cultura.
Es curioso que el YOGA o DISCIPLINA pretenda asegurar la liberación contemplada por el SAMKHYA, difiriendo de éste y del budismo primitivo en que no es ateo, ya que junto al aspecto práctico (ético y filosófico), mantiene un matiz “majestuoso” consistente en las tres fases de la meditación.[1]
BUDISMO Y CRISTIANISMO
Aun cuando se haya pretendido negar su esencia religiosa, el budismo representa la primera creencia asiática de carácter internacional. Al igual que el cristianismo, puede decirse que recibió de su fundador (Buda) el mensaje misionero que enfatiza el tenor moral de la vida humana.
Algunos pretenden que el budismo se encuentra muy próximo al mensaje cristiano porque predica una especie de evangelio de salvación e inculpa al egoísmo como raíz del infortunio.
Otros ven esa similitud en que el budismo debe su existencia a un fundador que le dio origen con su ejemplo y su prédica moralizante, y que es considerado como un ser superior dentro del panteón religioso. Además, se señala el hecho de que el budismo posee un sistema monástico.
El año 1954 marcó un hito trascendental en la historia del budismo en Asia, al realizarse el Congreso de Rangún que congregó 2.500 monjes, precisamente dos años después que el primer ministro Nehru transportara personalmente las reliquias de dos discípulos de Buda traídas de Inglaterra, al santuario Janshi.
Con motivo de la devolución de esas reliquias, el Dr. Syama Mukerji, director de la Sociedad Mahabodhi de la India, declaró que “el budismo no es ni una doctrina esotérica, ni una secta ni tampoco la religión de una determinada clase, casta, comunidad o nación, y tampoco está ligado a ningún lugar ni a ninguna época. Es más bien una religión del hombre, y fue predicada por un hombre para mejorar, elevar y finalmente redimir a la humanidad”.[2]
Es interesante advertir que, en esta época de énfasis ecuménico, de búsqueda de la paz, el budismo pretenda mostrarse como “una religión del hombre, predicada para mejorar, elevar y redimir a la humanidad”, dando al carácter universalista de su contenido una fisonomía apropiada para su recepción en occidente.
Nótese, además, que el budismo ha sido edificado por su fundador sobre un manifiesto principio ateo, y que, al mismo tiempo, minimiza la iniciativa individual y desdeña la responsabilidad del hombre en la sociedad.
Al dar énfasis a la salvación del hombre como individuo mediante un sistema negativo de orientación dogmática, el budismo ofrece un marcado tinte pesimista. Por otra parte, niega el carácter personal del Creador y Redentor, erigiendo en su lugar la deificación de su propio fundador, lo cual termina degenerando en un burdo politeísmo que considera al ser humano un ente sin valor y cuyo cuerpo constituye un obstáculo en la vía hacia la salvación.
SIDDHARTA GAUTAMA, EL BUDA (557-477 AC)
Heredero de un acaudalado terrateniente hindú, los rasgos biográficos de Buda están tan preñados de leyendas que resulta difícil bosquejar un cuadro histórico de su vida.
Pretenden los relatos legendarios que a los 29 años de edad, Siddharta tuvo ciertas experiencias desagradables al contemplar la miseria de la vida humana, de la cual vivía abstraído en su vida palaciega, por lo que decidió abandonar a su esposa e hijo, para entregarse al ascetismo y la penitencia.
A los 35 años, el joven Siddharta recibió la iluminación debajo de una higuera, transformándose en el Buda o el “Iluminado” como fue conocido posteriormente.
Después de comprender las cuatro verdades básicas que dominan su doctrina, la búsqueda de una vida moderada por la imposibilidad de evitar los deseos que son los originarios del sufrimiento, comenzó su prédica que alcanzó los frutos de conversión en sus propios familiares, incluyendo a su hijo. Luego de su muerte causada por ingerir carne de cerdo, llegó a ser idolatrado. Pero aun en su lecho de muerte, el que había predicado un supuesto medio de salvación individual, ni siquiera perdonó a su primo Devadatta, que había urdido un atentado contra él.
Frente a la permanencia de sus ideales morales, es indispensable recordar que fueron enunciados en un momento histórico cuando el pueblo de Israel se hallaba cautivo en tierras babilónicas, y cuando, merced a la intervención providencial del joven profeta Daniel en esa corte pagana, tanto el rey Nabucodonosor como Darío más tarde, hicieron divulgar por sus dominios, que alcanzaban hasta la India, el conocimiento del Dios de los hebreos.[3] A esto debe agregarse que la deportación sistemática de los cautivos hebreos por todo el imperio, les permitió a éstos vincularse con los pueblos de oriente, haciendo conocer de ese modo la esencia de su prédica monoteísta.
De ese modo, aun cuando Buda insistió en dominar el espíritu para traer la felicidad a la vida, tres siglos antes Salomón había escrito que “mejor es quien tarda en airarse que el fuerte, y el que se enseñorea de su espíritu que el que toma una ciudad” (Prov. 16:32).
Al destacar las “cinco prohibiciones” en término de una conducta humana meritoria: no matar, no robar, no cometer adulterio, no mentir, no beber alcohol, Buda aparece en un plano demasiado descolorido frente al enunciado moral de los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés más de 800 años antes.
Basta leer la didáctica vertida en el “Dhammapada” para reconocer que los mensajes de Buda constituyen glosas de conocidas porciones de la salmodia y de los proverbios salomónicos.[4]
EL EVANGELIO DE BUDA Y EL EVANGELIO DE CRISTO
Es imposible referirse a las enseñanzas de Cristo sin recordar al mismo tiempo que él fundó sus doctrinas en los libros inspirados conocidos como “Antiguo Testamento”.
Este principio fundamental explica por qué la prédica del Maestro de Galilea es una lógica continuación de las enseñanzas de los patriarcas y de los profetas, que fueron transmitidas de generación en generación por el vehículo de la tradición oral, y luego escrita.
Si debe reconocerse la pretendida universalidad de las doctrinas de Buda, es preciso realzar, al mismo tiempo, la verdad profética enunciada por Cristo de llevar su Evangelio a “Judea, Samaría y hasta lo último de la tierra”.
Si la vida moral subrayada por Siddharta se halla ajena a la personalidad de Dios, Cristo, en cambio, destacó la importancia del carácter de Dios y de su implantación en el corazón del hombre, así como la necesidad de “beber del agua de vida” y “alimentarse del pan vivo descendido del cielo”.
El dinamismo del amor, por otra parte, hace de Jesús un exponente superior frente al enunciado negativo de Buda respecto a la ley moral, que aparece torpemente mutilada en la India, en tanto que en Israel, “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla” (Isa. 42:10).
Finalmente, si es digno de emulación el ejemplo del joven Buda en su renunciamiento, la prédica de Cristo aparecería falseada si se ignorara la incomparable abnegación de Aquel que es dueño de todas las cosas creadas y “que por amor a nosotros, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios; sin embargo se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en condición de hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).
Si el evangelio de salvación recomendado por Buda contempla al hombre fuera de la sociedad, la enseñanza de Cristo considera al hombre en estrecha relación con la sociedad: “No ruego que los quites del mundo —oró— sino que los guardes del mal”. Cristo también se refirió al valor del ejemplo por parte de sus seguidores, a quienes exhortó a ser la luz del mundo.
Al recorrer la biografía de los fundadores del budismo y del cristianismo, no cabe establecer un paralelo entre Buda y Cristo. Buda se halla considerablemente restringido en el tiempo, en el espacio y en los frutos de su doctrina. En cambio, aun si pudiera omitirse el caudal profético de los escritos del Antiguo Testamento, que señalan con meridiana claridad todo el perfil histórico de Cristo, todavía permanecería en pie el sello divino de su prédica ennoblecedora.
No en vano el apóstol Pedro, interpretando el sentir de cada uno de los que habían tenido un contacto personal con el Maestro, resumió con una pregunta implícita la determinación de su vida: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
Sobre el autor: Profesor del Colegio Adventista del Plata, Villa Libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina
Referencias
[1] Coomaraswamy Ananda, “Buda y el evangelio del budismo”, en Los Sistemas Contemporáneos, parte III, págs. 131-155. Paidós, Buenos Aires, 1969.
[2] Revista The Maha Bodhí, de agosto de 1952.
[3] Los decretos respectivos aparecen en el libro de Daniel.
[4] Buda Sidharta Gautama: El Dhammapada, págs. 81-127. Ed. Ver., Buenos Aires, 1963.