Era sábado de tarde. En una iglesia de barrio de una gran ciudad, se desarrollaba el programa semanal MV. La parte central era una representación en la que actuaban jóvenes y señoritas, quienes, a juzgar por la espontaneidad de las palabras y la sencilla precisión de los gestos, demostraban haber cumplido una intensa fase de preparación, pues de acuerdo con lo que vi y sentí, todo tenía un sabor natural.

Representaban la situación de algunos jóvenes adventistas, alumnos de colegios públicos, en sus relaciones con los profesores, el director y el rector, al explicarles las razones de conciencia que tienen para no asistir a las clases o rendir exámenes en el día que, de acuerdo con la Palabra divina, ellos consideran santo. En la representación, las autoridades se mostraban inflexibles, negándose a hacer concesión alguna en favor de nuestros jóvenes. Al acercarse el programa a su punto culminante, apareció en un rincón de la plataforma un grupo de jóvenes, y uno de ellos dijo a los demás en tono coloquial: “Ya lo ven. Ellos no ‘aflojan’ porque no quieren violar los reglamentos del colegio, ¿y nosotros vamos a transigir, violentando nuestra conciencia y transgrediendo una orden de Dios? De mi parte, es asunto terminado. Podré perder el año, pero no violaré el sábado. Dios sabe qué es lo mejor para mí”. Todos los otros integrantes del grupo, a su modo, con gestos y con palabras, se identificaron con la posición del joven que había hablado.

En forma calculada dividí mi atención entre los que presentaban el programa y los asistentes. Quería saber, observando la reacción de estos últimos, si se estaban identificando con lo que ocurría en la plataforma. Sin sacar conclusiones forzadas, descubrí que una significativa mayoría pasaba durante aquellos minutos por el proceso de la identificación. Estaban viendo sus problemas reales, representados y tratados con altura y seriedad en una reunión MV.

No fue por casualidad que, en el temario semestral, aquella “representación” aparecía en la lista de “programas con prioridad”. La cuestión del sábado era un punto neurálgico para varios miembros de aquella sociedad de jóvenes.

Sus directores fueron sensibles al problema. Captaron su dimensión y decidieron enfrentarlo, comenzando por recordar a cada joven que la fidelidad a Dios está en primer lugar, y todas las demás cosas deben ajustarse a ese principio.

La dirección MV de aquella iglesia, al proceder de esa manera, respetaba uno de los postulados de los Misioneros Voluntarios: “Tener en mente las necesidades del grupo y no ‘exhibir’ un programa sin un objetivo definido. La reunión MV debe preparar para una vida consagrada y activa”.

Hay varios aspectos que hacen que un buen programa semanal MV adquiera reales dimensiones evangelizadoras, destacándose entre muchos otros: (a) la integración de la juventud —de esto depende en gran medida su permanencia en la iglesia; (b) la oportunidad de que la visita de compañeros de la facultad, del colegio, de la oficina o del trabajo sea positiva —siempre hay entusiasmo en invitar a los amigos cuando se tiene certeza de que el programa les satisfará; (c) la ocasión de recuperar a los jóvenes que desertaron, desanimados por la escasez o ausencia de actividades que les levantaran el espíritu.

El departamento de los MV escogió el año 1976 para poner énfasis en el programa semanal MV. Procedió así por dos razones: (a) el reconocimiento de que es urgente revitalizarlo; y (b) la creencia en su extraordinaria eficacia para fortalecer la experiencia religiosa de nuestros jóvenes.

En el lenguaje MV decimos que un “programa de calidad” es aquel que tiene en cuenta cuatro etapas: 1) Preparación 2) Promoción 3) Presentación 4) Evaluación.

Por consiguiente, deberán seguirse las siguientes pautas:

• El programa debe ser planificado, promovido y ejecutado por una comisión.

• Planificar el programa con un objetivo en mente.

• Descubrir las habilidades y los talentos que hay en el grupo y utilizarlos.

• Entregar con antelación el material para los programas a quienes tendrán la responsabilidad de prepararlos.

• Variar las ideas y los métodos. No establecer un ritual invariable.

• Usar alguna forma de participación del auditorio, tan a menudo como sea posible —¡más allá de la ofrecida!

• Prestar cuidadosa atención al ambiente en que se desarrolla el programa.

• Promover, con renovados recursos, todas las reuniones. “Lo que no se da a conocer

es como si no existiese”.

• Comenzar puntualmente y finalizar la reunión en un punto culminante.

• La evaluación es indispensable para el progreso.

• No dar pábulo a ilusiones que impidan el progreso. Estar atentos a la reacción de la concurrencia. Eso se logrará mediante algunos métodos de consultas generales: cuestionarios de evaluación, buzones de sugerencias y preguntas.

Apelo por medio de este artículo a los compañeros en el ministerio para que estimulen la realización de reuniones serias de planeamiento. En esas ocasiones la comisión directiva de los MV, con la presencia del pastor o del anciano consejero, elaborará programas que renueven en su temario las dimensiones evangelizadoras adecuadas y necesarias para mantener a nuestros jóvenes y conquistar a tantos otros que, estando fuera de nuestras puertas, entrarían por ellas si pudieran asistir a un programa  que nutriese sus almas.

Sobre el autor: Director de los Deptos. de Jóvenes y Temperancia de la División Sudamericana