Hoy volví a escuchar una expresión que he oído otras veces, de diferentes personas. Se refería a un grupo de nuevos creyentes.
“¡Qué calidad de conversos hay en la nueva iglesia!” En mi mente se encendió de inmediato una lucecita roja: “¿Calidad? ¿A qué se refiere?” No fue necesario esperar mucho. La voz ya proseguía: “Profesionales, gente culta…”
Recordé entonces otra predicación que había oído hacía apenas unos pocos días, en el mismo lugar. Se basaba en las palabras de Mateo 19:30: “Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros”. El pastor habló en esa oportunidad acerca de la maravillosa fe de los hermanos más humildes, los “pequeñitos” que vivían en condiciones infrahumanas dentro de los límites de su zona de trabajo, pero que eran firmes y poderosos en la fe y le habían enseñado grandes y hermosas lecciones de confianza en el poder de Dios.
Este paralelismo no implica que el primer predicador tenga necesariamente un criterio opuesto al segundo; ambos pueden amar y apreciar con igual intensidad a los miembros más prominentes o a los más ignorados de su distrito. Pero a veces, la forma en que expresamos nuestras impresiones u opiniones, puede distorsionar un tanto la imagen del pensamiento que inspira esas palabras. Y esa distorsión cobra una importancia vital cuando surge del púlpito.
Volvamos a la palabra que originó estos pensamientos: Calidad. ¿Qué quiere decir calidad, cuando se aplica a las personas? ¿No deberíamos referirnos más bien a la profundidad que a la calidad? Por supuesto, hay un inconveniente fundamental: La profundidad espiritual no se puede medir. Pero los frutos brotan y se manifiestan, cualquiera sea el nivel social o cultural al que pertenezca el feligrés.
¿Quién habrá sido más grande? ¿El culto Pablo, o el rudo Pedro? ¿Quién habrá tenido más calidad? ¿Lucas el médico, o Juan el pescador? ¿El acaudalado Nicodemo, o el paupérrimo Juan el Bautista? ¿Qué unidad de medida usará Dios para evaluarnos cuando nos encontremos ante su tribunal?
“Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Sam. 16:7).
Sobre la autora: Traductora. Integra el cuerpo de redacción de la Asociación Casa Editora Sudamericana.