Muchos estudiosos del campo religioso actual no piensan más en la Iglesia Adventista en términos de secta —opinión común en el pasado— sino que la consideran iglesia. ¿Cuáles son las razones para tal cambio de opinión? El doctor Barnhouse, distinguido teólogo protestante, lo hizo al comprobar que la Iglesia Adventista tenía una comprensión tan completa de la doctrina de la justificación por la fe. Para otros los adventistas han dejado de ser un grupo de fanáticos o de gente rara y exótica para llegar a ser una institución de peso, tanto por el elemento que la compone como por sus realizaciones en diversas áreas.
Hace algunas semanas el gobierno ecuatoriano a través de su Ministerio de Salud Pública recurrió a la Iglesia Adventista para solicitar ayuda en su campaña nacional contra los vicios; OFASA es una institución de prestigio entre los más altos personajes del Perú, Chile y otros países; en Brasil el FUNRURAL ha entregado a la Iglesia Adventista todas las clínicas rodantes que le fueron solicitadas; el encargado de la asistencia médica y social en los ríos brasileños recurrió a nuestras oficinas en Manaus para obtener orientación sobre la forma de construir lanchas y trabajar con ellas en el Amazonas; el Colegio Adventista del Plata y su vecino el Sanatorio Adventista del Plata fueron declarados zona turística por el gobierno de la provincia de Entre Ríos, lo que atrae a la colina ceapense delegaciones de visitantes de toda la nación. Nos alegramos al saber que somos un pueblo importante y apreciado.
Podemos, sin embargo, mirar la situación desde otro ángulo. Ese prestigio ¿sobre quién recae? ¿sobre la iglesia como institución, o sobre el mensaje que ella tiene para presentar al mundo? Justo es reconocer que normalmente cuando se logra lo primero, también se obtiene lo otro. Pero es posible que el prestigio de la institución no vaya acompañado de la elevación del mensaje. Sería eso como el pescador, mencionado en el libro de Habacuc, que rendía culto a la red y ofrecía “sahumerios a sus mallas” (Hab. 1:15, 16). Este programa, esta institución, esas relaciones públicas “dan nombre a la iglesia” —decimos— y es realmente así en la gran mayoría de los casos. Sin embargo, conservando todos los programas, todas las instituciones, todas las relaciones públicas, deberíamos dirigir nuestra mira más arriba: prestigiar por encima de todo al glorioso mensaje que es nuestro privilegio conocer y predicar hoy: Cristo viene, prepárate.
En ningún momento como iglesia, deberíamos soñar con levantar un monumento, sino una sólida base con el único propósito de arrebatar pecadores de las garras de Satanás. Nuestro único monumento, nuestro único nombre, nuestra única gloria, deben ser Cristo y su cruz.
Puede darse el caso de que lleguemos a ser una institución apreciada, reconocida y admirada, que tenga estadísticas brillantes en cuanto a colegios, hospitales, lanchas y aviones que realicen una obra humanitaria de primera clase, pero con estadísticas pobres en lo que a evangelización se refiere. La Cruz Roja, el Rotary Club, La Sociedad Cristiana de Jóvenes, la Fundación Rockefeller, son instituciones que tienen un renombre bien ganado, y se lo merecen. Pero en el texto de sus estatutos y declaraciones de principios no figura la meta de presentar el Evangelio de salvación al mundo. El Bank of America presenta anualmente a sus accionistas el balance con un detalle en cifras referentes a inversiones, ganancias y pérdidas, pero en todo el libro no hay una sola columna encabezada con la palabra “bautismos”. Su éxito se mide en término de inversiones, intereses, capital, acciones. El éxito de la iglesia remanente, en cambio, se mide en primer lugar por esa columna, que es al fin y al cabo la razón de su existencia.
La Voz de la Esperanza (A Voz da Profecía) Una Luz en el Camino, Fe para Hoy, Telepaz, dan nombre y prestigio a la iglesia, pero deben dar también almas para el reino. De otra manera no se justificaría la millonaria inversión que se realiza para sostener estas instituciones. El Hospital Silvestre, el Hospital Belém, el Sanatorio Adventista del Plata, la Clínica Americana, prestigian a la iglesia. Pero la pregunta que debemos hacernos, para valorar su impacto es: ¿qué impresiona más a los pacientes: ¿el equipo de rayos X, la capacidad profesional de médicos y enfermeras, el excelente laboratorio? ¿o salen de allí impresionados con la necesidad de entregar sus vidas al Cristo que esa gente sirve con tanta dedicación? ¿Admiración por la institución o por su mensaje? “¿De qué valor es la más perfecta organización, el equipo más sofisticado, el conocimiento más acucioso, el servicio más atractivo si no hay suficiente dinámica interior para hacerla eficaz?” (Louis K. Dick- son, The Ministry, junio de 1940, pág. 3).
La copa del prestigio y de la fama es más difícil de cargar que la de la oposición o el anonimato. Es fácil comprobar esta declaración recurriendo a la historia. “En las persecuciones más encarnizadas estos testigos de Jesús conservaron su fe sin mancha” dice Elena White refiriéndose a los cristianos de las heroicas épocas del caballo rojo de la profecía. “A pesar de verse privados de toda comodidad y aun de la luz del sol, mientras moraban en el oscuro, pero benigno seno de la tierra no profirió quejas. Con palabras de fe, paciencia y esperanza, se animaban unos a otros”. “Triunfaban por su derrota”, dice refiriéndose a los que caían bajo la espada. “Los siervos de Dios eran sacrificados, pero su obra seguía siempre adelante”. “Su sangre era semilla de nuevos cristianos”.
Pero la situación cambió. “El gran adversario se esforzó entonces por obtener con artificios lo que no consiguiera por la violencia. Cesó la persecución y la reemplazaron las peligrosas seducciones de la prosperidad temporal y del honor mundano”. ¿Resultado? El fervor decreció repentinamente. “La iglesia se vio entonces en gravísimo peligro y en comparación con él, la cárcel, las torturas, el fuego y la espada eran bendiciones”. “La mayoría de los cristianos consintieron al fin en arriar su bandera y se realizó la unión del cristianismo con el paganismo” (El Conflicto de los Siglos, págs. 44-46). Lo que no fue logrado por la sangre, se consiguió por la lisonja, la alabanza o el ensalzamiento.
El prestigio, el buen nombre, son posesiones valiosísimas. La iglesia debe cultivarlos en este tiempo final. Pero no el prestigio por el prestigio en sí, sino como medio para lograr la salvación de hombres y mujeres. Nuestros programas de radio V TV, nuestras relaciones públicas, nuestras instituciones deben proseguir su labor, pero sabiendo que su objetivo básico, la razón de su existencia es “revelar el poder de la gracia de Dios y la perfección de su carácter ante un mundo incrédulo que ama el pecado” (Patriarcas y Profetas, pág. 258).
El lema para 1975 es: ¡Dígalo ahora! Esto significa comunicación. ¿Comunicar qué? “¿Qué vieron en tu casa?” le preguntó Isaías a Ezequías luego que el rey le había mostrado los tesoros materiales a gente que había venido a verlo atraída por la grandeza de Dios a quien Ezequías servía y quien lo había sanado de una mortal enfermedad. Ezequías había perdido la maravillosa oportunidad de testificar en favor de su Dios. ¡Mostró solo los edificios, los equipos, las ganancias, la técnica…! ¡Qué portentosas transformaciones podrían haberse realizado si esos investigadores de la verdad provenientes de las llanuras de Caldea se hubiesen visto inducidos a reconocer la soberanía suprema del Dios viviente!
Pero el orgullo y la vanidad se posesionaron del corazón de Ezequías y ensalzándose a sí mismo. (Profetas y Reyes, pág. 255) ¡les mostró la institución y se olvidó del mensaje!
¡Dígalo ahora! Diga al mundo a través de su programa, su hospital, su oficina, su escuela, su púlpito, su ministerio, su vida, CRISTO VIENE, ¡PREPARATE! Que vean los tesoros con los cuales Dios bendijo a su pueblo, pero que por sobre todo, vean, reconozcan y aprendan a amar al Dios que les ha dado los tesoros.