Una imagen humana y cristiana de la personalidad de Pablo, basada en la epístola de Pablo a Filemón

            Estamos acostumbrados a pensar en Pablo como en el intrépido abanderado de la cruz, el imbatible apologista del Evangelio, el incansable evangelista itinerante, el arquitecto de la teología de la justificación por la fe, y nos estamos olvidando de realzar las virtudes de Pablo como un gran cristiano.

            En la pequeña epístola a Filemón, encontramos la revelación de esta profunda y humana historia de un Pablo que vive la experiencia de un cristiano amigo, comprensivo, paciente y cortés y aun con reflejos de un sano toque de humor.

            El escenario del drama está montado, primeramente, en Colosas, una ciudad situada en las márgenes del río Lico, un tributario del Meandro, a unos 150 km de Éfeso, aproximadamente; y luego en Roma, la metrópoli de las márgenes del Tíber.

            El principal actor es Pablo, siervo de Jesucristo y apóstol de los gentiles; le sigue Filemón, un ciudadano bien conocido de Colosas que tenía una pequeña congregación de cristianos en su casa; y el esclavo enésimo.

            Nos parece que Onésimo no había hecho nada para merecer su nombre. Onésimo era un nombre común dado a esclavos y significaba “útil”. Tal nombre era dado frecuentemente a esclavos, en la esperanza de que la asociación con su significado pudiese motivar una vida de fidelidad al dueño.

            Pero Onésimo en realidad se había tornado más que “inútil” y se encontraba en las calles de la capital del imperio como un marginado, un esclavo ladrón y fugitivo (File. 11, 15, 18).

            No sabemos cómo Onésimo entró en contacto con Pablo, entonces prisionero en Roma.

            Tal vez en las sombras de las estrechas calles de la ciudad de Nerón, Onésimo se había encontrado con Epafras, un asociado de Pablo, y éste lo había llevado al apóstol en busca de consejo y protección, puesto que Onésimo sabía del respeto que su amo, Filemón, tributaba a aquel que le había presentado a Jesús, durante su temporada evangelizados en Éfeso (Col. 2.1; File. 19).

            Onésimo se hizo amigo de Pablo.

            ¡Qué cuadro maravilloso de humildad y nobleza se pintó dentro de aquella prisión! El apóstol, con los brazos ligados a pesadas cadenas de hierro, con los ojos fijos en el semblante asustado del joven esclavo, con una mirada de compasión y ternura, oye la sombría historia de pecado y vergüenza, interrumpiendo solamente para pronunciar algunas palabras de reprobación y consejo.

            Bien podemos imaginar que Pablo habrá contado al infeliz muchacho otra historia —la parábola del hijo pródigo, la historia de la redención— como un recuerdo de Jesús.

            De una cosa estamos seguros, que, bajo la influencia del apóstol, Onésimo llegó a ser un sincero converso a la fe cristiana, y un devoto y útil amigo del apóstol en cadenas.

            Ciertamente fue tan leal y útil esta amistad que Pablo hallaba difícil separarse de Onésimo, y al escribirle a Filemón diciéndole “recíbele como a mí mismo” (vers. 12) notamos cuán íntimo era este compañerismo.

            Pero había en aquella historia una importante implicación que no podía ser ignorada. Por un lado, Pablo estaba obligado tanto por la costumbre social de los romanos como por la responsabilidad cristiana, a devolver a Onésimo a su legítimo señor.

            Onésimo estaba, por lo tanto, obligado a retornar, primero, por la fuerza de un requerimiento legal, y ahora más por la fuerza de la ética cristiana.

            Según una autoridad en asuntos del Nuevo Testamento, “la ley indicaba que si un esclavo fugitivo procuraba asilo en la casa de un amigo, éste estaba bajo la obligación legal de dar protección al solicitante, al menos temporariamente, hasta tanto se optase por uno de dos recursos:

            “Primero: el protector podría intentar una reconciliación.

            “Segundo: si el esclavo se negaba a aceptar el retorno, el protector estaba obligado a venderlo a una casa de comercio y pagar al legítimo dueño el precio total de la venta.

            “Esta segunda alternativa podía acarrear duras consecuencias al esclavo, ya que su situación podía afectar la actitud del comprador. Posiblemente sería comprado sólo para ciertos trabajos, como el de las galeras o las minas.

            “Ante tales perspectivas, un esclavo generalmente aceptaba de buen grado la reconciliación”.[1]

            Es evidente que el retorno de Onésimo implicaba un desafío a la responsabilidad ética de Pablo; sin embargo, demandaba mucho más de parte le Onésimo: renuncia y humildad.

            Retornando a Filemón, Onésimo quedaría enteramente a merced de su dueño. “Cuando un esclavo retornaba, quedaba completamente en manos de su señor, que por una mínima ofensa podía entregarlo para ser azotado, crucificado o lanzado en el foso de los leones”.[2]

            De pronto surge para Onésimo una oportunidad esperada: ¡Retornar!

            Tíquico vino de Colosas trayendo noticias acerca de los problemas de la iglesia y buscando la orientación y los consejos de Pablo.

            Pablo oye atentamente las palabras de este “amado hermano y fiel ministro y consiervo en el Señor” (Col. 4:7), y escribe la reveladora carta a los Colosenses, y, aprovechando la oportunidad, traza algunas notas para Filemón, como una presentación en favor de Onésimo.

            “Pablo, prisionero de Jesucristo, y el hermano Timoteo, al amado Filemón, colaborador nuestro, y a la amada hermana Apia [probablemente la esposa de Filemón], y a Arquipo [probablemente el hijo] nuestro compañero de milicia, y a la iglesia que está en tu casa: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (File. 1-3).

            Con qué delicadeza y tacto Pablo preparó el camino para su principal propósito en la carta: “Doy gracias a mi Dios, haciendo siempre memoria de ti en mis oraciones, porque oigo del amor y de la fe que tienes hacia el Señor Jesús, y para con todos los santos; para que la participación de tu fe sea eficaz en el conocimiento de todo el bien que está en vosotros por Cristo Jesús.

            “Pues tenemos gran gozo y consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido confortados los corazones de los santos” (vers. 4-7).

            Entonces prosigue su mensaje a Filemón expresando este sentir:

            Y aunque tengo plena libertad de ejercer mi autoridad en Cristo para decirte lo que te conviene hacer, todavía prefiero apelar a ti apoyándome en el amor. Sí, yo podría decirte, como embajador de Cristo, qué hacer, mas prefiero apelar a ti como Pablo, el viejo, el prisionero de Jesucristo.

            El pedido mío es por mi hijo en la fe, engendrado aquí mismo en la prisión. Me refiero a Onésimo.

            Sé que lo consideras ya inútil, pero ten la certeza de que ahora se ha vuelto doblemente útil – para ti y para mí (sin duda Pablo se vale de un juego de palabras con el significado del nombre “Onésimo”).

            Bien, te lo estoy enviando a ti (y es como si enviase mi propio corazón), si bien yo preferiría mantenerlo aquí, conmigo, para que por ti me sirviese aquí en las prisiones del Evangelio. Pero nada quise hacer sin tu consentimiento. No quiero que tu gentileza sea hecha por necesidad sino voluntariamente.

            Es muy posible que por la providencia de Dios él se separó de ti por un corto período de tiempo, para que lo pudieses tener de vuelta, no más como un esclavo, naturalmente, sino mucho más que como un esclavo, como un querido hermano.

            Me es muy querido, pero creo que lo será aún más a ti, ahora no sólo como hombre, sino como cristiano.

            Ahora Pablo continúa: Así, pues, si me tienes por compañero, recibe a Onésimo como si me estuvieses recibiendo a mí mismo, y si te causó algún perjuicio, o te debe alguna cosa, ponlo en mi cuenta (que es como si dijera: “Aquí está el número de mi cuenta bancaria”). Yo pagaré todo. Firmado: Pablo.

            P. D.—Pienso que no es necesario decirte que aun tú mismo te debes a mí. Sí, mi hermano, dame más de esta alegría en el Señor; recrea mi corazón en Cristo.

            Tengo confianza de que darás tu cooperación una vez más. Por cierto, estoy seguro de que harás más de lo que te pido.

            Pablo concluye con salutaciones y una bendición apostólica: “Te saludan Epafras (fundador de la iglesia de Colosas), mi compañero de prisiones por Cristo Jesús, Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores.

            “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén” (vers. 23-25).

            “Así Onésimo volvió a su antiguo señor con la mejor credencial posible, una carta autografiada por el gran apóstol”.[3]

            ¿Tenemos alguna otra noticia de Onésimo después de este episodio? Aproximadamente 15 años más tarde, después de que Pablo escribió esta breve epístola, otro gran cristiano, Ignacio, obispo de Antioquía, escribió a la iglesia de Éfeso exhortando a esos cristianos a seguir el ejemplo de su obispo, refiriéndose a Onésimo, a quien describió “como un hombre de inexpresable amor”

Sobre el autor: Profesor de teología del IAE


Referencias:

[1] Goodenouh R., Harvard Theological Review,Nº 22, 1929.

[2] Lightfoot J. B., St. Paul’s Epistles to the Colossians and Philemon, pág. 306.

[3] Hunter A. M., Introducing the New Testament, pág. 145.