Un estudio de las profecías relativas al fin – 6

            En Apocalipsis 14:6-13 se mencionan tres ángeles que llevan las verdades salvadoras para predicarlas “a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”. Estos son los mensajeros de Dios, que parten con una misión de misericordia. También Satanás envía a sus mensajeros: “Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso” (Apoc. 16:13,14). Estos mensajeros van también por toda la tierra, pero con un propósito opuesto al de Dios.

            Estos tres espíritus inmundos sólo tienen un propósito, reunir al mundo para guerrear contra Dios. No pueden volar, son rastreros, terrenos. Apenas pueden imitar el vuelo con sus saltos. Y si bien es cierto que se los menciona en relación con la sexta plaga, no es menos cierto también que su mensaje está resonando hoy en el mundo, en tanto que los tres ángeles vuelan por el cielo. “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apoc. 12:12). “Y los reunió en un lugar que en hebreo se llama Armagedón” (Apoc. 16:16).

            “La batalla del Armagedón está pronta a ser librada. Aquel sobre cuyas ropas está escrito el nombre Rey de Reyes y Señor de Señores, conduce los ejércitos del cielo en blancos caballos, vestidos con lino fino, limpio y blanco.

            “En la gran batalla final son revelados dos grandes poderes. De un lado está el Creador del cielo y de la tierra. Todos los que están de su lado llevan su señal. Son obedientes a sus mandamientos. Del otro lado está el príncipe de las tinieblas, con todos aquellos que han elegido la apostasía y la rebelión.

            “Cada forma de mal se está proyectando hacia una actividad intensa. Los malos ángeles unen su poder con hombres malvados, y como han estado en continuo conflicto y han adquirido experiencia en los mejores métodos de engaño y batalla, y han sido fortificados durante centurias, no cederán en el último gran conflicto sin desesperada lucha. Todo el mundo deberá estar de un lado o del otro en el conflicto. La batalla del Armagedón será librada, y aquel día no debe hallar a ninguno de nosotros durmiendo. Necesitamos estar bien despiertos, y al igual que las vírgenes prudentes, necesitamos tener aceite en nuestras vasijas, junto con nuestras lámparas” (SDA Bible Commentary, tomo 7, pág. 982).

El Campo de Batalla

            En el Antiguo Testamento, este campo de batalla no es otro que la misma tierra de Palestina.

            “Jehová rugirá desde Sion” (Joel 3: 16).

            “Sobre los montes de Israel caerás tú y todas tus tropas” (Eze. 39:4).

            “Entre los mares y el monte glorioso y santo” (Dan. 11:45).

            También el Apocalipsis se hace eco del lenguaje del Antiguo Testamento y llama al campo de batalla con su nombre hebreo: Armagedón, que señala el valle de Megido, en tierra de Palestina.

            Pero, como ya hemos dicho en relación con el tercero de nuestros principios de interpretación, la profecía pierde toda referencia geográfica y etnológica con el antiguo Israel, por cuanto éste ha dejado de ser el pueblo del pacto, y ninguna relación tiene con las profecías relativas al pueblo remanente de Dios.

            Es claro, por otra parte, que a una Babilonia mística y a un Egipto simbólico, corresponda una Palestina también simbólica.

            Palestina o Canaán fue la morada del pueblo de Dios de la antigüedad. La iglesia de nuestros días mora en toda la tierra. Este valle de Megido o Armagedón, no tiene por qué ser un pequeño lugar en el Medio Oriente, justamente en una zona donde los cristianos son muy escasos. Por otra parte, no tendría sentido una batalla literal en el pequeño valle de Megido, con los enormes ejércitos de hoy, armados de bombas nucleares y cohetes teledirigidos. Hacia el final de la cuarta nota de esta serie hemos tratado este asunto con suficiente amplitud, de modo que no repetiremos ahora esos argumentos.

            “Los principados y potestades de la tierra se han rebelado acerbamente contra el Dios del cielo. Se sienten embargados de odio contra los que sirven a Dios, y pronto, muy pronto se librará la última gran batalla entre el bien y el mal. La tierra será el campo de batalla, o sea el escenario de la última justa y la victoria final” (Review and Herald, 13-5-1902, citado en Meditaciones Matinales, pág. 317. La cursiva es nuestra).

“Noticias del Oriente y del Norte”

            Leemos en Daniel 11:44, que “noticias del oriente y del norte” atemorizarán al rey del norte, “y saldrá con gran ira” así como el dragón de Apocalipsis 12:12 ha descendido “con gran ira”.

            En la quinta nota de esta serie, hemos dejado claramente establecido que el rey de Babilonia, o el rey del norte, o Gog de la tierra de Magog, o Satanás, que es lo mismo, pretende ser el rey del norte por usurpación; pero ese título le corresponde solamente a Dios (compárese Isa. 14:13 con Sal. 48:2). Es del norte, precisamente, de donde Ezequiel ve venir la visión del trono de Dios (Eze. 1:4). Por lo tanto, las noticias provenientes del norte, no pueden ser otras que las emanadas del trono celestial referentes al juicio y a la pronta destrucción de Satanás y sus seguidores.

            Pero ¿cuáles pueden ser estas noticias del oriente que llenarán de ira al rey del norte contra el pueblo de Dios? (Dan. 11:44,45). Dice en el Apocalipsis: “El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente” (Apoc. 16:12).

            Esto nos recuerda la caída de la Babilonia literal, cuando Ciro el persa desvió las aguas del río Éufrates, disminuyendo así su nivel lo suficiente como para que sus soldados penetrasen en la descuidada ciudad, que en esa noche se hallaba entregada a la orgía. Los reyes del oriente, Ciro y sus poderosos, significaron la liberación del pueblo judío que estaba cautivo en Babilonia. La entrada de los persas en la ciudad fue para ellos una señal de que los 70 años de cautiverio predichos por Jeremías estaban llegando a su culminación.

            ¿Qué significa este secamiento del Éufrates en la Babilonia mística? “Me dijo también: las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas” (Apoc. 17:15). El Éufrates literal es un río pequeño, apenas algo más ancho que un arroyo, pero aquí se lo llama “el gran río Éufrates”, seguramente para señalar la inmensidad de las multitudes que caerán bajo el dominio de “BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA” (Apoc. 17:5), la cual está “ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús (vers. 6).

            Pero esas aguas se secarán durante la sexta plaga, es decir, antes de la venida del Señor. Las multitudes quitarán su apoyo a la mujer. “Y los diez cuernos que viste en la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego” (Apoc. 17:16). “Y la espada de cada cual será contra su hermano” dice Ezequiel de la furia fratricida que acometerá a los desesperados impíos al ver que su perdición es segura (Eze. 38:21).

            “Y la gran ciudad fue dividida en tres partes”, los poderes coligados: espiritismo, romanismo y protestantismo apóstata, que se habían unido para formar la gran Babilonia se separan ahora. “Y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios para darle de) cáliz del vino del ardor de su ira” (Apoc. 16:19).

            Será necesario, entonces, que antes de la venida del Señor, y de la gran batalla del Armagedón. ocurra el secamiento del Éufrates, y el desmembramiento de la gran confederación babilónica. Los hombres, desengañados, se volverán contra ella “y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego” (Apoc. 17:16). (Véase El Conflicto de los Siglos págs. 713, 714.)

¿Quién Es Este Ciro Simbólico?

            “Yo, el que despierta la palabra de su siervo, y cumple el consejo de sus mensajeros; que dice a Jerusalén: Serás habitada; y a las ciudades de Judá: Reconstruidas serán, y sus ruinas edificaré; que dice a las profundidades: Secaos, y tus ríos haré secar; que dice de Ciro: Es mi pastor, y cumplirá todo lo que yo quiero, al decir a Jerusalén: Serás edificada; y al templo: Serás fundado.

            “Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán: Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y cerrojos de hierro haré pedazos; y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados, para que sepas que yo soy Jehová, el Dios de Israel, que te pongo nombre” (Isa. 44:26-28; 45:1-3).

            No cabe duda que Ciro no es un enemigo de Dios, sino un siervo del Altísimo. Sabemos por la historia sagrada, que este príncipe persa, llegó a conocer y a amar al Dios de Israel al punto de favorecer la reedificación del templo y de la ciudad santa. De esto deducimos, ateniéndonos al simbolismo propuesto en el Apocalipsis y en Daniel, que los reyes del oriente son fuerzas leales a Dios que vienen a liberar al remanente que está sufriendo bajo la opresión de Babilonia. De hecho, son la antítesis de “los reyes de la tierra en todo el mundo” (Apoc. 16:14).

            Necesitamos determinar si este poder del oriente, que viene para destruir a la Babilonia decaída, es terrenal o celestial. Los profetas no nos dejan dudas acerca de esto: “Y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque no por mano humana” (Dan. 8:25). “Una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó” (Dan. 2:34). “Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra” (Joel 3:16). “Y yo litigaré con él con pestilencia y con sangre; y haré llover sobre él, sobre sus tropas y sobre los muchos pueblos que están con él, impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre” (Eze. 38:22).

            Claramente este rey del oriente que viene a liberar al pueblo fiel no es otro que nuestro Señor Jesucristo en su segunda venida. El mismo Ciro, en el lenguaje de Isaías es un símbolo del Salvador. Se lo llama el “pastor” y el “ungido” de Jehová, títulos que corresponden a Cristo (Isa. 44:28; 45:1). Y es interesante notar la manera sistemática y constante como Cristo aparece relacionado con el oriente en las Escrituras. Veamos algunos pasajes:

            Malaquías 4:2: “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación”.

            Lucas 1:78: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora”, dice Zacarías refiriéndose a Cristo.

            2 Pedro 1:19: “el lucero de la mañana”.

            Apocalipsis 21:16: “la estrella resplandeciente de la mañana”.

            Oseas 6:3: “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida”.

            Quizá el texto que más nos llame la atención sea el de Mateo 24:27: “Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre”. (Véase El Conflicto de los Siglos, págs. 698, 699.)

El Ultimo Gran Enemigo de Dios

            En el capítulo 19 del Apocalipsis, versículos 11-21, se describe la gran batalla final. El Verbo de Dios, que es también el Rey de reyes y Señor de señores, lucha contra la bestia, los reyes de la tierra y sus ejércitos, los cuales se han reunido para “guerrear contra el que montaba a caballo y contra su ejército” (Apoc. 19:19). Pero no aparece aquí la gran Babilonia, puesto que sus aguas acaban de secarse durante la sexta plaga, y la ciudad ha sido dividida en tres partes (Apoc. 16:12, 19). Sin embargo, el pasaje mencionado anteriormente, dice que están “reunidos” para luchar contra Cristo.

            Esto queda aclarado en el pasaje de Apocalipsis 17:8-11. Se dice allí que después de las siete cabezas, la séptima de las cuales está en lo futuro en nuestros días y representa a la gran confederación babilónica, la misma bestia subirá del abismo y será un octavo rey en la tierra.

            Esta bestia “que sube del abismo”, aparece también en Apocalipsis 11:7 y no es otra cosa que el mismo Satanás en persona que ya sin usar el disfraz de la religión, sale para tomar el control del mundo impío a fin de reunirlo para “la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso” (Apoc. 16:14). Es una rebelión abierta contra Dios semejante a la del ateísmo de la Revolución Francesa.

            Pero esta batalla quedará trunca con la venida de Cristo y la muerte de todos los impíos, y Satanás, atado por mil años, deberá esperar hasta la segunda resurrección para continuar con su obra. “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Apoc. 20:7-9).

            “La obra de destrucción de Satanás ha terminado para siempre… Durante seis mil años obró a su gusto, llenando la tierra de dolor y causando penas por todo el universo. Toda la creación gimió y sufrió en angustia. Ahora las criaturas de Dios han sido libradas para siempre de su presencia y de sus tentaciones. ‘¡Ya descansa y está en quietud toda la tierra; prorrumpen los hombres [justos] en cánticos!’ (Isa. 14:7, VM). Y un grito de adoración y triunfo sube de entre todo el universo leal. Se oye ‘como si fuese el estruendo de muchas aguas, y como si fuese el estruendo de poderosos truenos, que decían: ¡Aleluya; porque reina el Señor Dios, el Todopoderoso!’ (Apoc. 19: 6, VM)” (El Conflicto de los Siglos, págs. 731, 732). (Fin de la serie.)

NOTA. —Sin duda nuestros lectores habrán notado que, en estos artículos sobre las profecías del fin, se han tocado algunos aspectos sobre los cuales existen diversos matices de interpretación. Por esa razón, El Ministerio Adventista desea señalar que, al publicar dicha serie, lo ha hecho con el propósito siempre útil de estimular el estudio de esas importantes profecías, y no necesariamente como expresión del punto de vista de este órgano o de la posición oficial de la iglesia al respecto.

Sobre el autor: Redactor de la Asociación Casa Editora Sudamericana.