La predicación está en crisis, en una grave crisis.

            Stuart McWilliam, dirigiéndose a los alumnos de varias escuelas de teología escocesas en la presentación de las disertaciones Warrack de 1968-1969, reconoció que “en estos tiempos se observan un recelo generalizado hacia la predicación, una puesta en duda de su valor, y una pérdida de confianza en su poder”.[1]

            Recelo. Duda de su valor. Confianza decreciente en su eficacia. La predicación hace frente a estos tres hermanos, a quienes sigue en su lucha contra ella una hermana mayor: la indiferencia.

            En 1958, el 49% de los habitantes de Estados Unidos asistía regularmente cada semana a algún lugar de culto. En 1970 la asistencia bajó a un 42%. Pero cuando la organización de estadísticas Gallup tanteó en 1971 los hábitos de un grupo representativo integrado por 7.543 adultos, comprobó que solamente el 40% concurría a la iglesia.[2] Si esta tendencia hacia la deserción continúa durante los próximos veinte años, la predicación será suprimida o, de otro modo, el predicador se verá perseguido por el eco solitario de su voz que le será devuelta por los bancos vacíos.

            Sin embargo, mucho antes de nuestra época hubo quienes se lamentaron debido a la apatía manifestada por el hombre con respecto a la predicación. Edna St. Vincent Millay, nacida en 1892, se refirió a la predicación en términos vigorosos, en términos que parecen tornarse cada vez más categóricos a medida que pasa el tiempo:

            “El hombre de Dios se alza ante la muchedumbre: su voz melosa, su mirada indiferente presentan monótonas el Evangelio humilde a los orgullosos.

            Pero nadie atiende. Todas tus palabras son para nosotros menos que el viento que pasa, oh, tú, muerto para salvar”.[3]

            ¿Por qué la predicación está pasando por una crisis tan seria? El número de expertos que pregonan su diagnóstico no ha disminuido.

            El hombre contemporáneo está tan saturado de las bagatelas transitorias que ha elaborado su tecnología, que no puede alzar la vista al cielo para reconocer a su Creador omnipotente, quien “dijo, y fue hecho”.[4] Eric Mascall describe la miopía humana con las siguientes palabras:

            “La tecnología científica, mediante el imperio arrollador que ejerce sobre la vida actual, ha creado un clima psicológico en el cual ya no resulta natural que la gente preste atención a aquellos aspectos de la vida que identifican al hombre como criatura de Dios. Se ha amoldado a nuestra mente para que considere al mundo como materia prima destinada a ser manipulada por el hombre, y no para que lo contemple en actitud de admiración”.[5]

            “El liberalismo, y no la tecnología, es el culpable”, declaran otros. “No —vocifera otro grupo—, la neo ortodoxia es lo que ha viciado a la predicación socavando de un modo aún más sutil la autoridad de las Escrituras”.

            El hombre de la calle asegura que en esta época de conocimiento desbordante no queda sitio para el monólogo de la predicación. Su clamor es: “¡Que la pantalla sustituya al púlpito, el diálogo y el debate a la predicación, y la silla del consejero o el sofá del psicólogo al banco de la iglesia!” Y los investigadores lo apoyan con sus doctas opiniones, haciendo notar que los estudios objetivos revelan que la predicación es muy inferior a otras técnicas de instrucción:

            “Otros que también denigran a la predicación son los psicólogos, quienes presentan evidencias convincentes de que la comunicación entre el predicador y el auditorio es la forma de aprendizaje menos efectiva. Nos aseguran que una mesa redonda, o material audiovisual, o películas cinematográficas son mejores métodos de enseñanza”.[6]

            ¿O no será que la amenaza de muerte que pende sobre la predicación se debe al creciente interés que el hombre está depositando en su persona? Si el hombre niega la realidad de una creación especial, desacredita lo sobrenatural, ensalza las innovaciones y menosprecia las tradiciones del mensaje cristiano, la predicación despertará escasa atracción en él. El hombre que se halla tras el púlpito podrá ser el más indicado. Hasta podrá tratarse de un experto. Pero si su teología en realidad no es más que antropología, y su escatología es sólo una descripción verbal de los logros de la Asociación Mundial para el Mejoramiento de los Gobiernos, entonces, ¿para qué molestarse en prestarle atención?[7]

            Los adventistas admiten que la predicación está corriendo peligro. Pero se sienten llamados a proclamar una advertencia solemne contra las ideas optimistas que suponen la perfectibilidad del género humano mediante una evolución efectuada por el hombre mismo. Creen de veras que su singular comisión está retratada en el ángel visto por Juan “en medio del cielo… que tenía el evangelio eterno para predicarlo”.[8] Más aún, están convencidos de que el desenlace exige un “testimonio a todas las naciones” por medio de un Evangelio “predicado… en todo el mundo”.[9]

DESCUBRIMIENTOS DE UNA ENCUESTA

            Durante 1971, 105 personas respondieron a una Encuesta sobre los Métodos Empleados para Asegurar y Mantener un Auditorio en la Actividad Evangelizadora de los Adventistas del Séptimo Día. Esas respuestas provinieron de los directores de la Asociación Ministerial de asociaciones locales, uniones y de la Asociación General; de los hombres que están en constante contacto con las masas, tales como los oradores de los programas Fe para Hoy, Escrito Está, La Voz de la Profecía; y de los evangelistas de vanguardia diseminados por todos los Estados Unidos y Australia.

            La Sección Sexta de mi cuestionario pedía información acerca de los métodos que “mejor contribuyen a retener un auditorio” durante un ciclo de evangelización. Resultó notable comprobar que los evangelistas consultados señalaron la cláusula “predicación bíblica, cristocéntrica” como primera en importancia.

            El evangelista adventista no niega que para transmitir la verdad debe emplearse todo método eficaz. Según lo reveló la encuesta, hay muchas técnicas que atraen al auditorio y que ayudan a consolidarlo. Al pasar a las técnicas más aplicables para conservar al auditorio, los evangelistas indicaron que es esencial tener un programa cuidadosamente planeado para mantener el interés de los adventistas. Se mencionaron numerosas ideas. Pero dos de ellas excedieron en importancia a todas las demás en lo que atañe a la conservación de la asistencia: “el programa de visitación” y la “predicación bíblica, cristocéntrica”.[10]

            Los motivos y los métodos para realizar una visitación efectiva bien pueden servir de base para otra exposición como la presente, si se tiene en cuenta que el 82% de las respuestas señaló a la visitación como uno de los dos métodos más importantes para mantener el interés del público. Pero en este momento estamos interesados en el papel que desempeña la predicación dentro de ese panorama de las técnicas que mantienen la asistencia del público. El 84% de los evangelistas consultados consideraron a la predicación (juntamente con la visitación) como una de las dos opciones principales.

            Resumiendo todo lo anterior, podemos decir que, aunque la predicación se halla en crisis debido a numerosos motivos, sigue siendo nuestra comisión y el medio único y más efectivo con que contamos para conservar la asistencia en las reuniones de evangelización. Además, la predicación que logra mantener ese auditorio es muy posible que estimule también la asistencia a la iglesia.

            Aquí tenemos una idea clara del punto sobre el cual debemos poner el énfasis en nuestra obra de evangelización. Las instrucciones son: Emplear todo método válido, pero, por sobre todas las cosas, visitar y predicar.

PREDICACION EFECTIVA

            Probablemente sea más fácil descubrir el “papel” de la predicación que los métodos que hacen de ella una labor efectiva. Presentamos estas breves sugerencias, creyendo que merecen se les preste atención.

  1. Para ser efectiva, la predicación debe ser bíblica. El predicador necesita hacer acopio de toda información, por todos los medios posibles que estén a su alcance, para poder llegar a una comprensión plena de la Palabra de Dios. Una vez que ha resuelto los interrogantes de la introducción bíblica, ha probado el significado de los textos con las herramientas de la exégesis, y los ha examinado a la luz de la misión y de la historia eclesiásticas, estará preparado para relacionar esa verdad con el mensaje total de la Escritura. Luego, cuando toda esa investigación queda condensada en su mente en la forma de una verdad diáfana y apremiante, y convertida en una experiencia personal, estará preparado, por fin, para ser instrumento del Espíritu y exponer esa verdad con sencillez y fervor ante sus oyentes.

            Es muy fácil dejar que las herramientas de la investigación bíblica se herrumbren. Los conocimientos de hebreo que obtuve en el Colegio de Avondale con mucha frecuencia quedaron relegados al olvido ante la enorme actividad que me exigió la obra pastoral y evangélica en los doce años siguientes. En el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, guiado por la enseñanza inspiradora de quien en vida fuera el Dr. Alger F. Johns, me propuse no predicar jamás basado en un pasaje del Antiguo Testamento sin haberme esforzado antes por comprender las palabras con que el Señor vio conveniente que se registrara inicialmente su verdad.

            Sin embargo, toda esta investigación bíblica tan minuciosa no es más que —por comparación— la estructura del transatlántico que se encuentra bajo la línea de flotación. Ella es la que da estabilidad y señala el rumbo. Pero no se la ve. Una catástrofe espera al pastor que trata de sacar a relucir su talento, en lugar de señalar con humildad a Aquel que es poderoso para salvar.

  • Para ser efectiva, la predicación debe ser cristocéntrica. “En toda página, sea de historia, preceptos o profecía, las Escrituras del Antiguo Testamento irradian la gloria del Hijo de Dios”.[11] Ese esplendor obtiene explicación aún más plena en el Nuevo Testamento. Y la razón por la cual existen los adventistas del séptimo día es para enfocar el mensaje total de la Biblia sobre ese Dios que en la actualidad está haciendo que su santuario “surja victorioso”[12] por medio de Cristo. Estamos convencidos de que la obra presente de Jesús es una “gran verdad”, y que “cuando se vea y comprenda esa gran verdad, los que la sostienen trabajarán en armonía con Cristo para preparar un pueblo que subsista en el gran día de Dios, y sus esfuerzos tendrán éxito”.[13] El contenido de estas palabras implica la promesa de que los días de predicación más gloriosos están aún por delante para el movimiento adventista, conforme éste vaya acabando su proclamación en todo el mundo.
  • Para ser efectiva, la predicación debe ser contemporánea. Debe proporcionar una respuesta actual que enfoque las trascendentales preguntas, las incertidumbres angustiantes, las rebeliones desafiantes, las dudas perturbadoras y las necesidades personales del hombre, y que responda al contexto de éste. El predicador debe colocarse en el molde de pensamiento de sus oyentes, y estar familiarizado por experiencia personal, con las influencias dominantes que afectan sus vidas.

            Generalmente la predicación no va dirigida a cierto grupo selecto de la población, sino a todos los sectores de la sociedad. En consecuencia, debe satisfacer las necesidades de toda clase de gente. Una manera de determinarlas es estudiando cuidadosamente los principales medios de difusión que logran asegurar el interés del público. Pero, por supuesto, esto no significa que debamos seguir sus mismos métodos a fin de conquistar un auditorio.

            Hace algún tiempo examiné el contenido de un ejemplar de cada una de las siguientes publicaciones: Reader’s Digest, Newsweek, Life and Time. Descubrí que en estos medios de información se daba énfasis a más de setenta temas diferentes. Algunos se referían a las principales inquietudes humanas: los hijos, la familia, el matrimonio, la seguridad, la felicidad. Otros, eran asuntos que excitan la imaginación del hombre, tales como el drama y el espacio. Todos tienen cierta relación con la presente generación, y la Palabra de Dios se refiere a todos ellos en algún sentido.

            Si el predicador ha de ser actual, deberá saber qué se está diciendo dentro de las torres de marfil —las instituciones educativas— y cómo se están transmitiendo esas conclusiones por las ondas del éter, mediante la literatura y el arte al ciudadano común.

            Para estar actualizado, el predicador debe ser un conocedor experto y santificado de la conducta humana. ¿De qué otro modo logrará someterse inteligentemente a la dirección del Espíritu para poder hacer de catalizador y producir un cambio en la naturaleza humana? La visitación constante lo capacita para amoldar su predicación no sólo a las necesidades de la humanidad en general, sino a las de las personas que tiene delante de sí.

            Esta palabra suya, pronunciada desde el púlpito, jamás desconcertará al oyente. Será en cambio, tan específica, estará tan conectada con la satisfacción de necesidades reales, que se ajustará al oyente individual como un traje hecho a su medida. El predicador recordará constantemente cuáles son las verdaderas condiciones en que viven los que están sentados frente a él. Mientras habla, se proyectarán en su mente, como en una pantalla, las esperanzas, los temores, las tentaciones de éste y de aquel oyente. Por esta razón su mensaje es personal.          No es un monólogo, en el que uno se dirige a muchos, sino un diálogo, en el que uno se dirige a otro.

            Hemos tratado de demostrar que la predicación efectiva se origina en un conocimiento cabal y experimental de la Escritura y de Cristo, además de la comprensión de los hombres a quienes el Señor vino a salvar. Una predicación tal, movida por el Espíritu Santo, conservará al auditorio, tanto en las reuniones de evangelización como en la iglesia. El hombre que no tiene sosiego prestará atención a aquel que sabe cuál es el lugar que ocupa en el plan de Dios, y que juntamente con Richard Baxter (1615-1691) puede decir:

            ‘‘Predico como si cada vez fuera la última, como si fuera un moribundo que se dirige a otros tales”.

Sobre el autor: Pastor de la Asociación del Gran Sídney, Australia.


Referencias:

[1] Stuart W. McWilliam, Called to Preach: The Warrack Lectures 1968-69. The Saint Andrew Press, Edimburgo, 1969, pág. 7.  

[2] Facts on File, 1972 pág. 44.

[3] Edna St. Vincent Millary, Masterpieces of Religious Verse, editado por James Dalton Morrison, Harper and Brothers, Nueva York, 1948, pág. 168.

[4] Sal. 33:9.

[5] Eric Mascall, “The Scientist Outlook and the Christian Message”, The Evolving World and Theology, Concilium: Theology in An Age of Renewal, tomo 26, Paulist Press, Nueva York, 1967, pág. 125

[6] William D. Thompson, A Listener’s Guide to Preaching, Abingdon Press, Nashville, Tenn., 1966, pág. 16.

[7] “Hoy día los predicadores están amenazados por un sentimiento de falta de autoridad”, según David Waite Yohn, The Contemporary Preacher and His Task, Eerdmans, Gran Rapids, Michigan, 1969, pág. 105. Para un análisis exhaustivo de la predicación y sus problemas en todo el continente, véase Helmut Thielicke, The Trouble With the Church, editado por John W. Doberstein, Harper and Row, 1965, Nueva York.

[8] Apoc. 14:6.

[9] Mat. 24:14

[10] Los resultados de la encuesta se comentan detalladamente en “A Survey of Methods Used to Secure and Maintain an Audience in Seventh-day Adventist Evangelism”, de Arthur N. Pactrick, tesis para el Master of Di-vinity, no publicada, Universidad Andrews, 1972.

[11] Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, pág. 182.

[12] Dan. 8:14, The New English Bible.

[13] Elena G. de White, Joyas de los Testimonios, tomo 2, págs. 219, 220.