El catolicismo Romano y el Concilio Mundial de Iglesias: ¿Hacia un nuevo tipo de relación?

            Los católicos entraron tarde en el escenario ecuménico. En efecto, su ecumenismo ha sido en gran medida la respuesta a iniciativas protestantes y ortodoxas. Como muchas otras cosas, comenzó con el Concilio Vaticano II. Desde entonces, sin embargo, el problema de la unidad cristiana ha recibido algo más que una mirada ocasional y pasajera. Ha sido ventilado por Roma en toda la amplitud de sus innumerables implicaciones doctrinales y pastorales. A tal punto que la participación de la Iglesia Católica Romana en el Concilio Mundial de Iglesias ha llegado a ser un asunto prioritario en el temario católico.

            Es difícil contar la historia de esta reorientación. Resulta difícil analizar objetivamente este asunto, no sólo porque el Concilio Vaticano II sacudió la uniformidad de la Iglesia Católica Romana, proporcionándole mayor fluidez a muchas de las posiciones del catolicismo, sino porque en forma particular nos encontramos demasiado cerca de los acontecimientos que produjeron dicho cambio. El asunto se complica más debido a que esta reorientación se encuentra todavía en proceso de realización.

            Al iniciarse el período del movimiento ecuménico, la Iglesia Católica Romana rechazó las invitaciones que se le extendieron a participar en los movimientos que condujeron a la formación del Concilio Mundial de Iglesias. La encíclica Mortaliuni Ajiinios, promulgada por el Papa Pío XII en 1928, poco después de la Conferencia de Fe y Orden celebrada en Lausana, Suiza, se expresaba de este modo en forma inequívoca: “Resulta claro que la sede apostólica no puede participar de ninguna manera en estas asambleas, ni es legítimo, de ningún modo, que los católicos proporcionen a tales empresas su ánimo y su apoyo. Si así lo hicieran, estarían apoyando un cristianismo falso, totalmente ajeno a la única iglesia de Cristo”.[1]

            En la actualidad, menos de cincuenta años después, las dificultades que parecían tan impresionantes no parecen tener el mismo significado. Los católicos “toman parte en esas asambleas” en todos sus niveles. Sacerdotes y monjas de diversas órdenes religiosas trabajan actualmente parte de su tiempo o tiempo entero como miembros del personal del Concilio Nacional de Iglesias en los Estados Unidos. Otros sirven como miembros en todo el sentido de la palabra en diferentes organismos del Concilio Nacional y también del Mundial. Comisiones conjuntas, conversaciones bilaterales y grupos de trabajo se hallan empeñados en aclarar diferencias de convicción y colaboran activamente en actividades de tipo social que contempla el temario de estas organizaciones.

            Nadie por su cuenta, ni siquiera Juan XXIII, inició el interés católico hacia el ecumenismo. Muchos factores contribuyeron sin duda, pero el ímpetu más importante lo recibió del Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965, cuando se pusieron nuevos fundamentos para la participación de los católicos en el movimiento ecuménico, al reconocer el significado que para ellos llegó a tener la fe y la vida religiosa de los cristianos de otras tradiciones. De este modo, el decreto sobre el ecumenismo que define la relación que existe entre los no católicos y la Iglesia Católica Romana, afirma que los que han sido conducidos a la fe en Cristo y en consecuencia han sido bautizados, son miembros del cuerpo de Cristo, aunque se encuentren fuera de la comunión de la Iglesia Católica Romana. Aunque no pertenezcan a la Iglesia Católica, básicamente están en comunión con ella por medio de la fe y el bautismo (artículo 3, párrafo 1). “Pertenecen por derecho a la única iglesia de Cristo” y “tienen derecho de ser honrados con el título de cristianos” (párrafo 2). No se los considera más individuos aislados, sino miembros de “iglesias y comunidades eclesiásticas” cuya “realidad eclesiástica” ya no puede ser puesta en duda. El Espíritu de Cristo emplea inclusive esas comunidades como medio de conducir a sus miembros a la salvación. Ciertamente, “de ninguna manera han sido privadas de significado e importancia en el misterio de la salvación…” (párrafo 4).

            Debemos recordar que permanece el temor subyacente de que el verdadero propósito de Roma sea finalmente sólo obtener el “retorno” [de las ovejas extraviadas], pero declaraciones como las que acabamos de citar indudablemente representan una reorientación definida en el pensamiento ecuménico de la Iglesia Católica Romana.

            Desde que fueron promulgados los documentos del Concilio Vaticano II, las reuniones, los diálogos y la colaboración no se han circunscripto más a ciertos círculos especiales. Constituyeron la tarea de la Iglesia Católica Romana en su conjunto. Después del concilio, por lo tanto, la participación católica en el movimiento ecuménico se convirtió más y más en la regla, aunque hubo considerables diferencias de un lugar a otro. Se organizaron conversaciones colaterales con diferentes organizaciones religiosas para examinar y discutir problemas teológicos difíciles que separaban por ejemplo a los católicos de los luteranos, los anglicanos, los metodistas, etc. El encuentro y la colaboración, sin embargo, debían ser buscados todavía en otro nivel, a saber, un nivel en el que todas las iglesias, aunque se encontraran divididas todavía, permanecieran en permanente contacto anticipando una comunión final y en la mayor medida posible dando un testimonio común. Por eso la relación con el Concilio Mundial de Iglesias llegó a ser de la mayor importancia.

            Pero ¿era posible que la Iglesia Católica se relacionara con el Concilio Mundial de Iglesias que, debemos recordarlo, no es una iglesia sino una asociación de iglesias? El Concilio Mundial no tiene autoridad sobre las iglesias miembros. Como lo establecen sus estatutos y reglamentos, no puede hablar ni actuar en nombre de ellas. En lo que se refiere a lograr la unidad, sólo las iglesias son competentes para actuar. Pero ¿podía a su vez el Concilio Mundial permanecer ajeno a esta situación? ¿No debía actuar en nombre de las iglesias que se encuentran en su seno, y dentro de los límites establecidos, para aprovechar la oportunidad que se presentaba de desarrollar el movimiento ecuménico? Para lograr este propósito, se organizó el llamado Grupo Conjunto de Trabajo en 1965, con el fin de aclarar algunos asuntos fundamentales y particularmente la comprensión que debe tener cada iglesia miembro acerca de lo que es el movimiento ecuménico. Al principio dicho grupo se limitó a seleccionar algunas posibilidades de colaboración entre organizaciones católicas y diferentes instrumentos del Concilio Mundial, al mismo tiempo que se dedicó a animar esta colaboración. Pronto ese grupo se enfrascó en estudios teológicos definidos, algunos de ellos de gran importancia. A medida que la colaboración creció, el asunto adquirió más relieve. ¿Se podía concebir que la Iglesia Católica se convirtiera en miembro pleno del Concilio Mundial de Iglesias? Algunos escritores comenzaron a discutir este asunto. La asamblea general del Concilio Mundial, celebrada en Upsala, Suecia, en 1968, se refirió a este asunto, y el Papa Paulo VI lo mencionó en 1969. Finalmente, el Grupo Conjunto de Trabajo se decidió a atacar el problema. Su informe se publicó en el número de julio de 1972, de The Ecumenical Review (La revista ecuménica).[2] Resulta bastante interesante que después de discutir durante dos años este asunto en su seno, otra comisión conjunta de estudio publicó unos pocos meses antes, en febrero de 1972, un Informe acerca del posible ingreso de la Iglesia Católica en el Concilio Nacional de Iglesias de los Estados Unidos.[3] Como podía esperarse, ambos documentos abordan el problema y proporcionan sus respuestas de acuerdo con un patrón similar.

            El informe conjunto de la Iglesia Católica y del Concilio Mundial de Iglesias ha sido enviado por cada organización a sus respectivos dirigentes para que lo estudien cuidadosamente y para evaluar la reacción consiguiente. Trata de arrojar luz sobre los diversos aspectos —los pros y los contras— del asunto de la participación católica en el concilio y sin duda va a producir una amplia reacción. Al mismo tiempo que subraya definida- mente la necesidad de una relación más íntima entre los dos grupos, señala que la plena participación de la Iglesia Católica en el Concilio Mundial de Iglesias es el enfoque más realista de las diversas opciones del rapprochement (acercamiento).

            Vale la pena señalar aquí que el asunto de la participación católica en el Concilio Mundial de Iglesias puede tener rápida respuesta a lo menos en lo que concierne al Concilio Mundial. En efecto, no hay razón válida en principio contra esta participación. Sin embargo, aunque no haya objeciones teológicas, existen problemas de suficiente importancia como para que resulte difícil esperar que en el futuro inmediato se logre una participación plena del catolicismo en el Concilio Mundial de Iglesias. Cuando visitó la sede del Concilio Mundial en Ginebra, en 1969, el Papa Paulo VI se refirió a este asunto en términos sumamente definidos: “Con fraternal franqueza —dijo— no consideramos que la cuestión de la participación del catolicismo en el Concilio Mundial de Iglesias esté lo suficientemente madura como para que podamos o debamos dar una respuesta definida al respecto. Contiene serias implicaciones teológicas y pastorales que necesitan ser estudiadas profundamente. Nos conduce a una senda que la honestidad tiene que reconocer será larga y difícil”.

            ¿En qué consisten esas dificultades? Algunas de ellas están claramente presentadas en el informe del Grupo Conjunto de Trabajo. Aunque la participación católica en el Concilio Mundial signifique un paso más hacia la expresión visible del “único movimiento ecuménico” del cual Roma cree formar parte, suscita al mismo tiempo una cantidad de interrogantes. Algunos católicos tienen la impresión de que una vinculación desde el punto de vista de la organización, con el Concilio Mundial de Iglesias, exigiría renunciar a algunas doctrinas católicas distintivas,[4] o a lo menos podría parecerlo así, con lo que se podría promover una especie de indiferencia doctrinal contra la cual los católicos han estado combatiendo durante tantas generaciones.

            Los católicos también presentan la cuestión de la autoridad moral del papa. Aunque la objeción pueda ser respondida en forma satisfactoria en el nivel de los principios, los fieles católicos pueden sentirse inducidos a creer que desde un punto de vista práctico la autoridad del papa se vería comprometida debido a una relación más íntima con el Concilio Mundial.[5] Otros, acostumbrados a revestir las declaraciones de su iglesia en el nivel mundial de un carácter particularmente obligatorio, se sienten confundidos por el hecho de que las declaraciones del Concilio Mundial “no tienen autoridad estatutaria ni jurídica de carácter obligatorio”.[6] [7] Las iglesias miembros son libres de aceptarlas o rechazarlas. Ciertamente esas declaraciones no pueden ser clasificadas junto con las encíclicas o los decretos conciliares. Desde el punto de vista católico, la participación de dicha iglesia en el Consejo Mundial podría implicar el hecho de que el estilo de las declaraciones conjuntas debiera ser mudado en más de un aspecto.

            Aun los programas compartidos tienen sus problemas. Existe la posibilidad, por ejemplo, de que la Iglesia Católica pueda encontrarse responsable —a lo menos ante la opinión de la gente— por ciertas declaraciones y programas que desde un punto de vista católico no se pueden apoyar plenamente. Las divergencias podrían encontrarse fácilmente con respecto a asuntos como el aborto, el control de los nacimientos, los matrimonios mixtos y las subvenciones de fondos públicos a las escuelas de iglesia. Es verdad que las iglesias miembros también son libres en este caso de no apoyar las declaraciones del Concilio Mundial relacionadas con esos asuntos, pero esto no aliviaría plenamente las posibles dificultades que tal situación le produciría a la Iglesia Católica.

            Estos temores son legítimos y reales desde el punto de vista católico. Sin embargo, los católicos no están solos al formular dudas acerca de su participación en el Concilio Mundial de Iglesias. Los miembros de dicho concilio también las tienen. No se necesita mucho tiempo para descubrir que una de las diferencias que existen entre la Iglesia Católica y los miembros del Concilio Mundial es que el catolicismo es una organización mundial, mientras que el Concilio Mundial de Iglesias es una asociación de iglesias casi exclusivamente nacionales o regionales. ¿Cómo podría lograrse el ensamble de dos estructuras tan diferentes? Se ha sugerido sin embargo que, si se llegara a unir al Concilio Mundial, “la Iglesia Católica podría hacerlo por medio de organizaciones (católicas) comparables a la gran mayoría de las iglesias miembros actuales”, es decir, en el nivel de las asociaciones episcopales nacionales.

            En este caso al número de miembros del Concilio Mundial habría que añadir unos 90 miembros. Una de las preguntas que surgen en seguida al enfocar este asunto, se refiere a la relación particular que existe entre las organizaciones regionales católicas y la sede romana. Por otra parte, ¿cuánta autonomía podría conceder el Concilio Mundial de Iglesias a esas entidades nacionales teniendo en cuenta que sus reglas requieren que una iglesia miembro en perspectiva sea “autónoma”, y por lo tanto, “que no sea responsable ante otra iglesia por su conducta, incluso la preparación, ordenación y mantenimiento de sus ministros… y por el uso de fondos que se encuentren a su disposición, no importa de qué fuente provengan”.[8]

            Hay otros problemas que preocupan. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, esperaría Roma que sus doctrinas de la infalibilidad papal y su jurisdicción universal determinen la forma en que se produciría su participación con otras organizaciones cristianas en el Concilio Mundial? ¿Sería relativizado el ejercicio del ministerio papal en esta nueva participación o produciría más bien la impresión de que el papa, al expresarse, hablaría y actuaría en nombre del Concilio Mundial de Iglesias y de sus iglesias miembros?[9] Pablo VI mismo considera que el papado “es sin duda el obstáculo más grave que encontramos en la senda del ecumenismo”.[10]

            El “status” jurídico de la Santa Sede también requiere consideración. La personería jurídica de la sede romana ha sido reconocida por el derecho internacional. El Tratado de Letrán, firmado en 1929, le concedió su propio territorio, a saber, el Estado del Vaticano. Como persona jurídica mantiene relaciones diplomáticas con otros gobiernos y puede firmar tratados políticos. En principio la condición legal de la Santa Sede no constituye una objeción fundamental para su participación. Pero en este aspecto de nuevo nos encontramos con que Roma se diferencia en forma tan radical de las otras iglesias miembros, que muchos pueden preguntarse si la plena participación católica en el Concilio Mundial de Iglesias seria de beneficio para el futuro del cuerpo ecuménico. ¿O podría ser que Roma estuviera dispuesta a someter este asunto a una discusión ecuménica?[11]

            Suponiendo que la Iglesia Católica se uniera al Concilio Mundial, surgiría un delicado problema en lo que atañe al equilibrio del poder. Desde el punto de vista de su número es la iglesia cristiana más grande. En efecto, abarca aproximadamente a la mitad de todos los cristianos. ¿Sobre qué base se determinaría el tamaño de la representación católica? Si los católicos obtuvieron voz y voto en la junta general del Concilio Mundial y en sus asambleas, en proporción a su número, ¿no lo dominarían totalmente? Difícilmente esta situación favorecería el diálogo genuino y la participación. Al referirse a este asunto, el informe recomienda que la representación católica y su capacidad de voto “no sea inferior a un quinto ni mayor de un tercio del número total de delegados” (pág. 277). Otro asunto paralelo consiste en saber si la contribución financiera del catolicismo estaría en proporción con el número de sus miembros.

            La lista de problemas que acabamos de presentar no es completa ni mucho menos. Se podrían haber añadido otros obstáculos. El estudio preliminar del Grupo Conjunto de Trabajo tampoco ha agotado todos los aspectos del asunto. Pero, a pesar de todas las dificultades, sus miembros continúan convencidos de que la colaboración entre la Iglesia Católica y el Concilio Mundial no sólo debe continuar, sino que debe intensificarse. Al tratar de determinar la forma apropiada para lograr esa relación más íntima, su informe señala que la participación católica en el Concilio Mundial de Iglesias constituye el enfoque más realista. Las desventajas implícitas en otros procedimientos: ampliación de las relaciones de colaboración que existen actualmente o disolución del Concilio Mundial para reemplazarlo por otro sistema de participación de las iglesias organizado en forma diferente, parecería sobrepujar las posibles ventajas.

            La publicación del documento del Grupo Conjunto de Trabajo no es el fin de este asunto, sino un paso importante en un proceso de cuidadoso estudio. Tanto el Concilio Mundial como la Iglesia Católica han reafirmado públicamente su deseo de permanecer en constante contacto y profundizar su participación ecuménica tanto como sea posible. El siguiente paso, una declaración de escrúpulos o una solicitud formal de participación, queda ahora por cuenta de la Iglesia Católica.

Sobre el autor: Redactor asociado de The Ministry (El ministerio) y uno de los profesores de Teología y de Filosofía Cristiana en la Universidad de Andrews.


Referencias:

[1] Citado en The Catholic Approach to Protestantism, de Jorge Tavard, pág. 107 (Nueva York, Harper).

[2] Véase “Patterns of Relationships Between the Román Catholic Church and the World Council of Churches” en The Ecumenical Review, tomo XXIV, del 3 de julio de 1972, págs. 247-288.  

[3] Véase el informe sobre la posible aceptación como miembro del Concilio Nacional de Iglesias a la Iglesia Católica, por medio del estudio de la Comisión de Relaciones del Concilio Nacional de Iglesias y la Iglesia Católica Romana en Estados Unidos de América. Washington, D. C., Asociación Católica do Estados Unidos, 1972.

[4] Véase “Patterns”, págs. 264, 283.  

[5] Id., pág. 265.

[6] Id., pág. 257.

[7]Id., págs. 285, 285.

[8] Id., pág. 273.

[9] Id., págs. 295, 286.

[10] Véase Information Service, N*? 2 (1967), pág. 4, del memorial de las sesiones de Secretariado para la Promoción de la Unidad Cristiana (SPCU).

[11] Véase “Patterns”, págs. 286, 287.