“Pastor, pienso que usted lo debe saber. He hecho una de las decisiones más importantes de mi vida. Por mucho tiempo todas las cosas me salían mal, estaba muy confundido, y parecía que todo iba de mal en peor. Pero ahora me siento en perfecta paz. He encontrado la cabal solución de mis problemas, y me alivia saber que pronto todo habrá terminado. ¡Me voy a suicidar!”

La voz que provenía del otro lado del teléfono era monótona e inexpresiva, a pesar de lo apremiante del mensaje. Por alguna razón, quizás instintivamente, el joven pastor se dio cuenta de la sinceridad de su interlocutor por la forma como hablaba.

Durante los pocos segundos que le tomó el evaluar lo que había escuchado, persistió en su mente aquella última frase que acababa de oír. En ese momento le era imposible analizar con exactitud todas sus emociones. Por sobre todo se sentía totalmente impotente. ¿Qué podía hacer? Si alguna vez se le había enseñado la forma como se debía enfrentar un caso como éste, le era imposible recordar que debía hacer.

Estaba solo en la emergencia, solo para atender el primer llamado de un posible suicida.

Aproximadamente 24.000 estadounidenses se quitan la vida cada año, y se calcula que otros 75.000 también lo hacen, pero no se los identifica como víctimas de suicidios, [1] Esto significa que por lo menos un norteamericano se suicida cada veinte minutos. Y se calcula que por cada persona que realmente se suicida, otras diez intentan hacerlo.[2]

La mayoría de los suicidas potenciales dan indicios muy claros de la decisión que han tomado, y un gran número de ellos intenta abiertamente buscar ayuda al llamar a sus amigos, parientes o profesionales, como médicos y pastores. Para que un profesional pueda ayudar a uno de ellos, debe tener algunos conocimientos básicos sobre este fenómeno de conducta. Estas son algunas de las características más comunes:

  1. Por cada tres hombres que se suicidan, sólo una mujer lo hace.
  2. Las posibilidades de suicidio aumentan con la edad.
  3. Hay más casos de suicidio entre la gente de raza blanca que entre los miembros de otros grupos étnicos.
  4. Los casos de suicidio son más comunes entre los separados, los divorciados o los viudos.
  5. Las mujeres cometen más intentos de suicidio que los hombres.
  6. Toda amenaza de suicidio debe ser tomada en serio. Muchos de los que amenazan llegan a intentarlo, y muchos de los que lo intentan llegan a conseguirlo.
  7. Cuando alguien intenta suicidarse y fracasa, cada nueva tentativa puede ser más peligrosa.
  8. La mayoría de los que intentan suicidarse o lo logran, no saben realmente si deben morir en el momento de atentar contra su vida o no.[3]

Las investigaciones practicadas indican que el suicida típico es un hombre de edad mediana (50 a 59 años), de raza blanca. Puede ser un obrero especializado o no. Generalmente está separado de su esposa y sufre alguna enfermedad que no se siente capaz de seguir enfrentando. Probablemente se suicide con el revólver que compró originalmente para proteger a la familia y defenderse. En las mujeres son frecuentes los casos de suicidio entre los 35 y los 54 años.[4]

La mayoría de los hombres que se quitan la vida eligen un método rápido e irreversible para hacerlo, como dispararse con un revólver, o ahorcarse, o arrojarse al vacío desde un lugar elevado. Las suicidas prefieren usar, en cambio, una dosis excesiva de drogas, lo que no es ni rápido ni irreversible. Esta diferencia que se nota entre los hombres y las mujeres en la elección de los métodos que emplean para suicidarse, puede reflejar una diferencia básica entre ambos referente a la forma de enfrentar la vida en general. Las mujeres eligen el suicidio como una manera de expresar su desesperación mientras todavía hay esperanza de recibir ayuda, mientras los hombres aguardan para hacerlo hasta el momento cuando les parece que la única salida posible es el suicidio.

Si realmente el suicidio es una forma desesperada de comunicación -un pedido de auxilio que se lanza cuando han fallado todos los otros intentos de comunicación-, todas las actitudes relativas al suicidio (ya sean amenazas o intentos) deben ser tomadas con seriedad. Desafortunadamente mucha gente considera que estas actitudes son maniobras capciosas, tendientes a impresionar a los que rodean al suicida en potencia, y que por eso mismo carecen de seriedad. No se debe interpretar la vacilación ante la muerte, que manifiesta la mayor parte de las personas que intentan quitarse la vida, como un intento consciente de engañar. En realidad, el suicida en potencia vacila entre el deseo de poner fin a su miseria mediante la muerte, y el de encontrar a una persona que se interese en él y le dé alguna razón que lo convenza de que no necesita suicidarse. La mayor parte de los que se quitan la vida realizan previamente esfuerzos e intentos que no les proporcionan la ayuda que buscan. Por eso, toda actitud suicida debe tomarse en serio.

Los intentos de suicidio, sin embargo, son evidencias demasiado claras de que alguien ha llegado a tal grado de desesperación que considera que la autodestrucción es la única solución a sus problemas. Los que están pensando en suicidarse a menudo dan señales que evidencian su intención. Algunas de éstas son muy definidas y entran ya en la categoría de las amenazas de suicidio. Otras son más insidiosas y consisten en insinuaciones de que sería mejor morir o de que se está cansado de vivir. Otros indicios son los cambios de conducta, y determinadas actitudes a las que quizá no les encontremos sentido hasta que la persona afectada haya acabado con su vida. Esta situación puede prevenirse si podemos lograr que la víctima potencial comprenda la naturaleza de su conducta suicida y sienta la necesidad de volver a abrir los canales de comunicación.

A continuación presentamos algunos de los síntomas que evidencian una intención suicida:

  1. Insomnios desusados, seguidos de períodos de melancolía generalizada.
  2. Pérdida repentina e inexplicable del apetito, del peso, o del interés en las relaciones sexuales.
  3. Una inexplicable falta de interés por el trabajo o por realizar ciertas actividades cotidianas que le agradan, como su pasatiempo o su deporte favorito.
  4. La pérdida de interés, sin razón aparente, por amigos y parientes.
  5. Frecuentes declaraciones acerca de la muerte o del deseo de morir.
  6. Preparativos inesperados para la muerte, como arreglos para el funeral, la puesta al día de la póliza de seguros, o la preparación de documentos y testamentos.
  7. Un deseo inusitado y a la vez repentino de desprenderse de las posesiones más preciadas.
  8. Un interés súbito en la compra o el préstamo de revólveres, cuchillos, sogas, drogas, etc.[5]

Por supuesto, no todos los que hacen algunas de estas cosas están pensando en suicidarse. Sin embargo, mientras más de estos indicios se manifiestan en un individuo, más importante es que los que lo rodean consideren seriamente algunas maneras de evitar el posible suicidio.

Contrariamente a lo que la mayoría de la gente piensa, el suicidio no es el fruto de un acto impulsivo. La mayor parte de los suicidios han sido muy bien planeados y han pasado por un largo período de maduración. El suicida típico pasa por un perfecto proceso de planeamiento desde el surgimiento de la idea hasta el momento de la acción. Generalmente el plan se lleva a cabo dando los siguientes pasos: [6]

  1. La decisión. El suicida debe primeramente considerar las implicancias éticas y filosóficas de su autodestrucción. Dado que debe superar inhibiciones culturales en contra del suicidio, se muestra agitado y preocupado. Esta etapa puede prolongarse por mucho tiempo, durante el cual renueva vez tras vez las decisiones que tienden al suicidio, casi siempre cuando debe enfrentar una crisis.
  2. La fase inicial. Después que ha vencido su aversión al suicidio, inicia las acciones definidas para concretar su plan. Primero, debe elegir la forma de quitarse la vida. En ese momento el individuo pesa las “ventajas” de un arma sobre otra, y escoge el instrumento con el cual se ha de quitar la vida. Luego debe elegir el lugar adecuado. Debe considerar ciertos asuntos como el tiempo que se requerirá, el lapso que transcurrirá entre el momento del suicidio y su descubrimiento, quién será la persona que tendrá las mayores posibilidades de descubrirlo, y la impresión que causará a la familia. Durante ese período la persona ensaya continuamente su suicidio, en forma mental, hasta que se convence de que su plan es perfecto. Sus familiares y amigos pueden darse cuenta durante ese lapso de leves manifestaciones de agitación.
  3. Etapa de aplazamiento. Generalmente en esta etapa el individuo se encuentra tranquilo. Puesto que ya tiene resueltos todos los detalles de su suicidio inminente, puede dedicar sus esfuerzos a reabrir las vías de comunicación con las personas que aprecia. En ese momento el suicidio todavía puede suspenderse; pero a medida que pasa el tiempo disminuyen las posibilidades de lograrlo. No obstante, el suicidio podrá impedirse incluso en esta etapa final, si se logra que las vías de comunicación se abran en forma adecuada. Si fracasan los intentos de la persona para comunicarse, tratará de manifestar la urgencia de sus necesidades mediante un conato de suicidio. Si esta medida extrema no le ayudara a resolver sus problemas, es casi seguro que hará otro intento que será más desesperado y más grave que el anterior, y así sucesivamente. Si hiciera otro intento, posiblemente ocurriría dentro de los noventa días a partir de la tentativa anterior. [7]

Debemos destacar nuevamente la paradoja de que la mayoría de los suicidas quieren morir, y al mismo tiempo no quieren morir. [8] Esta ambivalencia ante la muerte nos explica por qué quien decide quitarse la vida llama a menudo a su pastor o a su médico, y le expresa abiertamente su intención de suicidarse. Entonces surge la gran pregunta: “¿Qué puedo hacer si un suicida me llama?”

La primera regla consiste en mantener la calma. El que se encuentra al otro lado lo podrá manejar mejor si nota ansiedad en su voz o sus modales. A pesar de lo desesperado de la situación, su interlocutor lo llama porque duda ante la idea de morir y porque desea que se lo ayude. Necesita su confianza y su estabilidad como garantía de su propia capacidad para superar la crisis.

La segunda regla consiste en asegurarle a su interlocutor que usted toma en serio su decisión de quitarse la vida. Esto lo convencerá de que usted no tratará su problema como si fuera hipotético. Por otro lado, a menudo resulta útil dar a entender al interlocutor que usted no intentará convencerlo de que desista de su plan. Estos dos bien intencionados subterfugios le indicarán que usted reconoce la gravedad del caso y disminuirá su necesidad de tratar de convencerlo de que tiene que quitarse la vida y puede hacerlo. Aquí entra en juego un proceso psicológico: Si él intenta convencerlo a usted de que su decisión es correcta, puede llegar a convencerse plenamente a sí mismo.

Usted puede decirle: “Me alegro de que haya decidido llamarme y compartir conmigo su problema. Estoy seguro que ha considerado detenidamente su situación y entiendo perfectamente que el suicidio es una de las opciones que se le presentan. Porque pienso que es importante que cada persona haga sus propias decisiones, no es mi intención convencerlo de que no se suicide; sin embargo, me gustaría dedicar sólo unos minutos para ver si usted ha tomado plenamente en cuenta algunas de las otras opciones”.

El siguiente paso consiste en analizar algunas de las posibles opciones que se le presentan al individuo fuera del suicidio. Esto puede hacerse en forma más sencilla pidiéndole que él mismo nos enumere las otras opciones que ha considerado anteriormente. Es mucho más fácil que él le diga lo que considera importante y no que usted lo adivine. Este punto abarcará la mayor parte de la conversación. Para asegurarse de su eficacia usted debe escuchar realmente todos los sutiles mensajes que pueda recibir (el tono de la voz, los gestos, etc.). Una de las necesidades más importantes del suicida en potencia es que se lo escuche. Lo mejor que puede hacer el consejero, entonces, es escucharlo atentamente. Escuche para descubrir maneras de reafirmar la autoestima y la importancia de su interlocutor. Usted podrá mostrar su interés y su amor atendiéndolo en forma paciente y cuidadosa durante la crisis, y por medio de un contacto permanente después que ésta haya pasado.

Finalmente, es importante reconocer nuestras limitaciones en una tarea tan especializada. Debe animarse a las personas que han pensado en suicidarse para que busquen a un profesional que pueda aconsejarlos. A veces el pastor cree que transferir al suicida potencial a otro consejero puede ser considerado como un rechazamiento más en la larga lista de éste. Por el contrario, se lo acepta como evidencia de que el pastor se interesa realmente por la persona, en especial si éste sigue manteniendo una relación afectuosa, y continúa mostrando interés por ella.

Uno de los medios más importantes en la tarea de salvar al suicida es el pastor: La persona a la que más frecuentemente se acude en procura de ayuda cuando ha menguado la fortaleza individual.

Sobre el autor: El doctor Vern R. Andress es jefe del departamento de psicología de la Universidad de Loma Linda, California, Estados Unidos.


Referencias

[1] Linden, Leonard y Breed, Warren, “The Demographic Epidemiology of Suicide” (La epidemiología demográfica del suicidio), en Suicidology: Contemporary Developments, (Suicidiología: evolución actual), Edwin S. Shneidman, editor, págs. 71-98. Grune and Stratton, Nueva York, 1976.

[2] Stengel, Erwin, “Attempted Suicides” (Intentos de suicidio), en Suicidal Behaviors: Diagnosis and Management (Comportamiento suicida: diagnosis y tratamiento), H. L. P. Resnik, editor, págs. 171-189. Little, Brown and Company, Boston, 1968.

[3] Lester, David, Why People Kill Themselves (Por qué se suicida la gente), Charles C. Thomas, Springfield, Illinois, 1972.

[4] Andress, Vern R. y Corey, David M., The Demographic Distribution of Suicide in Riverside County Between 1965 and 1969 (La distribución demográfica de los suicidios en el condado de Riverside entre 1965 y 1969), Loma Linda University Press, Loma Linda: Occasional Papers. N° 3, Departamento de Sociología y Antropología, Loma Linda, California, 1966.

[5] Frederick, Calvin J. y Lague, Louise, Dealing With the Crisis of Suicide (Cómo hacer frente a la crisis del suicidio), pág. 15, National Instituto of Mental Health, Public Affairs Committee, Public Affairs Pamphlet N° 406 A, Washington D.C., 1972.

[6] Litman, Robert E. y Tabacknick, Norman D., “Psychoanalytic Theories of Suicide” (Teorías psicoanalíticas del suicidio), en Suicidal Behaviors: Diagnosis and Management (Comportamiento suicida: diagnosis y tratamiento), pág. 78. H. L. P. Resnik, editor, Little, Brown and Company, Boston, 1968.

[7] .Schneidman, Edwin S. y Farberow, Norman L., Clues to Suicide (Indicios de suicidio). McGraw-Hill Book Co., New York, 1957.

[8] Stengel, Erwin, Suicide and Attempted Suicide (Suicidio e intento de suicidio), Penguin Books, Inc. Baltimore, 1964.