En una época cuando se considera que los valores morales son relativos y dependientes de las situaciones, el dirigente adventista debe reafirmar su dedicación a un estilo de vida de estricta integridad. Esta debe ser la virtud cardinal del código de ética adventista. El blanco de cada administrador adventista en estos tiempos en que la confiabilidad del liderazgo adventista está constantemente bajo escrutinio, debe ser una credibilidad impecable.

El rey Salomón, inspirándose en su vasto tesoro de experiencia como líder nacional, hizo dos declaraciones incisivas en cuanto a la importancia cardinal de la integridad. “La integridad de los rectos los encaminará (Prov. 11:3); y añade dos versículos más adelante: “La justicia del perfecto enderezará su camino”. Aquí la palabra “perfecto” equivale a “íntegro”.

Según el diccionario, el adjetivo íntegro se aplica a aquello en que no falta ninguna de sus partes: de una perfecta probidad, incorruptible. El significado de la raíz de integridad es firmeza moral, lo contrario de relajación moral.

La integridad ocupa el primer lugar en la lista de las cualidades morales esenciales de un líder cristiano. Tiene como sinónimos principio, carácter, virtud, estatura moral, pureza, rectitud, decencia, honestidad, honradez, etc. El líder honesto da la pauta de la confianza y la firmeza moral de su administración.

En su “credo de los administradores” John Donald Phillips, que fue director del Colegio Hillsdale de Michigan, coloca la integridad en el lugar cimero de la lista de su credo, y añade: “Creo que la integridad básica es el primer requisito para un administrador de éxito”.

Integridad en la vida pública y privada

En 1 Samuel 12:2-5 leemos el testimonio dado acerca de un líder nacional de integridad destacada. El pasaje dice: “Yo he andado delante de vosotros desde mi juventud hasta este día. Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, sí he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré. Entonces dijeron: Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre. Y él les dijo: Jehová es testigo contra vosotros, y su ungido también es testigo en este día, que no habéis hallado cosa alguna en mi mano”.

Este pasaje es un tributo conmovedor a la integridad de Samuel. Al final de su carrera, sus manos estaban vacías. Esto equivalía a decir que su conducta fue intachable. Samuel pudo desafiar a cualquiera que presentara aun la evidencia más insignificante de falta de integridad de su parte mientras se había desempeñado como líder espiritual nacional. Notemos la  respuesta del pueblo al desafío de Samuel: “Y respondieron: Así es”. Fue una confirmación unánime de la profunda integridad del profeta.

Los líderes adventistas deben caracterizarse no tan sólo por su estricta observancia del sábado, su firme adherencia a la reforma pro salud y una sólida ortodoxia doctrinal, sino también por su profunda integridad.

Veamos una declaración penetrante de la pluma inspirada que hace reflexionar:

 “El honor, la integridad y la verdad deben preservarse a cualquier costo” (Obreros Evangélicos, pág. 447).

La propiedad más valiosa del dirigente cristiano es su carácter: Un carácter cuya coherencia se deba al honor, la integridad y la verdad. Notemos la expresión “preservarse a cualquier costo”. Es fácil deducir que la integridad, el honor y la verdad son bienes mucho más valiosos que la popularidad, la fortuna y el poder. Para que el líder sea confiable y respetado, debe ser una persona que se distinga por su honor, integridad y verdad. El administrador cristiano será honorable y respetado sólo en la medida en que sea íntegro y veraz.

El apóstol Pablo se destaca como líder de robusta integridad. Él dijo a los ancianos de Éfeso: “No he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios… Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hech. 20:27, 33). Pablo siempre vivía lo que predicaba.

La integridad debe ser un estilo de vida

Elena de White observa que Daniel alcanzó la cumbre del éxito y el respeto nacional a causa de su propia fidelidad, dominio propio, dignidad e integridad. Estas cuatro virtudes llegaron a ser el estilo de vida de ese gran líder.

“Inquebrantable en su fidelidad a Dios, inconmovible en su dominio del yo, Daniel fue tenido, por su noble dignidad y su integridad inquebrantable, mientras era todavía joven, ‘en gracia y en buena voluntad’ del oficial pagano encargado de su caso’’ (Profetas y Reyes, pág. 401).

Muchos se afanan en la búsqueda de puestos oficiales que les den rango y poder, pero tristemente descuidan la más importante de todas las búsquedas, o sea, el desarrollo de la integridad, la honradez y la firmeza de carácter. Veamos una de las mejores definiciones de un hombre honrado:

“Un hombre honrado, según la medida de Cristo, es el que manifiesta integridad inquebrantable… La firme integridad resplandece como el oro entre la escoria y la basura del mundo. Se puede pasar por alto y ocultar a los ojos de los hombres el engaño, la mentira y la infidelidad, pero no a los ojos de Dios” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 510).

La confianza en el liderazgo es esencial

La clase de líderes que Dios necesita:

“Dios necesita hombres de carácter, hombres de propósitos firmes, hombres de integridad moral, a los que pueda hacer depositarios de su verdad, y que representen correctamente los principios sagrados de esa verdad en su vida diaria” (Testimonies, tomo 3, pág. 23).

En los días turbulentos de la guerra de Vietnam, bajo la administración del presidente Johnson, se hizo popular la frase “brecha de la credibilidad” como descripción de la falta de confianza en los pronunciamientos o declaraciones de la administración que estaba en el poder. Desde entonces el término asumió proporciones internacionales y ha llegado a caracterizar el clamor universal en procura de la integridad y la credibilidad en los gobiernos.

Este clamor por la integridad es un fenómeno que afecta también a las organizaciones privadas, seculares y religiosas. El liderazgo de la iglesia no está de ningún modo exento de este escrutinio. Por fortuna, la feligresía adventista tiene todavía una enorme confianza en la credibilidad de ese liderazgo. La gran mayoría de los miembros de la iglesia tienen todavía un alto concepto de la dirección de la iglesia. Esta actitud ha contribuido sustancialmente a la fuerte cohesión de la organización adventista.

Pero sería ingenuo suponer que la dirección de la Iglesia Adventista no ha sido afectada por este síndrome. Los líderes adventistas deben hacer todo esfuerzo posible por mantener incólume esa sólida imagen de integridad y confiabilidad. Los administradores adventistas deben ser hombres y mujeres de buena reputación, tanto ante los miembros de la iglesia como ante el resto del mundo. Deben ser respetados como hombres y mujeres íntegros en su vida diaria, tanto privadas como pública. Pocos han hecho más daño a la iglesia que esos líderes que han fallado en sus obligaciones morales.

El apóstol Pablo presenta en 1 Timoteo 3 ciertas cualidades que son claves en el liderazgo. Entre ellas se encuentra una reputación impecable. Podríamos así parafrasear sus primeras declaraciones: “Aspirar a un puesto de dirigente es una ambición honorable. Pero nuestro liderazgo debe estar por encima de todo reproche”.

La palabra griega que se traduce como “irreprensible” en el versículo 2 es anepileptos, que significa “no expuesto al ataque”. Solamente un líder de la más alta integridad moral puede satisfacer ese requisito. Es una norma extremadamente elevada, puesto que el dirigente religioso no sólo debe mantenerse libre de cargos de responsabilidad civil, sino también más allá de toda crítica justificada acerca de su integridad. El verdadero líder es una persona sumamente ordenada y disciplinada. El administrador cristiano es sincero y franco en todo su trato y sus relaciones con la gente. El líder debe ser digno de la confianza de sus seguidores. Para el líder cristiano, la honradez nunca es un reglamento, sino un principio moral al cual debe adherirse a toda costa.

La integridad es mucho más que veracidad. Es entereza moral. Es esa condición que aglutina todas las cualidades morales que el hombre, con la ayuda de Dios, puede poseer y cultivar. En resumen, es un carácter cristiano fuerte y bien estructurado. La integridad es firmeza moral en palabra y conducta, tanto en privado como en público. La integridad examina al líder desde la perspectiva de lo que el líder es, lo que dice y lo que hace.

Como prueba para determinar nuestro cociente de integridad como líderes cristianos, presento a continuación algunas preguntas inquietantes que deberíamos considerar piadosamente.

  1. Como líder cristiano, ¿de qué grado de credibilidad disfruto entre mis superiores, mis colegas y mis subordinados? ¿Confían ellos en mí como persona de integridad y rectitud moral intachables?
  2. ¿Tienen mis colegas razones justificadas para dudar de mi veracidad o de la confiabilidad de mis compromisos verbales, mis promesas y mis pronunciamientos?
  3. ¿Soy caprichoso en mi interpretación y aplicación de los reglamentos de la iglesia?
  4. ¿Me muestro a veces parcial en la aplicación de los reglamentos cuando se trata de amigos, de parientes o de los que apoyan mis puntos de vista?
  5. Como líder, ¿sacrifico a veces los principios en aras de la conveniencia personal?

En su libro The Making of a Christian Leader, (Cómo se hace un líder cristiano), Ted W. Engstrom, cita esta descripción que quiero dejar con ustedes:

EL MUNDO NECESITA HOMBRES…

Que no se puedan comprar; cuya palabra es su garantía;

que coloquen el carácter por encima de las riquezas;

que tengan opiniones y voluntad propias;

que estén listos a dar más de lo que se pide de ellos;

que no vacilen en arriesgarse;

que no pierdan su individualidad en la multitud;

que sean tan honrados en las cosas pequeñas como en las grandes;

que no se comprometan con el mal;

cuyas ambiciones no estén confinadas a sus deseos egoístas;

que no digan que hacen las cosas “porque todo el mundo las hace”;

que sean leales a sus amigos, tanto en la adversidad como en la prosperidad;

que no crean que la astucia, las artimañas y la sagacidad son los mejores requisitos para el éxito;

que no se avergüencen ni teman defender la verdad cuando ésta sea impopular;

que puedan decir “no” enfáticamente, aunque todo el mundo diga “sí”.

Sobre el autor: El pastor George W. Brown es secretario consejero de la División Interamericana.