Es admirable notar cómo algunas personas tienen la habilidad de hablar positivamente. Manejan los asuntos que conciernen a la iglesia y el Evangelio de una manera envidiable y magistral. Cada vez que nos relacionamos con ellas salimos enriquecidos e inspirados, mejor preparados para el diario vivir.
El Hno. Fuentes asistió a su iglesia ese sábado de mañana como lo venía haciendo durante los últimos quince años. Ese día en particular se sentía lejos de Dios, fracasado en su lucha contra el mal, y anhelaba encontrarse más cerca del Señor. Por eso estaba allí en “su” iglesia, con “sus” hermanos.
El predicador se levantó y vió ante sí una congregación de más de cuatrocientas personas, adventistas en su gran mayoría. Ese sábado estaban asistiendo “por curiosidad” dos familias: una presbiteriana y la otra metodista; además, el Hno. Rodríguez, que había estado estudiando por varias semanas con una familia católica, había logrado que ese sábado visitaran su iglesia por primera vez. Por supuesto, estaba allí el Hno. Fuentes y tal vez muchos otros como él que venían en busca del “Bálsamo de Galaad”.
El predicador habló con claridad y sin rodeos. Señaló la crisis de la iglesia, la frialdad e indiferencia de sus miembros y destacó, desde diferentes ángulos, las facetas que identifican claramente al pecador. Con una facilidad y una rapidez extraordinarias nos llevó hasta las mismas puertas del infierno y… allí nos dejó. ¡Solos, abrumados, confundidos, desorientados!
El servicio religioso terminó, y mientras los oficiantes y la congregación desfilaban hacia la salida, yo contemplaba desde el penúltimo banco los cientos de rostros que pasaban uno a uno. Pensé en el Hno. Fuentes, en la impresión que se habrían llevado esas familias protestantes. Pensé también en la familia católica y en cómo se sentiría el Hno. Rodríguez que había logrado traerla. Al salir entre los últimos, observé al predicador que junto a la puerta de la iglesia despedía a la congregación con una sonrisa en los labios…
La pluma guiada por la inspiración tiene un consejo oportuno para los predicadores: “Algunos de los que trabajan en la causa de Dios han estado demasiado listos para lanzar denuncias contra el pecador; y el amor del Padre al dar a su Hijo para que muriese por la especie humana ha sido mantenido en la sombra. Dé a conocer al pecador, aquel que enseña la verdad, lo que Dios es realmente. Un Padre que aguarda con amor anhelante para recibir al pródigo que vuelve, sin dirigirle acusaciones airadas, sino preparándole un festín de bienvenida para celebrar el regreso’ (Obreros Evangélicos, pág. 165).
Cuando predicamos en una iglesia “fría, indiferente e inactiva” (permítaseme poner esta frase entre comillas, pues creo que las iglesias reaccionan de acuerdo con la dirección que se les da), ¿qué esperamos obtener mediante una predicación negativa? ¿En qué consiste el problema?
Creo que está en la motivación. Vivimos en una era caracterizada por cambios sociales, culturales, económicos y políticos que afectan a cada país, sus ciudadanos y, por consiguiente, a la iglesia. Esos cambios influyen para que la iglesia “pase” con ciertas diferencias de una generación a otra. Los programas que motivaron con extraordinario éxito a cierta iglesia hace 35 años, probablemente logren resultados similares en ciertas regiones, pero es preferible que analicemos la eficacia de nuestros métodos y programas antes de levantar nuestra voz para señalar la culpabilidad de nuestra hermandad.
Necesitamos, por lo tanto, un nuevo enfoque que estimule a nuestros queridos, pacientes y necesitados miembros de iglesia. Nuevas estrategias, nuevos programas, nuevos métodos que tomen en cuenta las características, la idiosincrasia y los patrones tradicionales y culturales de la región adonde se nos envió a trabajar. A nosotros nos corresponde descubrir la mejor manera de inspirar, animar y motivar a nuestra feligresía. Probablemente nos lleve un tiempo encontrar ese “nuevo enfoque” y, mientras ello ocurre, amigo predicador, si usted tiene que decirle algo a su congregación, ¡dígalo positivamente!
Sobre el autor: El pastor Mario Niño E. es director de Mayordomía y Desarrollo, y Temperancia, de la Unión Colombo Venezolana.