En su artículo que apareció en Christianity Today el 7 de mayo de 1976, su director, el Dr. Harold Lindsell, puso énfasis en la necesidad de retornar a una observancia más cuidadosa y significativa del domingo. Nosotros obviamente concordamos con él cuando cita la declaración de Jesús de que el día de reposo fue hecho para el hombre, y luego señala que los hombres en la actualidad no parecen apreciar ese hecho.

            Refiriéndose a estudios de capacidad productiva realizados durante la Segunda Guerra Mundial y que demuestran la disminución de la producción cuando los obreros laboran siete días por semana durante extensos períodos en vez de trabajar seis días y descansar uno, el Dr. Lindsell insiste con razón en que hay implícita en ello una ley natural.

            Desde el nuevo punto de vista del bienestar físico se justifica guardar un día de reposo porque, como declara el autor, “ni el hombre ni la máquina pueden trabajar indefinidamente sin descansar”.

            También concordamos en que el motivo que los cristianos debieran presentar “para convencer a los inconversos de guardar el día de reposo es que lo necesitan, que contribuye a su bienestar, y que el no guardarlo les resultará nefasto y los conducirá al desastre con toda seguridad”.

            Sin embargo, lamentamos discrepar con el director de Christianity Today en dos puntos importantes. El primero es su insistencia en que la observancia del día de reposo debe ser impuesta por la ley, y el segundo, como es de esperar si proviene de los adventistas, es la equivalencia que establece entre el domingo y el día de reposo bíblico.

            No acostumbramos a responder en forma negativa a artículos de otros periódicos religiosos. Apreciamos en manera especial la publicación sistemática de artículos valiosos en Christianity Today. Sinceramente quisiéramos estar en paz con nuestros hermanos, pero nos sentimos eompelidos por el amor a compartir con nuestros lectores una réplica a conceptos que, si llegan a convertirse en leyes, afectarán no sólo la libertad de los habitantes de los Estados Unidos, sino del mundo entero.

            El Dr. Lindsell declara que la única manera de lograr la observancia del domingo “es mediante la fuerza de un mandato legislativo que provenga de los representantes del pueblo debidamente elegidos”. Esta es una declaración que nos perturba. Es nuestra firme convicción que los que están en favor de la promulgación de leyes relativas al “uso apropiado del día del Señor” o cualquier otro día que tenga connotaciones religiosas, por más sinceros y honestos que sean, no ven los resultados que seguramente esto va a producir. La misma intolerancia y la opresión que se manifestaron en tiempos pasados, se volverán a manifestar si se promulgan leyes relativas a la observancia del domingo. No es un secreto que gran parte de la población del mundo se encuentra actualmente bajo la férula de poderes opresores y despóticos que le han robado a la vez su libertad civil y religiosa. ¿Privaremos nosotros a otros más de su libertad religiosa por medio de una legislación aparentemente inofensiva? La unión de la iglesia y el estado puede producirse subrepticiamente, en especial bajo el disfraz de la “humanización efectiva”, como dice el Dr. Lindsell.

            El tema en discusión puede carecer aparentemente de importancia porque afecta a tan pocas personas si se las compara con la inmensa mayoría, pero en esto precisamente radica la esencia de la verdadera libertad. La disposición constitucional [de los Estados Unidos] que determina que “el Congreso no promulgará ninguna ley relativa a la formación de un cuerpo religioso, o a la prohibición de su libre ejercicio” es una salvaguardia que ha mantenido a nuestra nación relativamente libre de la intolerancia y la persecución. Si la autoridad civil impone cualquier práctica religiosa, aunque sea para el bienestar general del hombre, ello constituirá una clara violación de esta salvaguardia.

            El Dr. Lindsell trata de sustraer la observancia del domingo de su contexto religioso, según se deduce de sus argumentos: “El uso apropiado del día del Señor, aparte de toda connotación religiosa, puede producirse por libre determinación o puede imponerse mediante una ley”. Es casi imposible, por no decir absolutamente imposible en una nación con mentalidad cristiana, crear un día de descanso secular, o ponerlo en práctica, “aparte de toda connotación religiosa”. El propio Dr. Lindsell, al exponer sus puntos de vista, no ha podido demostrar cómo se puede lograr esto. En su frase introductoria declara que en los Estados Unidos la observancia del domingo está prácticamente muerta. Este hecho está íntimamente ligado al ámbito religioso. Una buena parte de su tema se refiere a la secularización del domingo, y ofrece como una de las razones que la originan, “la actitud inconsecuente de muchos de sus miembros (de la iglesia) hacia la Palabra del Señor”. Su artículo está salpicado de expresiones tales como “liberalismo teológico”, “la observancia del día de reposo”, “la negación de lo absoluto”, “el día del Señor”, etc., que no pueden relegarse al ámbito de lo secular.

            Permítasenos sugerir que, si una de las causas principales de la secularización del domingo se encuentra en el seno de la misma iglesia, sea ésta, y no el estado, la que solucione este problema. Será triste el momento cuando las iglesias deban recurrir a las autoridades civiles para obligar a sus miembros a guardar un día. Si algo podemos aprender de la historia, es que en los países que trataron de hacer esto, descendió el nivel espiritual de los miembros nominales de la iglesia.

            Esto nos lleva al segundo punto: La santidad del domingo. No hay un “inquebrantable mandamiento de Dios” u “obligación que se originaba en un claro concepto de la autoridad del Señor”, como lo expresa el Dr.  Lindsell, para guardar el domingo. ¡Es una lástima que el autor invoque la autoridad de las Escrituras en relación con un tema que no tiene base bíblica! ¿Acaso no es posible que tanto el liberalismo teológico como el aumento de la incredulidad se deba por lo menos en parte al desprecio general por la santa ley de Dios, que declara en forma inequívoca que el séptimo día es el día de reposo del Señor?

            Estamos plenamente de acuerdo con el New International Dictionary of the Christian Church cuando, al referirse al sábado, dice que “no hay duda de que Jesús, los discípulos y los cristianos judíos guardaban el sábado” (pág. 870). Estamos de acuerdo también con el mismo diccionario cuando dice que la aplicación al domingo de la expresión “día del Señor”, que aparece una vez en las Escrituras (Apoc. 1: 10), “es indemostrable”, y que “no hay evidencia de que se haya equiparado el día de reposo con el domingo antes de fines del siglo III DC” (pág. 940).

            La costumbre no determina si algo es correcto o incorrecto cuando se trata de asuntos religiosos. Nuestra única autoridad al respecto es la Escritura. La equivalencia que establece el Dr. Lindsell entre domingo, día de reposo, séptimo día y día del Señor, no se basa ni en el Antiguo ni el Nuevo Testamento.

            Si la gente desea guardar el domingo como día de descanso, está en su derecho, y se la debería proteger de todo lo que tendiera a impedirle que lo haga. De la misma manera, a los que guardan concienzudamente el séptimo día, es decir, el sábado, no se los debería obligar a guardar el domingo porque alguien lo considera su día de reposo. Tampoco se debería obligar a los que guardan el domingo a observar el sábado porque otros lo tienen como su día de descanso.

            Las posibles consecuencias mediatas de las sugerencias del Dr. Lindsell en cuanto a la observancia del domingo, son temibles. Si por la ley se paralizara todo el tránsito en las carreteras los domingos “a menos que las usen para ir a la iglesia o para hacer frente a alguna necesidad real”, virtualmente significaría que todo ómnibus y automóvil debería detenerse. De manera que, si como se sugiere, todo negocio, fábrica y restaurante cerrara y se suspendiera toda búsqueda frenética “de placeres” (sea cual fuere el significado de esto), lo único que se podría hacer sería quedarse en casa o ir a la iglesia. Si más adelante se produjera una crisis, ya sea una guerra nuclear o una hecatombe moral, no sería raro que el siguiente paso fuera un llamado nacional al arrepentimiento cuya primera medida consistiría en concurrir obligatoriamente a la iglesia los domingos.

            La frase final del Dr. Lindsell: “Con toda seguridad hemos sido llamados al reino para un momento como éste”, es significativa. Estas palabras son del libro de Ester. ¿Qué problema se produjo en los días de la reina Ester? Un conflicto entre el derecho del estado para ordenar cierto tipo de adoración, y el de los individuos para elegir qué adorar y cómo hacerlo. Se produjo porque un hombre, Amán, requería de los que lo rodeaban el respeto que Mardoqueo consideraba pertenecía sólo a Dios. Amán se dio cuenta de que los motivos de Mardoqueo eran de inspiración judía, y se enojó tanto que convenció al rey de que destruyera a todo el pueblo de Mardoqueo.

            ¿Existe acaso la posibilidad de que aun teólogos cristianos bien intencionados estén confundidos en cuanto al significado de “una hora como ésta”? Oramos para que el bienestar espiritual de la nación no caiga en manos de los políticos, sino que permanezca en el ámbito de dedicados dirigentes de la iglesia, que no busquen el apoyo del brazo fuerte del estado, sino del brazo poderoso de Dios y la autoridad de su Palabra. Confiamos, además, en que así será.