Amaban a Jesús
¿Por qué comenzaron a guardar el domingo en vez del sábado los cristianos de la iglesia primitiva? La respuesta más simpática es que lo hicieron por amor a Jesús. No hay duda, por ejemplo, de que Justino Mártir amaba al Señor. A mediados del siglo segundo Justino voluntariamente dio su vida por Cristo y fue decapitado por las autoridades romanas. Poco antes de su arresto, pero cuando ya sabía que su vida estaba en peligro, tuvo el valor de publicar un folleto, en la ciudad de Roma, en el cual escribió: “Me jacto y a la vez lucho con todas mis fuerzas para que todos vean en mí a un buen cristiano”.[1] Toda su vida estuvo dispuesto a testificar por Cristo como activo laico cristiano^ Estudiaba las profecías bíblicas con paganos y judíos por igual, y al parecer ganó a muchos para la iglesia. No hay duda de que Justino amaba al Señor.
Y no hay duda también de que prefería el domingo al sábado. “El domingo es el día” escribió, “en el cual nosotros [los cristianos] celebramos nuestras reuniones”. ¿Y por qué lo hacían? Porque en ese día —decían— Dios “hizo el mundo” y Jesucristo “se levantó de los muertos”.[2] Según Justino, los cristianos también guardaban el domingo porque ese día “poseía un cierto significado misterioso”[3] (como símbolo de santificación y como reemplazo cristiano de la circuncisión del Antiguo Testamento) que según Justino “el séptimo día no poseía”.
Antes, en el mismo siglo II, un escritor cristiano comúnmente conocido como Bernabé (aunque no estamos seguros de su verdadero nombre), se deleitaba al observar que los cristianos “celebran con alegría” el “octavo día”.[4] La expresión “octavo día” la aplicaban los cristianos primitivos generalmente al domingo, debido a que seguía al séptimo día y porque les recordaba las promesas del pacto relativo a la circuncisión, rito que se realizaba cuando el niño judío tenía ocho días de edad. ¿Por qué los cristianos celebraban con alegría el octavo día? Porque, nos dice Bernabé, “en ese día Jesús se levantó de entre los muertos”.
La mayor parte de los cristianos de los siglos II y III, cuyos escritos nos han llegado, dan razones cristocéntricas para explicar por qué preferían el primer día de la semana al séptimo. Cristo era la nueva ley, decían. Inició el nuevo pacto. Aunque guardó el sábado, puesto que era judío, abolió para la iglesia cristiana los sacrificios, la circuncisión y el sábado. Después de su segunda venida proveerá de descanso celestial durante el eterno día octavo que seguirá al milenio. Pero la razón que generalmente daban para destacar el domingo era, por supuesto, el hecho de que Jesús se levantó en ese día de entre los muertos.
Esto no es sorprendente. Cuando Bernabé y Justino escribieron, sólo había transcurrido alrededor de un siglo desde la resurrección de Cristo. Los próceres vivieron hace algo más de un siglo, y sin embargo muchos de los principios que sostuvieron perduran vívidamente en nuestra memoria. Supongamos que uno de ellos, después de haber sido asesinado y sepultado, hubiera resucitado. ¡Qué impresión hubiera causado esa noticia! No es difícil imaginar el efecto que la resurrección de Cristo tuvo en la gente que vivía en el mundo en los primeros siglos de la era cristiana. Piense en la influencia que sigue ejerciendo.
Los Evangelios repetidamente afirman que Jesús se levantó de entre los muertos “el primer día de la semana”.[5] Se deduce, naturalmente, que los cristianos gentiles tendían a considerar el primer día de la semana como algo muy especial.
Hay otra cosa que se debe tomar en cuenta. Los Evangelios manifiestan claramente que en los tiempos de Cristo el sábado estaba tan sobrecargado de reglamentaciones humanas que ya no reflejaba más la belleza de la creación original de Dios. Jesús mismo desafió intrépidamente esas tradiciones, y no debe asombrarnos que muchos cristianos primitivos llegaran a la conclusión de que había un marcado contraste entre la observancia del sábado practicada por el Hijo de Dios y la forma como lo hacían los judíos de su tiempo. Desde ese punto de vista, los cristianos que rechazaron el sábado (muchos no lo hicieron y otros guardaron ambos días), no rechazaron el sábado de los Diez Mandamientos, sino el del legalismo de aquel tiempo. El domingo, y la gozosa resurrección que conmemoraba, les pareció un recordativo muy superior del amor de su Salvador.
Ciertos historiadores han sugerido otras razones ajenas al amor a Cristo para explicar el cambio del sábado al domingo. Algunos, por ejemplo, suponen que se produjo en cumplimiento de una instrucción definida de Jesucristo mismo. Pero si los cristianos primitivos tuvieron conocimiento de alguna indicación en este sentido, nunca la citaron y ni siquiera aludieron a ella. Esto merece destacarse.
Otros eruditos han sugerido que los cristianos de los siglos segundo y tercero adoptaron el domingo en lugar del sábado como resultado de la influencia del culto que los paganos rendían al sol. No hay duda de que había gente que adoraba al sol en el Imperio Romano durante los siglos que estamos considerando aquí, y ciertamente ese culto desempeñó un papel importante en los primeros años del siglo IV cuando Constantino decretó el descanso dominical (321 DC), pero hay muy pocas evidencias de que el culto al sol ocupara la posición destacada que le atribuyen algunos autores modernos. Cuando Caracalla trató de imponer el culto al sol en los primeros años del siglo III, los romanos se rieron de él. Aunque este culto al sol ocupara la posición destacada tanto en las religiones paganas, sólo a fines de ese siglo gozó de real preeminencia entre los dioses romanos, y para ese entonces muchos cristianos habían estado guardando el domingo por lo menos desde hacía 150 años.[6] En su Apología, dirigida al gobierno romano, el gran escritor cristiano Tertuliano refuta específicamente la acusación de que los cristianos guardaban el domingo para honrar al sol.[7]
Si hemos de llegar a conclusiones a partir de las más claras evidencias disponibles, tendremos que decir que los cristianos de los siglos segundo y tercero que prefirieron el domingo al sábado lo hicieron principalmente debido a que amaban al Señor y pensaron que la observancia del domingo honraba su memoria.
El desafío del siglo XVI
Desde los primeros siglos, la observancia del domingo ha prevalecido en la iglesia cristiana. Pero en el siglo XVI hizo frente a un poderoso desafío poco después de iniciada la Reforma.
Cuando los católicos romanos devotos de toda Europa central escucharon la invitación de Martín Lutero de volver a “la Biblia y sólo a la Biblia”, los corazones de muchos de ellos se conmovieron profundamente. El clamor, sola scriptura, pronto brotó de sus labios también, y como consecuencia resolvieron dejar a un lado la tradición y aferrarse a la Palabra de Dios. Centenares de miles de católicos abandonaron el confesionario y las penitencias de la iglesia medieval y adoptaron la justificación por la fe definida por Lutero, y lo hicieron con peligro de perder la vida.
Algunos de esos valientes cristianos que estaban tan profundamente agradecidos por las nuevas concepciones de Lutero, pronto comenzaron a preguntarse si el buen profesor estaba siendo plenamente fiel a sus convicciones en todo lo que ellas implicaban. Andreas Fischer y Oswald Glait,[8] por ejemplo, preguntaron si los cristianos se atenían a la sola scriptura para guardar el primer día de la semana en vez del séptimo. Ambos, finalmente, murieron por su fe.
Afortunadamente para nosotros, Lutero envió a algunos teólogos para que dialogaran con Fischer y Glait. Gracias a sus informes sabemos que ambos insistieron en que Jesús en ningún momento requirió de sus seguidores que guardaran el día de la resurrección. Preguntaban si había alguna evidencia bíblica que sustentara esa creencia. Ciertamente los padres de la iglesia, de los siglos segundo y tercero, nunca habían citado un mandamiento de Cristo en tal sentido, y ellos afirmaron que tampoco lo podían encontrar.
El sábado —decían estos sabatistas—, no debe ser confundido con las figuras y los símbolos de la ley ceremonial. No se lo debe vincular con la circuncisión ni los sacrificios. Afirmaban que había sido santificado por Dios a partir de la semana de la creación. Por lo tanto, el sábado fue hecho para el hombre (Mar. 2: 27) antes que el hombre pecara, antes que surgiera la necesidad de los ritos y las ceremonias.
Además, Glait y Fischer afirmaron que el sábado fue ubicado entre los Diez Mandamientos no con el carácter de rito simbólico anunciador de la futura venida de Cristo como Redentor, sino como un recordativo apropiado de la obra previamente concluida por Cristo como Creador. De acuerdo con la Biblia —según estos hombres—, el sábado forma parte de la inmutable ley moral.
Y si Jesús en ningún momento pidió a sus seguidores que trasladaran la santidad del séptimo día al primero, ¿declaró en algún instante lo contrario, es decir, que nunca lo debían hacer? En el Sermón del Monte —observan Glait y Fischer—, Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mat. 5: 17, 18).
Pero, ¿no fueron los apóstoles, entonces, los que cambiaron el día de reposo? Glait y Fischer señalaron el segundo capítulo de la epístola de Santiago, donde el apóstol dice que, si quebrantamos la ley en un punto, la violamos totalmente.
Entonces, si ni Cristo ni sus apóstoles autorizaron el cambio del sábado al domingo, ¿sobre quién recae la responsabilidad?
Glait y Fischer se refirieron a las profecías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Sobre la base de la sola scriptura citaron Daniel 7 y 2 Tesalonicenses 2. Daniel 7:25 predice el surgimiento de un poderoso movimiento religioso que pensaría en “cambiar los tiempos y la ley”. 2 Tesalonicenses 2:7 afirma que aun a mediados del primer siglo el “misterio de la iniquidad” ya estaba obrando.
Estos teólogos amaban al Señor. Como Justino en el siglo II, también estuvieron dispuestos a morir por su Salvador y dieron sus vidas por él. Fischer fue arrojado desde el muro de un castillo. Glait fue lanzado al Danubio.
¿Es posible que hombres que amaron a Cristo don todo el corazón y estuvieron dispuestos a morir por él hayan estado todos en lo cierto acerca del día de reposo —tanto en el siglo II como en el XVI— si dijeron cosas tan diferentes al respecto?
Si juzgamos a estos hombres por sus motivos, nos alegraremos de que todos ellos, al parecer, amaron al Señor. Pero si juzgamos sus enseñanzas por el principio de la sola scriptura, ¿qué podemos decir? ¿Es posible que Fischer y Glait tenían razón al referirse a 2 Tesalonicenses 2, donde se habla del “misterio de iniquidad”?
Un misterio es algo que requiere un discernimiento especial para ser comprendido adecuadamente. ¿Es posible que hombres buenos como Justino, Tertuliano y Bernabé, e incontables otros cristianos primitivos, hayan sido desorientados por sus maestros y sus propios corazones, sin saberlo, de tal forma que se espaciaron en la tumba vacía de Cristo, pero no prestaron suficiente atención a su Palabra escrita?
Sobre el autor: Es profesor de Historia Eclesiástica en el Seminario Teológico de la Universidad Adventista Andrews, de Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.
Referencias
[1] Justino, Second Apology 13, Ante-Nicene Fathers (ANF), 1: 192, 193.
[2] Justino, First Apology 67, (ANF), 1: 206.
[3] Justino, Dialogue with Trypho 24, (ANF), 1: 206.
[4] Bernabé, Epistle 15, (ANF), 1: 147.
[5] Mat. 28:1; Mar. 16:2, 9; Luc. 24:1; Juan 20:1, 19.
[6] Franz Cumont, The Mysteries of Mithra. Esta obra es la fuente más popular de la hipótesis de que los mitraístas, adoradores del sol, ejercieron una influencia directa sobre la observancia cristiana del domingo. Pero Cumont no presenta evidencias de que los mitraístas en realidad le dieron al domingo una consideración especial. De cualquier modo, el auge del mitraísmo se produjo demasiado tarde para explicar la observancia cristiana del domingo.
[7] Tertuliano, Apology 16, (ANF), 3: 31.
[8] Ver Gerhard Hasel, “Sabbatarian Anabaptists of the Sixteenth Century”, dos partes, Andrews University Seminary Studies V (Julio, 1967), 101, 202, y VI (enero, 1968), 19-28.