El uso y el abuso de la religión en la enfermedad debiera ser la preocupación de todos los que se dedican a las profesiones relacionadas con- la salud. En una clase que di en la Universidad de California Meridional, me encontré con una dama de edad madura que había venido de Singapur con una licencia especial. Después de la clase hablábamos acerca de nuestros intereses y trabajos. Cuando se enteró de que yo era adventista y que estaba relacionado con una institución médica, sonrió y dijo: “Una vez estuve como paciente en el Hospital. . . Una señora muy simpática de la capellanía vino a verme. Me enseñó algo acerca de la Biblia, lo que me agradó mucho. Un día le dije que me gustaba estudiar las Escrituras con ella; pero quería ser honesta y deseaba hacerle saber que no tenía interés en ser adventista”. Luego agregó: “Me arrepentí de habérselo dicho, porque nunca más volvió”. Me parece que ésta es una manera equivocada de encarar la religión en nuestros sanatorios.

            Un pastor me llamó para informarme que conocía a un paciente gravemente enfermo, que no estaba preparado para ser salvo, y que las enfermeras no lo dejaban entrar para orar con él. Quería que yo les exigiera que lo dejaran entrar. Creo que esto es abusar de la religión.

            Traté de ser comprensivo. Le pregunté si le parecía que era necesario estar con el paciente para orar con él, y si tal vez no era mejor para él que ni el capellán ni el pastor estuvieran en la pieza. (Yo sabía que en este caso era lo mejor. La familia había pedido que no se admitiera incluso a su propio pastor.) Oramos juntos en mi oficina. Me asistía la certeza de que esto era buen uso, y no abuso de la religión.

            Algunas personas religiosas tienen un concepto demasiado amplio con respecto a la forma de aplicar la religión, no solamente en casos de enfermedad, sino en cada aspecto de la vida, tanto privada como pública. Suponen que, si una actividad es religiosa, debe ser buena nada más que por serlo.

            La religión en sí misma no es ni buena ni mala. Como el conocimiento, el poder, el arte, el gobierno, o cualquier otra actividad del hombre, el uso que se le da determina su valor. Preguntamos: ¿Favorece o daña la religión la vida del paciente? ¿Lo fortalece o lo debilita?

            Permítanme darles un ejemplo. Jesús dijo: “El sábado fue hecho por causa del hombre, no el hombre por causa del sábado” (Mar. 2:27). El sábado no es ni bueno ni malo; lo que hacemos con él determina si trae bendición o maldición. Había una gran diferencia entre la actitud de los fariseos, que hicieron del sábado una pesada carga, y la de Jesús, que creía que había que sanar enfermos y alimentar hambrientos sin tomar en cuenta qué día era. Cristo dejó en claro en este caso qué era uso y qué era abuso del sábado.

            Los invito a meditar con sentido práctico en la aplicación de la religión, preguntándonos cómo actuamos en el caso particular de los enfermos. A fin de asegurarnos de que todos tenemos en mente el mismo caso, consideremos en primer lugar lo que le ocurre a un enfermo especialmente cuando está en el sanatorio.

            Una persona va a estas instituciones cuando en alguna medida su bienestar ha sido amenazado o dañado. Aun el examen médico de rutina u ocasional se basa en la posibilidad de que “podría encontrarse algo”. No importa cuán rutinaria o casual considere el paciente su hospitalización, en alguna forma se siente temeroso; “aterrorizado” es quizá la palabra más exacta. Y como lo consignó un escritor, al igual que una criatura asustada, huye o lucha. Esa tensión y ese desgaste a menudo reducen su capacidad de enfrentarse en forma normal con el temor.

            Por eso muchas veces retrocede a la niñez. (¡Qué esposa no ha dicho de su marido: “Es como un bebé cuando está enfermo”!) A veces se siente apoyado, y otras veces abandonado.

            ¿Qué ocurre con la vida religiosa de un paciente que se encuentra bajo esta tensión anormal? Sus sentimientos y su comportamiento religioso se reducen a niveles infantiles. Si cuando era niño lograba obtener algún beneficio especial de sus padres mediante una promesa falaz, a menudo tratará de hacer lo mismo con Dios. “¡Oh Señor, si me sanas, nunca más dejaré de ir a la iglesia!” O tal vez le recuerde a Dios cuán bueno ha sido, y que no merece ese sufrimiento. O puede condenarse a sí mismo por los fracasos y equivocaciones que ha cometido, y pensar que ahora está recibiendo su castigo. Si ha persuadido a sus padres mediante arranques temperamentales, puede intentar hacer lo mismo con Dios. Dirá, por ejemplo: “¡Señor, sácame de este lugar!” Puede ponerse frenético, tener a toda la iglesia orando y llamar al capellán a cada momento.

            Admitamos que no todos los casos son tan definidos. Estoy exagerando un poco para dejar este punto en claro. Generalmente los pacientes tienen altibajos. El hecho es, sin embargo, que se usa mal la religión con los enfermos.

            ¿Cuál es la aplicación debida de la religión? Hay una manera de aplicarla que restablece al paciente. A veces oro con ellos; no siempre. A veces leo o cito un versículo; no siempre. Siempre, sin embargo, tengo el privilegio de establecer una relación que le permite desahogarse. Si está amargado, dejémoslo que lo diga; si está enojado con Dios, que hable acerca de eso. Poco a poco irá tomando confianza. Se dará cuenta de que lo aceptamos con sus temores, enojos y frustraciones, y sólo entonces podrá sentir que Dios lo acepta. Podemos orar con él o no. Si somos sabios, no lo presionaremos. Confiemos en que el paciente, tal vez después que nos hayamos ido, descubra por sí mismo que puede orar. Recordemos que el Espíritu Santo está vivo.

            Una segunda aplicación correcta de la religión consiste en ayudar al paciente a descubrir qué mensaje le está dando su cuerpo. Esto es lo que alguien ha llamado “la voz de la enfermedad”. Esta es a menudo un resumen de toda nuestra vida: nuestro pasado, nuestro futuro y nuestra manera de vivir. Ciertamente ésta es la filosofía adventista al respecto. Los que atendemos a los pacientes debiéramos estar siempre ayudándoles a preguntarse: “¿Qué mensaje me da mi cuerpo?”

            La tercera aplicación correcta de la religión consiste en que el paciente, luego de que el personal del sanatorio ha hecho todo lo que está de su parte, llegue a confiar cabalmente con la fe de un niño, en Dios, en el médico, en la enfermera y en el capellán.

            Para resumir, podemos decir que la única forma de saber si se usa o se abusa de la religión cuando tratamos con enfermos, consiste en determinar si ésta le ayuda a enfrentar la realidad, a aceptarla y a ajustarse debidamente a ella, o si, en cambio, le permite ocultarla, negarla y tratar de evitarla. La religión saludable produce equilibrio emocional, conduce al paciente a escuchar “la voz de la enfermedad”, y le ayuda a recobrar la confianza en sí mismo, en los demás, en la vida y en Dios.

Sobre el autor: Es capellán del Hospital de la Universidad de Loma Linda, California, Estados Unidos.


Referencias

[1] Tema presentado en la reunión consultiva de la Asociación Ministerial realizada en octubre de 1976.