Pregunta 44 (continuación)
JOSE PARKER (1830-1902), congregacionalista, pastor del City Temple, Londres.
“Para mí es gloriosa esta idea (tan acorde con todo lo que conocemos acerca de la bondad divina) de preguntarle al hombre si desea aceptar la vida y ser semejante a Dios, o si desea escoger la muerte y la oscuridad para siempre. Dios no le dice al hombre: ‘Yo te haré inmortal e indestructible, ya sea que lo quieras o no; tendrás que vivir para siempre’. No; sino que lo hace capaz de vivir; pone en su constitución una aspiración de inmortalidad; lo insta, le ruega y lo conjura a perseguir este grandioso objetivo, asegurándole con el más conmovedor sentimiento que no halla placer en la muerte del pecador, sino que desea que VIVA. Esta es una doctrina que a mi entender simplifica y glorifica la historia humana tal como está registrada en la Biblia. La vida y la muerte no son puestas delante de ninguna bestia; pero sí son claramente puestas ante el hombre —el hombre puede vivir, había sido hecho para vivir, se le conjura a vivir; todo el plan de la Providencia y la redención está dispuesto para ayudarlo a vivir— ¿por qué, entonces, moriréis?” (The People’s Bible, tomo 1, Génesis, pág. 126).
Al comentar el alejamiento final del pecado del universo, Parker agrega:
“Por la destrucción del mal yo no entiendo encerrarlo incomunicado en una prisión moral, que será agrandada a través de las edades y las generaciones hasta que se convierta en la morada de incontables millones de rebeldes, sino su completa, final y eterna extinción, para que finalmente el universo no tenga ‘mancha ni arruga ni cosa semejante’, el hogar puro de una creación pura” (Id., pág. 160).
Hablando acerca de la “Destrucción de Sodoma”, Parker niega que “al dar la vida Dios haya puesto absolutamente fuera de su propio poder el reclamarla o retirarla”. Comenta acerca de lo que eso implica:
“¡Una vez que habéis recibido la vida sois tan inmortales como lo es él, y podéis desafiarlo a interferir en su propia obra! Me parece que esta doctrina involucra un palpable absurdo, y merece ser tachada de blasfemia. En toda la Biblia encontramos que Dios se ha reservado el derecho de tomar nuevamente para sí cualquier cosa que haya dado, porque todos sus dones han sido ofrecidos bajo condiciones acerca de las cuales no puede haber errores” (Id., pág. 222).
“En este caso [de Sodoma] tenemos una destrucción completa y eterna. Aquí vemos qué significa ‘castigo eterno’, porque se nos dice en el Nuevo Testamento que Sodoma sufrió el castigo del fuego eterno [Jud. 7], es decir, un fuego que puso un consumado fin a su existencia y cumplió perfectamente el propósito de Dios. El ‘fuego’ fue ‘eterno’, y sin embargo Sodoma no está todavía ardiendo literalmente; el humo de su tormento, siendo el humo de un fuego eterno, ascendió por los siglos de los siglos, sin embargo, ahora no hay ningún humo que se levanta de la llanura. La expresión ‘fuego eterno’ no involucra el elemento que llamamos ‘tiempo’; significa cabal, absoluto, completo, final, aquello que es hecho de una vez por todas” (Id., pág. 223).
JUAN J. S. PEROWNE (1823-1904), erudito en hebreo, obispo anglicano de Worcester.
“La inmortalidad del alma no es demostrada ni afirmada en el Antiguo Testamento” (Hulsean Lectures on Immortality, 1868, pág. 31).
“La inmortalidad del alma es un fantasma que elude a los que tratan ansiosamente de asirlo” (Ibid.).
SIR JORGE G. STORES (1820-1903), profesor de matemáticas en Cambridge, presidente de la Royal Society, miembro del Parlamento.
“Era natural que, tras perder la inmortalidad por la transgresión, el hombre buscara satisfacer su anhelo de inmortalidad imaginando que tenía algo inmortal en su naturaleza. Debemos, pues, acudir a la revelación a fin de encontrar algo acerca de la condición del hombre en el estado intermedio” (That Unknown Country, 1889, pág. 829).
“El hombre perdió su ser entero por causa del pecado, y la vida futura no le corresponde por derecho de nacimiento, sino que depende de una dispensación sobrenatural de gracia. Buscar en la constitución corporal del hombre indicios de inmortalidad, aun en sus elevadas facultades mentales —elevadas, por cierto, pero lamentablemente mal empleadas— es buscar al que vive entre los muertos. El hombre no debe buscar en sí mismo, sino fuera de sí mismo la seguridad de la inmortalidad” (Immortality, a Clerical Symposium, pág. 123).
DR. W. A. BROWN (1865-1943), del Union Seminary, Nueva York, The Christian Hope, 1912.
(De Israel vino la doctrina de la resurrección y del advenimiento; de Grecia, la doctrina de la inmortalidad natural.)
DR. J. AGAR BEET (1840-1924), profesor wesleyano. Last Things.
“Las páginas que siguen son… una protesta contra una doctrina que durante largos siglos ha sido casi universalmente aceptada como verdad divina enseñada en la Biblia, pero que me parece totalmente ajena a ella tanto en la forma en que está expresada como en el pensamiento, y que deriva solamente de la filosofía griega. Hasta tiempos recientes, esta doctrina ajena ha sido comparativamente inofensiva. Pero, como he mostrado aquí, ahora está produciendo resultados sumamente serios…
“Se dirá, por supuesto, de ésta como de algunas otras doctrinas, que, si no está explícitamente enseñada en la Biblia, está implicada y dada por sentada en ella… Los que pretenden que sus enseñanzas tienen la autoridad de Dios deben probar que proceden de él. En este caso, nunca he visto tal prueba” (The Immortality of the Soul, quinta edición, 1902, prefacio).
DR. R. F. WEYMOUTH (1822-1902), director de Mili Hill School, traductor del New Testament in Modem Speech.
“Mi mente no puede concebir una tergiversación más grosera del lenguaje; cinco o seis de las palabras más vigorosas que posee el idioma griego para significar destruir o destrucción son explicadas como queriendo decir ‘mantener una existencia perdurable pero calamitosa’. Traducir negro como blanco no es nada al lado de esto” (citado por Edward White en Life in Christ, 1878, pág. 365).
New Testament in Modem Speech, nota sobre 1 Corintios 15: 18:
“Por ‘perecer’ el apóstol aquí aparentemente quiere decir ‘salir de la existencia’” (esta nota y las siguientes de esta traducción del Nuevo Testamento al inglés moderno pertenecen a Earnest Hampden-Cook, redactor y revisor de la tercera edición de la obra).
Sobre Apocalipsis 14: 11:
“No hay nada en este versículo que necesariamente implique una eternidad de sufrimiento. En forma similar, la palabra ‘castigo’ de Mateo 25:46 no contiene en sí misma indicación alguna de tiempo”.
Sobre Apocalipsis 20:10:
“[El lago de fuego] implica terrible dolor y completa e irremediable ruina y destrucción”.
DR. LYMAN ABBOTT (1835-1922), pastor congregacionalista y director de Christian Union y The Outlook.
“Fuera de los muros de Jerusalén, en el valle de la Gehenna, se mantenía continuamente un fuego encendido al cual se arrojaban los desperdicios de la ciudad para ser incinerados. Este es el fuego del infierno del que habla el Nuevo Testamento. Cristo advierte a sus oyentes que si persisten en el pecado se convertirán en desperdicios que serán arrojados fuera de la santa ciudad para ser destruidos. El gusano que no muere era el gusano que devoraba los cadáveres, y presenta con la misma claridad no un símbolo de tortura sino de destrucción” (That Unknown Country, simposio, 1889, pág. 72).
“La noción de que el castigo final del pecado es la continuación en el pecado y el sufrimiento está basada en parte, según mi opinión, en una falsa filosofía relativa al hombre. Esta filosofía es la de que el hombre es por naturaleza inmortal. He llegado a la convicción de que, según la enseñanza tanto de la ciencia como de la Escritura, el hombre es un animal por naturaleza, y es mortal como todos los otros animales; que la inmortalidad pertenece sólo a la vida espiritual; y que la vida espiritual sólo es posible mediante la comunión y el contacto con Dios; que, en resumen, la inmortalidad no fue impuesta a la familia humana en la creación sin tener en cuenta su deseo, sino que se concede en la redención a todos los miembros de esa familia que elijan la vida y la inmortalidad mediante Jesucristo nuestro Señor” (Ibid.).
DR. EDWARD BEECHER (1803- 1895), teólogo congregacionalista; rector del Illinois College.
“[La Biblia] no reconoce en absoluto, sino que niega expresamente la inmortalidad natural e inherente del alma. Nos asegura que sólo Dios tiene inmortalidad. (1 Tim. 6: 16.) Por esto entendemos que él tiene la inmortalidad en el sentido más elevado, es decir, la inmortalidad inherente. El creó toda existencia que hay aparte dé sí mismo, y la sostiene. Los hombres no son, como enseñó Platón, seres autoexistentes y eternos, inmortales en su misma naturaleza… No hay inmortalidad inherente del alma como tal. Dios mantiene en existencia aquello que creó, y puede aniquilarlo según su voluntad” (Doctrine of Scriptural Retribution, pág. 58). (Continuará.)