Perfecto en sus detalles anatómicos y funcionales, surgió de las manos del Creador el hombre, la obra culminante de la creación. Dios escogió el polvo de la tierra como base para esculpir el cuerpo humano, y luego el soplo de vida de Dios convirtió a ese cuerpo en ser viviente.[1]

 Al considerar el misterio de la creación humana el salmista exclama: “Asombrosa y maravillosamente he sido formado… y mi alma lo conoce mucho”.[2] La sencilla explicación bíblica contrasta con la complejidad de la sabiduría encerrada en el cuerpo humano. Dios mismo escribió su ley en cada nervio, músculo y órgano. Y el arcano de la vida la mente del hombre no puede penetrar.

 Nos asombra la perfección del mecanismo de la visión o la audición. Nos sorprende el desdoble de los alimentos en sustancias absorbibles que luego penetran al torrente sanguíneo para alimentar las células. Nos admira el trabajo del sistema nervioso que nos permite la comunicación con los demás, con nuestro Creador y con nuestros propios sentidos.

 Y Dios se compromete a mantener esta máquina maravillosa funcionando adecuadamente, con una condición: “que el agente humano quiera obedecer las leyes de Dios y cooperar con él”.[3]

 En una visión de 45 minutos -la primera de varias-, Elena G. de White recibió en 1863 las pautas de la filosofía del sano vivir para la iglesia. Esta visión involucra no sólo la salud física sino también la salud mental y espiritual, la alimentación y su papel en la salud, y los remedios naturales que son la base de la medicina preventiva.[4]

 Como el Israel de antaño, la Iglesia Adventista sería un testigo a las naciones de la eficacia del amor y del cuidado de Dios, al seguir un estilo de vida consecuente.

 Estas instrucciones tuvieron un impacto asombroso en la vida y la salud del pueblo adventista. Por lo tanto, las razones por las cuales seguimos esa reforma de la salud deben alcanzar a todas las bases de nuestra vida. Estudiemos algunas de estas razones:

  1. El pueblo adventista debería tener una definición de lo que es salud, que fuese amplia y comprensible.

 La salud no sólo significa un cuerpo sano sin los síntomas de enfermedad sino el bienestar completo del hombre en sus fases física, mental, social y espiritual. Esta definición coincide con el concepto expresado por la Organización Mundial de la Salud,[5] y serviría para delinear la relación del hombre consigo mismo (físico y mental), con sus semejantes, con quienes trabaja, vive y se asocia (social) y con su Dios (espiritual). La filosofía humana tiene diferentes conceptos para definir alma y espíritu. Nuestra connotación es bíblica.

  • El pueblo adventista debería tener un amplio conocimiento de la naturaleza del hombre.

 Del polvo de la tierra, estructurado por la mano de Dios, emerge el cuerpo humano. El soplo de vida divino alentado en su nariz lo convierte en ser viviente. Su origen es terrenal y divino al mismo tiempo.

 Pablo dice que “nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”.[6] Este nuevo concepto implica que nuestro cuerpo es sagrado, que no se debe contaminar ni destruir, y se le debe respeto y cuidado especial.

Además, agrega que este cuerpo no es nuestro y lo tenemos sólo por los cortos años que peregrinamos en esta tierra. Fuimos “comprados por precio”[7] y somos propiedad de Dios. Al morir, el espíritu vuelve a Dios, quien lo dio, y el cuerpo vuelve a la tierra de la cual fue tomado.[8]

 Es por esto que la enseñanza para el pueblo adventista considera especialmente el abstenerse de todo lo que pueda dañar al hombre. Y esta enseñanza debe compartirse con los demás. Dios desea que tengamos salud. Al comprender la verdadera naturaleza del ser humano como templo y como posesión de Dios, el hombre no tratará de destruir lo que no es suyo.

  • Comprender la relación del hombre consigo mismo.

 “Nuestro primer deber hacia Dios y nuestros semejantes es el desarrollo individual”.[9] Este desarrollo armonioso implica todas las facultades que le han sido dadas. El desarrollo de la mente y del cuerpo, y también el convivir con los demás, forman parte del cuadro de la salud.

 La formación de buenos hábitos de salud a edad temprana dará dividendos en todas las edades. Si se siguen pautas consecuentes, la salud “será un tesoro y de todas las posesiones terrenales la más preciosa”.[10]

Vivimos sólo una vez en esta tierra. Por lo tanto, la oportunidad de crecimiento y desarrollo diario está en nuestras manos.

  • Comprender la relación del hombre con sus semejantes.

 La Iglesia Adventista recibió el cometido de llevar adelante el Evangelio de salvación. Le fue dada una filosofía del sano vivir. Sanar el cuerpo, la mente y el espíritu, es la consigna bajo la cual el pueblo adventista comparte sus bendiciones. Se han edificado clínicas, sanatorios y hospitales para la recuperación de la salud. Pero cada iglesia debe tener un programa de salud para facilitar la enseñanza de estos principios.

 El ministerio de salud es un campo abierto para todos los miembros, las visitas, los amigos y los simpatizantes, todos los que integran la comunidad que rodea a la iglesia.

 Hoy la Iglesia Adventista es testigo a la comunidad local y mundial para mostrar la eficacia de la filosofía del sano vivir. Se ha determinado que los adventistas tienen menor riesgo de enfermedades agudas y crónicas, y menos morbosidad, después de más de cien años de practicar la reforma prosalud como pueblo.[11]

  • Comprender la relación del hombre con Dios.

 Hechos por su mano, comprados por precio, los seres humanos somos coherederos con Cristo e hijos de Dios. Él es nuestro Padre y vivimos en su esfera como en una gran familia. A veces el padre educa a sus hijos en forma dolorosa. Pero el corazón carnal transformado del hijo reflejará la tolerancia, el amor, la abnegación personal y la comprensión para los demás del Padre. Dios nos insta a abrir nuestro corazón a Él como a un padre. Nuestra lealtad y amor hacia Dios se reflejan en nuestras acciones diarias.

  • Efectuar la preparación para la vida presente y para la vida del más allá.

 Asidos de la mano de Dios, avanzamos paso a paso en nuestra vida. Los conflictos, sean sociales, mentales o espirituales, se resuelven a los pies de Jesús. Individualmente y como parte del pueblo escogido, avanzamos hacia nuestro destino celestial, forjando nuestro carácter, que será lo único que llevamos al cielo.

 Las huellas que dejamos en la tierra dan a conocer la eficacia de la ley moral y física que nos guía a través de conflictos y tentaciones para salir vencedores. Por esto Dios legó a su pueblo una filosofía para vivir una vida más feliz, sana y abundante.

 “Asombrosa y maravillosamente he sido formado”, declaró el salmista. Cada miembro de la iglesia debe comprender esto. Sólo con salud de cuerpo, alma y espíritu podrá la iglesia cumplir el sagrado cometido que le fue dado y terminar su misión evangélica.

Sobre la autora: de nacionalidad chilena, fue profesora en la Escuela de Salud de Loma Linda University y actualmente está en el Departamento de Salud de la Asociación General.


Referencias:

[1] Gén. 2:7.

[2] Sal. 139:14 (Versión Moderna).

[3] Consejos sobre el Régimen Alimenticio; pág. 17.

[4] Ibid. pág. 577.

[5] “Constitution of the World Organization’’, Journal of the American Dietetic Association, vol. 23: 85, febrero de 1947.

[6] Cor. 6: 19.

[7] vers. 20

[8] Ecl. 12: 7.

[9] Consejos sobre el Régimen Alimenticio, pág. 17.

[10] Ibid. pág. 21.

[11] Adventist Health Study, Loma Linda University, Loma Linda, California.