La tendencia de nuestros días parece traer consigo una cierta distinción -si no admiración – a la persona que ataca lo establecido y los métodos tradicionales. Sin duda el énfasis en la investigación, la sed de conocimiento y nuevos métodos de análisis que caracterizan al mundo moderno han acarreado esta condición. Tampoco deja de tener sus méritos. Sin embargo, esta situación también ha intensificado la presión sobre los pastores y oficiales de asociación a rendirse a la racionalización al hacer decisiones. A menos que tal presión sea resistida nos encontraremos tendiendo a hacer la decisión que creará la menor cantidad posible de ecos y que nos pondrá en la mejor luz con nuestros dirigentes o miembros.

 En castellano, las palabras decidir o decisión se encuentran sólo en 16 lugares de la Escritura. Sin embargo, la idea de hacer decisiones se puede encontrar en numerosos pasajes. Por ejemplo, Pablo llegó a una decisión final después de sopesar muchas filosofías y enfoques en cuanto a la predicación del Evangelio. Su decisión final fue: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Cor. 2:2).

 Propongo que toda situación que signifique la toma de decisiones por parte de los ministros de la Iglesia Adventista sea basada sobre la decisión de Pablo; y que todo lo que hagamos y digamos debe reflejar nuestra consagración a Jesucristo. Si lo conocemos, y lo ponemos primero en nuestras vidas, esto afectará todas nuestras decisiones. En la vida de todo aquel que debe tomar decisiones dentro de la Iglesia Adventista debe ser fundamental una relación con Jesucristo que lo capacite para trascender la mera sabiduría humana con sus decisiones a menudo falibles e inefectivas. Hablando del liderazgo, Elena G. de White dice: “Sin la sabiduría divina, su propio espíritu se entretejerá en las decisiones que hacen. Si estos hombres no están en comunicación con Dios, Satanás, con toda seguridad, estará en sus concilios y tomará ventaja de su estado no consagrado” (Testimonies, tomo 5, pág. 560).

 Tal toma de decisiones se está haciendo considerablemente difícil para el administrador de la iglesia ya sea que éste sea pastor o presidente. Más y más, vivimos un mundo de crecientes conflictos y diferencias de opiniones, un mundo de competencias de intereses especiales. Aún dentro de la iglesia encontramos estas presiones debido a la amplia variedad en cuanto a educación, experiencia y habilidades entre los miembros de iglesia. La mayoría de estos individuos son realmente sinceros al creer que la orientación de sus intereses especiales es lo mejor para la iglesia. Pero el administrador fiel y honesto debe mirar más allá de estos intereses especiales, debe considerar todo el campo y observar objetivamente toda la situación. Entonces, después de buscar sinceramente la orientación divina, debe tener la valentía de hacer una decisión considerando los mejores intereses de toda la iglesia, basado en los hechos tal como él los entiende. Es mucho más fácil, por supuesto, hacer decisiones basados en lo que será aceptado más fácilmente y creará menos conflictos. Pero como hombres y mujeres llamados por Dios, no podemos seguir un curso de acción tal.

 Hemos sido grandemente favorecidos, como iglesia, por los mensajes especiales que nos han llegado de Dios. Este comentario divino bosqueja, a menudo en detalles, ciertos procedimientos y principios que la iglesia debe seguir en su promulgación del Evangelio. Uno de nuestros mayores peligros es la tentación a racionalizar nuestras decisiones en armonía con el curso más fácil, antes que enfrentar, por fe, el curso de acción dictado por el Espíritu del Señor, aun cuando parezca imposible. Es tan fácil hacer decisiones en armonía con lo que parece razonable para nosotros aun cuando al hacerlo debamos ignorar la instrucción específica de Dios. La objetividad es una cualidad tan rara que la mayoría de nosotros la ejercitamos sólo por grados.

 En estos tiempos decisivos los dirigentes de la iglesia deben ser extremadamente cuidadosos para que sus decisiones no sean contrarias a un “así dice el Señor”.

 No es fácil, todas las veces y en todas las circunstancias, determinar si hay, en realidad, un “así dice el Señor”. Me parece que la Inspiración, cuando rastreamos sus obras a través de la Biblia y el espíritu de profecía, tiene por lo menos dos fases. La primera trata de la naturaleza de los planes de Dios, la naturaleza de su justicia y la santidad de su carácter, a menudo expresados en principios de lo correcto o incorrecto. En la segunda fase, estos principios rectos son a menudo reflejados en métodos. Los métodos para lograr estos principios duraderos pueden no ser relevantes para todos los tiempos. Los principios de Dios nunca cambian, pero sus métodos para lograr estos principios en un mundo cambiante están siempre sujetos a cambios.

 Elena G. White a menudo presentó métodos, que creo que son consejos inspirados, cuyos principios escondidos debemos investigar hasta descubrirlos. Por ejemplo, ella instruyó a las asociaciones de sus días para que trasladaran los congresos anuales (campestres) de lugar -de ciudad en ciudad- cada año. Los primeros congresos campestres eran de naturaleza mayormente evangelizadora, y este fue un método para lograr el plan divino de evangelizar las ciudades. Hoy podemos necesitar lograr ese mismo objetivo de evangelizar las ciudades por otros métodos. Los principios dados por Dios se mantienen, pero los métodos cambian. Por supuesto, esto en ninguna forma disminuye la inspiración del consejo dado para el ayer en materia de métodos.

 ¿Cómo puede el dirigente de iglesia dedicado que sinceramente trata de hacer decisiones basado en un “así dice el Señor” determinar realmente cuál es la voluntad de Dios para una situación en particular?

 Voy a aventurarme en la peligrosa tarea de hacer una lista de unos pocos y concisos principios de hermenéutica para el espíritu de profecía. La mayoría de éstos también son aplicables a la interpretación de la Escritura, pero bajo ningún concepto son exhaustivos en cuanto a ella.

 1. Debe afirmarse y reconocerse que todo el cuerpo de escritos del espíritu de profecía es inspirado por Dios y conlleva total autoridad.

 2. El lector debe acercarse a estos escritos con tanta objetividad como sea posible.

 3. Debe tomarse en consideración el significado de las palabras y el uso común de ellas en los días en que fueron escritas.

 4. Siempre deben leerse las declaraciones en su contexto.

 5.  Cada declaración debe ser interpretada a la luz de todo lo que Elena G. de White escribió sobre ese tema.

6. Las condiciones que existían cuando el consejo fue dado debe ser un factor importante en toda aplicación interpretativa.

 7. Deben determinarse los principios subyacentes de ciertos métodos recomendados.

 8. Debe determinarse si el método y el principio son inseparables. A menudo esto puede hacerse sólo conociendo el trasfondo histórico.

 9. Debe determinarse si el pasaje en consideración es instrucción específica a un individuo en particular o a un grupo y si el tiempo y el lugar, las circunstancias y condiciones hacen que la instrucción sea de aplicación limitada antes que general.

 10. Observe cuidadosamente el idealismo expresado en los principios; luego determine si el profeta, en la aplicación, permite un equilibrio dictado por un enfoque pragmático. Creo que un estudio tanto de la Biblia como del espíritu de profecía podría, en ocasiones, revelar un maravilloso equilibrio entre idealismo y pragmatismo.

 Habiendo llegado a la conclusión de cuál debiera ser la decisión apropiada, un dirigente de iglesia necesita la fortaleza para seguir sus convicciones. La cualidad más necesaria en estos días de presiones y grupos de presión es la valentía. No me refiero a la valentía física, sino a la clase de coraje que capacita a un hombre o a una mujer para enfrentar las responsabilidades y tomar una posición cuando la situación lo requiera. La falta de este tipo de coraje a menudo descarta de posiciones de liderazgo a muchas personas que de otra forma estarían bien calificadas. Son más los ejecutivos que fallan porque les falta el coraje para hacer decisiones correctas pero impopulares, que los que fallan por una falta de conocimiento o capacidad técnica.

 A veces la falla consiste en no hacer ninguna decisión, lo que arroja una sombra sobre el liderazgo de una persona. En general, la gente vacila al hacer decisiones; parece estar más cómoda descansando en la indecisión. La dilación en la toma de decisiones es una enfermedad que aqueja a demasiados dirigentes de iglesia. Algunos actúan como si los problemas pudieran desaparecer si no se hace una decisión, o si se dejan por suficiente tiempo. Pero el precio del liderazgo demanda el riesgo de la toma de decisiones. Un dirigente debe a veces poner en juego su futuro en decisiones justas, imparciales y valientes. Elena G. de White escribió a una persona: “Puede hacerse mucho en cuanto a educar la mente para vencer la indolencia. Hay veces en que se necesita ejercer cautela y gran reflexión, y en que la temeridad sería insensata. Pero aun en dichos casos se ha perdido mucho por una vacilación demasiado grande. Hasta cierto punto se requiere cautela; pero la vacilación y la demora han sido en ciertas ocasiones más desastrosas de lo que habría resultado el fracaso por temeridad”. “Mi hermano, usted necesita cultivar la diligencia. Deshágase de su actitud vacilante… Su lentitud de decisión en conexión con la causa y la obra de Dios es a veces dolorosa. No se la necesita para nada. La acción rápida y decidida puede lograr grandes resultados… La habilidad de cumplir las actividades con prontitud, y hacerlo sin embargo cuidadosamente, es una gran adquisición” (Obreros Evangélicos, pág. 141; Testimonies, t. 3, pág. 498).

 Los dirigentes de la iglesia de Dios de hoy necesitan hacer decisiones claras con prontitud. Necesitan decidir asuntos, no sobre la base de la oportunidad ni las presiones puestas sobre ellos, sino de la convicción de que la decisión estará en armonía con la voluntad de Dios y que es la correcta para el éxito de toda su obra. Las siguientes preguntas, aplicadas a nuestra propia toma de decisiones, puede ayudarnos a ser ese tipo de dirigente:

 1. ¿Ha hablado Dios sobre el tema, y he investigado la Palabra Inspirada, incluyendo el espíritu de profecía, buscando información que pueda afectar mi decisión?

 2. ¿He buscado a Dios en oración, para que mi decisión pueda ser hecha a la luz de su voluntad y en justicia para con mis hermanos?

 3. Si mi decisión está basada sobre consejo espiritual específico, ¿tengo la fe para creer que Dios actuará, providencialmente si es necesario, para vindicar su Palabra?

 4. ¿Es mi decisión -en alguna forma- una manera de transar en los principios?

 5. ¿Estará mi decisión en armonía con los mejores intereses de la iglesia de Dios y su pueblo?

 6. ¿Se hace esta decisión a la luz de la ‘‘regla de oro”?

 7. ¿Será mi decisión justa para todos los involucrados?

 8. ¿Está mi decisión en alguna forma afectada por intereses personales o egoístas, deseo de popularidad, favor o remuneración financiera?

 9. ¿Estoy haciendo una decisión para el beneficio de grupos de intereses especiales y meramente para evitar críticas?

 10. ¿Es mi decisión punitoria sin causa justa?

 11. ¿Puedo mantener el respeto propio con una decisión tal?

 12. ¿Traerá esta decisión resultados duraderos y permanentes, o será sólo un alivio temporal?

 13. ¿Ha entrado prejuicio personal en mi decisión?

 14. ¿Se hace esta decisión para exaltar y fortificar mi “caballo favorito” antes que basada en la evidencia disponible?

 15. ¿Se basa mi decisión en la adecuada investigación, considerando todos los hechos del asunto abierta y objetivamente?

 16. ¿Está influida mi decisión por la presión de grupo?

 17. ¿He examinado la evidencia para ver que mi presentación de los hechos sea estrictamente honesta?

 18. ¿Está influida mi decisión por prejuicios culturales o raciales?

 19. ¿Soportará esta decisión la prueba de la exposición o la publicidad y todavía será considerada objetiva?

 20. ¿Nace esta decisión de un corazón dolorido por gente que lo ha ofendido, antes que de una estricta integridad?

 21. ¿Es necesaria esta decisión para el avance del proyecto?

 22. Otro método o curso de acción, ¿será tan bueno como el mío? ¿Podría yo producir mayor unidad por un método alternativo?

 23. ¿Creará mi decisión una división innecesaria?

 24. ¿Se hace esta decisión primariamente para mostrar mi autoridad?

 25. ¿Estoy dispuesto a correr el riesgo de las posibles consecuencias de mi decisión?

 26. ¿He escogido consejeros o individuos determinados para formar una comisión que debe tomar decisiones a causa de que sus ideas se inclinan en mi dirección o de su disposición a exaltar mi ego?