Así decían algunos perezosos cuando yo era adolescente… Claro que quien lea el relato de la creación, en Génesis, sabe que fue Dios quien inventó el trabajo. Y está bien que lo haya hecho así.
Lo que me resulta a veces sorprendente es encontrar a gente trabajadora que duda acerca de quién inventó el trabajo (me estoy refiriendo al trabajo de la evangelización). Sin duda que con sinceridad, se preguntan: ¿Es la evangelización una estrategia humana que pragmáticamente intenta incrementar el número de miembros de la iglesia? ¿Es, quizás, una asimilación secularista de métodos expansivos y/o promocionales? Intuyo que usted ya tiene la respuesta. Por supuesto, está en la Biblia. Pero quizá nos haga bien recordarla.
1. Dios el Padre es el autor de la evangelización
Varios versículos podrían orientarnos en tal sentido. Juan 3:16 nos habla del deseo y la acción salvadora del Padre; Gálatas 4: 4 dice que en el momento preestablecido en el cronograma divino, el Señor se encarnó; sin embargo la ofrenda de su sacrificio había sido hecha desde antes de la creación del mundo.[1] Por esa razón, cuando el plan de salvación tomó forma concreta en el niñito de Belén, Dios hizo evangelización por medio de los ángeles, quienes proclamaron las buenas nuevas (Luc. 2: 10-14).
Dios el Padre fue el Gran Enviador, no sólo de Jesucristo el Redentor, sino también de los misioneros humanos que lo predican.
San Pablo, quien estaba muy bien orientado en cuanto a evangelizaron, sabía que “todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”.[2] En otras palabras: Dios es el autor de la iniciativa de la salvación; el que produce la reconciliación; quien elige a los instrumentos difusores de la buena noticia de la salvación; quien envía a sus embajadores en misión evangélica.
Pero la integración de Dios el Padre en la obra de la evangelización es más profunda. No sólo tiene ministros, Dios hace a sus ministros y en la medida de la entrega de éstos en sus manos, El los capacita para cumplir la tarea evangelizadora. San Pablo reconocía: “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes…”[3] Además, es Dios quien concede la gracia por medio de la cual los evangelizadores cumplen específicamente la tarea.
Por lo tanto, sería apropiado reconocer a Dios el Padre como el creador de la evangelización.
2. El Hijo es coautor de la evangelización
Así como fue coautor del plan de redención, ofreciendo su sacrificio voluntariamente,[4]también lo es de la misión evangelizadora. “Como tú me enviaste al mundo, así los he enviado al mundo”,[5]y “como me envió el Padre, así también yo os envío”.[6]
Otro elemento que presentaría a Cristo como originador de la misión evangelizadora lo ofrece la gran comisión, que aparece al cierre de cada uno de los cuatro evangelios y al comienzo de Hechos de los Apóstoles.
En vista de estos elementos, podría considerarse acertado el enfoque cristológico de la evangelización propuesto por el apóstol San Pablo en 1 Corintios 1:18, 22-24.
El descubrir a Jesucristo como coautor de la evangelización explica por qué San Pablo, ministro de Dios el Padre, se declara también ministro de Jesucristo.[7] Esto mismo nos ayuda a entender por qué Pedro y los demás apóstoles consideraban que el actuar en el nombre de Jesús era credencial suficiente que los autorizaba a evangelizar en sus diferentes formas.[8]
3. El Espíritu Santo es coautor de la evangelización
El Espíritu Santo podría ser considerado el artífice de la evangelización puesto que es el motivador, el guía y la fuerza motriz del mismo. Basta con leer el libro de los Hechos de los Apóstoles para concluir que no sólo participa activamente de la evangelización, sino que en el fondo es su promotor, su organizador y quien realmente actúa, tanto por medio de los evangelizadores como dentro de los receptores del Evangelio. Un ejemplo sencillo podría ser el de Pedro y Cornelio. El Espíritu Santo fue quien ordenó a Pedro que fuese, contra su lógica de judío, a evangelizar a un gentil.[9] Y fue también el Espíritu Santo quien descendió, en medio del estupor del grupo de creyentes judíos que acompañaba a Pedro, sobre los gentiles que eran evangelizados.[10]
Para R. V. Kuiper esto estaba bien claro: “Dios el Espíritu es el autor de la evangelización. Cuando los hombres santos de la antigüedad predijeron el nacimiento, el ministerio y la resurrección del Salvador y se les comisionó a que escribiesen sus profecías… ellos fueron movidos por el Espíritu Santo”. Y cita la referencia de 2 Pedro 1:21.
Se hace significativo el grado notable de identificación del Espíritu Santo con todo el proceso de evangelización. El vendría para dar testimonio acerca de Jesús;[11] para comunicar todo lo referente a evangelización;[12] en los momentos críticos, de persecución, Él les enseñaría qué decir,[13] qué testimonio oportuno dar,[14] aun ante los dignatarios en el orden religioso o político.[15] Su obra, asimismo, se verificaría en los evangelizados: “Convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”.[16]
Alguno podría suponer que el Espíritu Santo está al servicio de la iglesia como siervo, pero como bien dijera Hans Küng: “Pero el Espíritu de Dios, si bien está domiciliado en la iglesia, no está domesticado en ella”.[17] El Espíritu Santo capacita y sirve al evangelista en su obra, pero al mismo tiempo el evangelista es obediente al mandato y dirección del Espíritu. Al respecto pudiera ser significativo el hecho de que Jesús les indicó a sus discípulos que no debían lanzarse a evangelizar sin el Espíritu Santo.[18] Podría deducirse, entonces, que no es posible evangelizar apropiadamente sin la presencia del Espíritu Santo.
Probablemente el pensamiento del párrafo precedente explique por qué la Biblia menciona a gente clave, en momentos cruciales de la evangelización, llenos del Espíritu Santo. Por ejemplo: Juan el Bautista (Luc. 1:15), Elizabeth (Luc. 1:41), Zacarías (Luc. 1: 67), Simeón (Luc. 2: 25), y aun el mismo Jesús (Luc. 4:1).
Nuestro Señor recibió el Espíritu Santo justamente en la hora en que debía comenzar su ministerio público, el día de su bautismo (Mat. 3: 13-17). San Pedro aseveró que Jesús recibió la promesa del Espíritu Santo y fue El quien lo derramó sobre la iglesia (Hech. 2: 32, 33). En relación con el relato de la gran comisión registrada por San Juan, The Broadman Commentary of the Holy Bible comenta: “Así como Jesús comenzó su ministerio recibiendo el Espíritu Santo (Juan 1: 32, 33), así ahora Él sopló sobre ellos y les dijo, recibid el Espíritu Santo”.[19]
Siendo que los evangelizadores son guiados por el Espíritu Santo, son capacitados por El y ejecutan la obra que el Espíritu les manda, veo apropiado considerar a los evangelistas también como ministros del Espíritu Santo.
A esta altura caben algunas reflexiones: Si Dios el Padre es el autor de la evangelización, sería adecuado pensar que ésta debiera ser teocéntrica; si el Hijo es el autor de la evangelización, y es quien comisionó personalmente a los hombres la proclamación, es lógico suponerla cristocéntrica; al mismo tiempo, vista la autoría del Espíritu Santo en lo relativo a la obra de la evangelización, es lógico considerar la necesidad de desarrollar una evangelización neumocéntrica.
En vista de lo analizado hasta aquí, considerando que el Dios trino es el autor de la evangelización, sería apropiado reconocer a esta tarea de proclamar las buenas nuevas de salvación como de procedencia divina. Más todavía, todo esto nos sugiere que sería definidamente asunto de interés por parte de la divinidad. En otras palabras, la evangelización es una actividad divina. De allí que Pablo decidiera eliminar, dentro de lo posible, el hacer a la evangelización humanística. “Así, que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor. 2: 1-5).
Otra reflexión que viene a nuestra mente es la siguiente: Cuando se predica correctamente, no hay lugar para las glorias humanas (1 Cor. 1: 25-31). Además, porque esta tarea proviene de Dios, involucra más que una mera comunicación de ideas. Es una transmisión o comunicación de “poder de Dios para salvación de todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe…” (Rom. 1:16, 17).
Referencias:
[1] Tito 1:2; 1 Ped. 1: 19, 20; Apoc. 13:8.
[2] 2 Cor. 5: 18, 19.
[3] 2 Cor. 3: 5, 6.
[4] Fil. 2: 5-10.
[5] Juan 17: 18
[6] Juan 20: 21.
[7] Rom. 15: 16.
[8] Hech. 4: 7, 10-12.
[9] Hech. 11:12.
[10] Hech. 10:44, 45.
[11] Juan 15:26.
[12] Juan 16: 13, 14.
[13] Luc. 12: 12.
[14] Mat. 10: 19, 20.
[15] Luc. 21: 12-15.
[16] Juan 16:8.
[17] Hans Küng, The Church (Garden City, NY: Image Book, 1976), pág. 233.
[18] Hech. 1: 4, 5.
[19] Clifton J. Alien, The Broadman Bible Commentary (Nashville. Broadman Press, 1969), págs. 367, 368