En varios países latinoamericanos está cundiendo, entre las capas medias y altas de la sociedad, una doctrina filosófica religiosa, no muy conocida por los adventistas en general, pero que conviene conocer tanto como sea posible para ayudar pastoralmente a las personas que la están aceptando, o que podrían ser pasibles de aceptarla. Nos referimos a la teosofía.

En este artículo vamos a hacer un resumen de su historia y sus doctrinas, y al tratar estas últimas las compararemos con las enseñanzas de las. Sagradas Escrituras para ver si concuerdan con ellas o no, y para sacar las conclusiones que de tal comparación se desprendan. Aunque tenemos bastante bibliografía acerca del tema, basaremos este estudio en el artículo que acerca de la materia aparece en el tomo 26 de la Enciclopedia Americana. Nos parece lo más justo pues fue escrito por James S. Perkins, ex presidente de la Sociedad Teosófica de los Estados Unidos.

Significado del nombre

La palabra teosofía procede de dos términos griegos: theos, que significa Dios y sofía, que significa sabiduría. La síntesis sería: sabiduría de Dios.

Breve historia de la teosofía

Los autores teósofos aseveran que las doctrinas que ellos sustentan y difunden tienen un origen que se remontaría a edades antiquísimas, y que se habría manifestado de diversas maneras en Egipto, China, India y Grecia antigua, como asimismo en ciertos filósofos europeos más modernos, entre los cuales destacaremos a los alemanes Jakob Böhme y Johannes Eckhart. Pero para el estudiante objetivo éste no podría remontarse más allá del tercer decenio del siglo pasado, cuando nació la Sra. Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891) -una dama rusa- que fundó la Sociedad Teosófica el 17 de noviembre de 1875 juntamente con el Coronel Henry Steel Olcott, de Nueva York, él como presidente y ella como secretaria.

Evidentemente esta señora era una verdadera secretaria ejecutiva, porque eclipsó totalmente a su presidente, de quien los no teólogos ni siquiera se acuerdan, a tal punto que todas las doctrinas de la Sociedad Teosófica encuentran su fundamento en las obras de la Sra. Blavatsky, entre las que destacamos aquí Isis Unveiled (Isis develada, 1877), The Key to Theosophy (La clave de la teosofía, 1889) y The Secret Doctrine (La doctrina secreta, 1888). Esta última es su obra más famosa, y ha sido traducida a numerosos idiomas.

Los teósofos sostienen que la Sra. Blavatsky, para escribir sus obras, recibió la ayuda de ciertos adeptos” o “sabios” orientales de quienes era discípula. No aclaran quiénes eran esos personajes.

Otra teósofa importante y famosa fue Annie Besant (1847-1933), inglesa, que se distinguió como reformadora social, teósofa y campeona de la independencia de la India. Alrededor de 1885 leyó la obra de la Sra. Blavatsky titulada The Secret Doctrine y se convirtió a la teosofía. Fue presidente de la Sociedad Teosófica desde 1907 hasta su muerte.

A pesar de todas las declaraciones de los teósofos en el sentido de que sus doctrinas tendrían una gran antigüedad, el observador imparcial no puede menos que quedar impresionado con la convicción de que se trata de un gran esfuerzo por poner en lenguaje occidental, y al alcance de los así llamados cristianos, las doctrinas del hinduismo, adaptándolas en más de un caso. Con una cantidad enorme de modificaciones introducidas a lo largo de los siglos, éstas proceden de las doctrinas sostenidas originalmente por los pueblos arios que invadieron el norte de la India alrededor del siglo XV antes de Cristo, más o menos por la misma época cuando Moisés comenzó a escribir el Génesis en la península del Sinaí. En resumen, la teosofía vendría a ser una rama más o menos occidentalizada del hinduismo.

Las doctrinas teosóficas

Para tratar este tema, y sin la menor pretensión de agotarlo, por cierto, vamos a referirnos a cuatro aspectos principales:

1. Su concepto de Dios.

2. Su concepto del universo.

3. Su concepto del hombre.

4. Su concepto de la salvación (si le podemos dar ese nombre).

1. Concepto de Dios. En The Secret Doctrine la Sra. Blavatsky define así a Dios. “Un principio omnipresente, eterno, ilimitado e inmutable, que trasciende la capacidad de la concepción huma na, y que está más allá del alcance de su pensamiento [del hombre]: inimaginable e indescriptible”. En otra de sus obras (el Sr. Perkins no nos dice en cuál) lo describe de este modo: “Dios existe y es bueno. Es el gran Dador de la vida que mora dentro de nosotros y fuera de nosotros; no puede morir y sus beneficios son eternos. No se lo puede oír, ni ver, ni tocar; pero el hombre que desea percibirlo lo puede percibir”.

Más adelante, al referirse a la creación o cosmogénesis, la Sra. Annie Besant nos da otra vislumbre del concepto teosófico acerca de Dios: “Un Logos llega a ser el Dios Manifiesto al imponerse un límite mediante el cual circunscribe voluntariamente el ámbito de su propio Ser para determinar la esfera de Su actividad. De ese modo marca los límites de Su Universo. El Universo nace, se desarrolla y muere dentro de esa esfera; vive, se mueve y tiene su ser en Él; su material (del Universo) es su emanación; sus fuerzas y energías proceden de Su vida; Él es inmanente (se encuentra inmerso) en cada átomo… Así nos lo han enseñado los sabios de la Antigua Sabiduría desde los comienzos de los mundos existentes (o manifiestos).

“De la misma fuente hemos aprendido del desdoblamiento del Logos en una triple forma: El Primer Logos, la raíz de todo ser; de él surge el Segundo, en quien se manifiestan los dos aspectos de vida y forma, la dualidad primigenia, que constituyen los dos polos de la naturaleza entre los cuales se teje la tela del universo… A continuación el Tercer Logos, la mente universal, en quien existe todo arquetípicamente, el origen de los seres, la fuente de las energías modeladoras…”

Analicemos un poco algunos de estos conceptos, y comparémoslos con la Biblia para ver si concuerdan con ella o no. La Biblia dice: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa. 8:20). Lo que traducido al castellano de hoy sería: “Comparemos toda doctrina con las enseñanzas de la Biblia. Si no concuerdan con ellas están a oscuras; no les ha amanecido”. Además, Jesús dice: “Tu Palabra (la Biblia) es verdad”.

Según los teósofos, Dios sería “un principio”, una especie de poder, una influencia. Según la Biblia, Dios es una Persona perfectamente diferenciada y totalmente independiente de su creación. Difícilmente haya otra doctrina más extensa y claramente enseñada en la Biblia. En la Concordancia bíblica aparecen 55 columnas de textos bíblicos referentes al tema, distribuidas en 19 páginas. Damos una referencia, al azar, de muestra: “Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”. Dios habla. Tiene nombre. Da un mensaje definido. No es un “principio”; es una Persona.

Los teósofos dicen que Dios es “inimaginable e indescriptible”. Pero Daniel lo vio en visión profética y nos describe lo que vio acerca de Él. (Véase Dan. 7:9-14.) Quiere decir que en determinadas circunstancias, precisamente por ser una Persona, el Dios de la Biblia es imaginable y descriptible.

Los teósofos dicen que Dios “es el gran Dador de la vida que mora dentro de nosotros y fuera de nosotros”. Si a esto le añadimos que el universo “vive, se mueve y tiene su ser en El”, y que “Él es inmanente (o está inmerso) en cada átomo”, nos encontramos con una concepción de Dios que si no es panteísta, se parece bastante al panteísmo. De paso, el panteísmo es la doctrina que asevera que Dios está en todas las cosas existentes, animadas e inanimadas, dentro de nosotros y fuera de nosotros. Es evidente que la teosofía trata de despersonalizar a Dios, y en este aspecto, lamentablemente, no concuerda con la Biblia que, como ya dijimos, enseña definidamente que Dios es una Persona totalmente independiente de su creación.

La trinidad teosófica, es a saber, el Primer Logos, el Segundo Logos y el Tercer Logos, tampoco concuerda con la Trinidad bíblica. Aquélla es un desdoblamiento de Dios para el cumplimiento de funciones creadoras específicas. Esta es la triple manifestación del mismo y único Dios personal en beneficio del hombre y para su salvación. La trinidad teosófica no salva a nadie. La Trinidad bíblica es esencialmente salvadora y está dedicada a la tarea de beneficiar al hombre. (Véanse Mat. 28: 18-20; Rom. 1:7; 1 Cor. 1:3; 2 Cor. 1:2; Efe. 6:23; Fil. 1:2; 2:11; Col. 1:2; 2Tim. 1:2; 2 Cor. 13:14; y muchas otras referencias más.)

La teosofía nos enseña que a Dios “no se lo puede oír, ni ver, ni tocar”. Pero el apóstol Juan nos dice: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocantes al Verbo [Logos] de vida… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos” (1 Juan 1:1-3). El Dios de la teosofía no se puede ver, ni oír, ni tocar. El de la Biblia sí, pues Juan lo vio, lo oyó y lo tocó. Jesús dice: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat. 5:8). Y cuando Jesús regrese – Él es Dios en la totalidad del sentido de la palabra- “todo ojo le verá” (Apoc. 1:7).

El Dios de la teosofía no se puede conocer, sólo se lo percibe. El Dios de la Biblia se puede conocer: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

Conclusión: El concepto teosófico de Dios y el bíblico no concuerdan en varios aspectos fundamentales. Por lo tanto, uno de los dos conceptos debe ser erróneo, porque la verdad es una sola.

2. Concepto del universo. La cosmogonía teosófica es bastante parecida a la hindú, de la cual evidentemente deriva. Según ella la creación está constantemente expandiéndose y contrayéndose. Pero cada expansión puede durar miles de millones de años, y lo mismo puede ocurrir con cada contracción. Para decirlo de otro modo, según esta teoría el universo pasaría por etapas sucesivas de vida y de muerte, para resucitar otra vez. Aparentemente ahora nos encontraríamos en uno de esos períodos de expansión del universo. Pero yendo a los concreto, en determinado momento el Logos Solar (?) se manifiesta al término de la contracción y comienzo de la expansión, y sopla en el abismo producido por la contracción, llenando con su energía todo ese espacio. Así se expande una vasta esfera dentro de la cual se produce un gigantesco vórtice, que finalmente se concreta en una nebulosa. A esa nebulosa el Logos envía sucesivos impulsos hasta que se producen siete mundos materiales concéntricos con diferentes grados do densidad Estos siete mundos constituyen siete planos, que los teósofos denominan: 1 Físico, 2. Astral, 3. Mental, 4. Búdico, 5 Atmico. 6 Anupadaka y 7. Adi. Cada uno de estos siete grandes planos se subdivide en siete subplanos.

La Biblia no entra en tantas complicaciones, que por otro lado son indemostrables. Su primer versículo nos dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gén. 1:1). Ese “en el principio” significa la eternidad pasada. Dios creó el universo en algún momento de la eternidad. Pero cuándo y cómo lo hizo, no lo sabemos, porque Él no lo ha revelado. Y eso por una razón muy sencilla: no lo comprenderíamos, y no afecta para nada nuestra salvación y nuestro bienestar eterno tampoco. Cuando estemos eh su reino gozando de vida eterna, ya vamos a tener tiempo para aprender todo lo que sea necesario saber al respecto. Por el momento, Dios quiere que sepamos, eso sí, lo que El hizo con la tierra, que es nuestra morada natural, y eso está claramente revelado en Génesis 1 y en los tres primeros versículos del capítulo 2. Según esa revelación Dios creó este planeta para que fuera la habitación de los seres humanos, y lo hizo en seis días. Por eso le dio el séptimo para que lo guardaran precisamente con el fin de que siempre recordaran ese acontecimiento.

Por otra parte, y hasta donde sabemos, la cosmogonía teosófica no nos dice nada respecto de esta tierra ni de la creación del hombre. Es impresionante la indiferencia del dios de la teosofía con respecto al hombre. El Dios de la Biblia, en cambio, creó al hombre por amor, mediante un acto sumamente especial, le dio su imagen y semejanza, lo ama, y quiere su salvación y su felicidad eternas.

Conclusión: Desde un punto de vista puramente científico, la cosmogonía teosófica y la bíblica se encontrarían ambas en el campo de las teorías -es decir, serían suposiciones acerca del origen del universo y de la vida que no se pueden demostrar mediante los recursos que están al alcance de la ciencia-; nos inclinamos decididamente por aceptar la cosmogonía bíblica, puesto que se basa en una revelación mucho más sólida y perfectamente demostrable.

3. Concepto del hombre. Según la teosofía, el ser humano está compuesto básicamente por dos elementos que serían cuerpo y alma, tal como lo supusieron los filósofos griegos, lo sostiene la Iglesia Católica, y la mayor parte de las iglesias protestantes. Pero como el hombre sería en cierto modo a lo menos una imagen del universo, que ya vimos se manifestaba en siete planos, el hombre, según los teósofos, posee siete “cuerpos”. Cuatro corresponderían al cuerpo propiamente dicho, y tres al alma Veamos: 1. Cuerpo físico, 2. Cuerpo vital, 3. Cuerpo astral o asiento de los deseos, 4. Cuerpo mental. Estos corresponderían al cuerpo propiamente dicho. Ahora vienen los del alma: 5. Cuerpo causal, o de las facultades mentales superiores, 6. Cuerpo búdico, o de las facultades espirituales capaces de captar las bendiciones, y 7. Cuerpo nirvánico o atómico.

Pero antes de entrar en el concepto bíblico del hombre, y tomando en cuenta que la mayor parte de la población de nuestros países es de origen católico, creemos que es bueno aclarar aquí que el concepto católico -y protestante – del hombre tampoco se basa en la Biblia, sino en el pensamiento de los filósofos griegos espiritualistas, que concebían al hombre como una dualidad, es decir, un compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo, según ellos, sería material e intrínsecamente malo, y el alma sería espiritual e innatamente buena. El alma buena estaría encarcelada dentro del cuerpo malo, y su salvación consistiría en liberarse de ese cuerpo malo para continuar viviendo como espíritu por la eternidad en un ambiente de felicidad ininterrumpida. De paso, subrayemos el hecho de que el alma, según los griegos, es inmortal.

¿Qué nos dice la Biblia acerca de este tema? En primer lugar, que el hombre no es un compuesto de siete cuerpos, como sostienen los teósofos, ni de dos elementos contradictorios, como sostenían los griegos y lo sigue afirmando el cristianismo popular, sino una unidad constituida por dos elementos inseparables, es a saber, el polvo de la tierra y el soplo de vida o energía vital procedente de Dios. Al referirse a la creación del hombre la Biblia nos dice: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gén. 20. 7). Hagamos una suma: Polvo de la tierra -r aliento de vida ser viviente. Está comprobado científicamente que el cuerpo humano está formado por elementos procedentes del polvo de la tierra. Estos elementos, vivificados milagrosamente por Dios, dan como resultado un ser humano vivo. Debe quedar bien en claro que el “aliento de vida mencionado aquí no es el alma. La expresión “ser viviente” también se puede traducir por “alma viviente”. Cada ser humano, según la Biblia, es un alma; y un cuerpo forma parte de esa alma. Si Dios retira su aliento de vida ya no hay más alma, sino sólo un cadáver, que al descomponerse devuelve a la tierra los elementos que se obtuvieron de ella al formar su organismo.

Ahora bien, según Génesis 1:26 el hombre fue creado a imagen de Dios, que es una “Triunidad”: Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, un solo Dios manifestado en tres personas que siguen siendo el mismo y único Dios. De acuerdo con esto, el ser humano, según la Biblia, también es una “triunidad”. Leamos: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:23, la cursiva es nuestra). Aquí está la “triunidad”: espíritu, alma y cuerpo. Ahora bien, las palabras griegas correspondientes -puesto que el original del Nuevo Testamento se escribió en griego- son pneuma (viento o aire), psyjé (mente, de esta raíz viene nuestra palabra psiquis) y soma (cuerpo). Mediante nuestros cuerpos actuamos. Mediante nuestro espíritu nos damos cuenta si algo es bueno o malo, y también -muy importante- podemos ponernos en comunicación con Dios, conocerlo, adorarlo, y aceptar la salvación que nos ofrece.

Conclusión: El concepto teosófico del hombre no concuerda con el de la Biblia. Tampoco concuerda con ella el concepto griego católico. Lo que la Biblia nos enseña acerca del hombre es perfectamente coherente y comprensible.

4. Concepto acerca de la salvación. La teosofía no enseña nada que se acerque siquiera al concepto bíblico de la salvación. En cambio, la Biblia entera gira en torno del gran tema de la salvación del hombre.

Según la teosofía, el alma humana es una emanación, o mejor dicho una chispa de Dios; una pequeñísima porción que se desprendió de Dios para vivir independientemente. ¿Cuándo sucedió esto? Según los teósofos puede haber sido hace miles de millones de años. Lo interesante es que a pesar de ser un desprendimiento de Dios -que se supone es perfecto- el alma humana necesita perfeccionarse. Para lograrlo puede necesitar miles de millones de años, y pasar por numerosísimas reencarnaciones, hasta que por fin, al alcanzar la perfección, gracias exclusivamente a su propio esfuerzo, entra en el Nirvana o éxtasis que le produce el regresar al seno de la Divinidad.

¿Cómo cayeron las almas en la imperfección? La teosofía no lo explica. Por lo menos, en lo que hemos leído, no encontramos la menor explicación. Parecería que para los teósofos el bien y el mal son tan necesarios el uno como el otro; serían como las dos caras de la misma moneda: la una complementa a la otra. En este caso el mal complementa al bien, y la imperfección a la perfección. Expresado de otro modo, sería necesario pasar por la imperfección para lograr por fin, tras esfuerzos más que denodados y prolongadísimos, la perfección anhelada. Desde esta perspectiva, el cuadro que nos pinta la teosofía acerca de la vida es tremendamente desalentador.

De cualquier manera, la meta de la perfección – siempre según la teosofía- se logra por fin, a través de un tiempo prolongadísimo, por medio de un método que es la reencarnación, llamado también transmigración de las almas o metempsícosis, dentro del marco de una ley, que los teósofos afirman es lo más justo que hay en el universo, y a la cual dan el nombre de “karma”.

Según la doctrina de la reencarnación, el alma no sólo sería inmortal, sino que además tendría la facultad de reaparecer en este mundo numerosas veces por medio de distintos cuerpos, ya sea de animales o de seres humanos, reencarnándose en ellos. Si en el curso de su vida humana alguien ha vivido disolutamente, su alma, después de evolucionar por las regiones etéreas por espacio de 800 a 1.500 años, puede reencarnarse en un animal, y si como animal se porta bien, después de morir, y de transcurrir un lapso más o menos parecido, puede volver a reencarnarse en un ser humano. Si nuevamente como ser humano se sigue portando bien, después de la muerte y consiguiente descanso de 800 a 1.500 años, se encarnará en otro ser humano superior, y así sucesivamente, ad infinitum, hasta que llegue al Nirvana. . .

¿Qué es el karma? Es una ley moral que podríamos definir mediante el dicho popular de que “quien la hace, la paga”, con el aditamento teosófico de que “la paga, si no es en esta vida, es en su próxima reencarnación”. Los teósofos explican mediante el karma las calamidades o desgracias que sobrevienen inexplicablemente a algunas personas que aparentemente no merecerían, bajo ningún concepto, sufrir semejantes siniestros. “Están pagando alguna falta cometida en una vida anterior” nos dicen. La única inconsecuencia es que si nos cae una desgracia ahora, sabemos que estamos pagando por algo que hicimos tal vez hace tres mil años, en una vida anterior, y acerca de lo cual no tenemos ahora la más mínima noticia.

En cambio, la Biblia dice que Dios hizo este Universo perfectamente bueno, sin vestigios de mal (Gén. 1:31). Según la Biblia el mal es un intruso que no tiene absolutamente nada que hacer aquí; de ningún modo es el complemento del bien; todo lo contrario: es su enemigo, y cuando termine el plan de salvación de Dios el mal desaparecerá definitivamente y para siempre del universo.

Según la teosofía, el hombre llega ineludiblemente a la perfección pero gracias a su solo esfuerzo personal. En otras palabras, el hombre es su propio salvador. Según la Biblia el hombre, al caer, cercenó todas sus posibilidades de lograr la perfección, puesto que cayó de una condición de perfección. Por lo tanto, es imposible que se salve gracias a sus propios esfuerzos. La Biblia nos enseña que la salvación es una obra que sólo Dios puede hacer. Nuestra parte consiste en aceptar esa salvación.

Según la teosofía la ley del karma regula nuestra vida, y nos hace pagar culpas que nosotros ignoramos totalmente. Según la Biblia, ‘a ley moral por excelencia son los Diez Manda mientes, que nos indican nuestros deberes hacia Dios y hacia nuestros semejantes, y que son de una perfección tal que jamás han podido ser superados. Pagaremos solamente por culpas de las que somos conscientes, a menos que nos sean perdonadas al aceptar la salvación ofrecida por Jesús. Las desgracias que nos ocurren en nuestra vida no son el pago de deudas contraídas en vidas anteriores, sino consecuencia del hecho de que estamos viviendo en el campo de batalla entre las fuerzas del bien y del mal, y que alguna bala perdida nos puede tocar. Pero tenemos la promesa de Dios de que esto pronto acabará, y cuando eso ocurra “jugará Dios toda lágrima de los ojos de eh (Apoc. 21:4).

Para terminar, diremos que la revelación la Biblia es infinitamente superior a las revelaciones que sirven de base a la teosofía. La Sra. Blavatsky recibió sus doctrinas gracias a unos maestros desconocidos. La Biblia es fruto de lo que escribieron unos cuarenta hombres, a lo largo de 1.600 años, y con quienes Dios mismo habló sin intermediarios de ninguna especie.

Deseamos de todo corazón que la información que hemos proporcionado por medio de este artículo dé a nuestros lectores no sólo una visión panorámica y resumida de la teosofía, sino sobre todo del hecho de que sus doctrinas no concuerdan con las de las Sagradas Escrituras. Quiera el Señor ayudar y bendecir a cada lector, cuando le toque tratar con teósofos, o con personas que se están inclinando por la teosofía. La verdadera sabiduría de Dios está en la Biblia.

Sobre el autor: El pastor Gastón Clouzet es director de los Departamentos de Acción Misionera y Escuela Sabática de la Unión Austral