Un programa sugerente para atender no sólo su primera congregación sino también la segunda, la que no se reúne en su iglesia los sábados de mañana.

¡Si yo fuera pastor…! La proposición es suficiente para tentarme a la elocuencia por la sencilla razón de que yo no soy pastor, no tengo que enfrentar los problemas del pastor, y, en realidad, nunca he sido pastor a pesar de que soy ministro ordenado y he trabajado estrechamente con cientos de pastores, tanto en los buenos tiempos como en los malos.

Desde luego, me doy cuenta de que algunos lectores (quizá muchos) dirán: “Si usted no ha sido pastor, no podrá entender mis problemas ni compartir mis alegrías ni soportar mis penas. Y aunque usted hubiera sido pastor, probablemente no lo habría sido en una ciudad del tamaño de la mía, con los problemas realmente espantosos que encuentro en mi congregación, y con la lastimosa administración de la asociación que es la cruz especial que debo cargar. De cualquier manera, ¡usted no podrá decirme nada!”

Pero esto es levantar demasiada polvareda. La “deficiencia” de no ser pastor realmente puede proporcionar la oportunidad de una perspectiva con un valor particular. Así que, al invitarlo a contradecirme cuando me desvíe demasiado de la senda, estoy seguro de apelar a sus intereses a pesar de la “desventaja” de no ser pastor.

Si yo fuera pastor, recién asignado a un nuevo distrito, dedicaría una hora o dos, en algún momento entre la descarga del camión de mudanzas y la conexión de los servicios en la nueva casa, para tomar conciencia de que mi parroquia debe incluir no sólo los 391 miembros registrados en los libros de la iglesia, sino también cada persona de mi nueva ciudad: el comandante de bomberos, el supervisor local de escuelas, el autonominado vocero de la gente pobre que se apiña al oeste de las vías del tren; el comisario y el jefe de la sección contra los vicios, y el gerente del supermercado A, aun cuando tenga la intención de comprar en el supermercado B.

Interesado en captar las necesidades especiales de mi comunidad, resolvería visitar a una de tales personas -por lo menos una- cada semana, no importa lo que tenga entre manos, cuántos casamientos o sepelios tenga que hacer para los santos que ocupan los bancos de mi iglesia cada sábado por la mañana. Y, además, para lograr este objetivo añadiría la resolución de dejar todo e ir a tomar de la mano a quienquiera esté sufriendo, ya sea el intendente de la ciudad, o la madre y el padre de los dos niños asesinados por un borracho enloquecido. No tendrá importancia si ellos son miembros de mi congregación o no, porque consideraré a la comunidad entera como mi congregación.

Por supuesto, algunos criticarán la amplitud de tal misión pastoral. Así fue criticado Cristo por los miserables fariseos, cuando Él iba a cenar con publicanos y pecadores, a consolar perdidos y mujeres de la noche. Cuando se le llamó la atención por tales asociaciones, el Maestro replicó: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Luc. 5: 31, 32).

Siempre ha sido difícil para muchos de nuestros miembros de iglesia darse cuenta de que, para apelar con amor a un pecador, tenemos que relacionarnos con ellos, y ganar su confianza y efecto. No podemos mantener a una persona a la distancia y apelar a su vida como debemos si, por la gracia de Dios, hemos de ser instrumentos de su amor.

Howard Weeks, en su libro Breakthrough, cuenta que un pastor adventista aceptó esta clase de misión pastoral. Puesto que él estaba interesado y a la vez era interesante, se convirtió en un miembro activo del Rotary y se le pidió que fuera el capellán del club. El decidió ir más allá de la simple oración por los alimentos. Ministró a las necesidades espirituales de aquellos hombres; los visitó cuando estaban enfermos, los alentó cuando estaban abrumados, los aconsejó cuando estaban espiritualmente débiles.

Cuando fue llamado a otro distrito, aquellos rotarios, por los cuales él había hecho tanto, celebraron una cena de despedida en su honor. Cada uno dio testimonio de algo que el pastor había hecho para ayudarlo. Cuando terminaron, el pastor les hizo presente una vez más, ahora como grupo, la gran carga espiritual que llevaba sobre su corazón por cada uno de ellos. Dijo que lo más importante que cada uno podía hacer era preparar su vida para entrar en el reino eterno al cual todos estamos destinados. Casi no quedó un ojo sin lágrimas cuando terminó. Él los había ubicado dentro del círculo del amor de Dios y había apelado a su naturaleza superior.

Cuando llegó a su nueva ciudad, aun antes de que se hubiera establecido, leyó en el periódico que el comisario de la policía estaba en un serio problema político con diferentes facciones. En un acto que había llegado a ser casi una segunda naturaleza, salió de su casa, se dirigió al cuartel, y pidió ver al jefe de policía. ¡Nunca antes había estado allí! ¡No conocía al jefe de policía! ¡Recién había llegado a la ciudad!

En la oficina del comisario se identificó como el nuevo ministro adventista. “Sólo sentí que debía venir a verlo esta mañana -explicó-. No sé nada acerca de los asuntos políticos involucrados en esta disputa; no es mi especialidad. Pero sé que en una situación como ésta un hombre está bajo la gran tentación de hacer lo expeditivo antes que lo correcto. Sólo he venido esta mañana para animarlo. Haga lo correcto, comisario. No importa cuánto le cueste, haga lo que en su corazón considere que es correcto”.

Los ojos del policía se llenaron de lágrimas. “Siéntese – dijo, tomando al pastor por el brazo-. Nadie me ha hablado así desde que era niño y me sentaba en la falda de mi madre”. Luego conversaron, el pastor y el jefe de policía, durante un largo rato. Se arrodillaron juntos allí en el cuartel y oraron. Cuando el pastor se fue, dejó detrás de sí a un hombre más fuerte, a un hombre más próximo a Dios, porque lo había visitado.

“Nuestra actitud hacia la sociedad en cuyo medio Dios nos ha puesto determinará nuestro éxito en la comunicación quizá más que cualquier actitud actual desfavorable de aquella sociedad hacia una iglesia -escribe el Dr. Weeksr. Consideremos la comunidad no solamente como un campo de batalla del cual podemos retirarnos con un puñado de fieles, quemando el resto como terreno estéril. Más bien veámosla como una sociedad de hijos de Dios, a todos los cuales hemos de ministrar, y a los cuales, si es posible, hemos de salvar”.

Naturalmente, muchos pastores sobrecargados de trabajo pueden muy bien contradecir este punto de vista del ministerio: “¿Cómo voy a ir a sostener las manos de las personas necesitadas de la comunidad, cuando ni siquiera tengo suficiente tiempo para sostener las manos de mis propios feligreses?”

Si yo fuera pastor, reordenaría mis prioridades con respecto a mi propia congregación. Determinaría que habría de ponerlos a trabajar, de una manera u otra, haciendo la misma tarea que yo al buscar personas en la comunidad a las cuales puedan mostrar amor y comprensión, y de esa manera, el amor de Cristo.

Usted ve, no podemos alcanzar a nuestras comunidades para Cristo a menos que aprendamos a conocerlas. Cuando usted predica a su congregación, ¿cómo sabe qué predicar? Usted ha conseguido acercarse a sus miembros y conoce sus necesidades. Y sus sermones reflejan, -o deberían reflejar- esas necesidades. Lo mismo sucedería con su comunidad en conjunto: si usted se relacionara estrechamente con su comunidad, por causa del Evangelio, entonces llegaría a conocerla. Y su congregación puede ayudarlo; en verdad, para evitar problemas entre ellos, necesitan ayudarlo.

Es sorprendente cuánta ayuda puede pedir a su congregación para conocer a su comunidad. Divida a los miembros en pequeñas unidades recopiladoras de datos. Una unidad puede estudiar la población de la comunidad, su estructura de edades, la cantidad de familias jóvenes con niños, su educación y niveles de ingreso, qué casa habitan, la distribución del ingreso, divisiones étnicas y raciales, etc. Otra unidad puede estudiar los planes de desarrollo de la comunidad; otra, la historia de la ciudad; otra, la estructura religiosa de la comunidad; y otra, los medios de comunicación.

Y mientras todas estas unidades estén haciendo su trabajo, tendrán oportunidad de hacer saber a la comunidad que la iglesia está interesada en ella, y podrán decir alguna palabra de aliento y ayuda aquí y allá.

Cuando diez o quince de estas unidades estén funcionando con cuarenta y cinco a setenta y cinco de sus miembros comprometidos directamente, la noticia se irá esparciendo rápidamente de que la iglesia trata de conocer y alcanzar su comunidad mediante la amistad.

Y mientras estas distintas unidades están trabajando, si yo fuera pastor, continuaría visitando por lo menos a una persona líder de la comunidad cada semana. Estas visitas no serían para concertar estudios bíblicos, sino para descubrir terreno común, para hacer amigos y para aprender todo lo que pudiera acerca de cómo ven esas personas las necesidades de la comunidad y cuál podría ser la contribución de mi iglesia. Hablaría en términos amistosos y estaría muy atento a sus actitudes acerca de la iglesia. Créame, si usted visita regularmente a las personas de esta manera, ¡los estudios bíblicos aparecerán solos!

En las visitas personales a la comunidad, los miembros de las unidades de estudio de la iglesia y yo tendremos nuestras antenas bien extendidas para captar las señales directas o indirectas que la gente nos hace acerca de nuestra iglesia. Esta es una información estratégica importante que necesitamos usar con oración.

Si yo fuera pastor, me dedicaría a usar la valiosa información que mis unidades estuvieron reuniendo acerca de la comunidad. Convertiría a cada miembro de la iglesia en un evangelista de relaciones públicas para asegurar que nuestra iglesia se presenta a la comunidad como un amigo, que busca amistad, y que está listo para ayudar de una manera cristiana, lo que naturalmente atraerá reciprocidad.

Como pastor, sabría (y haría saber a mi pueblo) que la estrategia para la amistad fracasará si cada miembro de la congregación no es consciente de que él o ella crea la realidad tras la imagen de la iglesia en la mente del público. Por todos los métodos necesarios, enseñaría a mi iglesia que no estamos simplemente buscando ganar la atención del público; queremos amistad con nuestra comunidad. Queremos hablar como un amigo a otro. Cuando hablamos con nuestros vecinos, no queremos hablarles como comerciantes religiosos. Queremos hablarles como amigos, y eso es muy diferente.

Mis miembros de iglesia llegarán a saber que un amigo habla, sí, pero también escucha, y esto significa que la iglesia escucha a la comunidad tanto cuanto pide que la comunidad escuche a la iglesia. Y mis miembros de iglesia aprenderían que un amigo no se va de la comunidad cuando se necesita hacer un trabajo comunitario o juntar fondos para una nueva biblioteca municipal.

En realidad, ¿dónde está la mayoría de los cristianos adventistas cuando hay que realizar trabajos en la comunidad? Demasiado a menudo están ocupados planificando un duplicado de la organización ya establecida en esa misma comunidad para aplicarla dentro de la iglesia. ¡Qué ejercicio para mantenernos a distancia de los blancos que nuestro Señor nos comisionó a alcanzar! Si yo fuera pastor, emplearía mucha energía para enseñar a mi congregación que no sólo debemos salir, sino que debemos llegar a la comunidad. Señalaría tantas veces como fuera necesario que una iglesia no puede extender una invitación espiritual si no cuenta previamente con amigos. Por supuesto, vendrán algunos que buscan curiosidades, algunos descontentos quizá. Pero, ¿amigos? ¿Cómo podrían venir si no existen?

Como pastor diría a mi congregación que no podemos esperar que las personas de nuestra comunidad se interesen en las metas y planes de nuestra iglesia, a menos que crean que nuestras metas y planes tienen algún valor para ellos y la comunidad. En resumen, que somos sus amigos.

Para ello, formaría una organización de relaciones públicas compuesta por lo menos de cinco comisiones. Una comisión de hospitalidad muy activa y alerta, que manejaría la recepción en la iglesia y el seguimiento posterior. Esta comisión también invitaría a las autoridades a nuestra iglesia, y establecería contactos con todos los nuevos residentes de la comunidad, dándoles la bienvenida e invitándolos a asistir a nuestra iglesia.

Una comisión de publicaciones editaría un noticiero y prepararía el boletín de la iglesia, y mantendría un actualizado e interesante tablero (vitrina) de noticias.

Una comisión de información pública contaría a nuestra comunidad lo que sus amigos en la iglesia están haciendo semana tras semana, con relatos y fotografías en los periódicos, y comunicados para la radio y la televisión. Esta comisión también redactaría noticias para el boletín de la Unión, para la Revista Adventista y otras publicaciones denominacionales.

Otra comisión establecería contactos directos en la comunidad, buscando cómo nuestra iglesia puede participar en los programas comunitarios que ya existen, visitando personas influyentes de la comunidad en un clima de amistad, e informará a nuestra congregación de los programas que debiéramos iniciar, que ayudarían directamente a la comunidad. Esta sería una comisión de desarrollo de amistades, si se la quiere llamar así.

La quinta comisión sería una comisión de investigación, encargada de realizar encuestas en la comunidad, de reunir información especial sobre los distintos acontecimientos y grupos en la comunidad, y de proveer a todas las otras comisiones las informaciones necesarias para que tengan éxito en su tarea.

Ahora bien, esta organización podría involucrar cincuenta a cien miembros, pero usted probablemente todavía tendría gente que de todos modos no está haciendo nada significativo para compartir su fe. No será fácil, por supuesto, organizar y mantener estas comisiones, pero al hacerlo así, por la gracia de Dios, logrará que entre nuestra iglesia y la comunidad se establezca la clase de relación que creo que el Cielo puede y quiere bendecir. Recuerde que cada alma allí afuera en las calles de mi comunidad es tan preciosa para Dios como lo son los santos que vienen sábado tras sábado a su santuario.

En realidad, esta comunidad es parte de mi congregación mi segunda congregación. La primera congregación está compuesta por mis miembros, pero mi segunda congregación se reúne al igual que mi primera congregación cada sábado por la mañana. La única diferencia es que algunos de los miembros de mi segunda congregación se reúnen en el campo de golf o la cancha de tenis, otros están reparando sus automóviles o cortando el césped, o lavando ropa, o simplemente descansando después de cinco días de trabajo.

La obra de Dios no será terminada hasta que mi congregación llegue a conocer claramente el gran plan de salvación que el Cielo ofrece a cada ser humano. Y la verdad es que muchos menos de los que conocemos han tenido ya esta oportunidad. La mayoría nunca escuchará la historia si nos ven como comerciantes espirituales que vienen a venderles “religión”. Pero si vamos como amigos, amigos que han estado trabajando entre ellos hombro con hombro en los programas comunitarios, entonces es muy probable que nos escuchen de buena gana.

Como pastor, gozosamente devoraría todos los jugosos bocados de información de la comunidad recogidos por nuestra comisión de contactos. Y, de seguro, ya estaría conociendo por mí mismo la ciudad y la gente de la comunidad en mis visitas -por lo menos una a la semana- a personalidades de la ciudad. Daría por sentado que mi constante presencia en la comunidad generaría pedidos para hablar ante clubes y otros grupos, para participar en ferias de la comunidad, banquetes, y cosas por el estilo. Esto sería algo que cultivaría de manera sencilla y modesta, porque así me convertiría en una figura familiar y amistosa para muchas personas de la ciudad. Por supuesto, como todo lo demás podemos llevarlo a extremos. Debo tener tiempo para ministrar a mi primera congregación. Pero, realmente, no son asuntos excluyentes. Si se mantiene el equilibrio, este plan me acercará más a la comunidad, y hará que mi propia iglesia esté más interesada en la comunidad, lo cual es ciertamente uno de los objetivos de mi ministerio.

Por supuesto, la asociación ministerial local será parte de mi interés. La afiliación en ella me dará la oportunidad de tomar parte en cultos conducidos por otros grupos y de relacionarlos quizá, de manera amistosa, con las verdades que estimo preciosas. Pero mi objetivo básico será: “¿En qué puedo contribuir a la asociación ministerial?” Esto, me parece, me hará la clase de miembro que encontrará un amistoso lugar en las actividades de la asociación.

Esto es parte del programa en el cual me embarcaría en mi nuevo distrito. Parece mucho trabajo, y lo es. Pero esperaría tener también muchos colaboradores. Oh, yo sé cuán difícil es hacer que la gente haga algo. Pero en este programa estaría tomando en cuenta dos factores: 1) el césped siempre .es más verde del otro lado de la cerca, es decir, en la comunidad; 2) la ayuda que estaría solicitando sería, en la mayoría de los casos, algo diferente que pedir a cierta persona que sea director de Escuela Sabática o de Acción Misionera.

Y cuando esté haciendo mi tarea por mi primera y segunda congregación, mantendría siempre delante de mí las palabras de Elena G. de White: “Acercaos a los que os rodean por medio de la obra personal. Trabad relaciones con ellos. La predicación no podrá hacer la obra que debe ser hecha. Los ángeles de Dios os acompañarán a las casas que visitéis. Es una obra que no puede ser hecha por procuración. Los sermones no la terminarán ni el dinero dado o prestado. Es visitando a las personas, hablándoles, orando con simpatía con ellas, como sus corazones serán ganados” (Testimonios selectos, t. 5, pág. 156).

Esto es lo que haría si yo fuera pastor.

Sobre el autor: Herbecí Ford es profesor de Comunicación en el Colegio de la Unión del Pacífico, Angwm, California.