¿Qué espera una congregación de su pastor? ¿Cuál es el papel principal del ministro? ¿Cómo podemos llegar a desarrollar ese papel?

¿Qué esperan las congregaciones del ministro? ¿Qué clase de ministro prefieren?

La Asociación de Seminarios Teológicos de los Estados Unidos y Canadá financió durante tres años un proyecto que demostró que las congregaciones tienen tres grandes expectativas respecto de sus ministros:

En primer lugar esperan que el ministro esté dispuesto a servir sin buscar ni considerar aclamaciones.

En segundo lugar esperan integridad personal y confiabilidad. Desean que el ministro cumpla sus compromisos y sus promesas aun bajo presiones para alterarlas.

En tercer lugar esperan que sea un cristiano ejemplar a quien puedan respetar.

¿Dónde pueden encontrar las congregaciones tales modelos de cristianos, humildes, honestos y confiables? Sin duda los encontrarán entre quienes, como el Maestro, estén decididos a poner sus vidas por los hermanos (1 Juan 3: 16).

El papel principal de un ministro no es el de dominio sino el de servicio. El papel del siervo era bien entendido en Inglaterra en el siglo XIX. Muchos de mis antepasados estuvieron buena parte de su vida “en servicio”. Mi padre y mi abuelo fueron caballeros labradores de Lord Choldmondeley en Siseley Oak Farm, en Malpas, Cheshire. La madre de mi esposa realizó un buen servicio en Londres; su abuela fue cocinera en el castillo de Leeds. Ellos nos contaban que en aquellos días la principal posesión de un siervo era su “carácter”. Si por alguna razón uno perdía su “carácter” no podía ser recomendado por su empleador y habría perdido la posibilidad de asegurarse trabajo condenándose al desamparo en un estado que no tenía obras sociales.

Así, todos los que estaban “en servicio” eran obligados a realizar un buen servicio. Algunos podían adular, halagar, favorecer o rebajarse para ganar o hacer un favor, pero todos cultivaban cuidadosamente el deseo de complacer.

Las relaciones en este aspecto fueron ilustradas en una serie de televisión de la BBC: “Upstairs, Downstairs” (“Piso de arriba, piso de abajo”).

En Akenfield -a Portrait of an English Village (Akenfield, un retrato de un villorrio inglés), Ronald Blythe describe el servicio de Christopher Falconer, el jardinero: “Su modo es rápido y previsor. Hay en él un anhelo de dar, de ayudar, de suavizar el camino” (Nueva York, Dell Publishing Co., pág. 120).

Los que vivían en el “piso de abajo” aprendieron de la aristocracia una bien educada cortesía y una pulida consideración por los demás. Se volvieron agraciados, afables y atentos. Eran gentiles y refinados. Cultivaron el arte de ser caballeros y damas. Los que vivían en los “pisos de abajo” adoptaron las maneras de los que vivían en los “pisos de arriba”. ¡Los líderes- siervos cristianos de hoy hacen lo mismo! Por la contemplación somos transformados.

Jesús habló del problema de falsos líderes en la iglesia. El los describió (como se registra en Juan 10) como mercenarios, gente que ejecuta las órdenes de cualquiera por el pago. Están siempre listos a esquilar la oveja. En vez de tratar los problemas de la congregación local, se preguntan: “¿Cómo puedo sacármelo de encima? ¿Cómo puedo obtener una solución intermedia?” Lejos de estar dispuestos a “poner su vida por sus ovejas” son servidores de sí mismos.

Una descripción adicional de esta clase de líder de iglesia aparece en Mateo 23 donde se los caracteriza como interesados en las apariencias, en mostrar, en fingir; se presentan a sí mismos como genuinos y parecen muy agradables, pero son hipócritas, desempeñan un papel falso; pretenden ser píos y virtuosos sin realmente serlo. Engañan a otros acerca de su carácter real y sus sentimientos verdaderos. Hacen largas oraciones -en la iglesia, naturalmente. Se aprovechan del pobre y del necesitado y devoran la propiedad de la viuda. Les gusta ser saludados respetuosamente en la calle como “rabí” o “maestro”. Jesús, advirtió que esto no debía ser así. (¿Qué habría dicho hoy respecto de nuestra fascinación por los títulos y grados?)

“Ustedes recorren mar y tierra para hacer un prosélito” -declaró Jesús, evidentemente hablando a los que tenían presupuestos de viaje. “Pero son guías ciegos. Sus enseñanzas no son lógicas ni justas. Dicen que se puede jurar por el templo, pero no por el oro del templo. ¡Hipócritas! Pagan diezmo de la menta, el eneldo y el comino y dejan pasar lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe… ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito y tragan el camello!” (Véase Mat. 23: 14-16, 23, 24.)

¿Piensa usted que el Señor diría estas mismas cosas a algunos de los líderes de su iglesia hoy? ¿Son nuestras prioridades paralelas a las de Él, o estamos ocupados en colar el mosquito, las minucias, desperdiciando nuestro tiempo en fragmentos y descuidando lo más importante: comunicar el corazón del Evangelio?

Al final de este pasaje, nuestro Señor se vuelve a los sabios y maestros, tan preocupados con escrúpulos y minucias, y los llama engañosos, traidores y peligrosos, generación de víboras.

Sin embargo, su principal problema no aparece como tan maligno: ¡Son simplemente orgullosos! Pero el Señor odia el orgullo. Este convirtió a ángeles en demonios una vez y aún puede transformar el infinito bien en infinito mal. Estos clérigos parecen dignos, pero el Señor dice que son arrogantes e inflexibles. H. W. Beecher comentó: “Cuando las flores están llenas del rocío del cielo, siempre inclinan sus cabezas. Pero los hombres las levantan tanto más cuanto más reciben, tornándose orgullosos en la medida en que se llenan”.

En contraste miremos las características del líder-siervo, quien tiene como su ejemplo al Hijo del Hombre, Jesucristo, que “no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20: 28). Los capítulos 42, 49, 50 y 53 de Isaías contienen cuatro cantos del siervo que describen a nuestro Siervo-Maestro. “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare” (Isa. 42: 3). Siente que ha trabajado en vano y sin provecho ha consumido sus fuerzas, pero cada mañana se despierta para oír la voz de Jehová y lo escucha como un discípulo (Isa. 49: 4; 50: 4). Fue despreciado y rechazado, oprimido y afligido, pero permanece silencioso delante de sus condenadores. Lleno de pesar reconoce esto como parte del plan del Señor, pero finalmente queda satisfecho porque por medio de su ministerio de sufrimiento, muchos serán hechos justos (Isa. 53: 3, 7, 10, 11). Así como el Maestro, el líder- siervo de hoy escucha el llanto de los dolientes, sufre con el corazón quebrantado, empatiza con él, ayuda a llenar las necesidades de las personas, y trabaja a toda hora en ello.

Como Felipe, está sujeto a la dirección del Espíritu de Dios.

Como María, está dispuesto a estar quieto ante la presencia de Dios.

Como Juan, está dispuesto a permanecer cerca de Jesús.

Y como su Maestro, es sensible, se impresiona ante los sentimientos ajenos, queda dolorido por sus debilidades y enfermedades y es movido a compasión por los miembros de su iglesia. Se aflige por sus hogares deshechos, por el continuo poder del pecado sobre sus vidas, su falta de interés en el estudio de las Escrituras, sus inasistencias a la Escuela Sabática y a los cultos de la iglesia, su tibieza, su carencia de poder espiritual y de vigor, su estrechez de mente, su actitud de crítica, su legalismo, sus falsos conceptos y errores respecto de los grandes principios del Evangelio y su falta de seguridad respecto de su salvación. Pero frente a todo esto, por su gran amor al Maestro y porque alegremente se considera siervo de Cristo, seguirá trabajando indefinidamente para llevar reconciliación y redención a las vidas de todos aquellos a quienes sirve.

Nuestra iglesia está construida alrededor de tales líderes-siervos – pagos y no pagos-, amables, generosos, nobles, cristianos. Y esta amabilidad, compasión y amor mantiene unidas a nuestras familias en la iglesia. La iglesia no prospera debido a las estructuras administrativas o a las promociones departamentales, sino al aprecio mutuo y la lealtad de los miembros. Es la profundidad del amor por el Señor lo que inspira las más nobles acciones. La iglesia necesita organización -bien desarrollada, eficiente y creciente- pero sólo para asistir a quienes están personalmente dedicados al Señor. La dedicación personal precede a la actividad pública.

¿Qué, pues, requiere el Señor de los líderes-siervos? “Hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miq. 6:8).

Muy a menudo la humildad es mal entendida. Ser humilde no es ser tímido, sometido, inepto, miedoso. Tiene que ver con la satisfacción, la madurez y la alegría. Andrés Murray la definió de este modo: “Humildad es calma perfecta del corazón. Es no tener aflicción. Es nunca estar enojado o irritado, apesadumbrado o desilusionado. Es no esperar nada ni asombrarse por nada de lo que puedan hacernos. Es mantener la calma cuando nadie nos elogia o cuando somos culpables o despreciados. Es tener un hogar bendecido en el Señor, donde podamos ir y cerrar la puerta y arrodillarnos ante el- Padre en secreto y estar en paz como el mar profundo cuando todo a nuestro alrededor es problemas y preocupación”.

El líder-siervo está siempre en servicio. Nunca piensa en otra cosa. No tiene otra ambición. Está contento con su suerte. Como bien dijo Horacio Bonar:

“Vé, trabaja y consume tu vida por amor, sea tu gozo hacer del Padre su santa voluntad; si tal fue la senda que el Maestro siguió, ¿no habrá el siervo de imitarlo en santidad?”

Sobre el autor: Víctor Cooper es director asociado del Departamento de Comunicación de la Asociación General