Era un buen pastor. Predicaba fervientemente y mantenía exitosas reuniones de evangelización. Visitaba a sus miembros con frecuencia y era sinceramente espiritual en sus relaciones interpersonales. Asistía a las reuniones de las comisiones y tomaba en serio las responsabilidades administrativas de su iglesia. La administración de la asociación estaba contenta con él, puesto que pocas quejas, o ninguna, llegaban hasta el escritorio del presidente.

  Sin embargo, durante cierto período, el tesorero de la asociación advirtió un marcado incremento en el número de recetas médicas que el pastor presentaba para obtener la ayuda correspondiente. En un examen habían aparecido úlceras y colitis en otro. Le estaban indicando exámenes adicionales por dolores de cabeza e hipertensión.

  La iglesia comenzó a darse cuenta del cambio. El pastor, siempre puntual, comenzó a llegar tarde a las citas, y en una oportunidad no apareció en absoluto. La gente comenzó a decir que no lo habían visto en sus casas últimamente. En privado y muy confidencialmente, el pastor reveló a sus ancianos que necesitaba “un cambio”, y que estaba buscando un llamado.

  El pastor finalmente tuvo que admitirse a sí mismo que no sólo estaba marchando mal en su trabajo, sino que en realidad no le importaba. Frecuentemente él mismo se encontraba soñando despierto y perdiendo tiempo al mirar fijamente el montón de trabajo sobre su escritorio. Era cada vez más y más consciente de la monotonía y frustración del trabajo. Las obligaciones que poco tiempo atrás le traían satisfacción ahora parecían demandar más energía de la que él podía disponer. Se dio cuenta de que estaba tratando de evitar a la gente tanto como fuera posible, aunque antes apreciaba las reuniones y el conversar con ellos.

  Quizá Dios me ha olvidado, pensaba. Quizá soy un inútil como pastor y como hombre. Mi salud se está deteriorando rápidamente, estoy fracasando en mi trabajo y probablemente me esté desequilibrando emocionalmente.

  El estrés debido al trabajo y el agotamiento son una posibilidad tanto para el pastor como para el hombre de negocios, el ejecutivo o el supervisor de una línea de montaje. La preparación inadecuada, la falta de oportunidad para el crecimiento, el temor al fracaso y las exigencias irreales, son sólo algunos de los factores de estrés que los pastores comparten con otros.

  Pero el pastor también tiene algunos factores de estrés que le son peculiares. Los pastores son dirigentes de una organización voluntaria que tiene altos ideales y expectativas para sus miembros. Pero el verdadero hecho de que es una organización voluntaria deja al pastor pocos medios tangibles de asegurar que los miembros del grupo sigan llevando responsabilidades y cumpliendo ciertos fines. Un jefe de oficina puede ejercer el poder de un cheque para animar a sus obreros; el pastor debe atenerse a la persuasión y la motivación espiritual. Al mismo tiempo, es el pastor quien soporta la mayor parte de la responsabilidad por el éxito o el fracaso de los objetivos de la iglesia, como por el crecimiento personal de los miembros. Al menos es así como muchas veces él percibe la situación. Además, está constantemente trabajando con las personas y sus problemas, los cuales a veces pesan sobre su corazón corno una pesadilla. Y está involucrado en un trabajo que nunca termina.

  Algunos pastores piensan, después de cuatro o cinco años de ministerio, que simplemente se han equivocado en su llamado. A veces el llamado a ser cristiano se confunde con el llamado a ser ministro. El idealismo adolescente y la necesidad de luchar por una causa justa puede llevar a un joven convertido a prepararse para la guerra pastoral sin haberse asegurado primero de que posee la fortaleza y los dones de personalidad necesarios para que el llamado sea genuino. La capacitación doctrinal o incluso la habilidad para predicar bien nunca pueden compensar las deficiencias en la capacidad de liderazgo y en la relación con los demás. Por supuesto, Dios puede capacitar a un individuo para vencer deficiencias personales, pero en la mayoría de los casos debemos trabajar dentro de las fortalezas y debilidades de nuestras personalidades.

  Algunos pastores que se están consumiendo son adictos al trabajo, pero no necesariamente porque gocen mucho con su trabajo. Con frecuencia, el pastor adicto al trabajo trabaja compulsivamente por causa de un temor subyacente al fracaso y por haber percibido expectativas de la administración de la congregación, y se crea a sí mismo un sentimiento de culpa que clama por ser satisfecho.

  El pastor llega a ser dominado por una actitud abrumadora, o de “debería” y “debe”, que lo induce a sacrificar sus días libres, el tiempo de su familia y quizás hasta las vacaciones. No manifiesta intencionalmente ser intemperante, pero ha llegado al punto de ser incapaz de manejar sus responsabilidades sin sentir que debe hacerlo todo, resolver todos los problemas (especialmente los insolubles), estar en todos lados y nunca decir no, excepto a su familia.

  El agotamiento y la crisis de ajuste en la edad media a menudo se acompañan. Entre las edades de treinta y cuarenta y cinco años, el pastor promedio comienza a confrontar su propio ser interior y a evaluar hacia dónde está yendo su vida. Cala hondo el darse cuenta de que ya no es tan joven como antes y que la posibilidad de alcanzar ciertas ambiciones pueden desaparecer rápidamente. A veces observa el futuro y aparecen preguntas en relación a si quiere ser un pastor por el resto de sus días. Se ha entregado tan completamente a su obra, y ahora le parece que tiene poco para ofrecerle. La amargura puede brotar mientras revisa lo que le parecen ser años gastados inútilmente en el pasado y años vacíos que se alargan irrelevantemente en el futuro. Dios parece estar distante, y todo lo que el pastor ha considerado valioso parece haber perdido significado.

  El estrés por el trabajo puede también venir desde la administración. La investigación señala que es mucho más frecuente que aparezca el agotamiento entre obreros cuyos patrones introducen una fuerte atmósfera de temor, dan poca oportunidad para el crecimiento, no delegan responsabilidades significativas, envuelven en estrategias manipuladoras, no muestran confianza o exhiben insensibilidad a las necesidades personales. Los administradores que no perciben su influencia en el bienestar mental de sus obreros compartirán la culpa cuando sus pastores se consuman.

  La sobrecarga del estrés afecta cada aspecto de la vida de una persona: físico, intelectual, social, psicoemocional y espiritual. Cada uno tiene sus propios síntomas.

Síntomas de agotamiento

  La fatiga constante y el sentimiento de ser físicamente exprimido aun cuando no haya habido esfuerzo desacostumbrado del cuerpo, son una indicación de estrés excesivo y de inminente agotamiento. Otros síntomas son: la tendencia a necesitar más sueño de lo acostumbrado o la incapacidad para dormir; las enfermedades inducidas emocionalmente y los problemas físicos menores que se transforman en dolencias crónicas.

  Los efectos del estrés sobre la mente usualmente se muestran como la incapacidad para concentrarse, la tendencia a ser olvidadizo, la reducción de las reacciones y el sentimiento de “sobrecarga de información” —un sentimiento de tensión y agotamiento debido al ejercicio excesivo de las facultades mentales. El individuo puede volverse a los escapes, tales como la lectura liviana o la televisión, en vez de hacer trabajo mental.

  El agotamiento social se caracteriza muchas veces por el deseo de evitar a la gente y sus problemas. Para evitar a las personas, uno puede desarrollar tales actitudes como mirar alrededor mientras conversa con alguien o monopolizar la conversación para evitar tener que escuchar, concordar con opiniones desagradables sólo para evadir la confrontación, crear decretos para terminar o evitar discusiones, permanecer en casa tanto como sea posible, ocuparse en ministerios legítimos que son impersonales como escribir, construir y la música. En esta etapa del agotamiento no se pueden esconder los efectos en el hogar. Tras las puertas cerradas es irritable, un individuo deprimido, que nunca tiene tiempo para hablar con los chicos, excepto para hacerlos callar, y que se esconde en el escritorio tanto como es posible. Siente como que huye de la esposa, de los chicos y de las responsabilidades que la gente ha puesto sobre él.

  Mientras el agotamiento continúa, son característicos los sentimientos de aburrimiento, de depresión y confusión acerca de sí mismo. Estos sentimientos son acompañados por el terrible temor de que no haya vía de escape. Tener que admitir que uno no es capaz de desenvolverse adecuadamente en el trabajo y en el hogar produce tremendo temor, culpa e inseguridad. Y para el pastor tener que admitirle a Dios que las cosas no están bien produce una carga adicional de culpa.

  Quizá no haya efecto más serio o complicado que el que produce el agotamiento al bienestar espiritual del pastor. Atrapado en el deseo de escapar de su ambiente y de sus responsabilidades, el pastor puede rechazar los valores que ha creído y sostenido públicamente. El usar malas palabras, la experimentación sexual y el uso de las drogas y el alcohol son algunos de los cambios radicales de conducta que indican la desintegración espiritual. Su vida de oración ha muerto tiempo atrás y la lectura de la Biblia no tiene significado. Puede, en un acto de desesperación, tratar de restablecer algún significado espiritual para su vida, pero no se puede concentrar lo suficiente como para extraer algún beneficio del esfuerzo. Espiritualmente es una cáscara vacía, y siente que sólo es cuestión de tiempo antes de que se rompa y todos se den cuenta de que su vida y todas sus palabras eran sólo clichés y vanas divagaciones.

  La esposa del pastor soporta una pesada carga en esos momentos. Una parte de ella está irritada: irritada porque él no se detuvo cuando ella le dijo; irritada porque no toma sus vacaciones cuando corresponde; irritada porque nunca toma sus días libres. Ahora él está agotado y ella está irritada porque es culpa de él.

  Ella está atrapada por la culpa también. Quizá ella no hizo lo suficiente para sostenerlo como persona y como pastor; aunque no está segura de qué más pudo haber hecho. Después de todo, ella no se preparó para ser esposa de un pastor.

  Está temerosa, temerosa de que él haga algo imprudente y comprometa su trabajo y la seguridad familiar. Está temerosa de que pueda olvidarla a ella así como ha olvidado su trabajo y sus valores religiosos. Está temerosa porque los niños sufrirán.

  En su desesperación ella busca ayuda, pero él se resiste a admitir la necesidad de ninguna ayuda.

Retomo del agotamiento

  Los pastores, como los demás, con frecuencia pueden ser legítimamente acusados de sobrecargar su sistema. Necesitamos entendemos a nosotros mismos y nuestras motivaciones reales. Necesitamos aprender cómo conservar nuestra energía de tal manera que la vida y la fe sean protegidas. Las siguientes sugerencias pueden ayudar para poner por obra este conocimiento y prevenir el agotamiento:

 1. Revise su filosofía de vida. En la marea diaria, en el flujo de exigencias conflictivas, ¿cuáles son los valores que usted sostiene como de suprema importancia? ¿Hace lugar para el humor, la creatividad, el descanso y la recreación? ¿Cuán importante es para usted el dar y recibir amor en sus relaciones diarias? ¿Experimenta usted un equilibrio de actividad física, mental, espiritual y social?

 2. Establezca prioridades reales de corto y largo plazo, y manténgalas. El hacer poco y el hacer mucho son ambos causantes de estrés. Cuídese de esas exigencias impulsivas que sacan sus prioridades fuera de línea.

 3. Desentiéndase del ambiente de trabajo cuando usted lo abandona. Pelee contra el constante sentimiento de tener que completar un trabajo que en realidad nunca será terminado.

 4. La recreación muchas veces es más relajante y más refrescante que el descanso completo. Escoja un hobby o una actividad que sea una válvula de seguridad. Le permitirá deshacerse de la tensión y estimular su interés en asuntos no relacionados con el trabajo.

 5. Goce de la vida mientras la esté viviendo; conduzca su auto despacio y disfrute del panorama; deténgase un momento y disfrute una sabrosa comida; no se encierre tanto en sí mismo que no pueda gozar a los chicos.

 6. Tenga sociabilidad con personas que están fuera de su ambiente inmediato de trabajo. Esto reducirá el estrés que produce el conversar sobre temas del trabajo. Tenga un grupo de verdaderos amigos con los que pueda compartir estrechamente, en vez de un montón de relaciones con las cuales pueda compartir sólo amabilidades formales.

 7. Dé importancia al descanso y al sueño necesarios. Evite trasnochar en su trabajo y mirar televisión.

 8. Evite, tanto como sea posible, las mudanzas frecuentes. Muchas veces aceptar un traslado es tan sólo una manera de huir de la dolorosa realidad de la frustración en el trabajo y de la necesidad de echar otra ojeada a sí mismo.

 9. Sepa cuándo retirarse de un conflicto y cuándo presionar un asunto. Haga la paz antes que la guerra. Cuídese de la amargura.

 10. Desarrolle la actitud de la gratitud, del agradecimiento; busque lo bueno en las personas y en las situaciones.

 11. Desarrolle el arte de la tolerancia. Las personas agraviadas siempre tienen asentadas profundas necesidades que pueden ayudar a explicar su conducta.

 12. Disciplínese usted mismo a olvidar aquellas cosas que son dolorosas, repulsivas o equivocadas. Piense en lo que es verdadero, honorable, justo, puro, amable y digno de alabanza.

 13. Tenga cuidado con el idealismo excesivo. Muchas personas idealistas son individuos hostiles que toman sobre sí mismos la responsabilidad de formular sus propias reglas para la vida y que se irritan cuando otras personas no prestan atención o no concuerdan. Si esto lo describe a usted, entonces debe ampliar su pensamiento y aprender que hay mucho más en la vida que tan sólo estar en lo correcto.

 14. Desarrolle expectativas realistas de sí mismo y de los demás. Usted no puede cambiar lo imposible; nadie es indispensable; no todos lo van a querer; la perfección casi nunca se encuentra de este lado de la eternidad.

 15. No subestime la delicia de la simplicidad en su estilo de vida.

 16. Luche contra la “enfermedad de la prisa”. La obsesión de hacer cosas constantemente más rápido y mejor es una vía segura para conseguir una salud pobre.

 17. Disponga un horario diario para la meditación creativa. Tenga cuidado con la oración lánguida y rutinaria, y las devociones que no hablen a sus necesidades y sentimientos personales.

 18. Tenga cuidado de su cuerpo. Ejercítese diariamente, tome suficiente agua, respire lo mejor del aire fresco que Dios le brinda, coma frutas frescas y vegetales, y haga todas esas cosas buenas que usted ha aconsejado hacer a los demás.

 19. Determine los límites de su sobrecarga de estrés y rechace comprometerse con actividades que lo lleven más allá de sus límites.

 20. Mantenga un esquema de crecimiento positivo y rechace empantanarse con el trabajo excesivo, o permitirse usted mismo ser aplastado por el pesimismo y los problemas de los demás.

 Puesto que es imposible vivir en un ambiente totalmente libre de estrés, podemos hacer algo en lo referente a la cantidad y a las clases de estrés. Podemos prevenir el agotamiento. Nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra vida espiritual y nuestra salud física y emocional, son demasiado importantes como para sacrificarlas en el altar del estrés.

Sobre el autor: Es pastor de la Iglesia Adventista de Waynesboro, Pennsylvania, EE. UU.