Bien sabemos que es muy importante el papel que desempeña la Iglesia Católica en el concierto político y religioso mundial. Ese papel se ha magnificado desde la breve, aunque fecunda, actuación de Juan XXIII (1958-1963).

            La nueva orientación, en lo que atañe al trato de católicos (principalmente de los prelados) con los llamados acatólicos (cristianos no católicos), ha hecho un verdadero impacto en la sensibilidad de muchísimos protestantes y ortodoxos. La desaparición de términos despectivos como “herejes” y “cismáticos”, (aplicado el primero a los protestantes, y el segundo a los ortodoxos) y su reemplazo por la amable fórmula “hermanos separados” ha sido y es de un efecto innegable. La participación en conjunto de sacerdotes y pastores (a los que suelen añadirse rabinos) en obras de caridad o bien público, ha despertado un eco de simpatía muy justificable. La celebración de reuniones religiosas en las que se entremezclan cantos de origen católico con himnos netamente protestantes, en las que se leen porciones de las Sagradas Escrituras y se elevan plegarias, viene siendo un motivo de admiración para muchos y una prueba de buena voluntad de parte de los ministros protestantes y católicos que participan en esos actos.

            Se advierten otros signos de acercamiento y confraternidad. Hay sacerdotes que predican que los sacramentos de los protestantes tienen tanta validez como los administrados por los católicos (por supuesto, cada uno dentro de su grey). Hay personas (católicas) que afirman que da lo mismo ser católico o protestante. Esto nos hubiera parecido imposible pocas décadas atrás.

            Uno de los resultados más notables de la nueva corriente ecuménica, es la simpatía con que ésta es vista por los elementos liberales que no están embanderados con ninguna iglesia o que tienen sólo vínculos nominales con alguna de ellas.

¿Cómo proceder?

            Frente a los nuevos vientos que soplan, es imprescindible que nuestras enseñanzas, fruto de las definiciones bíblicas que son claras y no admiten posiciones intermedias, sean muy bien maduradas y examinadas. Y no sólo eso, también es necesario que sepamos presentarlas. Esa presentación deberá ser lógica, bien articulada, documentada y en ella debe llegarse a conclusiones que resulten irrefutables. De lo contrario, podremos pasar por fanáticos o extraviados.

En la enseñanza

            Principalmente en la enseñanza de Doctrinas Bíblicas y de Daniel y Apocalipsis nos veremos frente a la necesidad de enseñar el papel que desempeña la Iglesia Católica a la luz de las doctrinas de la Biblia y de sus profecías.

            El siguiente bosquejo servirá para darnos algunos fundamentos nítidos de lo que conviene que presentemos frente a este delicado e importante problema.

  1. Es necesario hacer resaltar que son numerosos los pasajes de la Biblia en los que se nos presenta la triste realidad de que, en nuestro mundo, y particularmente durante la era cristiana, habría una lucha sin atenuantes entre el bien y el mal. Esa verdad básica está trazada originalmente en Génesis 3.

            Es muy notable que los mismos símbolos empleados en ese capítulo (mujer, simiente de mujer y serpiente) reaparecen en el capítulo 12 del Apocalipsis.

En este último capítulo la palabra “dragón” es equivalente de “serpiente”, y toda duda se despeja en Apocalipsis 12:9.

            Habrá que hacer notar que esta identidad de símbolos, innegable en sí misma, no es razón suficiente para definir el tema de la lucha entre el bien y el mal. Tendrá que hacerse resaltar el hecho de que, desde el principio del mundo, estuvo en juego el principio eterno de la OBEDIENCIA.

En Génesis 3 hubo una desobediencia clara a una orden divina: “No comerás”. En Apocalipsis 12: 17, la ira de la “serpiente antigua” se polariza en “los que guardan los mandamientos de Dios”. El Decálogo, expresión capital de obediencia a Dios, se hace prominente.

            Una vez que se han establecido claramente estos dos hechos fundamentales: la existencia de la lucha entre el bien y el mal y que esa contienda se enfoca en la obediencia a Dios, queda mucho camino por recorrer todavía para ver cómo entra la Iglesia Católica en el panorama de esa contienda.

  • Las profecías de las Sagradas Escrituras tienen como propósito principal servir de ORIENTACIÓN para que sepamos conducirnos (2 Ped. 1:19-21).

            Habrá que hacer resaltar la importancia de las profecías en general. Las expresiones “antorcha profética” y “luz profética” son adecuadas y exactas.

Frente a la página título del tomo primero de The Prophetic Faith of Our Fathers, del Dr. Leroy E. Froom, hay una lámina muy significativa. En ella se ve una sucesión de personajes. En el fondo del cuadro está Daniel, más allá de una cruz iluminada. De este lado de la cruz están en hilera Juan, Hipólito de Puerto Romano, Joaquín de Floris, Wiclef, Lutero, Knox, Newton, Wesley y un representante del mundo moderno. En la lámina, la antorcha de la luz profética está siendo entregada por Newton a Wesley y el hombre moderno ya comienza a estirar su brazo derecho para recibir esa luz guiadora.

            Dice la leyenda de este cuadro: “Esta flamante antorcha, pasada a través de los siglos de una mano a otra mano extendida, cuando ha sido mantenida en alto ha cambiado la oscura senda de la historia en un camino iluminado. De las manos de Daniel el profeta y Juan el vidente, la interpretación profética ha sido transmitida a algunos hombres de la iglesia primitiva, como Hipólito, y de ellos a baluartes de la Edad Media, como- Joaquín y Wiclef, luego a Lutero y Knox, de los días de la Reforma, Newton y Wesley de días posteriores, y ahora está pasando a las manos de hombres modernos que responden a ella”.

            Será tiempo muy bien aprovechado el que se emplee haciendo notar que las explicaciones proféticas presentadas por los predicadores adventistas no son fruto de interpretaciones caprichosas, antojadizas y recientes. Son más bien la voz de los siglos (esta expresión es una realidad que también debe ser divulgada y apreciada en todo el valor que tiene). Esas explicaciones corresponden con la forma en que las profecías fueron comprendidas a través de los siglos, a medida que se iba “desenvolviendo el rollo de la profecía”. (Esta última expresión pertenece a James Garfield, 1831-1881, presidente de EE. UU.)

            Los alumnos, los oyentes y los lectores sabrán mejor por qué creen y no correrán el peligro de sentirse disminuidos por el sentimiento de que están siguiendo doctrinas raras y caprichosas, si conocen algo de la forma en que algunos de los personajes mejor dotados de los siglos se ocuparon de la Biblia y sus profecías, dándoles con sus explicaciones e interpretaciones un delineamiento coherente.

  • Las profecías bíblicas no sólo están para orientarnos, también deben ser obedecidas de acuerdo con las indicaciones que nos dan. (Apoc. 1:3, úp.)

            Este principio de ubicarnos en la interpretación de los acontecimientos y de responder a los requerimientos de Dios, adquiere gran importancia en Daniel y Apocalipsis.

            Es de suma importancia saber relacionar ambos libros. Una cita valiosa al respecto es la de Monseñor Dr. Juan Straubinger: “En los 404 versículos del Apocalipsis se encuentran 518 citas del Antiguo Testamento (evidentemente habrá que añadir aquí y alusiones porque, de lo contrario, no se explican estas cifras), de las cuales 88 son tomadas de Daniel. Ello muestra sobradamente que en la misma Biblia es donde han de buscarse luces para la interpretación de esta divina profecía” (pág. 357 del tomo cuarto, que corresponde con la nota introductoria al Apocalipsis).

            El vínculo más importante que se establece entre ambos libros corresponde con el período de persecución. Tiempo, y tiempos, y el medio de un tiempo de Daniel 7: 25 y 12: 7. Tómese muy bien en cuenta que este período (misterioso en sí mismo) no tiene ninguna explicación en el libro de Daniel. Por el contrario, queda allí entre las cosas “cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Dan. 12: 7-9). Se sabe que corresponde con 1.260 días debido a dos versículos del Apocalipsis (12: 6, 14).

            La reaparición del período de persecución en el Apocalipsis sirve para orientarnos en cuanto a la identidad de la mujer simbólica de Apocalipsis 12. Evidentemente se trata de “los santos del Altísimo” de Daniel 7: 25, pues ellos son los perseguidos durante ese lapso.

            Este entrelazamiento de Daniel y el Apocalipsis nos hace ver la inmensa importancia que tienen los mandamientos de Dios en esta lucha de orden religioso. En Daniel 7: 25 el poder perseguidor piensa “cambiar los tiempos y la ley”. En Apocalipsis 12: 17. el poder perseguidor, movido por la ira de Satanás, va contra “los que guardan los mandamientos de Dios”.

  • La mutilación y adulteración del Decálogo es, pues, un elemento decisivo para la identificación de la Iglesia Católica como la entidad que se opone a Dios (aunque dice servir al Altísimo).

En lo que respecta al atentado contra el Decálogo, deben tomarse en cuenta algunos hechos de capital importancia.

            El culto a las imágenes, la veneración que se les da, no existieron en la iglesia apostólica y tampoco en la época inmediatamente posterior a los apóstoles. Por el contrario, disponemos del testimonio de Ireneo de Lyon (muerto probablemente en el año 208 DC) que reprochó a los carpocracianos (gnósticos, seguidores de Carpócrates de Alejandría) por tener imágenes (Adversus Haereses, libro I, cap. XXV, párrafo 6). El sínodo de Elvira (celebrado en la antigua Iliberri, cerca de la actual Granada, España, por los años 306 ó 307 DC) prohíbe las imágenes en su canon 369. Este sínodo contó con la presencia de 43 eclesiásticos españoles y portugueses (como los llamaríamos hoy). Este dato está tomado de la obra de Hefele, Conciliengeschichte [Historia de los Concilios], tomo 1, pág. 170. Eusebio, el historiador eclesiástico, menciona que “los gentiles” habían confeccionado una estatua de Cristo y de la mujer curada del flujo de sangre (Historia Eclesiástica, libro 7, capítulo 18). Es un testimonio indirecto porque hace resaltar que las estatuas para representar a personajes bíblicos eran propias de “los gentiles”. También sabemos que Eusebio exhortó a Constancia, la viuda de Licinio, a que buscara la imagen de Cristo en las Escrituras (The New Schaff-Herzog Religions Encyclopedia, tomo 5, pág. 453). Epifanio (310 403 DC) obispo de Salamina, uno de los padres de la iglesia, desgarró en pedazos una cortina en la que se había pintado una imagen de Cristo o de un santo (Ibid,).

            Conociendo estos antecedentes, no es de extrañarse que la paulatina entrada del culto a las imágenes en la iglesia cristiana encontrara una tenaz oposición. El emperador bizantino León III, llamado el Isáurico (675-741 DC), se convirtió en uno de los dirigentes del movimiento de oposición al culto a las imágenes. Constantino V, también emperador bizantino, hijo de León III, se opuso con mayor energía que su padre al culto a las imágenes. El Concilio de Constantinopla (754 DC), que se tuvo la intención de que fuera ecuménico, condenó el culto a las imágenes como herejía e idolatría. El Concilio de Letrán del año 769 DC anatematizó al Concilio de Constantinopla y ése fue un punto decisivo en esta contienda. El Concilio de Nicea, del año 787 DC, propulsó “respetuosa reverencia” a las imágenes, aunque reservó para Dios el “verdadero culto”.

            Los que se oponían al culto a las imágenes destruían aquellas que consideraban que eran objeto de idolatría. De ahí que fueran llamados “iconoclastas” (destructores de imágenes). Esos opositores fueron silenciados en el siglo IX, y poco a poco fue afianzándose y haciéndose más ostensible el culto a las imágenes. Paso a paso fue convirtiéndose en algo inevitable para los fieles que desconocían la orden del Decálogo que prohíbe hacer imágenes para adorarlas o rendirles culto.

            Cuando este tema se presente en clases de doctrinas bíblicas, será necesario que los alumnos lo estudien ampliamente y se familiaricen con citas como la que consignamos ahora: “Enseñará pues el párroco que no sólo es lícito tener imágenes en la iglesia, y darles honor y culto: pues todo el honor que se hace a ellas se ordena a sus originales; sino que declarará también que así se practicó hasta ahora con aprovechamiento muy grande de los fieles… demostrará que las imágenes de los santos están puestas en los templos, para que sean adoradas, y para que nosotros avisados por su ejemplo, conformemos nuestra vida y costumbres con las suyas” (Catecismo del Santo Concilio de Trento para los Párrocos, edición de Valencia de 1782, pág. 243).

            La experiencia enseña que este culto a las imágenes ha sido presentado como algo no sólo inofensivo sino hasta útil y beneficioso. Por eso habrá que destacar que el atentado contra una parte de la ley de Dios ha traído males diversos. Los que han podido contemplar las fiestas religiosas, de origen católico, que se realizan en las zonas menos desarrolladas de los países latinoamericanos y del sur de Europa, podrán dar testimonio de la forma supersticiosa en que se celebran y de la verdadera idolatría que representan.

            En nuestra América del Sur son bien conocidas las orgías a que dan lugar las fiestas religiosas en el altiplano del Perú y de Bolivia. En ellas, las imágenes ocupan el lugar central como objetos de culto.

            En cuanto a la transformación del mandamiento que manda reposar en el día sábado, dando la razón para esa celebración que se entronca con la creación del mundo, por la orden de “santificar las fiestas”, hay varios libros de origen adventista que dan amplia información en cuanto al proceso por el cual la observancia del sábado fue suplantada paulatinamente por la del primer día de la semana.

            Deberá el adventista disponer de una documentación bien elegida que le permita mostrar, con pruebas fehacientes, cómo fue pasándose de algo aparentemente inofensivo y lícito como fue la celebración de un culto matinal en homenaje a la resurrección en el primer día de la semana, hasta convertirse en una celebración rival del sábado. También deberá saber que la observancia del sábado hacía que los cristianos fueran confundidos con los judíos. De ahí uno de los motivos —quizá el principal— para que de alguna manera celebraran un culto en el primer día de la semana.

  • Será de mucha utilidad saber que hay dos corrientes de interpretación de las profecías bíblicas que responden a defensores de la Iglesia Católica.

La primera de ellas es llamada preterísmo. Este enfoque profético tuvo su origen con el jesuíta español Luis de Alcázar (1554- 1613). Su obra, de novecientas páginas, titulada Vestigatio Arcani Sensus in Apocalypsis [Investigación del Sentido Oculto del Apocalipsis], es un esfuerzo para demostrar que la Iglesia Católica no puede estar simbolizada en el Apocalipsis.

            Los capítulos 1 al 11 del Apocalipsis son aplicados por Alcázar al rechazo de los judíos y a la desolación de Jerusalén por los romanos. ¡Extraña interpretación! Haría que la profecía anunciara acontecimientos del pasado. No sería profecía de ninguna clase al ocuparse de hechos ya transcurridos (el Apocalipsis se escribió en el año 96 DC). Es la negación del propósito mismo del libro, destinado para indicar “las cosas que deben suceder pronto” (Apoc. 1:1).

            Alcázar aplica los capítulos 12 a 19 del Apocalipsis a la caída del paganismo romano y la conversión del Imperio a la Iglesia. Según él, el juicio de la gran ramera (Apoc. 17) se efectuó con la caída de la Roma pagana.

            La prueba bíblica más evidente para mostrar la inconsistencia. de esta explicación se encuentra, precisamente, en lo que es el objeto focal de la contienda entre el bien y el mal: La obediencia al Decálogo. Recuérdese que Apocalipsis 12:6, 14 es la explicación única (no hay otra en las Escrituras) del período de persecución de Daniel 7:25. Ese vínculo entre ambos libros es de una naturaleza tan sólida, que nos obliga a reconocer que en ambos libros se trata de un mismo poder adversario de la voluntad de Dios. Ese poder se creería con autoridad para mudar los tiempos y la ley de Dios (Dan. 7:25). Esa nefasta obra nunca fue hecha por el Imperio Romano. Su persecución fue abierta, cruel, decidida. En cambio, la Roma papal sí ha efectuado ese atentado. Y la importancia del mismo radica no sólo en el hecho de que la obediencia es fundamental en la relación del hombre con Dios, sino más todavía en la realidad, proféticamente anunciada, según la cual esa obediencia sería el motivo de la persecución y de la lucha decisiva entre el bien y el mal (Apoc. 12:17; 14:12).

Alcázar aplica el capítulo 20 del Apocalipsis a una persecución final por un anticristo venidero. Los capítulos 21 y 22 son aplicados a la gloria y triunfo eterno de la Iglesia de Roma.

            La segunda corriente es llamada futurismo. Su iniciador fue otro jesuita español, Francisco Ribera (1537-1591).

            Ribera asigna sólo algunos de los primeros capítulos del Apocalipsis a la Roma antigua, de los días de Juan. El resto del libro profético es aplicado a tres años y medio literales de persecución efectuada por un anticristo venidero. Durante ese período, la iglesia tendría que huir al “desierto”, mientras que el perseguidor reinaría en Jerusalén. Ribera enseña que en ese tiempo la Roma cristiana sería derribada debido a sus pecados. De ese modo, la Babilonia simbólica del Apocalipsis sería la Roma pagana pasada y una Roma futura (alejada del papado por haberse extraviado en sus creencias y en sus prácticas). La Roma del presente, la Roma papal, quedaría así libre de toda acusación, libre de toda implicación en la profecía.

Nuevamente habrá que hacer notar que el atentado contra la ley ES YA UN HECHO.    Es algo que existe desde hace siglos. No es necesario esperar la presencia de un anticristo venidero para que cumpla con esa nefasta obra. Una sencilla comparación de los catecismos con el texto bíblico de Éxodo 20, basta para mostrar la triste realidad de la adulteración y mutilación del Decálogo.

            Frente a estas dos tendencias, está la posición llamada histórica. Es la que siguen los intérpretes adventistas. Se fundamenta en el hecho de que las profecías del Apocalipsis encuentran su cumplimiento en la historia. Es posible seguir nuestra era cristiana y comprobar en ella el cumplimiento de los preanuncios bíblicos.

            El instructor adventista debiera hacer esfuerzos para leer inglés a fin de comprender y utilizar los cuatro valiosos tomos de The Prophetic Faith of Our Fathers, del Dr. LeRoy E. Froom. Esa obra, muy valiosa y densamente documentada, es un verdadero arsenal de hechos fidedignos que permiten rastrear el cumplimiento de las profecías a través de los siglos, y la forma en que fueron interpretadas a medida que se iban cumpliendo.

  • En esta tarea de ubicar a la Iglesia Católica dentro del cuadro profético, será de suma importancia que el adventista esté bien informado en cuanto al significado del siglo IV DC en el proceso de la apostasía.

            Es el siglo de la aparente conversión de Constantino al cristianismo; de las intromisiones del poder civil en la iglesia cristiana; de la recepción de muchísimos paganos al cristianismo sin que hubieran pasado realmente por el proceso de una genuina conversión.

            En lo que respecta a la lucha entre el bien y el mal, focalizada en la ley de Dios y el respeto debido a ella, éste es el siglo del edicto dominical de Constantino (año 321 DC), completamente pagano en su lenguaje, que establece la observancia del domingo. Es también el siglo del Concilio de Laodicea (de fecha que no se puede determinar con exactitud, pero que debe situarse a mediados del siglo IV DC). En el canon 29 de ese concilio se ordena: “Los cristianos no judaizarán y estarán ociosos en sábado, sino que trabajarán en ese día; pero el día del Señor honrarán especialmente y, siendo cristianos, si es posible, no trabajarán en ese día. Sin embargo, si se los encuentra judaizando, serán separados de Cristo, (¿excomulgados?)”.

            La mezcla indebida de paganismo y cristianismo trajo, durante este siglo, el culto a las imágenes. Este tipo de culto que tanto daño ha ocasionado en tantas partes, se explica fácilmente cuando se recuerda que no había una diferencia insalvable para un pagano si dejaba de prosternarse frente a una estatua de Júpiter, por ejemplo, para hacerlo ante la imagen de un apóstol, un profeta o un mártir.

            En cuanto a la mezcla indebida de paganismo y cristianismo (promovida por un emperador pagano), hay algunas citas muy llamativas que debieran ser usadas con eficacia. Consignaremos las siguientes:

            “Culminaba entonces la carrera política del emperador Constantino (entre los años 313 y 315) hacia la monarquía universal, absoluta y hereditaria. La audaz empresa exigía un cambio sustancial en la conciencia imperial forjada por Augusto y retocada por Adriano y Diocleciano. Contra lo que entendían sus antecesores y sus rivales, Constantino comprendió que necesitaba el apoyo de las tenaces comunidades cristianas para edificar el nuevo imperio. Así, pues, desde que fue proclamado emperador por el ejército en 306, tomó bajo su protección a los cristianos e ingresó entre los que podían escuchar la lectura de los Evangelios en los templos. Pero su pensamiento era político y no religioso. Quería organizar las comunidades episcopales autónomas en una iglesia universal (católica, es equivalente a universal), jerarquizada y doctrinariamente homogénea, que correspondiera al imperio como el alma al cuerpo” (Luis Aznar, en su introducción a Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea, traducida por Luis M. de Cádiz, Editorial Nova, Buenos Aires, 1950).

“Acostumbrado Constantino, como todos los emperadores romanos anteriores a él, a ser pontífice máximo y a disponer de las cosas tocantes a la religión como si fuesen asuntos del estado, no tiene nada de extraño que se entrometiera tanto en los asuntos de la Iglesia Católica, a la que había dado libertad y a la que favoreció hasta su muerte como ningún príncipe cristiano lo ha hecho después, convocase concilios y quitase y pusiese obispos, amén de otras muchas extralimitaciones que se conocen con el nombre de cesarismo, legalismo, etc…. De Constantino heredaron sus hijos y descendientes posteriores el mismo espíritu de injerencia en los asuntos religiosos, injerencia que se convirtió en un mal endémico en el Imperio Bizantino y que fue causa de tantos males para la religión” (Nota de pie de página de Luis M. de Cádiz, en Id., pág. 505).

  • La Babilonia simbólica de Apocalipsis (cap. 17) también iba a perseguir a “los mártires de Jesús” (Apoc. 17:6). Para poder llevar a cabo esa nefasta obra persecutoria iba a contar con la ayuda de “los reyes de la tierra” (vers. 2). Esa unión ilícita es una realidad histórica que debemos saber presentar.

            Entre los emperadores, reyes y otros gobernantes que pusieron su autoridad y poder de parte del obispo de Roma, sobresalieron los siguientes: Constantino, Constancio, Constante y Constantino II (estos tres últimos, hijos de Constantino), Valentiniano I, Graciano, Valentiniano II y Teodosio (los ocho mencionados hasta ahora actuaron en el siglo IV); Valentiniano III y Marciano (siglo V); Anastasio I, Clodoveo I y Justiniano (siglo VI); Focas (siglo VII); Carlomagno (siglo IX); Otón I (siglo X); Luis IX de Francia, conocido como San Luis, que terminó la guerra de exterminio contra los albigenses (siglo XIII); Felipe II de España (siglo XVI); María Tudor de Inglaterra (siglo XVI) conocida en la historia como María la Sanguinaria por la forma en que persiguió a los disidentes; Francisco I de Francia (siglo XVI); Luis XIV (siglos XVII y XVIII) tristemente recordado por haber revocado el edicto de Nantes que daba libertad religiosa a los hugonotes y también de infortunada memoria por los atropellos cometidos por sus soldados (llamados “dragones”) con las familias protestantes. De ahí las llamadas “dragonadas”.

            No todos los gobernantes que hemos citado favorecieron precisamente persecuciones religiosas. Su papel consistió principalmente en dar autoridad al obispo de Roma. Tal es el caso en los siglos IV y V. Desgraciadamente, a partir del siglo VI, el obispo de Roma tuvo en sus manos el poder de perseguir a los disidentes. Esto se debió al título de “Corrector de Herejes” que le dio el emperador Justiniano de Oriente, en el año 533.

  • Los siete puntos precedentes pueden ser usados para dar una visión clara del significado de la Roma papal en la historia como cumplimiento de las profecías.

            Podría servir como información bibliográfica la siguiente: The Prophetic Faith of Our Fathers (cuatro tomos) de LeRoy E. Froom, Los Videntes y lo Porvenir, de Conradi, Daniel y Apocalipsis, de Urías Smith, las notas de Daniel y Apocalipsis del SDA Bible Commentary, «las notas de pie de página del Apocalipsis de la Versión Straubinger de las Escrituras, la Historia Eclesiástica de Eusebio (edición de Editorial Nova, Buenos Aires, 1950), Daniel y Apocalipsis de Wakeham (ACES, 1948). Hay otros capítulos a los que se puede recurrir en libros de diversos autores adventistas publicados por la Casa Editora Sudamericana y la Pacific Press.

Sobre el autor: Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Montemorelos, México.