En cualquier empresa el factor más importante es el hombre. En realidad, el factor humano es el capital operativo más importante; si se lo administra bien el éxito está asegurado.
Se han inventado enormes calculadoras electrónicas, pero para que funcionen es indispensable el hombre.
Lo mismo sucede en una misión. Pueden erigirse enormes y hermosos templos, que de nada valdrán si no hay un pastor que les dé vida. Puede idearse el mejor plan de acción que será letra muerta si no hay obreros que lo pongan en práctica.
El pastor R. H. Pierson, en su libro Para Ud. que Quiere Ser Dirigente, dice: “Los hombres son más importantes que los métodos, más esenciales que los planes y las disposiciones administrativas. El éxito de cualquier organización o proyecto depende más del factor humano que del presupuesto o de cualquier otro factor”.
Puede llegar a ser profundamente intranquilizador el hecho de que nuestro Señor Jesús habló muy poco del dinero. Su énfasis estuvo en el hombre. Dedicó todo su ministerio al capital principal que tenía, sus discípulos. Los hombres que tomó eran rudos e incultos, pero sabía que en ellos había un gran potencial. Los preparó con esmero y su obra fue magistral.
Asimismo encontramos pocas referencias a dinero y presupuestos en la iglesia primitiva. Pero los apóstoles daban tremenda importancia al hombre. Casi en cada epístola o libro del Nuevo Testamento se habla de la preparación de los hombres para cumplir el sagrado cometido.
No estoy diciendo que el dinero no es importante. Bien sabemos que lo es. Pero no olvidemos lo más importante: Si los hombres están bien atendidos y orientados, ellos nos ayudarán a obtener más dinero. Si están mal atendidos, mal orientados, descontentos, todo el dinero que tengamos no dará mucho fruto.
Podemos ser excelentes administradores de lo material, pero poco sabios y prudentes en administrar el potencial humano. Creo que el Señor nos pedirá cuenta tanto del dinero como de los hombres.
Muchas de las misiones más peligrosas de la guerra fueron efectuadas por pequeños grupos de hombres bien preparados y hábilmente dirigidos. Una de las características de un dirigente capaz es saber rodearse de buenos hombres, lograr que trabajen en armonía y unirlos en un propósito común.
Permitidme que os hable de mi propia experiencia. He trabajado en misiones pobres donde éramos pocos obreros, pero obteníamos mejores resultados que las grandes asociaciones. ¿La razón? Nuestros administradores sabían cómo inspirarnos, ayudarnos y hacer que rindiéramos al máximo.
También he trabajado en campos económicamente fuertes y con muchos obreros. Sin embargo, esa tremenda maquinaria parecía inerte. ¿La razón? Los administradores no sabían dirigirnos. Su tendencia dictatorial, su falta de confianza y sus métodos rígidos hacían que reinara descontento, falta de unidad y desgano.
Administrar hombres no es fácil
En la Biblia tenemos el caso de administradores magistrales. Sin embargo tuvieron sus dificultades, Moisés, el gigante conductor de pueblos, más de una vez se vio en aprietos. Es interesante notar que Moisés mismo tuvo que aprender lecciones de administración. Jetro, su suegro, le enseñó un buen método. Afortunadamente, Moisés era humilde y aceptó el consejo.
¿Existirá un administrador mejor que Jesús? Sin embargo él también tuvo problemas con sus discípulos. Tenían entre ellos amargas disputas y a veces les faltaba fe. Su tesorero lo traicionó; su más ardiente discípulo lo negó. Pero ¡con cuánta paciencia supo Jesús afrontar esos problemas! Dice Elena de White que Jesús no veía a los hombres como eran, sino como podrían llegar a ser transformados por el Espíritu de Dios. Su dirección amante, prudente, sabia, dio los resultados más asombrosos conocidos en el universo. Tal vez una de las mejores descripciones de Jesús como administrador de hombres se encuentra en Isaías 42:1-4: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu, él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz ni la hará oir en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia”.
El secreto para ser un buen administrador, para dirigir dinámica y constructivamente, para saber guiar a los obreros y aprovechar al máximo sus dones, es fijar los ojos en el Modelo supremo, en Jesús. Nadie mejor que él conocía el secreto de dirigir e inspirar. Dice la Sra. White: “Nadie debe caminar con temor y temblor, en dudas continuas y sembrando quejas a lo largo de su senda, sino que todos deben mirar a Dios, ver su bondad y regocijarse en su amor. Reunid todas vuestras facultades para mirar hacia arriba, no hacia abajo a vuestras dificultades; entonces no desmayaréis por el camino. Pronto veréis a Jesús detrás de la nube, extendiendo su mano para ayudaros; y todo lo que tendréis que hacer será darle vuestra mano con fe sencilla y dejarle que os guíe. A medida que manifestéis confianza, tendréis esperanza por la fe en Jesús. La luz que resplandece de la cruz del Calvario os revelará cuánto estima Dios el alma, y apreciando esta estima trataréis de reflejar la luz al mundo” (Joyas de los Testimonios, t. 2, pág. 223).
Que Dios nos bendiga para que administremos sabiamente el mayor capital puesto a nuestro cuidado: los valiosos obreros que trabajan denodadamente en el frente de lucha. Y al tener que enfrentar pruebas, desánimos y perplejidades, que Dios nos conceda lo que concedió a su amado Hijo: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado” (Isa. 50:4).