El principio Cristomonistico

Un principio es una regla o verdad establecida que es general y sobre la cual se fundan otros principios; una fuente o causa de la cual deriva una cosa. Sobre la base de ambas definiciones encontramos firmemente arraigado en la Escritura el principio cristomonístico. La palabra cristomonístico es una combinación de dos palabras griegas: Jristós, que significa Cristo, y monos, solo, formando así la expresión “sólo Cristo”, o “Cristo solo”.

Con Cristo debemos comenzar y terminar. Fuera de él no hay verdadero conocimiento salvador y redentor de Dios. Cristo mismo es tanto la fuente como el contenido de la redención y del auténtico conocimiento de Dios.

El “Cristo solo” de eternidad a eternidad

Cuando buscamos los orígenes del origen no podemos ir más allá de cierto punto: el otorgamiento del pacto de vida. Desde que Dios es Dios y el hombre es hombre ese pacto ha sido imperativo: obedece y vivirás, desobedece y morirás. Este pacto encarnaba el verdadero principio de la vida.

En el mismo instante cuando el pacto de vida fue establecido, el pacto eterno de la redención también nació entre Dios el Padre y Dios el Hijo, confirmando que el pacto de vida se originó realmente en el amor. Esa eterna decisión de gracia es parte de la esencia de Dios, arraigada en amor. Sin embargo, el Padre no actúa independientemente del Hijo. Y el Hijo no sólo es el verdadero Dios; es también auténticamente hombre, Jesús de Nazareth. Como tal, es representante de la humanidad, que en él y mediante él está unida a Dios como lo está en Jesucristo. “Según nos escogió Dios en él Cristo antes de la fundación del mundo” (Efe. 1:4).

En el Edén el pacto de la vida fue quebrantado y el hombre cayó. A las puertas del Edén fue levantado un altar. Más tarde, Abrahán, el padre del pueblo del pacto, ascendió al monte Moría con su hijo. Isaac preguntó: “¿Dónde está el cordero?” Y Abraham contestó: “Dios… proveerá”

(Gén. 22:7,8). Siglos más tarde Juan el Bautista dio la respuesta completa: “He aquí el Cordero de Dios” (Juan 1:29). El drama de los siglos tuvo su desenlace en el Calvario.

“Sólo Cristo” desde la eternidad hasta la eternidad es una Persona, y nuestra redención y vida dependen de nuestra relación con él como una Persona. La Escritura lo presenta en la eternidad pasada como “el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”, como el “Cordero de Dios” que vino en un tiempo y lugar específicos en la historia para quitar los pecados del mundo, y como el Cordero que a través de la eternidad por venir recibirá “la honra, la gloria y la alabanza” de todos los habitantes del universo (véase Apoc. 13:8; Juan 1:29; Apoc. 5:12,13).

El “Cristo solo” de la historia

“Cristo solo” es el objetivo de la historia. Las Escrituras y la cultura judeocristiana percibieron la historia, no a través del ciclo de la naturaleza, como lo hicieron muchas culturas antiguas, sino como un concepto lineal. Lo que distingue al libro de Daniel como único es su concepto lineal de la historia que tiene su clímax en la aparición del Hijo del Hombre. Jesús no sólo tomó de Daniel 7 ese nombre, sino que basó su misión terrenal en la visión y la proclamación de este capítulo. El sabía que tenía una función que cumplir en el gran drama de la historia presentado por Daniel.

De la misma forma, los apóstoles, la iglesia primitiva y los reformadores del protestantismo vivieron, predicaron y trabajaron dentro de la cargada atmósfera de los “últimos días”. Ellos consideraban que el de sus días era un tiempo apocalíptico. Vivían en una tensión histórica entre la primera y la segunda venidas – entre el ahora y el entonces. Los apóstoles y los reformadores tomaron muy seriamente el realismo histórico del cristianismo. La fuerza impulsora de su misión cristiana tenía una base histórica: la proclamación de los poderosos actos de Dios en la persona de Jesucristo.

La historia del mundo y la historia de la salvación han estado avanzando constantemente hacia un clímax. El apóstol Pablo lo declara con estas palabras: “Porque Dios nos ha permitido conocer el secreto de su plan, el cual es éste: El se propuso hace tiempo, en su soberana voluntad, que toda la historia humana se consumara en Cristo, que todo lo que existe en el cielo o en la tierra encontrara su perfección y cumplimiento en él” (Efe. 1:9, 10, Phillips).

En el “Cristo solo” de la historia tenemos la salvación forjada en el primer advenimiento que colocó todas las cosas bajo la sumisión de Cristo como Señor de señores; la salvación que ha de ser forjada en la segunda venida pondrá todas las cosas bajo su sumisión como Rey de reyes. Esto es adventismo en su verdadero significado. El “Cristo solo” de la historia es una Persona, y sus obras debieran ser proclamadas en todo su realismo histórico.

El “Cristo solo” de la Biblia

La Reforma protestante llegó a ser una verdadera re-formación y re-orientación en el campo de la hermenéutica. Se encontraron nuevas herramientas exegéticas por medio de las cuales la teología bíblica y el cristianismo del Nuevo Testamento pudieran ser restaurados. El principio exegético de la reforma fue “sólo Cristo”.

Cristo conversó con los dos discípulos en el camino a Emaús el día de su resurrección. “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían… Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Luc. 24: 27- 32). Cristo, y sus discípulos después de él, interpretaron el Antiguo Testamento para sus contemporáneos a la luz del Cristo de las Escrituras. Los reformadores protestantes hicieron lo mismo. Hay una diferencia es decir “Dios en los libros de. la Biblia” y “Cristo en los libros de la Biblia”, tal como hay una diferencia en decir “educación centrada en Dios” y “educación centrada en Cristo”.

La Biblia no fue escrita como un credo o un manual bautismal. Antes que eso, es la historia de lo que le ocurrió a la gente que tenía ahora una nueva forma de vida que no podían haber obtenido por sí mismos. Los hechos de la vida y obra de Jesucristo son primarios; la forma en que aquellos que llegaron a ponerse en contacto con él explicaron el significado de estos hechos es la experiencia de la salvación. Esta experiencia está a disposición de cada uno. El valor del Nuevo Testamento es que las experiencias y los encuentros con la persona de Jesucristo, como están descriptos en la Escritura, llegaron a ser normativos para toda experiencia cristiana, que debe, a su vez, ser juzgada por la Escritura.

Por lo tanto, cuando se formularon las declaraciones de credos en tiempos de la Reforma, tenían sólo relativa autoridad; las Escrituras eran la autoridad absoluta. El concepto común está bien expresado en la Primera Confesión de Fe de Basel (1534): “Sometemos esta nuestra confesión al juicio de las divinas Escrituras, y nos declaramos dispuestos a obedecer siempre con gratitud a Dios y su Palabra si debiéramos ser corregidos por las mencionadas Santas Escrituras”. Por lo tanto, la Biblia, para los reformadores, era un control no controlable.

Vayamos a Lutero para ilustrar el principio de “sólo Cristo” en la Biblia. Lutero ingresó al monasterio en 1505 e inició sus estudios profesionales en teología desde el comienzo de 1507 hasta recibir el doctorado en 1512. En 1513 comenzó a dar conferencias sobre el libro de Salmos y siguió haciéndolo por más de dos años. La mayoría de los eruditos contemporáneos entiende que las observaciones de Lutero sobre el tema de la justificación por la fe que aparecen en sus comentarios de los Salmos 31 y 71, en realidad enuncian su redescubrimiento del Evangelio tal como se encuentra en Romanos 1:17.

En 1515, 1516 y 1517 comenzó a dar conferencias sobre Romanos, Gálatas y Hebreos respectivamente. La llave que abrió la Biblia para Lutero fue el principio cristomonístico. Para él, los Salmos constituían un libro grande y maravilloso, “un precioso y amado libro”, que “bien podría ser llamado una pequeña Biblia”, siendo que contenía escuetamente todo lo que aparece en la Biblia en su totalidad. Lutero llamó al Génesis “un libro por demás evangélico”; pero fue Daniel el que mereció de su parte el prefacio más largo, más detallado y más elevado de todos los libros proféticos. Lutero sentía que en él se profetizaba acerca de Cristo con tanta precisión y tan bien que “uno no puede perder de vista la venida de Cristo a menos que lo haga voluntariamente”.[1]

Cristo expresó el principio cristomonístico de hermenéutica cuando dijo: “Escudriñad las Escrituras, ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Lutero expresó que en el Antiguo Testamento “encontramos los pañales y el pesebre donde yace Cristo… simples y humildes son estos pañales, pero apreciado es el tesoro, Cristo, que yace en ellos… ¿Qué es el Nuevo Testamento sino una pública proclamación y predicación de Cristo, manifestada mediante las declaraciones del Antiguo Testamento y cumplidas por medio de Cristo?”[2]

Desafortunadamente, en el pensamiento protestante ha habido mucha ambigüedad en el uso de la frase “Palabra de Dios”. Se ha dicho que la Biblia es la Palabra de Dios, que contiene la Palabra de Dios, y que da testimonio de la Palabra de Dios. En Lutero encontramos que estas tres mantienen una relación que desciende de la Palabra (Verbo) como Cristo (Juan 1:1), a la Palabra como Evangelio (Juan 1:14), hasta la Palabra como la Biblia.

Lutero dijo que Cristo es la “estrella y el meollo” de las Escrituras, que él es “la parte central del círculo” alrededor del cual todo lo demás da vueltas. Una vez comparó ciertos textos bíblicos a nueces duras cuyas cáscaras resistían la rotura y dijo que al encontrarlas las lanzaba contra la roca (Cristo) y entonces estaría en condiciones de encontrar dentro de ellas su “deliciosa pepita”. [3] Es esta “deliciosa pepita” lo que el adventismo busca destacar en las doctrinas de la iglesia, incluyendo una comprensión bíblica de la ley y el sábado. Apunta, como lo hace la literatura de Elena de White, a un dogma cristocéntrico. Ella escribe: “El cristianismo tiene un significado mucho más amplio que el que muchos le han dado hasta aquí. No es un credo. Es la palabra de Aquel que vive y permanece para siempre. Es un principio vivo, animador, que toma posesión de la mente, el corazón, los motivos y el hombre entero. Cristianismo, ¡oh! ¡Ojalá pudiéramos experimentar cómo obra! Es una experiencia vital, personal, que eleva y ennoblece al hombre entero”.[4]

El tema religioso primario para Lutero era: “¿Cómo tener la seguridad de la salvación?” En esta búsqueda los reformadores revivieron el cristianismo del Nuevo Testamento y acuñaron frases teológicas tales como “la sólo Biblia”, “sólo Cristo”, “sólo por gracia”, “sólo por fe”. Estos eran los principios en la forma en que definimos antes un principio. “Sólo la Biblia” es el marco dentro del cual nos movemos. Dentro de ese marco yace otro principio –“sólo Cristo”- que opera como una regla establecida, una fuente, una verdad sobre la cual todas las otras están fundadas. Dentro del marco de “sólo Cristo” tenemos dos o tres principios que indican dirección. Uno se dirige de Cristo al hombre (“sólo por gracia”) y el otro del hombre a Cristo (“sólo por fe”). La doctrina de Cristo de los reformadores insistía en forma tan predominante sobre la singularidad y la completa suficiencia de Cristo que llegó a ser no sólo la punta de lanza de su doctrina de Cristo, sino también el eje de toda su teología, de la cual aun la doctrina de la justificación llegaba a ser dependiente.

A través de la historia de la iglesia cristiana los teólogos han descubierto periódicamente una porción olvidada de alguna doctrina y han dado énfasis a su importancia. Así es como debe ser, pero si este punto descuidado llega a ser el centro de un sistema o un movimiento teológico, se convierte en peligroso, aun quizá herético.

Si un cierto aspecto de una doctrina llega a ser el centro de una teoría, es fácil perder la totalidad del mensaje bíblico. Por ejemplo, Martín Lutero no era un dogmático cuando trataba el tema de la expiación; era un exponente de la Escritura. Sus escritos sobre la expiación contienen declaraciones que podrían caer dentro de clasificaciones comunes: patrística, oriental, latina, penal, sustitucional, etc. Sin embargo, Lutero estaba interesado en presentar un mensaje bíblico antes que proponer una teoría de la expiación.

Los reformadores protestantes del siglo XVI eran teólogos bíblicos buscando preservar en todas discusiones dogmáticas la totalidad del mensaje soteriológico de la Biblia Es significativo que Jan D. Kingston Siggins, en su libro, Martín Luther’s Doctrine of Christ, propone que mientras podemos citar a Lutero para sostener motivos que figuran en todas las teorías históricas de la expiación, él sin duda no tenía una teoría de la expiación como tal. Siggins dice: “Pero, quizá la misma variedad de respuestas a la pregunta sobre el punto de vista de Lutero ha oscurecido la sospecha que debe descansar sobre la pregunta misma. Porque Lutero no tenía teoría alguna de la expiación”.[5] Continúa diciendo: “Un estudio comparativo superficial puede sugerir que Lutero sostenía todos los grandes esquemas (de la expiación), o que era un pensador confundido que realmente no captaba ninguno de ellos. En realidad, Lutero no está intentando lo que los teólogos intentaron con propósitos dogmáticos o apologéticos, y es imposible igualar su resultado con el de ellos. La estructura lógica de su doctrina difiere de todas ellas y por lo tanto no puede ser igualada con ninguna de ellas. Sin duda puede asemejársela a la de la Escritura, que tampoco propone ninguna teoría”.[6]

Lutero definió a Cristo como la “estrella” de la Escritura o “el punto central del círculo”. Nosotros también podemos decir que Cristo es la “maza de la rueda”. Así como hay muchos rayos que surgen de una estrella, también de la maza de la rueda de la salvación se extienden muchos rayos -perdón, conversión, arrepentimiento, justificación, santificación, expiación, regeneración, adopción, resurrección y glorificación. Cada uno es un intento de describir lo que ocurre al creyente cuando por “sola gracia” él ejercita “sola fe” en “sólo Cristo”. La llanta mantiene todos los aspectos juntos en Cristo- preservando la totalidad del mensaje soteriológico. La fe introduce a un individuo en una relación con otra persona -una teología de experiencias en la cual dos personas se dan a sí mismas una a otra. Nosotros lo hacemos por fe, Cristo lo hace por gracia.

Lutero escribió estas hermosas palabras: “La fe no sólo da al alma lo suficiente para que pueda llegar a ser como el Verbo divino, bendito, libre y lleno de gracia, también une al alma con Cristo, como una esposa con su esposo, y de este matrimonio, Cristo y el alma llegan a ser un cuerpo… Entonces la posesión de ambos es en común, ya sea la fortuna, el infortunio, o cualquier otra cosa; de tal forma como lo que Cristo tiene, también pertenece al alma creyente, y lo que el alma tiene, pertenecerá a Cristo”.[7]

La salvación es una entrega a “Cristo solo” por la fe. Entonces el cristiano está tan íntimamente unido con Cristo que llega a ser “un ser”, “un cuerpo”, con él.

La insistencia de Lutero de que la justificación es la doctrina magistral, el artículo principal, la cabeza y la piedra del ángulo de la iglesia, debe ser calificada de dos formas. Primero, Lutero asignaba a la palabra “justificación” mucho más que el contenido formal o sistemático de la doctrina de la justificación en su uso forense. Segundo, para Lutero, la justificación era sólo un aspecto, aunque vital, de un tema muchísimo más amplio -el tema de “Cristo solo”.

Lutero no percibía ninguna inconsistencia entre las enseñanzas de Pablo y las de Juan. Por el contrario, él leía la frase paulina “en Cristo” a la luz de la oración de Juan 17 que trata de la unidad de Cristo. De acuerdo con ello, en muchos de los pasajes en los cuales Lutero llama a la justificación el punto cardinal, está usando la palabra “justificación” para denotar un área mucho más amplia que lo que la tradición dogmática comprende. La usa para indicar el completo tesoro de nuestra relación de unidad con Cristo por la fe. Lutero identificó fácilmente el tema de Pablo de la justificación por la fe con la importancia que Juan da a la persona, oficio y reino de Cristo.

Así, la forma peculiarmente dogmática en la que se presenta la doctrina de la justificación para propósitos polémicos es una llave incorrecta para acceder a las riquezas de la fe de Lutero. No la justificación, sino Cristo solo, era la norma de su teología y la vida de su fe. “Sólo por fe”, era simplemente otra forma de decir “sólo Cristo”. “Sólo Cristo” como la suma de la vida y la doctrina cristianas es lo que significa toda la reforma. Dijo Lutero: “No conozco absolutamente nada sino sólo Cristo. Oh, si sólo pudiéramos apostar todo a Cristo”.[8]Así destacó la singularidad personal de la relación con Cristo en la cual la teoría llega a convertirse en hechos concretos, las expectaciones se convierten en cumplimiento, y el deseo llega a ser posesión.

De la misma forma para Calvino, la génesis, la dinámica y el contenido de su espiritualidad se encuentra en “Cristo solo”. Mientras reconocía la lógica prioridad de la justificación, Calvino subrayó su conexión inseparable con la santificación. El entendía la justificación no meramente como una imputación forense de justicia, sino como una transformación interna. Era fe en una persona, una fe que significa una unión mística con él.

Escuchemos a Calvino mismo: “¿Cómo es que somos justificados por la fe? Porque por la fe nos aferramos de la justicia de Cristo, la única que nos reconcilia con Dios. Pero no podemos aterrarnos a esto sin aferrarnos al mismo tiempo de la santificación. Porque él nos es dado como nuestra justicia, sabiduría, santificación, redención (1 Cor. 1: 30). Por lo tanto, Cristo no justifica a nadie sin santificarlo también. Estos beneficios están unidos con un vínculo eterno, de tal forma que aquel a quien alumbra con su mirada, él redime. A quien él redime, justifica, a quien justifica, santifica. Pero, siendo que toda la pregunta sólo toca a la justicia y la santificación, nos ceñimos a ellas. Aunque podamos distinguir una de la otra, Cristo las contiene a ambas sin división. ¿Desea Ud. entonces obtener justicia en Cristo? Entonces primeramente debe poseer a Cristo. Pero Ud. no puede poseerlo sin participar en su santificación, porque él no puede ser dividido. Por lo tanto, el Señor nunca nos da el gozo de esos beneficios sin darse a sí mismo a nosotros; nos da ambos al mismo tiempo, nunca uno sin el otro. Así vemos cuán cierto es que no somos justificados sin obras, pero tampoco por obras, siendo que nuestra participación en Cristo por la cual somos justificados incluye la santificación tanto como la justicia”. [9]

 “Nuestra salvación consiste en estas dos partes, que Dios nos rige por su Espíritu y nos reforma a su imagen a través de todo el curso de vida, y también sepulta todos los pecados”.[10]

Para Calvino, la justificación y santificación son efectuadas constantemente en el cristiano; coexisten en tensión dialéctica implicando un proceso y progreso continuos.

Esta unión incipiente con Cristo es la condición necesaria para la vida espiritual. En la justificación, la gracia es perdón; en la santificación, la gracia es poder. La plenitud del acto redentor y restaurador de Dios significa tanto la reconciliación como la renovación. La fe en sí misma, el elemento previo en la experiencia cristiana, se entiende como dinámica y recreativa en la vida humana. La doctrina del bautismo del creyente refuerza este punto como también lo hace la doctrina y obra del Espíritu Santo.

Lutero insistía que la fe es “una cosa viviente, energizante, activa y poderosa”. Creía que la fe estaba “siempre en acción” y decía que no es más posible separar las obras de la ley de la fe que separar la luz y el calor de una llama. Para Lutero, cada una, como parte de la doctrina de la salvación, es un solo acto de Dios. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). El Espíritu Santo es el agente exclusivo de los hechos de la salvación. El hace del creyente “un nuevo brote que surge de la vid de Cristo”, una nueva criatura con una mente, corazón y pensamiento diferente”. El hombre llega a ser “un cuerpo”, con Cristo.”[11]

A principios del siglo, cuando la iglesia se mostraba dividida entre liberales y conservadores, un hombre dijo: “Si nuestros evangelistas fueran nuestros teólogos, y nuestros teólogos nuestros evangelistas, estaríamos más cerca de la iglesia ideal”. En Juan Wesley había una rara combinación de evangelista, teólogo, educador y administrador de iglesia. Podemos recordar la experiencia de Wesley en la pequeña congregación de Londres. El lector llegó al punto en el prefacio de Lutero a la epístola de Romanos donde dice: “La fe es una obra divina en nosotros, que nos cambia y nos hace recién nacidos de Dios, y mata al antiguo Adán, hace de nosotros hombres completamente diferentes en corazón- disposición, mente y toda capacidad, y trae el Espíritu Santo con ella. La fe es una cosa viva, creativa, activa y poderosa, de tal forma que es imposible que no haga continuamente buenas obras. No pregunta siquiera si deben hacerse buenas obras, pero antes que alguien lo pida ya las ha hecho, y está siempre en acción”.

Juan Wesley sintió una tibieza especial en su corazón. Se sintió conmovido por un nuevo poder. Sentía que ahora realmente confiaba en Cristo, y esperaba su salvación sólo de él. Dijo: “Se me ha dado una seguridad de que él ha quitado mis pecados, aun los míos, y me salvó de la ley del pecado y la muerte”.[12]

Esta fue la experiencia de conversión de Wesley. La teoría había llegado a ser hechos concretos; la expectación se había convertido en cumplimiento; el deseo había llegado a ser posesión. Y a su vez, la respuesta a la predicación de Juan Wesley, desde pastores de ovejas hasta mineros por igual, estaba contenida en el clamor:

“Tal como soy de pecador sin otra fianza que tu amor, a tu llamado vengo a ti, Cordero de Dios, heme aquí”.

El pensamiento de la Reforma en lo que respecta a la unión con Cristo ha sido hermosamente presentado en estas palabras: “Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida. Esto es lo que significa estar vestidos con el manto de su justicia”. [13]

El “Cristo solo” de la eclesiología

Los reformadores protestantes estaban de acuerdo de que había dos señales características de la verdadera iglesia -el evangelio correctamente predicado y los sacramentos correctamente administrados. Pero ellos anclaron ambos principios en “Cristo solo”.

El hombre aparece ante Dios como un individuo, pero como miembro del cuerpo de Cristo también aparece como miembro del pueblo del pacto. Esos dos conceptos deben ser considerados juntos.

Teológicamente, la iglesia cristiana fue fundada en Cesárea de Filipos, cuando Pedro confesó “tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, y Cristo comentó: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mat. 16:16, 18). Los reformadores hablaban de Cristo y la confesión de Pedro acerca de él como la roca de la iglesia. Y la historia de la iglesia cristiana testifica del hecho que su éxito o fracaso está en directa proporción a su confesión de Jesucristo como Señor y Salvador. A los ojos de los reformadores, la iglesia medieval se convirtió en anticristo porque falló en confesar a Cristo.

La iglesia vive hoy en una edad similar al período pre-Constantino -un mundo pagano. Hoy, un sexto de la población mundial es musulmana. En algunas naciones, donde los cristianos y los musulmanes compiten por la lealtad del populacho, los musulmanes ganan sobre los cristianos en una relación de diez a uno.

Con sesenta millones de personas, Nigeria tiene mayor población que cualquier otro país africano; un poco menos de la mitad de los nigerianos son musulmanes, y un poco más de un tercio son cristianos. La mayoría del resto sigue otras religiones locales.

El Reader’s Digest y el almanaque Information Please para 1978 informaban las cifras estimadas en cuanto a las religiones mundiales en 1976. De acuerdo con estas fuentes, los cristianos contaban mil millones; los musulmanes, 700 millones; los hindúes, 520 millones; confucionistas, 275 millones; y budistas, 260 millones. El doctor Ralph Winter del Seminario Fuller, de Pasadena, informó en el Church Growth Bulletin, de mayo de 1977 que tres mil millones de personas en el mundo son miembros de grupos socioculturales en los cuales no hay nadie que practique el cristianismo.

Hoy el cristianismo enfrenta en todas partes una doble confrontación: con las grandes religiones mundiales por un lado y con el humanismo secularista el otro. El así llamado mundo cristiano parece haber perdido su realidad cristiana. La teología, los concilios y las organizaciones de la iglesia se han visto involucradas en tonterías extrañas con el resultado que su alma cristiana se ha enfermado. El alma hambrienta clama con voz llorosa como lo hizo María Magdalena: “Se han llevado… al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Juan 20:2).

La historia del pensamiento cristiano y de las corrientes religiosas modernas demuestran en forma vivida y convincente cómo Cristo ha sido sepultado bajo el dogmatismo, liberalismo, el institucionalismo, diversos asuntos, las corrientes religiosas y otros ismos.

Pero siempre ha habido un remanente. El asunto que se mantiene es: ¿Cómo puede el remanente cumplir su misión en un mundo pagano? Hay sólo una respuesta -el remanente de hoy debe cumplir su misión como lo hizo la iglesia cristiana primitiva. La iglesia primitiva tenía el mensaje de las grandes obras de Jesucristo. El cristiano primitivo estaba impresionado con Jesús mismo. El poder del cristianismo primitivo yacía directamente en Cristo, la Persona. Ellos tenían una proclamación de la singularidad de la salvación en la persona de Jesucristo que dijo, “a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). El mismo era el cristianismo y el Evangelio. Los griegos dijeron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús” (vers. 21). “Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (Juan 20:20). Los primeros cristianos estaban convencidos, tenían una seguridad, sabían, no había ninguna duda, porque ellos tenían a Cristo, y sabían lo que él había hecho por ellos. Conocían la experiencia de salvación en la persona de Jesucristo.

Juan formuló la experiencia de ellos en palabras que surgían de un significativo conflicto teológico con el gnosticismo y el docetismo, hacia el fin del primer siglo. “El hombre que realmente cree en el Hijo de Dios encontrará el testimonio de Dios en su propio corazón. El hombre que no cree en Dios lo hace mentiroso, porque está rehusando aceptar el testimonio que Dios le ha dado concerniente a su propio Hijo… De esto se deduce naturalmente que todo hombre que tiene a Cristo tiene la vida; y el que no lo tiene, entonces no posee esta vida” (1 Juan 5:11, 12, Phillips).

Termino con la bendición “sólo Cristo” de Efesios 3: 20,21: “Y Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén”.


Referencias

[1] Luther’s Works, págs. 238, 254, 313, 314.

[2] Ibíd., págs. 235, 236.

[3] Ibíd-, pág. 368.

[4] Elena G. de White, Testimonios para los Ministros, págs. 421,422.

[5] Jan D. Kingston Siggins, Martin Luther’s Doctrine of Christ, pág. 109.

[6] Loc. cit.

[7] Vi M. Landeen, Martin Luther’s Religious Thought, págs. 141,142.

[8] D. Martin Luther’s Werke, págs. 154, 777.

[9] Institutes, III. 16.1.

[10] Comm. Malachi, ch. 3, v. 17.

[11] D. Martin Luther’s Werke, 45, pág. 667; 28, pág. 187.

[12] Martin Schmidt, John Wesley, 1.1, pág. 263.

[13] Elena de White, Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 253.