Cuando miramos la horrible acumulación de las consecuencias del pecado, puede parecer vano sugerir siquiera que la proclamación de un mensaje pueda ofrecer una pequeña esperanza para solucionar el problema del pecado.

Sin embargo, debiera notarse que cuando Dios afrontó la realidad de la desconfianza de Adán y Eva y su consiguiente desobediencia, El proclamó un mensaje. Pero aún antes de que ofreciera el primer rayo de esperanza a estos santos convertidos en pecadores, los llamó con amor y ansiedad mientras todavía se paseaba por el huerto al fresco del día. Y cuando con el primer sentimiento de culpabilidad nuestros primeros padres quisieron esconderse de la presencia de Dios, había un cierto temblor en su voz -no simplemente debido a que se habían separado de Él y habían sido conquistados por el engañador, sino más todavía porque estaban temerosos de su Creador y Benefactor.

“Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?” (Gén. 3: 9). Esa es la fuente, el origen del Evangelio -el mensaje de buenas nuevas-: Dios en busca del hombre pecador, Dios el iniciador de un camino para salvar al hombre pecador. Ese camino fue revelado en la primera declaración y formulación del Evangelio, dirigida en realidad a la serpiente/engañador: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gén. 3:15).

Ahora vivimos en el tiempo del fin. Y hemos estado hablando acerca de la terminación de la obra del Evangelio hace ya bastante tiempo -unos 138 años hasta octubre pasado. Así que deseamos considerar de nuevo cuál es la clave divina para la terminación de la obra. Podemos preguntarnos legítimamente si la terminación de la obra del Evangelio no resultaría de la proclamación de un mensaje, como fue al comienzo. Así que nos hacemos la pregunta:

¿Es un evangelio nuevo?

¿Es eso lo que necesitamos? Si necesitamos uno nuevo, ¿cuál era el antiguo? ¿Había algo malo en él? ¿Tiene Dios una colección de evangelios, y ensaya uno nuevo cada tanto?

De paso, usted recordará las palabras de Pablo. Son bastante fuertes, y Pablo podía escribir palabras fuertes: “Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gál. 1:8). La palabra para ángel en el griego del Nuevo Testamento, como recuerdan, es la misma palabra mensajero. Pablo, bajo inspiración, está listo para condenar eternamente al mensajero o al ángel del cielo que predicara otro evangelio. Así que, ¿cómo podemos ahora esperar que la clave divina para la terminación de la obra sea un evangelio diferente o nuevo?

En realidad, el testimonio bíblico parece claro y consecuente: el Señor nunca ha tenido más de un evangelio para ofrecer. Dios tenía solamente un Hijo para enviar a este mundo. Y hay solamente un verdadero Evangelio para hablar acerca de Él. Escuchamos su primera proclamación en Génesis 3: 15 y en el último libro de la Biblia, el mensaje eterno de Apocalipsis 14:6 no es un evangelio nuevo, aunque es proclamado como parte del último llamado de Dios a los pecadores, y tiene un énfasis adecuado a los problemas finales de la gran controversia entre Cristo y Satanás. Recordemos que una de las cualidades de las personas o cosas eternas es su inmutabilidad. Si ellas pueden cambiar, sin duda, no son eternas. (Véase Mal. 3: 6.)

Alrededor del año 1844, los que llegaron a ser nuestros pioneros comenzaron a proclamar el Evangelio en todo el mundo en la forma y la aplicación que satisfaría las condiciones del mundo relacionadas con el tiempo del fin. Básicamente esas condiciones no han cambiado en los años que pasaron desde entonces. Los protagonistas y los problemas son los mismos. Por otro lado, algunas voces, entre nosotros, están proponiendo en forma privada que, como adventistas, dejemos de predicar acerca de la cercanía del retorno de nuestro Señor. Pero si detuviéramos esta predicación, seguramente tendríamos que abandonar la predicación de los tres mensajes angélicos de Apocalipsis 14:6-12. Porque cuando estos ángeles terminen su obra, el Señor reunirá la cosecha del mundo -una cosecha de granos que representa a los santos y una cosecha de uvas que representa a los pecadores. En el clímax de su trabajo estos tres ángeles habrían de recibir la ayuda de otro ángel que destacaría el mensaje del segundo. Y por medio de su obra -la proclamación del Evangelio- toda la tierra sería “alumbrada con su gloria” y escucharía su “potente voz”. El último llamado de Dios se inicia con el anuncio de la hora del juicio previa a su advenimiento. El “otro ángel” se unirá a los tres para completar ese llamado final.

Una mensajera inspirada y autorizada entre nosotros nos dijo que “el fuerte clamor” comenzó a escucharse en nuestras filas alrededor de 1888. (Véase A. G. Daniells, Christ Our Righteousness, [Cristo nuestra justicia], Review and Herald Publishing Association, Washington, D.C., 1941, pág. 56.) El mensaje de la justificación por la fe, con su fruto en forma de vidas santas, debía escucharse en toda la tierra. La tierra sería iluminada por él. Una gran hueste de nuevos creyentes sería conducida a unirse con el pueblo que da el mensaje. Las lluvias temprana y tardía del Espíritu Santo precederían y acompañarían al mensaje, y una obra rápida conduciría al clímax de la historia, por tanto tiempo esperado.

Temo que como pueblo todavía tenemos que abrazar el mensaje del Evangelio eterno, y que si no lo recibimos y compartimos pronto, algún otro grupo -tal vez aun las rocas- tendrán que darlo. (Véase Christ Our Righteousness, pág. 52.) El Evangelio eterno es el método de Dios para hacer que los hombres y las mujeres estén en orden ante Dios, y se preparen de esa manera para una obra terminada en la proclamación del Evangelio eterno.

Justificados con Dios -por fe

Cuando los mensajeros escogidos por Dios comenzaron a dar este mensaje en 1888, que Elena G. de White aceptó como el énfasis apropiado para los últimos días en el Evangelio, algunas luces dirigentes entre nosotros temieron que la seguridad de la ley moral y del sábado estuviesen siendo minadas desde adentro -casi traicioneramente. El mismo temor surgió en la iglesia apostólica cuando Pablo comenzó a dar más que un servicio de labios al único Evangelio verdadero. Los protectores del sistema judío de adoración y exclusivismo (que se habían unido a la iglesia cristiana) estaban aún listos para matar a Pablo por lo que ellos veían como un socavamiento de la tradición judía por su forma de entender la verdadera libertad del Evangelio.

Y así, todavía hoy, nos sentimos casi angustiados cuando alguien menciona siquiera 1888, o Jones o Waggoner, o la justificación por la fe, debido a que aquella proclamación parece ser tan fácilmente mal entendida y mal interpretada, tanto por los que oyen de ella como algunas veces por los que la presentan. Pero, por favor, conserven su paz con Dios y con sus vecinos sobre este asunto crucial: el Evangelio debidamente presentado no dañará ni opacará la querida ley moral de Dios, o en realidad, cualquier ley o sistema de leyes dados por Dios (a menos que la época de su aplicación haya pasado).

En cierta forma, la ley moral puede cuidarse sola; no necesitamos salir a defenderla. Ella ha conocido el Evangelio por más tiempo que cualquiera de nosotros, y nunca se ha sentido amenazada por él; somos nosotros los que estamos amenazados por éste o aquélla. Así llegamos al texto clave de esta parte de nuestro estudio: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Rom. 3:28).

Estas palabras nos dicen que un hombre es contado como justo y tratado como tal sobre la base de su fe en los méritos suficientes de Jesucristo, y que esta justicia no depende de la observancia de la ley. Parece significativo además que no se haya colocado un límite de tiempo a esta seguridad, ninguna limitación a ella. Pero cuando comenzamos a poner todo el peso de nuestra alma sobre esta gloriosa promesa -comenzando a saber y sentir que realmente podemos tener paz con Dios-, alguien hace sonar la alarma y grita: “¡pero miren el versículo 31!” Y cuando consigue hacernos mirar el versículo 31, parece como que realmente quiere que nos olvidemos que alguna vez hemos visto el versículo 28. Parece que quiere que sintamos que el versículo 31 es tan abrumador que podemos olvidar que hemos siquiera visto el versículo 28. Precisamente cuando comenzamos a gozarnos en la gloriosa verdad de que Dios nos considera justos por la fe en la justicia de Cristo o, en otras palabras, que somos justificados por la fe aparte de nuestra observancia de la ley, o las obras de la ley -cualquier ley-, alguno dice con fuerza y casi con ira: “¡Eso estaba bien cuando Ud. vino por primera vez al Señor, pero…!”

¿Pero qué?

¿Es el mensaje de Romanos 3:28, y pasajes paralelos de la Escritura, simplemente algo a lo que debemos aferrarnos desesperada y frenéticamente para salir del pantano del pecado? ¿Es el plan de Dios que, después de un breve momento de liberación divina, ahora tengamos que trepar hasta el cielo -tal vez con un poco de ayuda del Señor y de su Santo Espíritu?

¿Queremos realmente una obra terminada? ¿Queremos realmente ver una gran cosecha de almas? ¿Queremos que aquellos que ya han encontrado paz con Dios escuchen los aspectos especiales del mensaje eterno que se nos ha confiado para estos últimos días? ¿Quisiéramos pedirles que cambien su paz de corazón y su gozo en el Señor por la incertidumbre y la pesada carga de culpabilidad que demasiado a menudo parecen señalar la experiencia de los adventistas del séptimo día?

¿Cuál es el “tema que atrae el corazón del ‘pecador”? ¿Lo sabemos? Es “Cristo y El crucificado” (Elena G. de White, Review and Herald, 22 de noviembre de 1892). ¿Es esto lo que la gente escucha principalmente de nosotros? ¿O estamos tan temerosos que se introduzca la “gracia barata” con el Evangelio y socave la ley de Dios, que no nos atrevemos a tomarnos tiempo en la cruz?

¿Cuál es la más dulce melodía que sale de labios humanos? La respuesta: “La justificación por la fe, y la justicia de Cristo” (Elena G. de White, Review and Herald, 4 de abril de 1895). ¡Justificados ante Dios, por fe! ¡No hay otro camino! Escuchen las siguientes desafiantes palabras: “El único camino por el cual el pecador puede alcanzar la justicia es por la fe. Por la fe puede presentar a Dios los méritos de Cristo, y el Señor coloca la obediencia de su Hijo en la cuenta del pecador. La justicia de Cristo es aceptada en lugar del fracaso del hombre, y Dios recibe, perdona, justifica al arrepentido y creyente, lo trata como si fuera justo, y lo ama como ama a su Hijo. De esta manera la fe es contada por justicia; y el alma perdonada va de gracia en gracia, de luz a mayor luz. Puede decir con regocijo: ‘Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Elena G. de White, Review and Herald, 4 de noviembre de 1890).

En paz con la ley

Al continuar nuestro intento de identificar la clave divina para la terminación de la obra, notemos que la clara enseñanza de Pablo de que el pecador es contado justo por la fe en la justicia de Cristo, y no por ninguna obra de la ley que el pecador haya realizado (y entiendo que esto significa antes o después de haber sido justificado), de ninguna manera disminuye la autoridad, la santidad, o la centralidad de la ley moral en el gobierno universal de Dios. En realidad, dice: “¿Anulamos la ley por la fe? De ninguna manera. Antes bien, la establecemos” (Rom. 3:31). No negamos anteriormente la verdad de este versículo. Solamente lamentamos que tantos de nosotros en los últimos noventa años, hemos querido pasar ligeramente sobre el versículo 28 y llegar al versículo 31 con un profundo suspiro de alivio, pues ahora estamos de vuelta otra vez con algo que apoya y sostiene el sábado y la ley. El proteccionismo de la ley dio origen a algunas de las controversias de la era de 1888 -la identidad de la ley de que se habla en Gálatas, la naturaleza del antiguo y del nuevo pacto, y qué significan éstas en relación con la justificación y la santificación.

Pero cuando volvemos a Romanos, notamos que Pablo ocupa todo el cuarto capítulo para describir la experiencia de Abrahán como un ejemplo clásico del Antiguo Testamento de uno que ha sido justificado por la fe. “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (vers. 5). Y sin embargo esa fe, acreditada a Abrahán como justicia, se reveló en la obediencia, no siempre perfecta, pero ciertamente un sincero intento de obediencia. Ya sea al abandonar su hogar a cambio de un destino extraño y no revelado, o al aceptar la circuncisión como una señal del pacto, o al creer en la promesa de un hijo, o cuando estuvo dispuesto para ofrecer a ese hijo, Isaac, el hijo de la promesa, como un sacrificio a pedido de Dios; en todo esto Abrahán reveló su fe por medio de la obediencia.

Pero Pablo insiste que no eran los hechos de obediencia los que se acreditaron a Abrahán como justicia. No, fueron la creencia de Abrahán, su confianza y su dependencia de Dios. Fue su aceptación de las promesas de Dios lo que fue contado como justicia: “Plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (vers. 21-25).

Luego viene el pasaje de paz y gozo de Romanos 5:1, 2: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”.

Estas benditas palabras de seguridad son seguidas por varias expresiones de comparación, “mucho más”, que culminan en el versículo 11 con la declaración de que los creyentes tienen derecho a gloriarse “en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación”. Esta última expresión en tiempo perfecto indica una acción completada en el pasado que tiene efectos permanentes en el presente. Es algo sobre lo que podemos basarnos. Está más allá de toda duda.

Por la manera en que él usa la comparación “mucho más” (vers. 10, 15, 17), Pablo está contrastando los malos efectos del pecado de Adán sobre la raza, con los efectos benéficos y gloriosos del don de la gracia de Dios en el hombre Jesucristo. El pecado de un hombre se extendió a todas las razas, pero la justicia de un hombre es completamente adecuada para reconciliar, justificar y llevar vida a muchos -en realidad a todos los que escogen creer. (Véanse los vers. 11-20.)

Una pregunta básica en nuestra investigación de la clave divina para la terminación de la obra (a la luz de los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14) es esta: ¿Qué posibilidad hay de que el creyente pueda tener paz con Dios por medio de nuestro Señor, y al mismo tiempo estar en enemistad con la ley moral de Dios? Parece apropiado aquí recordar el Salmo 119:165: “Mucha paz [shalom] tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo”. Esta evaluación del Antiguo Testamento está claramente apoyada por Pablo, como lo hemos visto en Romanos 3: 31. El Evangelio no significa ninguna amenaza a la santidad y perpetuidad de la ley. ¡De ninguna manera! El Evangelio es el que sostiene, el que restaura en el corazón del creyente el amor y la lealtad hacia la ley.

Bien, eso sonaba tan bueno a algunos que querían olvidar el llamado de la ley, y tan amenazador para otros que temían por la seguridad de la ley, que Pablo habló sobre este problema. Siendo que esta gracia, dijo, es un antídoto tan maravilloso para el quebrantamiento de la ley, y siendo que la ley es la suprema provisión del amor de Dios, ¿por qué no estimular a todos a que sigamos pecando -transgrediendo la ley más y más- de modo que más y más gracia salga del corazón amoroso de Dios? (Véase Rom. 6: 1.)

¡Un momento! Pablo dice al contestar su pregunta retórica: Si la gracia de Cristo nos llevó a la experiencia de estar muertos al pecado (siendo que somos bautizados en la muerte de Cristo -vers. 3), ¿cómo podremos seguir pecando en forma descuidada, irreflexiva, y reiterada? No permitiremos que el pecado sea nuestro dueño ahora simplemente porque se nos ha ofrecido la gracia en Cristo Jesús. Éramos una vez esclavos del pecado, pero Cristo nos liberó de ese yugo. Él nos ha librado del pecado por su gracia. Como resultado, ahora por nuestra elección, somos esclavos de Dios y el beneficio que cosechamos de hecho es la vida eterna (véanse los vers. 15-23).

Siendo que el beneficio de esta esclavitud a Dios produce como “fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”, estamos grandemente interesados en el pensamiento de que Cristo Jesús provee todo lo que necesitamos para que el pecador creyente sea “completo”.

Completos en Cristo

Todo lo que sea necesario para la salvación de los pecadores, ¡ya ha sido comprado y pagado completamente por Cristo Jesús! Para ser completos así, la provisión tenía que haber suministrado el remedio para todas las necesidades que los pecados de Adán y los nuestros han creado dentro de nosotros. Parecería que tal plenitud debiera incluir: el perdón de los pecados; la adopción en la familia de Dios; la crucifixión del viejo hombre de pecado; la liberación de la paga del pecado, es decir la muerte sin esperanza de resurrección; la liberación del “poder del pecado en la naturaleza que hemos heredado y cultivado; la aceptación ante Dios a través de los méritos de uno igual a la ley; crecimiento en la gracia; estar bajo la nueva conducción del Espíritu; desarrollar un ambiente que conduzca a la restauración de la imagen de Dios en el hombre, ya sea por una vida temperante y saludable, por la educación cristiana continuada, por la ecología, por el mantenimiento de la familia, o cualquier otra cosa. Y yo propongo como el proveedor totalmente suficiente de todos estos aspectos del Evangelio eterno, a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, Dios con nosotros: “Estáis completos en él” (Col. 2:10).

Hay muchas ilustraciones en la Escritura de esta gran verdad: 1) La provisión que Dios hizo de pieles para Adán y Eva (Gén. 3: 7, 21); 2) el arca para los creyentes en los días de Noé (Gén. 6-9); 3) Josué y el ángel (Zac. 3); 4) la vid y los pámpanos (Juan 15:1-12); 5) el divino vendedor y sus mercaderías totalmente suficientes (Apoc. 3:18-21); etc.

Esta provisión totalmente suficiente para nuestra salvación implica muchas de las divinas paradojas de las Escrituras. Estos pares de opuestos necesitan ser mantenidos en la divina tensión en que la Biblia las presenta, o de otra manera perderemos nuestras anclas de salvación y nos veremos impulsados a un extremo o al otro. No todos los que oyeron y aceptaron a Jesús en persona en aquel tiempo comprendieron todas estas cosas, sino que aceptaron lo que Él les presentó en su sencillez embriónica con una confianza y dedicación semejantes a las de un niño. Y El los bendijo con su plenitud desde el primer día de su aceptación.

Y ellos crecieron diariamente en la gracia. Fue tarea de los apóstoles, bajo la conducción del Espíritu, desarrollar los temas más complejos del Evangelio, que llegaron a ser “la verdad presente”, mientras la iglesia, en su primer momento totalmente judía, abría en forma vacilante las puertas a los gentiles a la vez que daba una limitada e indecisa despedida a las tradiciones judías.

Con respecto a la calidad de estar completos que el creyente tiene en Cristo, un artículo emocionante de la pluma de Elena G. de White apareció en Signs of the Times del 4 de julio de 1892. (Notemos que el año de publicación ubica a esta presentación como posterior al mensaje de 1888 -un mensaje diseñado por Dios para completar la obra del ángel de Apocalipsis 18: 1-4 para la terminación de la predicación del Evangelio eterno.) El punto principal del artículo, al que llega por la repetición de la frase clave de Colosenses 2:10, es que todos los requisitos de la salvación de los pecadores ya han sido completamente comprados por Cristo Jesús, y que en la aceptación infantil de sus “preciosas y grandísimas promesas” (2 Ped. 1: 4), el creyente es y será “completo en él”.

Todo el artículo es inspirador, pero un párrafo escogido será suficiente para nuestro propósito aquí:

“La perfección a través de nuestras propias obras es inalcanzable. El alma que ve a Jesús por la fe repudia su propia justicia. Se ve a sí misma como incompleta, su arrepentimiento como insuficiente, su fe más fuerte como debilidad, su sacrificio más costoso como escaso, y se hunde humillado al pie de la cruz. Pero una voz le habla desde los oráculos de la Palabra de Dios. Con asombro escucha el mensaje: ‘Estáis completos en él’. Ahora todo está en paz en su alma. Ya no necesita luchar para encontrar algún valor en sí mismo, algún acto meritorio por el cual pueda ganar el favor de Dios (Col. 2:10; 4:12).

“Mirando al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo encuentra paz en Cristo; porque frente a su nombre se encuentra escrita la palabra perdón y acepta la Palabra de Dios, ‘estáis completos en él’. Cuán difícil es, para la humanidad por tanto tiempo acostumbrada a dudar, captar esta gran verdad. Pero qué paz trae al alma, qué soplo vital. Al buscar justicia en nosotros por la cual podamos encontrar aceptación con Dios, miramos en el lugar equivocado, ‘porque todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios’. Debemos mirar a Jesús; porque ‘mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen’. Debemos encontrar nuestra plenitud al mirar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… Cuando el pecador tiene una visión de los incomparables encantos de Jesús, el pecado ya no es atractivo para él”.

Encontramos aquí otra vez la seguridad de la ley moral, la segura defensa contra cualquier versión de la “gracia barata”. Aquel que siente que la justicia justificadora de Cristo le concede licencia para pecar con impunidad, no ha visto nunca realmente el verdadero significado de la cruz del Getsemaní y del Calvario.

El tema dominante

Si la Iglesia Adventista del Séptimo Día fue realmente llamada por Dios a la existencia para dar el énfasis que hay en Apocalipsis 14 y 18 sobre el Evangelio eterno -¿quiénes lo están haciendo si no lo hacemos nosotros?-, todavía se encuentra ante una responsabilidad enorme. Esa responsabilidad es poner las buenas noticias gloriosas de la justificación por la fe en el frente, el medio y el final de sus presentaciones al mundo. Ese fue el llamado inspirado de la era de 1888, centrado en el Congreso de la Asociación General realizado en Minneápolis.

Por supuesto, nosotros damos a la justificación una especie de servicio de labios, pero tan a menudo queremos relegarla a un papel secundario -eliminarla de tal manera que la santificación pueda tomar la posición central y frontal. Esa parece haber sido nuestra posición dominante desde que los dirigentes claves se opusieron a Jones y Waggoner y comenzaron a dudar del ministerio de Elena G. de White en los años posteriores a 1888. Oramos por la esperada restauración de Dios en nosotros -que es una de las condiciones de la terminación de la obra-, pero parecemos incapaces o no deseamos aceptar el papel de la justificación por la fe en posibilitar tal restauración. Dios nos dio la clave de la obra terminada en 1888 -la clave del fuerte pregón del mensaje del tercer ángel. Hemos tenido demasiado éxito, demasiado a menudo y por demasiado tiempo en ocultar esa clave. ¡Permitamos que el mensaje glorioso de la completa aceptación de los pecadores penitentes por medio de los méritos de Cristo resuene fuertemente! La santificación acompaña a la justificación, pero la base de la aceptación completa nunca cambia. La obediencia, aun de los verdaderos creyentes, siempre está manchada, aunque más no sea por estos “corrompidos canales humanos” en los cuales debemos vivir hasta que el Señor venga. Siempre necesitamos el incienso de la justicia de Cristo para que nuestras oraciones, alabanzas y confesiones sean “enteramente aceptables’’. Cuando la ofrecemos a Dios veremos las respuestas a nuestras oraciones en la poderosa operación del Espíritu de Dios entre nosotros y en su acción a través de nosotros para lograr una obra terminada. (Véase Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 1, págs. 403, 404.)

Como pueblo de Laodicea, abramos nuestros corazones y permitamos que entre el Salvador. Él tiene todo lo que nosotros podemos necesitar. Sólo en El podemos ser completos. ¡No hay otro camino!

Sobre el autor: Gordon M. Hyde es director asociado del Departamento de Escuela Sabática de la Asociación General, y es responsable de la publicación del Folleto para Adultos.