¿Cómo respondería usted a la pregunta de qué factores serán más influyentes en dar prioridad absoluta a la evangelización total?

Un pastor que respondía a un cuestionario con respecto al desafío de los Mil Días de Cosecha dio una respuesta muy interesante: “La única herramienta realmente efectiva son los laicos adiestrados. El blanco no es ganar almas, sino adiestrar a ganadores de almas”.

Mi primera reacción fue exclamar: “¡Desde cuándo no es nuestro blanco como pastores ganar almas!” Unos pocos días más tarde, en un avión, llegué a comprender mejor lo que aquel pastor quería decir, y estuve de acuerdo con él.

El hombre que se sentó al otro lado del pasillo resultó ser un ejecutivo especializado en urbanismo de una conocida universidad, y me contó al comenzar a conversar que hasta hacía unos dos años él trabajaba en su carrera, pero la abandonó frustrado y se dedicó a vender productos para el hogar. Durante dos horas este hombre me tuvo con la boca abierta mientras me demostraba cómo funcionaba el plan de ventas de su compañía. Lo más importante que aprendí fue que no era su principal responsabilidad vender los productos de su compañía. ¡El recluta y adiestra a la gente que lo hace! Le pregunté por qué no vendía él mismo los productos, y me contestó que también lo hace. En realidad, es un experto y continuamente vende de casa en casa, pero su verdadero éxito, tanto financiero como en términos de crecimiento de la compañía, depende totalmente de su influencia para reclutar personas que quieran hacer del negocio de su compañía el suyo propio y adiestrarlos para hacerlo con éxito. La compañía está organizada de tal manera que una parte del éxito de estas personas llega a ser el de su jefe, y de esta manera, reclutando y adiestrando a otras personas, él está aumentando su esfera de influencia más y más, hasta que al fin podrá llegar a ser independiente y además rico.

Antes de que nuestra conversación terminara, observé dos principios básicos: 1) El hombre era un maestro en el arte de vender su producto, y 2) tenía éxito en reclutar y adiestrar a otros, reproduciendo en ellos su propia fórmula del éxito.

Nuestro buen pastor había escrito: “El blanco no es ganar almas, sino adiestrar a ganadores de almas”. Acusarlo de recomendar que nuestro trabajo como pastores no es ganar almas, es interpretarlo mal. Los pastores y los administradores debieran ser “súper ganadores” de almas, y además ser capaces de transmitir estas habilidades, esta consagración y esta preocupación y éxito a los miembros de la iglesia, para que puedan salir y multiplicar la cosecha. Este pastor comprende el modelo inspirado proporcionado por la señora de White en Obreros evangélicos: “Cuando trabaje donde ya haya algunos creyentes, el predicador debe primero no tanto tratar de convertir a los no creyentes como preparar a los miembros de la iglesia para que presten una cooperación aceptable. Trabaje él por ellos individualmente, esforzándose por inducirlos a buscar una experiencia más profunda para sí mismos, y a trabajar para otros. Cuando estén preparados para cooperar con el predicador por sus oraciones y labores, mayor éxito acompañará sus esfuerzos… Enseñen los predicadores a los miembros de la iglesia que, a fin de crecer en espiritualidad, deben llevar la carga que el Señor les ha impuesto -la carga de conducir almas a la verdad. Aquellos que no cumplan con su responsabilidad deben ser visitados, y hay que orar con ellos y trabajar por ellos. No induzcáis a los miembros a depender de vosotros como predicadores; enseñadles más bien a emplear sus talentos en dar la verdad a los que los rodean. Al trabajar así tendrán la cooperación de los ángeles celestiales, y obtendrán una experiencia que aumentará su fe, y les dará una fuerte confianza en Dios” (págs. 206, 211).