Las palabrasque Pablo escribe en 2 Timoteo 2: 20-24 las dirige al pastor Timoteo, a quien poco antes se refirió como “obrero”. Estos versículos hacen referencia al instrumento útil al Señor (vers. 21) que también es el siervo del Señor (vers. 24). Para que el siervo del Señor le sea útil debe limpiarse a sí mismo (vers. 21). Las instrucciones que Pablo da a Timoteo acerca de esta limpieza constituyen los principios morales y la ética del siervo útil al Señor.
- Significado de la palabra útil
El término útil no tiene el sentido que tal palabra adquiere en algunas conocidas frases modernas. Significa eficiente. La palabra griega que se traduce por útil (eújréstos), cuando se aplica a cosas, significa que es excelente o que presta servicio. Aplicado a personas significa digno, decente, honesto y correcto en sentido moral.[1] Expresa un alto grado de eficiencia y productividad, con lo cual, según Pablo, el siervo honra a su Señor porque está siempre dispuesto, listo para toda buena obra (2 Tim. 2: 21).
Definiendo, entonces, cuando Pablo habla del pastor como instrumento útil o siervo del Señor, se refiere a su honestidad y corrección morales unidas a un alto grado de eficiencia y productividad en sus trabajos misioneros.
- El siervo del Señor actúa en la casa grande
En el versículo 20 el apóstol Pablo comienza diciendo que en una casa grande hay utensilios para usos honrosos y utensilios para usos viles.
Hay comentadores que describen “la casa grande” como “el sistema completo del cristianismo”[2] y otros dicen que se refiere a “la profesa iglesia cristiana visible”.[3] Elena de White afirma que “la ‘casa grande’ representa a la Iglesia”.[4]
Pero ya había dicho a Timoteo que “la casa de Dios” o sea “la iglesia del Dios viviente” es “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3: 15). Escribiendo a los hebreos, confirma que nosotros somos la casa de Cristo si retenemos la confianza y la esperanza (Heb. 3: 6). Como en una casa cualquiera existen utensilios honrosos y utensilios viles, en la Iglesia también se da el caso de que pueda haber ministros para deshonra (2 Tim. 2:20), que no se han apartado de la iniquidad (vers. 19), y ministros para honra (vers. 20), que han aceptado a Cristo como fundamento de sus propias vidas (1 Cor. 3: 11), los cuales son edificados como un templo, para que more el Espíritu de Dios (1 Cor. 3:16). Estos ministros que actúan para honra de Dios, como siervos útiles al Señor, tienen una conducta ejemplar (1 Tim. 4:12) y, por esto, digna de ser imitada por otros obreros (2 Tim. 3:10).
- Se mantiene completamente limpio
El verdadero ministro no sólo limpia su vida una vez, sino que la mantiene constantemente limpia. El verbo ekkathaíró significa purificar, eliminar, limpiar completamente. Los ministros útiles al Señor deben limpiar completamente sus vidas de 1) la influencia de los que actúan para deshonra del Señor,[5] esto es, deben abandonar toda iniquidad,[6] y 2) deben limpiar sus vidas de las falsas enseñanzas que desvían de la verdad y conducen a la impiedad (2 Tim. 2: 16). “Él no debe aceptar teorías que, al recibirlas conduzcan a la corrupción. Debe purificarse a sí mismo de todo sentimiento ajeno a la justicia, los cuales al ser recibidos alejan de la segura Palabra de Dios hacia inestables invenciones humanas, hacia la degradación y hacia la corrupción”.[7]
Impiedad, iniquidad, degradación y corrupción son términos que describen una situación de inmoralidad.
La impiedad (asébeia) es lo contrarío de la piedad, por lo tanto, desconocimiento de Dios a través de una vida separada de El (Rom. 1:18, 19) y unida a los deseos mundanos (Tito 2:12). Los deseos mundanos incluyen la vanagloria de la vida y los deseos de la carne (1 Juan 2: 16, 17). Los deseos carnales equivalen a la intemperancia.[8] “La intemperancia inflama las pasiones y da rienda suelta a la lujuria”.[9] “Todos los que complacen el apetito malgastan las energías físicas y debilitan el poder moral”.[10] Las implicaciones de la impiedad son profundas, abarcantes y destructoras. Pone en peligro la sensibilidad moral,[11] la fuerza moral,[12] y el poder moral.[13] Un obrero inmoral no puede ser un siervo útil al Señor.
La iniquidad (adikía) es falta de equidad. Es injusticia (Rom. 1: 18) y la injusticia es hermana de la fornicación (Rom. 1:29). Por esto es lo contrario a la verdad (1 Cor. 13: 6), lo opuesto a la justicia (Rom. 3: 5) y es idéntica al pecado (1 Juan 5: 17).
La degradación y la corrupción atacan en forma directa la obra del pastor en sus dos objetivos básicos: 1) enseñar las Escrituras, y 2) salvar a los pecadores. La corrupción induce a “malinterpretar las Escrituras para mantenerse en sus iniquidades”.[14] La degradación de uno contribuye a la perdición de todos.[15] El siervo útil al Señor no puede ser corrupto ni degradado.
El pastor, para ser un siervo moralmente honesto y correcto, que cumple su misión con eficiencia y productividad, deberá estar limpio de aquellos sistemas ideológicos o de aquellas falsas enseñanzas que conducen al pecado y al adulterio. Su ética no puede basarse en la ética situacional y sus principios morales no se inscriben en la así llamada “nueva moral”.
La ética situacional se construye sobre los siguientes pilares: 1) Una determinada situación, 2) dentro de la cual el “yo responsable” 3) debe tomar una decisión moral 4) que sólo deberá estar regida por el amor.[16]
Dentro de esta ética no existe “lo bueno” o “lo correcto”. En lugar de éstos ha colocado “lo conveniente”.[17] La ética situacional está dispuesta a aceptar las leyes y los preceptos bíblicos sólo en el nivel de “máximas iluminadoras”, que el “yo responsable” utiliza o descarta al decidir en una situación. El relativismo de los principios en el cual éstos no son rectores de la conducta, produce una moral contraria a la que Dios revela en las Sagradas Escrituras y es, por lo tanto, antimoral. No hablamos de amoral ni de inmoral. La ética situacional es todavía peor. Es antimoral. En la moral bíblica es Dios quien decide cuáles son los principios que deben aplicarse a la conducta del hombre. En la ética situacional es el hombre quien toma esta decisión. Lo cual cumple las palabras que la serpiente dirigió a Eva: “seréis como Dios” decidiendo entre el bien y el mal (Gén. 3: 5).
Los principios de la moral bíblica deben ser mantenidos y practicados en amor.[18] El pastor, como siervo útil a su Señor, acepta los principios morales establecidos por Dios en forma de normas para su vida, y los cumple en amor. Vive una vida justa y piadosa (Tito 2:12), obediente y santa (1 Ped. 1: 14, 15), buena, y por esto, productora de buenas obras (1 Ped. 2: 12). El siervo útil a su Señor trabaja para la salvación y no para la perdición de sus semejantes. Por esta razón su vida nada tiene que ver con la ética de la perdición (Fil. 3: 17-19).
- Huye de las lujurias juveniles
Este es un principio importante en la ética de la salvación que sigue el siervo útil al Señor. Dos términos se destacan en este consejo del apóstol: huye (feúge) y lujuria (epithumia), (2 Tim. 2: 22).
La epithumia es un deseo vehemente e incontrolado que, a causa de esto, controla la conducta de la persona que lo posee. Por tratarse de incontroladas pasiones juveniles, incluye la ambición de poder, la vanagloria de la vida (1 Juan 2:16), el amor a las cosas del mundo (1 Juan 2:15), las rebeldías y los deseos sensuales (2 Ped. 2:10). Estas lujurias juveniles de nuevo indican una serie de pasiones que destruyen el servicio de un ministro. Entre ellos se destacan los deseos sensuales que pueden destruir completamente la utilidad del pastor, porque éstos son la base de la ignorancia de Dios (1 Tes. 4: 5), son el estímulo de la tentación que conduce al pecado y a la muerte (Sant. 1: 14, 15), y conforman la inmoralidad de la corrupción (1 Ped. 1: 4).
La única actitud correcta frente a las lujurias juveniles es huir de ellas. La palabra griega que se traduce por “huye” (feúge) significa escapar de un peligro, buscar seguridad. La corrección moral, la eficiencia y la productividad del siervo dependen de su segundad en Cristo, y esta seguridad será mayor cuanto más distante se encuentre el ministro de las tentaciones que produce la lujuria.
- Sigue la justicia, la fe, el amor y la paz
Si el pastor debía mantenerse completamente limpio de la iniquidad, es lógico que el apóstol ahora dé una instrucción positiva indicando que debe seguir la justicia, la fe, el amor y la paz.
La justicia (dikaiosúné) describe una condición aceptable delante de Dios y significa integridad, virtud, pureza de vida y corrección de pensamiento, sentimiento y acción. La justicia es lo opuesto a la iniquidad (Rom. 6:13), al pecado (Rom. 6:16) y a la inmundicia o impureza (Rom. 6:19).
La fe (pístis) significa confianza, fidelidad, digno de confianza, y puede denotar una actitud de la mente o un modelo de conducta. La fe como modelo de conducta refleja fidelidad y forma parte de la ética del siervo útil a su Señor.
En el momento histórico cuando el hombre no tiene fe (Luc. 18:8) y cuando, como consecuencia, se ha perdido la fidelidad, el ministro debe conservarlas. Una de las fidelidades a Dios que más se ha perdido en este tiempo es la fidelidad del matrimonio. Con las extrañas filosofías de la nueva moral que inducen a seguir una conducta “liberada”, la fidelidad del matrimonio se pierde de la vida humana, para permanecer sólo como un recuerdo de su pasado histórico. El ministro debe conservar la ética de la salvación que lo mantiene fiel a su Señor.
El amor (agápé) en los escritos de Pablo, no “permanece vago” como en la ética situacional de Joseph Fletcher.[19] Este amor está especificado en el Decálogo y constituye el espíritu en el que debe ser cumplido cada uno de los mandamientos. No es el amor vacío de la ética situacional. Está repleto de las órdenes de Dios y se hace vida en las acciones del siervo útil al Señor.
El amor (agápe) tiene que ver con los principios que rigen la voluntad y la acción. Por esto, amar a Dios es existir en una relación con El como la que existe entre un esclavo y su Señor (Luc. 17: 7-10). También es escuchar fiel y obedientemente sus órdenes (Mat. 6: 33). Por otro lado, el amor de Dios es la orientación de la soberana voluntad de Dios hacia el hombre (Rom. 9: 13, 25). Cuando se unen la soberanía de Dios y la obediencia del hombre en el amor, se produce una comunión indisoluble entre ellos (Rom. 8:35; 2 Cor. 13:11-14). Sólo el hombre que pertenece a la comunidad del amor puede tener la fe que obra por el amor (Gál. 5: 6). La permanencia en esta comunidad depende de la observancia de los mandamientos (Juan 15:10), porque el que ama a Cristo guarda sus mandamientos (Juan 14: 15), y el que guarda los mandamientos es el que ama a Cristo y será amado por el Padre y el Hijo (Juan 14: 21). En la ética de la salvación, el amor no es un principio indeterminado sino claramente especificado en el Decálogo. Los Diez Mandamientos fueron ley para el antiguo Israel, son ley para la comunidad cristiana del amor (Juan 14: 21; Rom. 8: 35), y serán ley para el nuevo reino de Cristo (Sant. 2: 8).[20]
La paz (eirene) también forma parte de los principios éticos que rigen la conducta del pastor. La paz como principio ético rige las relaciones. En primer lugar, se refiere al estado de seguridad que siente el alma cuando ha recibido la salvación en Cristo, pero también tiene un significado comunitario de sentido ético. El valor ético de la paz se basa en los siguientes hechos: 1) Así como Cristo es nuestra justificación (1 Cor. 1:30), también es nuestra paz (Efe. 2:14). 2) Como la ley especifica un modo de vida, también la paz describe un estilo de vida (Rom. 3: 10, 12, 17, 19). 3) La paz está al mismo nivel de la justicia (Rom. 14:17), 4) con ella se sirve a Cristo, 5) se agrada a Dios y se recibe aprobación de los hombres (Rom. 14:18). 6) La paz rige las relaciones matrimoniales (1 Cor. 7:15, 16), las relaciones entre los cristianos y las relaciones de éstos con Dios (Efe. 2: 17-19). La ética del siervo útil a su Señor impone al pastor una conducta que cultive las relaciones amistosas con sus semejantes.[21] Están excluidas, sin embargo, todas aquellas relaciones que, aunque parezcan amistosas, implican desobediencia a alguno de los preceptos divinos. Entre éstas se puede citar las relaciones amorosas fuera del matrimonio, pues, aunque parezcan amistosas, destruyen la armonía del matrimonio, separan al pastor de la perfecta comunión con la Iglesia y con Dios, lo inducen a la iniquidad y destruyen su propia seguridad espiritual interior. Todo esto elimina su honestidad y su corrección morales, destruye su eficiencia y su productividad en el trabajo misionero y finalmente lo transforma en un instrumento vil que deshonra a su Señor en lugar de ser un instrumento para honra y un siervo útil para el Señor.
- Evita las destructoras discusiones sobre doctrina
Pablo aconseja: “Desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos” (2 Tim. 2: 23, 24).
La palabra griega que se traduce por “desecha” (piraítou), tiene básicamente dos sentidos en el NT. Ambas expresan una actitud de cortesía sin debilidad, cuyo elemento principal es una clara y firme determinación. El primer sentido expresa una súplica que pide algo (Mar. 15: 6), o simplemente es usado para pedir disculpas (Luc. 14:18, 19). El segundo se usa para manifestar un rechazo firme que se expresa cortésmente. Este uso aparece en el ejercicio de la disciplina eclesiástica (1 Tim. 5:11) y cuando se ejecutan acciones relacionadas con la supervisión de la doctrina (1 Tim. 4: 7; 2 Tim. 2: 23).[22]
El pastor que desea mantener su honestidad y su corrección morales, aumentando constantemente su eficiencia y su productividad, deberá rechazar cortésmente, pero con firmeza, la participación en debates o disputas que, por la manera como se realizan,[23] resultan sin valor.
En 1 Timoteo 6: 3, el apóstol Pablo describe una de estas disputas doctrinales en la que alguien quiere introducir modificaciones a la doctrina. Esta discusión no debe ser aceptada porque su resultado es destructivo. En primer lugar, se trata de una innovación liberal que, por no conformarse a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, está negándolas. En segundo lugar, pretende modificar la doctrina que la Iglesia mantiene hasta ese momento. En tercer lugar, como la mayoría de las discusiones teológicas, se trata de una contienda acerca de palabras. En cuarto lugar, esta contienda no sigue la piedad y se realiza con un espíritu descontento y negativo.
Una discusión teológica en la que cualquier pastor introdujese enseñanzas contra la Iglesia y crease un debate contra sus propios hermanos revela que está envanecido, que nada sabe y que delira (1 Tim. 6:4). Él no es un instrumento para honra, no está santificado, ni es útil al Señor (2 Tim. 2: 21). El pastor que sigue la ética del siervo útil al Señor se limpiará de estas actitudes y no participará de tales discusiones. Ellas sólo producen envidias, pleitos, blasfemias y malas sospechas. Corrompen el entendimiento y privan de la verdad (1 Tim. 6:4, 5). ¿Podrían caber aquí las discusiones sobre justificación por la fe, sobre la santificación, sobre el santuario y otras, cuando en ella se toman posiciones liberales y se insiste en enseñanzas que reflejan un espíritu de rebeldía contra las autoridades de la Iglesia?
El siervo útil al Señor adoptará una posición que conserve las enseñanzas del Maestro y, con cristiana cortesía, presentará sus excusas por no tomar parte en tales discusiones. Sin embargo, estará dispuesto a participar en un estudio de la doctrina en el que se elimine esta forma negativa junto con sus consecuencias destructoras y se dé énfasis a una verdadera búsqueda de la verdad en la revelación, bajo el espíritu del amor y de la paz, como elementos integrantes de la ética de la salvación que él sigue y obedece.
Resumiendo, la conducta del pastor no se rige por principios decididos por él, ni tiene como objetivo la satisfacción de sus propios deseos o impulsos. Tampoco depende de las circunstancias, ni de las impresiones de una ética sin normas. Él está comprometido con Cristo como un siervo está comprometido con su señor. En su conducta, la voluntad de Dios es soberana. El pastor sabe que su honestidad, su corrección, su eficiencia y su productividad en la misión que Cristo le encomendó dependen de su vida moral. Por lo tanto, se regirá por la ética de la salvación para mantenerse constantemente limpio de cualquier tipo de inmoralidad, para estar libre de las lujurias juveniles, para seguir la justicia, la fidelidad, el amor y la paz; y para desvincularse de toda discusión negativa sobre doctrina cuyo objetivo no es tanto la búsqueda de la verdad, cuanto la crítica de la Iglesia y sus autoridades. Él vive con un solo objetivo en su mente: ser un siervo útil al Señor. Consagra a su servicio todo lo que desea, todo lo que aspira y todo su ser, porque sabe que cualquier desvío de la moral bíblica destruye su eficiencia y su productividad en la obra del Señor.
Sobre el autor: Rector del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología.
Referencias
[1] Konrad Weiss, “Jréstós”, Theological Dictionary of the New Testament, Gerhard Kittel, ed., Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1974, tomo IX, págs. 483-492. Citas de las págs. 483, 487, 488. De aquí en adelante será citado como TDNT.
[2] Adam Clarke, The New Testament, New York, Abingdon – Cokesbury Press, 1832, tomo VI, pág. 631.
[3] A. R. Fausset, R. Jamieson, D. Brown, A Commentary Critical and Explanatory on the Old and New Testaments, Grand Rapids, Zondervan Publishing House, sin fecha, tomo II, pág. 425.
[4] E. G. de White, Review and Herald, 28 de febrero de 1901.
[5] 2 Timoteo 2:20.
[6] 2 Timoteo 2:19.
[7] E. G. de White, Review and Herald, 5 de febrero de 1901.
[8] E. G. de White, Manuscrito 74, (1903).
[9] E. G. de White, Testimonies, tomo 4, pág. 31.
[10] E. G. de White, Consejos sobre el Régimen Alimenticio, ACES, 1969, pág. 191.
[11] Ibid., pág. 37.
[12] Ibid., pág. 194.
[13] Ibid., pág. 191.
[14] E. G. de White, Counsels on Health, pág. 623.
[15] E. G. de White, La Educación, pág. 234.
[16] Joseph Fletcher, Situation Ethics, Philadelphia, The Westminster Press, 1967, págs. 26-33.
[17] H. R. Niebuhr, The Responsable Self, New York, Harper and Row, 1963, págs. 60, 61.
[18] Paul Ramsey, Deeds and Rules in Christian Ethics, Edinburgh, Oiver and Boyd, Ltd., 1966.
[19] Paul Hessert, New Directions in Theology Today, Philadelphia, The Westminster Press, 1967, tomo V, pág. 158.
[20] Ethelbert Stauffer, “Agape”, TDNT, tomo I, págs. 21-55, citas de las págs. 44, 45, 49, 50, 52.
[21] Newport J. D. White, The First and the Second Epistles to Timothy, en The Expositor’s Greek Testament, W. Robertson Nicoll, ed., Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1976, tomo IV, pág. 168.
[22] Gustav Stáhlin, “Aitéó”, TDNT, tomo I. págs. JJ1-195, cita de la pág. 195.
[23] Heinrich Greeven, “Zetéo, Zétesis”, TDNT, tomo II, págs. 892-896. Cita de las págs. 893-894.