Cuenta Virgilio, el célebre poeta romano, que la ciudad de Troya cayó luego de diez años de asedio como consecuencia de una ingeniosa estratagema.
Dice en La Eneida que los troyanos contemplaron con asombro cómo los griegos desmantelaron sus posiciones y, luego de reunir pertrechos y vituallas, se hicieron a la mar. La playa quedó desierta. Allí sólo había ahora un imponente caballo de madera construido por los griegos.
Cuando los habitantes de la ciudad de Príamo vieron que ya no había enemigos, abrieron las puertas y salieron de la ciudad. Troya comenzaba a respirar tras un largo luto.
Muchos se congregaron al pie del imponente caballo, donde comenzó una animada discusión. Había quienes sugerían que se introdujera aquella imponente mole en la ciudad, en tanto que otros querían que se la arrojara al mar. Laoconte, el sacerdote de Neptuno, se opuso a que se lo introdujera en la ciudad, pronunció un encendido discurso contra esa idea y hasta lanzó un venablo contra los flancos del caballo.
Pero los griegos no habían previsto que su plan quedara librado a las suposiciones y conjeturas de los troyanos. Pronto apareció Sinón, un griego que fue conducido por unos pastores troyanos a la presencia del rey. Las invectivas de Sinón contra Ulises, las palabras que pronunció contra los griegos, y sus súplicas, finalmente, convencieron a Priamo. Fue a Sinón a quién el rey le preguntó candorosamente cuál era el motivo de tamaña obra. Sinón fingió revelar un gran secreto, y convocando todos los males sobre sí, si es que mentía, respondió que los aqueos habían construido el caballo en honor de la diosa Minerva, para que los protegiera al regresar a Grecia. Añadió que había sido hecho de ese tamaño para que los troya- nos no pudieran llevarlo dentro de la ciudad y así pudieran recibir las bendiciones de la diosa.
El argumento de Sinón, la súbita muerte de Laoconte, la engañosa lejanía de los griegos y la maraña de credos se conjugaron para convencer a los habitantes de Ilion. Y, finalmente, los troyanos, luego de destruir una parte de la muralla, lograron introducir el caballo en la ciudad.
Cuatro veces se paró la máquina enemiga en el mismo umbral de la puerta. Cuatro veces se oyó resonar en su vientre el crujido de las armas. Pero nada los detuvo. Siguieron esforzándose y cantando himnos, como compelidos por un designio sagrado hasta que el caballo estuvo dentro de los muros de la ciudad.
Poco después la ciudad se entregó al reposo, disfrutando confiada la culminación del cruel y largo asedio.
Cuando las sombras de la noche cayeron sobre Troya, Sinón abrió el vientre del caballo que comenzó a vomitar soldados enemigos. Los barcos que no se habían alejado demasiado, sino que se habían escondido en la cercana isla de Tenedos, regresaron amparados por la oscuridad y se sumaron a las fuerzas que ya en el interior de la plaza hacían estragos. Cuando Ilion despertó de su sueño, ya era una ciudad tomada.[1]
Y así cayó Troya, la ciudad de Príamo y de Héctor.
Este episodio legendario puede ser útil para ilustrar uno de los peligros que amenaza al pueblo de Dios en este tiempo. El caballo de Troya es una perfecta parábola del enemigo exterior que burla toda defensa para incarse en el mismo corazón de un movimiento, amenazando, incluso, su identidad.
El fenómeno secularizador
Desde hace un tiempo preocupa a la iglesia el fenómeno secularizador contemporáneo. Secularización es un vocablo que describe los cambios profundos que se producen en el pensamiento y en la vida del hombre. Debemos reconocer que esta palabra elude definiciones simplistas. Por eso, digamos que entre las características involucradas están las siguientes: la declinación de la religión como factor modelador de la vida, el pensamiento y la conducta; la pérdida de la fe; el desarrollo de una forma peculiar de pensamiento, de una nueva mentalidad, caracterizada por el racionalismo, el relativismo, el pragmatismo y el positivismo, el empirismo y el existencialismo; la conformidad con el mundo, manifestada en la adaptación a los valores sociales y culturales contemporáneos.[2]
Debemos reconocer que hay ciertos aspectos de la secularización a los que podríamos considerar como positivos: la destrucción de la superstición y el desarraigo de los falsos dioses, el avance de la educación y de las ciencias.
Sin embargo, en el aspecto negativo amenaza a la fe por dos vías: haciendo que la verdad parezca relativa o irrelevante y desplazando los aspectos espirituales de la vida con el objetivo de que se logren metas seculares.[3]
Muchos de los que están abocados al estudio de la secularización se preguntan hasta qué punto este fenómeno es algo novedoso, o si por el contrario es tan viejo como el mundo.
Una lección de la historia
Creo que vale la pena considerar en este marco la influencia que tuvo el helenismo en el judaísmo durante el período intertestamentario.
Se denomina período intertestamentario a la sección histórica que comienza hacia el fin del Antiguo Testamento y se extiende hasta el principio del Nuevo Testamento (s. IV-I AC). El canon bíblico no nos proporciona información de ese lapso. Sin embargo, hay abundantes referencias extrabíblicas que, a los fines pretendidos, serán de mucha utilidad.
Si bien el imperio de Alejandro tuvo una vida corta, y se dividió poco después de su muerte, las conquistas culturales perduraron. En los años siguientes, luego de la muerte del conquistador, Palestina quedó sucesivamente bajo el dominio de los ptolomeos y de los seléucidas, pero en cada uno de estos casos la cultura siempre era griega.
Es sorprendente cómo en ese período los hebreos fueron seducidos por la cultura, el pensamiento y el estilo de vida heleno.
Poco a poco, esta influencia se fue manifestando en Palestina y en la diáspora, al punto de sustituir el idioma hebreo por el griego. Los judíos comenzaron a adoptar nombres personales griegos-ejemplo de esto son los de los rabinos Aptolemus, Alejandro, Antígono, Símaco y Teodocio. Entre los manuscritos del Mar Muerto se descubrieron papiros griegos. Hasta el mismo cuerpo talmúdico revela un alto grado de penetración, pues allí es posible encontrar entre 2.500 y 3.000 palabras del idioma popularizado por Alejandro. En contacto con el griego se llegaron a desarrollar fonemas y hasta un tipo de sintaxis que dio origen a ciertas raíces hebreas derivadas del griego. [4]
Fue en esta época que muchos jóvenes israelitas quisieron participar en los famosos juegos griegos. En estas actividades el deportista participaba totalmente desnudo, por lo que muchos judíos se sometían a una dolorosa operación para que no se percibiera la circuncisión, y por lo tanto pasara inadvertida su identidad y filiación religiosa. Sin embargo, a pesar de la medida no pudieron evitar las burlas de aquellos a los que querían imitar.[5]
La influencia de las ideas griegas se hizo muy marcada y se nota, especialmente, en los libros apócrifos. Entre ellos, Sabiduría de ben Sira (s. II AC), emplea cierto número de voces técnicas extraídas del platonismo y de la filosofía estoica.
Esta influencia era evidente no sólo en Palestina, sino en toda la diáspora. Filón, el pensador judío radicado en Egipto, llegó a estar profundamente influido por el grecismo. Jerónimo llegó a decir de él: “O Platón filoniza o Filón platoniza”.[6] Esta influencia se manifiesta claramente en este autor (Filón) cuando describe la educación de Moisés. Afirma, por ejemplo, que sus instructores egipcios lo adoctrinaron en aritmética, geometría, armonía y filosofía. Todas estas materias difícilmente fueron enseñadas por los egipcios, pero constituían el más alto nivel de educación según Platón.[7]
También es en esta época que nació el método alegórico de interpretación de la Biblia y posiblemente Filón sea uno de sus exponentes más destacados. Este método deja librado a la imaginación del intérprete el significado del texto, y su influencia se extendió más allá de las fronteras del judaísmo y llegó a afectar la temprana hermenéutica cristiana.
También aparecen en este período los conceptos religiosos de la preexistencia del alma y de la inmortalidad el alma.[8] Estos eran conceptos extraños al pensamiento veterotestamentario, pero característicos del helenismo.
Desde esa época en adelante, el judaísmo tuvo que convivir con ideas religiosas que no tenían su origen en la revelación divina, sino en conceptos humanos. Ni siquiera en la actualidad, con un conocimiento histórico más preciso de estas realidades, el judaísmo pudo recuperar la pureza de la religión del Antiguo Testamento.
Nuestro peligro
La seducción secularizadora que atrapó a los hebreos puede llevarnos a un terreno peligroso. Es lamentable el panorama de algunas iglesias contemporáneas que sólo mantienen la forma de la fe. Y sería dramático pensar que sólo podamos ser otra iglesia, únicamente una opción credal entre otras.
Este problema que afectó a los hebreos, también puede llegar a ser nuestro.
Recientemente, el educador Winton Beaven se refirió, en un artículo publicado en Adventist Review a la declinación de una filosofía de vida adventista entre los jóvenes. Señaló una disminución en la acción evangelizadora y la aparición de una generación cuyos objetivos no necesariamente involucraban los ideales de la iglesia. Desde su perspectiva, dos son los factores que produjeron esta condición: a) Los padres de esta generación fueron quienes primero perdieron los objetivos -pero nunca lo reconocieron-, y sus hijos percibieron la hipocresía; b) la generación actual ha sido seducida por la sociedad en que vive, especialmente por la televisión. De este modo, los valores sociales desplazaron a los de la iglesia, al punto que los estudios realizados demostraron que el hábito de ver televisión no difería significativamente con el de los hogares no adventistas. De este modo, los objetivos de los jóvenes adventistas llegaron a ser similares a los de sus pares no adventistas.[9]
En nuestro ámbito, una encuesta realizada hace tres años en una iglesia adventista del conurbano bonaerense demostró que en muchos hogares el culto familiar es sólo un breve formalismo, al que se le dedica cada vez menos tiempo. El período destinado al culto matutino, a las oraciones por los alimentos, al culto vespertino e individual, no llegaba a los veinte minutos, en tanto que el tiempo que se dedicaba a mirar televisión promediaba las cuatro horas. Esto puede llevarnos a desplazar el estilo de vida religioso, sustituyéndolo por uno secular. En ciertos púlpitos se nota un evidente silencio con respecto a las doctrinas fundamentales y distintivas de la iglesia, por ejemplo el Santuario, el espíritu de profecía, los períodos proféticos, etc. Este vacío puede conducirnos a una pérdida de sentido y de identidad. Daría la impresión de que hubiera desaparecido el tono de inminencia al referirse a la venida de Jesús, como si hubiera una especie de fatiga escatológica que minara la energía de la esperanza. No podemos negar que comienza a evidenciarse un aumento de los problemas matrimoniales y que el índice de divorcios está creciendo dentro de ciertos sectores de nuestra iglesia (aparentemente, esto es más evidente en las grandes ciudades). Tampoco podría pasar inadvertida la tendencia negativa de las vocaciones ministeriales. Por otra parte, hay un agigantamiento del institucionalismo que va en desmedro de la iglesia como movimiento misional y que por su dimensión y complejidad requiere cada vez más tiempo de atención por parte de los dirigentes eclesiásticos.
Ante este panorama podríamos caer en diferentes alternativas peligrosas. Una, quizá la más dramática, sería permitir que el flujo del pensamiento contemporáneo nos arrastrara con sus ideas. Otra, un tanto cómoda, sería ver la realidad pero esperar que las cosas se solucionen a su tiempo por sí solas. Una tercera actitud sería refugiarnos en la nostálgica concepción de sostener que “los tiempos pasados fueron mejores que estos” (Ecl. 7:10). Y no podría faltar la devaluación de estos conceptos considerándolos como exagerados e ¡relevantes.
Es vital un reconocimiento del problema. Este es el primer paso para lograr una enmienda definitiva, con el objetivo de luego hacer un estudio minucioso y, finalmente, proponer soluciones.
Conclusión
Hoy más que nunca necesitamos individuos semejantes a aquellos de la tribu de Isacar “entendidos en los tiempos y que sabían lo que Israel debía hacer” (1 Crón. 12:32), que desarrollen la fe del Cielo en la vida de la iglesia.
Recordemos que si bien un ardid ingenioso hizo caer a Troya, ésta sucumbió porque no hubo un Libertador. Sin embargo, el autor de la iglesia y el dador de la fe le concedió a ésta su protección al decir: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mat. 16:18).
Referencias:
[1] Virgilio, La Eneida (Madrid, Hyspamérica, 1982), pág. 34-51.
[2] Gottfried Oosterwal, “The process of secularizaron”, Meeting the Secular Mind (Berrien Spring, Andrews University Press, 1985), pág. 42.
[3] John K. Paulien, “The Gospel in a Secular World”, Ibid., pág. 32.
[4] Véase Encyclopaedia Judaica (Jerusalén, Keter Publishing House, 1971), t. 8, págs. 295-302; Charles Pfeiffer, Between Testaments (Grand Rapids, Baker Book House, 1963), págs. 67-70.
[5] Véase “Circumcision”, Encyclopaedia Judaica (Jerusalén, Keter Publishing
House, 1971), t. 5, pág. 568. A esta intervención se la denominaba epispasmia.
[6] Véase Encyclopaedia Judaica, t. 8, pág. 300.
[7] Ibid.
[8] Dijo Platón: “Además hay algunas partes del cuerpo, los huesos, los tendones y todo lo que es similar, que aunque aquél se pudra, son, valga la palabra, inmortales. ¿No es verdad? Sí. Y el alma, entonces, la parte invisible, que se va a otro lugar de su misma índole, noble, puro e invisible, al Hades en el verdadero sentido de la palabra a reunirse con un dios bueno y sabio”, en Fedón (Buenos Aires, Hyspamérica Ediciones Argentina, 1983), pág. 181.
[9] Winton Beaven, “What happened to the Dream?”, Adventist Review, 19 de junio de 1986, págs. 8, 9.