La gran comisión de S. Mateo capítulo 28 constituye la orden de marcha y acción no sólo para los apóstoles, sino para la iglesia de todos los tiempos. En un sentido lo era ya para la iglesia del Antiguo Testamento, invitada a levantarse y resplandecer mostrando la gloria de Jehová sobre todas las naciones.
Pero ahora, cuando el Mesías ha vencido y retomado su papel de sacerdote y rey, no sólo de Israel sino del universo, puede anunciar a los creyentes: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Sobre el fundamento de este poder omnipotente, la iglesia recibe la orden de ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La presencia constante de Jesucristo está prometida a condición de que se le obedezca y se proclame las verdades que El enseñó durante su ministerio terrenal. Así como El anduvo haciendo bienes y anunciando la salvación, cada discípulo debe imitar a su Maestro y anunciar las buenas nuevas. Su promesa “hasta el fin del mundo” da a la comisión una perspectiva escatológica que tiene particular significado para nuestra época: quienes hoy son discípulos de Cristo, deben ser fieles a la Misión; éste es su primer objetivo.
Misión, Seminario y mundo evangélico
Nos interesa particularmente la función de un Seminario en el contexto de esta misión, en la situación específica de la iglesia latinoamericana. Norberto Saracco[1] resume acertadamente los antecedentes históricos que necesitamos tener en cuenta. Sin detenerse en detalles, describe el origen de la educación teológica que llegó a nuestras tierras de la mano de los misioneros, quienes tenían como objetivo formar a los líderes nacientes. Inicialmente fueron pequeños grupos de estudiantes caracterizados por una profunda pasión evangelizadora y motivados por el deseo de llegar a conocer las bases de la nueva fe en las Sagradas Escrituras. Saracco advierte la tendencia independentista de estos nuevos estudiantes, que amenazó la estructura de las iglesias que representaban, y la reacción de las instituciones de educación teológica, que poco a poco se convirtieron en el centro escogido para moldear el liderazgo conforme a la teología e ideología de la iglesia madre. En este esfuerzo perdieron su visión misionera y asumieron el rol de perpetuar la estructura denominacional, de acuerdo con las características que traía desde el extranjero.
Las instituciones de formación ministerial se constituyeron, entonces, en centros estratégicos que necesitaban ser fortalecidos. En la década del 50 y a principios de la del 60 se aprecia la consolidación de las estructuras de educación. Por ejemplo, lo que hoy es el Programa de Educación Teológica del Consejo Mundial de Iglesias, en sus orígenes fue el fondo para la educación teológica (TEF), que tenía como principal objetivo proporcionar ayuda económica para el fortalecimiento de los Seminarios en el Tercer Mundo. Fue entonces cuando se levantaron edificios, se invirtió en Bibliotecas y se propició la preparación de profesores en los Estados Unidos y Europa. Las diferentes instituciones seguían el modelo europeo o norteamericano, sin percibir que la situación del contexto donde estaban era totalmente distinta.
Así, la iglesia latinoamericana conoció a sus primeros teólogos profesionales, para lo cual debió pagar el alto precio del elitismo. Simultáneamente a este fortalecimiento de la institución teológica, ocurre un debilitamiento de su principal razón de ser: la de motivar, capacitar y equipar al pueblo de Dios para el cumplimiento de la misión.
Saracco concluye estas consideraciones diciendo que mientras las iglesias se extendían y crecían a un ritmo acelerado, que desbordaba la capacidad de respuesta de las instituciones teológicas, el Seminario sentía que no necesitaba de la iglesia para sobrevivir y, por lo tanto, podía seguir una línea independiente de ésta. Como resulta fácil suponer, tanto la iglesia como los seminarios salieron perdiendo en este mutuo distanciamiento.
A partir de este punto, en la reunión de Quito, realizada en 1985, se trabajó en el análisis de nuevos planes y nuevos modelos para la educación teológica. Se reconoce que ya hay
un camino recorrido, con respecto particularmente a la educación por extensión. Sin embargo, se considera que el camino no está todavía totalmente cubierto. En una segunda reunión -esta vez en relación con la asamblea anual de la Asociación de Seminarios e Instituciones Teológicas (ASIT) realizada en Buenos Aires desde el 15 al 17 de octubre de 1985- se trabajó a partir de la misma inquietud bajo el tema: “Nuevas perspectivas para la educación teológica en Latinoamérica”.
En un momento del análisis de la situación actual, en la reunión de Quito, al estudiar cómo acercar el círculo a la realidad de la iglesia, se sugirió: 1) ubicar la educación teológica en la iglesia local; 2) incorporar a pastores al cuerpo de docentes de los Seminarios. Todo esto con el objetivo definido de cambiar el enfoque verticalista de una educación teológica con un currículo proveniente de los especialistas, a menudo desconectados del quehacer de la iglesia local. Orlando E. Costas estuvo presente en la reunión de Quito y se refirió a la estrecha relación que existe entre la educación teológica y la misión de la iglesia.[2] La misión da origen a la educación teológica y a la vez es influida por ella. En otras palabras, el objetivo de la educación teológica es la capacitación del pueblo de Dios para el servicio del Reino.
De acuerdo con este principio fundamental, la iglesia cumplirá su tarea docente en la medida en que, por cuenta propia o en cooperación con otras de la misma región o ciudad, establezcan programas que ayuden a todos sus miembros a descubrir y ejercer sus dones en el desarrollo de diferentes ministerios. Costas agrega que un reenfoque de la educación teológica no debe ir nunca en menoscabo de la profundizaron teológica y del análisis científico de la realidad socio-económica, política y cultural del medio en el que actúa la iglesia.
Teología y misión
Existe el peligro de que los estudios teológicos se tornen teóricos o se alejen de la realidad que está viviendo la iglesia. Por eso es necesario tener claro lo que es fundamentalmente la teología. Las palabras de Orlando Costas lo dicen de una manera apropiada:
“La teología no es una disciplina abstracta, sino el estudio de la actividad de Dios. El que teologiza brega con lo que Dios hace, no meramente con lo que Dios es. La aprehensión del ser de Dios se deriva de su actividad dinámica. Por ello, toda verdad teológica es producto de la actividad de Dios y no viceversa. Dicho de otra manera, la doctrina no es más que una reflexión sobre el evento o la acción. De ahí que en la Biblia la acción siempre precede a la doctrina. Prueba de ello son los numerosos incidentes, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que forman el trasfondo para las grandes doctrinas bíblicas. Por ejemplo, el Dios cuya voluntad se da a conocer en las tablas de la ley, es el Dios que primeramente ha actuado en la creación, en el llamamiento de Abrahán y en el éxodo. Asimismo, no es hasta después del Calvario que se desarrolla una doctrina de la cruz.
“Lo dicho implica que toda verdad teológica tiene un carácter funcional, y por consiguiente, se mueve hacia un fin. El fin de la teología es el conocimiento de Dios, pero no un conocimiento abstracto del ser de Dios, sino de la persona de Dios como Señor y Salvador. En otras palabras, la teología tiene un propósito soteriológico. Ese propósito se hace claramente evidente cuando examinamos las características distintivas de la teología, o sea: las verdades que se derivan de la acción de Dios en la historia”.[3]
Jesús es el revelador enviado. No es una teoría de la revelación, sino una persona que habla a los hombres siendo él mismo una realidad viviente. El enviado del Padre es el Verbo hecho carne, o la palabra hecha acción.
Los apóstoles son enviados con un mensaje que anuncia el misterio de la salvación. Tampoco se trata de una teoría, sino de un mensaje que interpela a los hombres, poniéndolos frente a la persona de Jesucristo el Salvador.
Todo creyente es enviado a proclamar las buenas nuevas de la salvación por medio de
alguien que vive y desea actuar en la existencia de cada ser humano. Esta es la misión de cada creyente y es la misión de la iglesia. Aquí son apropiadas las palabras de Mario Veloso cuando comenta la idea paulina con respecto a la misión:
“Según Pablo, la misión se ejecuta en un doble misterio. Primero, anunciar el Evangelio a todos los incrédulos; segundo, iluminar o aclarar ese Evangelio a todos: incrédulos y creyentes. Para Pablo están unidas en una misma persona las actividades que el cristianismo occidental ha dividido en tres: El misionero, el evangelista y el teólogo. El misionero lleva el Evangelio a los lugares distantes; el evangelista, a los incrédulos cercanos, y el teólogo explica las verdades de la revelación adaptándolas a la vida de su generación. El misionero trabaja en países distantes, el evangelista en salones de conferencias, y el teólogo en el aula de una universidad. Generalmente se los considera como profesionales con tareas específicas, independientes entre sí y separados de los miembros laicos, pero Pablo no los separa porque para él una misma persona es al mismo tiempo misionero, evangelista y teólogo; y, además, un laico también puede y debe cumplir estas tres áreas. Todos los creyentes tenemos que anunciar el Evangelio, y todos tenemos que explicar la verdad a incrédulos y a creyentes.[4]
Seminario y misión
Desde el comienzo de su trabajo en Sud- américa en la última década del siglo pasado, la Iglesia Adventista miró como tarea de primera importancia la creación de Seminarios para la formación de sus pastores y misioneros. Comenzando con cursos a nivel secundario, se llegó a ofrecer en puntos estratégicos del continente los cuatro años del bachillerato superior, con programas que reflejaban tanto los contenidos de cursos semejantes dictados en los Estados Unidos, como asignaturas que reflejaban situaciones particulares de la evangelización y la obra pastoral latinoamericana.
Nuevas inquietudes en torno de la educación teológica comenzaron a manifestarse a fines de la década del 50. Los programas de estos cursos de cuatro años de nivel terciario fueron ajustados con dos objetivos paralelamente presentes: elevar el nivel de capacitación intelectual y teológica, sin disminuir el lógico compromiso del Seminario con la tarea pastoral y evangelizadora de la iglesia. Con mayor o menor éxito, este equilibrio se consiguió según el grupo de profesores que componía el equipo docente de las instituciones de Perú, Chile, Argentina y las dos sedes brasileñas.
Unos diez años más tarde, los ojos de los responsables de la capacitación teológica se volvieron hacia los estudios de posgrado. Era necesario y conveniente preparar en ese nivel a un mayor grupo de pastores. Los beneficios de la educación estadounidense y europea alcanzaban sólo a unos pocos, y los conocimientos adquiridos en esos países no siempre podían aplicarse a la realidad sudamericana. El anhelo de extender a un mayor número de pastores la educación teológica de posgrado y la necesidad de acercar la educación teológica a la realidad de la iglesia sudamericana, fueron los dos móviles impelentes en los proyectos y planes que comenzaron a concretarse durante la segunda parte de la década del 70.
El 3 de octubre de 1978 el “Board of Graduate Theological Education” de la Asociación General de la Iglesia Adventista aprobó la creación de un Seminario, sobre la base de las instituciones teológicas ya existentes, para ofrecer un programa de estudios teológicos de posgrado. Al nivel de magister, iniciado en enero de 1981, se agregaría más tarde el nivel doctoral. ¿Sería este Seminario otra institución teológica de corte clásico? ¿O tendría desde su base una estructura equilibrada en los fundamentos de la teología y de la misión? Con la ayuda del Reglamento Interno del nuevo Seminario procuraremos dar respuesta a este interrogante.[5] Antes, llamamos la atención del lector al hecho de que analizamos el problema ocho años antes que ocurrieran las reuniones mencionadas de Quito y Buenos Aires.
Un Seminario en misión
El Seminario Adventista de Teología (SALT) se organizó para preparar misioneros y pastores que sirvan a la iglesia: 1) como pastores del rebaño, 2) como evangelistas, predicadores de la Palabra, 3) como dirigentes de la iglesia.[6]
En teología, el SALT reconoce a la Biblia como única fuente de revelación, de donde la Iglesia Adventista ha extraído todas sus doctrinas, reconociendo que “la Biblia contiene un sistema sencillo y completo de teología y filosofía”.[7] Este Seminario se propone entonces cultivar un saber teológico que trata de contenido de la Sagrada Escritura en un contexto salvífico, para obtener una experiencia de fe en el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. En un espíritu de devoción y adoración, el creyente se aproxima a Dios, y en obediencia a su voluntad, al conocer su deber, acepta como suya la misión que Cristo encomendó a su iglesia.
No es entonces prioritario el saber teológico especulativo que organiza el conocimiento bíblico siguiendo una estructura filosófica. Lo principal es una interpretación bíblica de los hechos divinos, centralizados en el acto salvífico, para orientar la acción del creyente que se inicia en una relación personal con Jesucristo y se proyecta en su integración al cumplimiento de la Gran Comisión.
El SALT está construido sobre esta filosofía misionera. La iglesia es la continuidad de creyentes, dirigidos por el Espíritu Santo, que han aceptado la predicación del Evangelio como su única misión sobre esta tierra. Para alcanzar el mejor cumplimiento de esta misión, la iglesia desde los tiempos apostólicos ha necesitado preparar ministros, misioneros y pastores.
El SALT no se propone separar a los profesores de la acción misionera en la que se encuentra activa la iglesia, con el objetivo de que se dediquen a la preparación de los pastores. Más bien pretende que un grupo de ministros especializados (pastores-profesores), mientras trabaja activamente por la salvación de los hombres, también prepare nuevos pastores. Este fue el estilo de educación que siguieron los apóstoles, a través del cual los profesores de teología (Pablo, Pedro, etc.) eran pastores del rebaño y/o dirigentes de la iglesia en general.
Esta es también la idea expresada por Elena de White cuando aconseja: “Debiera haber hombres y mujeres calificados para trabajar en las iglesias y para instruir a nuestros jóvenes en líneas especiales de trabajo, para que las almas puedan ser llevadas a ver a Jesús. Las escuelas que nosotros establezcamos deberían tener en vista este objetivo y no deberían seguir el modelo de otras escuelas denominacionales”.[8]
Esta filosofía da a los profesores misioneros una perspectiva equilibrada para aportar en la búsqueda de solución a los problemas de la iglesia. Por medio de un análisis profundo de la realidad de la iglesia y de la realidad del mundo, el docente misionero también estudia e investiga con profundidad la revelación bíblica para descubrir en esa revelación de Dios las soluciones a los problemas que la iglesia enfrenta.
Es más fácil y “seguro” realizar la tarea de educar teológicamente siguiendo caminos ya conocidos (lo que siempre se ha hecho). El SALT no quiere dejar de lado la herencia teológica protestante y toda su contribución a la iglesia mundial, pero quiere realizar su trabajo en un contexto de misión.
El SALT desea que todos sus profesores tengan títulos doctorales en el área de su especialidad. Al mismo tiempo, sin embargo, desea que haya sido y sea un pastor de éxito. Mientras trabaja en la enseñanza, se espera que el pastor-profesor acepte una responsabilidad que lo mantenga integrado al programa pastoral evangelizador de la iglesia.
Una experiencia progresiva
Para quienes no están familiarizados con la estructura del SALT, presentamos en apretada síntesis sus actividades relevantes: Cinco escuelas o facultades de teología ofrecen el programa de bachillerato superior con cuatro años de estudio. Los lugares son los siguientes: en el Perú, la Universidad Unión Incaica; en Chile, el Instituto Profesional Adventista; en la Argentina, el Colegio Adventista del Plata; y en el Brasil, el Intituto Adventista de Ensino, en Sáo Paulo, y el Educandario Nordestino Adventista, en las proximidades de Belém de María. Estas cinco sedes tienen su respectivo director o decano, cuyo trabajo es coordinado por el rector con responsabilidad sobre la formación teológica en los ocho países meridionales de Sudamérica. Hay un currículo con características comunes a las cinco sedes que está adaptado en aspectos específicos a las necesidades particulares del área que se sirve.
En el nivel de posgrado se ofrecen desde 1981 en programas de verano, dos grados de magister en tres sedes. El magister en Teología y el magister en Teología Pastoral son ofrecidos en las sedes de Perú, Argentina y Brasil sur (Sáo Paulo). Desde enero de 1989 comenzará el programa doctoral en dos de estas sedes.
La experiencia adquirida hasta aquí ha sido riquísima. Por supuesto, todavía hay mucho que aprender. Quienes hemos acompañado este programa de Seminario en misión y hemos participado en su doble tarea (que en realidad es una sola) de preparar pastores mientras somos pastores, creemos que los resultados a largo plazo serán todavía mayores que los que ya estamos viendo.
Sobre el autor: es rector del SALT, con sede en Brasilia, Brasil.
Referencias:
1] Norberto Saracco, La búsqueda de los nuevos modelos de la Educación Teológica (Ponencia presentada en Co- nocoto, Ecuador, en ocasión de una reunión realizada a fin de reflexionar sobre el tema “Nuevas alternativas de Educación Teológica”. Este encuentro se realizó del 19 al 23 de agosto de 1985 por iniciativa de la Fraternidad Teológica Latinoamericana).
[2] Orlando Costas, Perspectivas para el futuro de la Educación Teológica (Quito, 19-23 de agosto de
1985).
[3] Orlando Costas, Hacia una teología de la evangelización (Buenos Aires, La Aurora, 1973), págs. 12, 13.
[4] Mario Veloso, Carta desde la prisión (Buenos Aires, ACES, 1985), págs. 52, 53.
[5] Reglamento Interno del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología, tercera edición, Brasilia, 1984.
[6] Ibid., pág. 42.
[7] Elena de White, Consejos para los maestros (Buenos Aires, ACES, 1948), pág 322.
[8] Ibid., Fundamentals of Christian Education (Nashville, Tenn., S.P.A., 1923), pág. 231.