Uno, dos, tres… Los ancianos y ancianas siguen el ritmo del profesor de gimnasia, saltan, mueven el torso, los brazos y las piernas, y lo hacen con soltura, dando tono a los músculos flácidos.
Por veredas, plazas y paseos, jóvenes y señoritas trotan, sudorosos por el esfuerzo, pero ágiles y livianos. Los siguen hombres y mujeres adultos y aun ancianos.
En los gimnasios, tan populares hoy, miles de personas se entrenan y usan toda clase de instrumentos para ejercitar los diversos miembros del organismo.
En un congreso de temas intelectuales se anuncia un recreo para hacer ejercicios calisténicos. Todos participan, para seguir luego, más descansados, con las deliberaciones de los temas.
Sin duda es ésta una nueva era, la era del ejercicio. En los programas de gran audiencia se anuncian los beneficios de un cuerpo en acción y en movimiento.
Comprender el valor del ejercicio y del descanso; considerarlos una prioridad en la vida diaria hará un gran impacto sobre la salud del pastor y de cada miembro de la iglesia. Añadirá una nueva dimensión al vivir, activará y reforzará el poder intelectual y creativo y mantendrá el organismo sano, fuerte y vigoroso.
“Dios hizo al hombre recto”, dijo el sabio Salomón, y esto es cierto en más de un sentido. El hombre es el único ser creado que tiene dos manos y dos pies y una postura erecta al caminar. Los monos tienen cuatro manos. Lo que permite el desplazamiento vertical del ser humano al caminar es el sistema óseo segmentado, con los músculos, tendones y nervios.
Es interesante estudiar cómo un hueso encaja en otro y permite el movimiento en una dirección. Otros, como los de la columna vertebral, pueden moverse en varias direcciones gracias a los discos que están en su estructura. Los huesos le dan estabilidad al cuerpo humano.
Para formar la estructura ósea y muscular necesitamos la materia prima que los alimentos contienen. Desde que la primera célula inicia el proceso de la vida se necesita la presencia de los elementos nutritivos, de los cuales dependerá el crecimiento y el mantenimiento del ser humano.
El calcio, el fósforo y el magnesio participan en la formación de los huesos y de los dientes ayudados por el sodio, el potasio y el flúor. Más de cuarenta elementos nutritivos son parte de esta maravillosa maquinaria humana, formando tejidos con proteínas, regulando las funciones con vitaminas y minerales, y usando la energía de los carbohidratos y de las grasas para ejercer esas funciones.
La alimentación es un factor esencial en el crecimiento y en el mantenimiento de la estructura ósea que constantemente se desdobla y se reforma. Investigaciones descriptivas han encontrado una diferencia en la densidad del enrejado óseo de los huesos en personas de 50 a 89 años que consumen una dieta omnívora al compararlos con los de la misma edad que tienen una dieta vegetariana. Las personas omnívoras habían perdido el 35 por ciento de la masa ósea comparada con la pérdida del 18 por ciento de los que seguían la dieta vegetariana.
Es interesante notar que en otros experimentos, los que consumían una dieta alta en proteínas (140 gramas) excretaban más calcio en la orina que los que consumían una cantidad menor (45 gramos). La densidad ósea era menor en las mujeres omnívoras. Esto puede indicar una mayor incidencia de osteoporosis en edad avanzada en las mujeres omnívoras.
Se ha dicho con certeza que “la acción es una ley de la vida”. Los efectos fisiológicos son admirables. Sin hacer ejercicio, los músculos y huesos pierden su integridad y su fuerza. Este es un problema que ha tenido que tomarse en cuenta en los viajes espaciales.
En el sistema digestivo el ejercicio tonifica los músculos que efectúan los movimientos peristálticos. Antes y después de comer deben evitarse los movimientos violentos. Pero los ejercicios moderados como el caminar son beneficiosos. Y el ejercicio no aumenta el apetito como muchos creen. No es por el ejercicio que la persona tiende a comer en exceso. En una encuesta, el 50 por ciento de los deportistas que participaban en carreras no tenían apetito por un período de media hora a una hora y media después de correr.
Para evitar malestares o accidentes debemos comenzar a hacer ejercicio gradualmente, si no estamos acostumbrados. Se calcula que antes de comenzar a trotar en serio una persona debe caminar vigorosamente por lo menos una media hora diaria durante un mes. El ejercicio violento y esporádico no cumple su misión.
Kenneth Cooper, un entusiasta portavoz de los ejercicios aeróbicos que ha entusiasmado a millones a seguirlos, ha dicho que los mejores ejercicios son el caminar vigorosamente, el trotar, la calistenia, la natación, el andar en bicicleta, además de deportes como el tenis y otros. El más efectivo y fácil es el caminar vigorosamente, si se hace en forma constante.
El ejercicio aumenta el intercambio de gases en los pulmones, desechando el dióxido de carbono y absorbiendo el oxígeno en la sangre para llevarlo a los tejidos. La respiración en las células es más completa y el oxígeno está disponible para los procesos meta- bólicos para usar mejor las calorías de los alimentos. El número de respiraciones aumenta, como también los latidos del corazón.
La circulación de la sangre se hace más vigorosa con el ejercicio. El corazón acelera los latidos, lo que impulsa la sangre más completamente a través de todo el cuerpo. Esto abre los vasos sanguíneos colaterales para alimentar efectivamente todas las áreas del organismo. Ayuda a fortalecer los músculos del corazón, que puede expulsar más sangre en cada latido. Los músculos de las piernas ejercen un movimiento de “ordeño” sobre las venas, que pueden entonces retornar mejor la sangre al corazón contra la fuerza de gravedad.
Se nos dice: “La acción constituye una ley de nuestro ser… La inacción es causa fecunda de enfermedades… Los de hábitos sedentarios deberían, siempre que el tiempo lo permitiera, hacer ejercicio cada día al aire libre tanto en verano como en invierno… En muchos casos [el] ejercicio es más eficaz para la salud que los medicamentos” (Elena G. de White, El ministerio de curación, págs. 181 a 184).
Para bajar de peso, el ejercicio en sí no ha sido tan efectivo. Sin embargo, en experimentos llevados a cabo en la Universidad de Loma Linda, el ejercicio combinado con una dieta hipocalórica resultaron más eficaces, para bajar de peso, que la dieta sola.
Las personas que combinaban la dieta y el ejercicio tenían menos apetito, desarrollaban una actitud más positiva hacia la vida y como grupo perdieron 2 kilos más, en promedio y por persona, que el grupo que no hacía ejercicio. Algunas personas en el grupo normalizaron la tolerancia a la glucosa durante este período.
A fin de determinar el efecto del ejercicio y la restricción calórica sobre una droga que provoca infartos miocardiales se hizo una investigación con ratas. La restricción calórica y el ejercicio en programas separados o combinados protegían a las ratas de los efectos de la droga.
No se debe comenzar un programa vigoroso de ejercicio si anteriormente no se ha hecho ejercicio. Un médico puede decirle si tiene el corazón sano y la presión normal. Debe comenzar a ejercitarse despacio de día en día. Pero haga ejercicio. Al comenzar a caminar vigorosamente y a trotar tómese el pulso. Siga estas instrucciones:
1. Tómese el pulso al levantarse. Se lo llama pulso de descanso, y varía normalmente entre 40 y 80 latidos. Digamos que es 64.
2. A 200 réstele los años que usted tiene por encima de veinte. Este será su pulso máximo. Por ejemplo, si usted tiene 45 años, 45 – 20 = 25; reste 200 – 25 = 175.
3. Reste de esta cifra su pulso al levantarse. 175 – 64 = 111.
4. Multiplique la nueva cifra por 0,6 (0.6 es una constante) 111 x 0.6 = 66.
5. Súmele su pulso al levantarse 64 + 66 = 130.
Este pulso de 130 latidos por minuto es el máximo que usted puede alcanzar a su edad al hacer ejercicio vigoroso como trotar, correr, andar en bicicleta y otros.
¿Cómo se puede despertar más entusiasmo en la iglesia para hacer ejercicio y conservar mejor la salud?
1.Entusiasme con su ejemplo a los miembros de la iglesia. Haga un programa de ejercicio para usted y su familia.
2. Desarrolle clases de ejercicios.
a. Calistenia o gimnasia para mayor bienestar físico.
b. Clases para trotar, y carreras.
c. Correr una maratón.
d. Otros deportes sanos.
3. Desarrolle un club de salud entre los jóvenes y también los adultos. Si no tienen gimnasio o cancha de deportes, busque un lugar donde puedan hacer ejercicio y jugar.
La responsabilidad de estos clubes es proveer diferentes actividades para su grupo y para la iglesia. Por ejemplo:
a. Chequeo regular de salud para la iglesia y la comunidad. Aprendan los jóvenes a tomar el pulso y la presión arterial; a pesar y medir la estatura y a determinar la condición física.
b. Planee campamentos para jóvenes.
c. Paseos para el sábado de tarde o el domingo.
d. Marchas, tenis en cancha, o tenis de mesa.
e. Natación, paseos en bote.
f. Paseos en bicicleta.
g. Paseos a la montaña para caminar grandes distancias.
4. Introduzca otras actividades como cultivar el huerto en su casa, la jardinería, las clases de cocina y las clases de salud.
5. Si hay profesionales en la iglesia como médicos, dentistas, enfermeras, nutricionistas, planee talleres de primeros auxilios, clases de anatomía y fisiología, talleres de fisiología del ejercicio y programas para la comunidad.
6. Planifique con la iglesia una feria de salud con diversas actividades para el público como películas, diapositivas, exposiciones, medición de algunos parámetros físicos. Apóyelas con demostraciones. Eduque a su iglesia para hacerlo.
En El ministerio de curación, Elena de White dice en la página 182: “Hay pastores, maestros, estudiantes y otros que hacen trabajo mental, que enferman a consecuencia del intenso esfuerzo intelectual, sin ejercicio físico compensativo. Estas personas necesitan una vida más activa. Los hábitos estrictamente templados, combinados con ejercicio adecuado, daría vigor mental y físico a todos los intelectuales y los harían más resistentes”.
¡Comience hoy la era del ejercicio en su vida! No está solo. Millones le siguen.