Luego de un minucioso análisis de los aspectos involucrados en los ritos de purificación, el autor elabora sus conclusiones
Mediante lo expuesto en los artículos precedentes, puede entenderse que los pecados confesados eran inscriptos en el santuario mediante la sangre de los sacrificios por el pecado. Sin embargo, desde una perspectiva tipológica, los pecados que se registran en los libros celestiales son, a menudo, pecados que no han sido confesados aún y que, de no mediar el arrepentimiento, merecerán el castigo de Dios (Isa. 65: 6, 7; Sal. 109: 14, 15; Ose. 7: 2; Ecl. 12: 14; etc.)[1] Entonces, ¿Qué valor pueden tener los registros de los pecados confesados y perdonados?
VI. La asunción del pecado y su erradicación de Israel
Gracias a los holocaustos diarios ofrecidos por la nación, el pecador disponía de cierto tiempo para reflexionar y traer su carga de pecado al santuario.[2] Así también el sacrificio de Cristo tiene un valor universal (1 Juan 2: 2; cf. Efe. 5: 2), y permite a los hombres disponer de cierto tiempo para arrepentirse del mal, antes que el juicio de Dios se produzca en el cielo (Heb. 9: 27, 28; 2 Cor. 5: 10). Pero, ¿qué pasaba cuando alguien se arrepentía y confesaba sus faltas, y qué lección debía dejarnos el registro sangriento que quedaba en el santuario, una vez que los ritos diarios hubieran concluido?
Cuando la sangre de los sacrificios por el pecado no era depositada en el interior del templo, el sacerdote debía comer la carne del animal y cargar la iniquidad (nasa’ ‘awon) del pueblo (Lev. 10: 17,18; cf. 6:16,23 (23,30)). Algunos autores que no han captado aún el sistema paradójico del culto israelita encuentran dificultades para traducir este pasaje. La expresión quiere decir literalmente “llevar (o cargar) la iniquidad’’.[3] Si se traduce unilateralmente “quitar la iniquidad’’,[4] no se explica sobre quién se pone el pecado. Esta expresión se usa en relación con Dios, el hombre y con el macho cabrío vivo, es decir, con seres vivientes, a veces, como paralelo de “ser culpable” (Lev. 5: 1, 2).
Cuando nasa’ ‘awon se aplica al autor de la iniquidad, siempre significa que la responsabilidad del mal no ha sido aún, o no puede ser, sacada del pecador.[5] Cuando se usa esta expresión, en relación con quien no ha pecado, puede significar que la falta es quitada del culpable y cargada sobre el que llega a ser de esta manera un intermediario o sustituto (Exo. 28: 38; Lev. 10:17). Algunas expresiones análogas reemplazan a veces ‘awon por pesha’ “rebelión” o por jata’, “pecado” (Gén. 50: 17; Lev. 19: 17). Cuando el objeto directo de esta expresión es el agredido, puede significar que el herido acepta las consecuencias del mal, sin tomar represalias (Gén. 50: 17).[6] Contrariamente, ello puede implicar el castigo o la venganza (Exo. 23: 21; Jos. 24: 19).[7] A veces las consecuencias del pecado podían afectar a los inocentes (Núm. 14: 33), al menos por cierto tiempo.[8] Pero lo que más sorprende es que varios pasajes afirman que, en ciertas ocasiones en las cuales el pueblo era perdonado, Dios asumía la responsabilidad de la falta cometida (Exo. 34: 7; Núm. 14:18).[9] Esto era admirablemente ilustrado mediante los ritos del santuario.
Como ya se ha visto, tanto la sangre como la carne de los sacrificios por el pecado eran “muy santos’’ (Lev. 6: 15, 18 (22, 25), pues eran el medio destinado para sacar el pecado del pueblo, cargarlo mediante la comida ritual sobre el sacerdote, y de esta manera transferirlo al santuario. Alguien debía, pues, asumir la responsabilidad del pecado, para que el perdón pudiera ser otorgado (cf. Lev. 4: 20, 26, 31, 35; 5: 10, 16, etc.). Por esta razón la expresión “llevar el pecado” está tan relacionada con el perdón. Sin embargo, cuando la sangre del sacrificio no llegaba al santuario, era “imputada” (yejasheb), “retribuida” al culpable (Lev. 17:4), de una manera semejante a lo que ocurría con la sangre humana derramada en un crimen.[10] La razón de esta relación cúltica entre estos dos derramamientos de sangre es evidente. El que derramaba la sangre de un hombre no podía expiar su falta mediante la sangre de un sacrificio (Núm. 35: 33). La sangre de los sacrificios efectuados fuera del santuario tampoco era aceptada para reemplazar la vida del hombre. Tal sacrificio era un acto de apostasía (cf. Lev. 17: 7), un acto de desprecio por el santuario de Jehová, único instrumento eficaz para otorgar la salvación, la paz y la bendición divina. Su sangre debía ser imputada al que lo había sacrificado,[11] pues la transferencia no podía hacerse sino en el santuario (cf. Lev. 17: 6, 11).
La sangre de todo sacrificio debía llegar al templo para que se pudiera realizar un intercambio de relaciones. El santuario era, por así decirlo, el depósito de toda relación cúltica del ser humano, y sólo por su medio el hombre podía ser aceptado y satisfecho en sus peticiones. Sin embargo, a diferencia del pueblo, y a veces del sacerdocio, el santuario nunca era purificado de sus propias faltas. El acto llevado a cabo por el sacrificio en su favor era un acto de vindicación. El santuario asumía -por así decirlo- la responsabilidad de los pecados perdonados al pueblo, sin ser jamás su causa.
Es interesante observar también que cuando se desconocía quién era el autor de un asesinato, los ancianos del pueblo más cercano debían testificar de su inocencia, y ésto mediante la expiación efectuada por la muerte de un animal (Deut. 21: 8).[12] Aunque aquí no hay derramamiento de sangre, ni se realiza el desnucamiento en el santuario, el principio es semejante al que encontramos en Levítico 16. Ello tenía lugar como atestación de inocencia. El pueblo que vivía más cerca del lugar del crimen era justificado por ese medio, y la sangre no le era imputada.[13] Pero el santuario era una representación del trono y del gobierno de Dios, y quien asumía la responsabilidad de todo pecado que allí era depositado por el sacrificio era el Dios que lo habitaba.[14]
Contaminar el santuario era además profanar el nombre divino (Lev. 20: 3).[15] El nombre de Dios representaba su carácter, sus atributos (Exo. 34:5-7; Sal. 111:9). Amar o temer su nombre era amar su manera de revelarse (Isa. 56: 6). Alabar y proclamar su nombre era anunciar su carácter (Deut. 32:3, 4; Sal. 113; 115: 1). Su nombre se encontraba, o moraba, en el templo (1 Rey. 8: 16-20: 9: 3) y, por extensión, en la ciudad de Jerusalén y en Sion, el santo monte (Isa. 18:7; 1 Rey. 14:21; 2 Crón. 6:5, 6).[16] Contaminar el santuario significaba pervertir los atributos de la Divinidad. Por la purificación del santuario en el Día de la Expiación, Dios hacía su nombre así verdaderamente magnífico (cf. Sal. 138:2, 3). No es difícil, por consiguiente, percibir el fondo teológico especial que tienen muchos pasajes que hablan de la purificación del pueblo y de Jerusalén (Isa. 4: 2-6; Eze. 36: 20-38; cf. Jer. 50: 20, etc.).
Pero ¿qué pasaba cuando el pecador no se arrepentía? Su pecado no era aceptado por la Deidad, y debía recaer sobre él como en los casos no perdonables de rebelión (Jos. 24: 19; cf. Exo. 23:21). Esta es la diferencia básica entre los pecados que son registrados sin que intervenga el perdón, y los que son inscriptos mediante la sangre del sacrificio. La asunción de los pecados que Dios perdona está claramente expresada en la frase: “¡Jehová! ¡Jehová!… nose’ ‘awon wapesha’ wejatabth, que perdona la iniquidad (que lleva (la responsabilidad de) la iniquidad), la rebelión y el pecado” (Exo. 34:7; Núm. 14:18; Sal. 32:5, etc.). Los pecados que Dios no asume[17] están contenidos en la siguiente declaración: “Y que de ningún modo tendrá por inocente al culpable”. Los registros sangrientos del pecado mostraban que Dios liberaba al pueblo de la carga del pecado, y que El mismo se hacía cargo de las consecuencias del pecado. Este no era el caso de los pecados inconfesos, los cuales eran, por así decirlo, una imputación a mano alzada contra Dios mismo y contra su carácter. Estos pecados debían recaer sobre el verdadero culpable para su condenación final.
También llama la atención que las palabras que se encuentran en Éxodo 34: 7 están en singular, y aparecen de nuevo en Levítico 16: 21 en plural.[18] Mientras que en el primer pasaje Jehová es presentado como llevando pacientemente la responsabilidad de los pecados del pueblo, en el segundo (Lev. 16) se ilustra la manera como el Señor se descarga de los pecados. El carácter de Dios y el de su pueblo son vindicados, y no queda otro responsable sino ‘‘el acusador” e instigador “de los hermanos” (Apoc. 12: 10; cf. Job 1:9, 10; 2:3). Los pecados perdonados al pueblo de Dios recaen así sobre su primera causa: Azazel,[19] en la figura del macho cabrío vivo que era enviado al desierto.
Es en este contexto que las palabras del salmista (Sal. 51:4 (6)) adquieren una significación especial: “Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio (y venzas cuando fueres juzgado)” (LXX; cf. Rom. 3: 4).
Conclusión
Dios lleva cuenta de los actos de los hombres, y los pecados de la humanidad son registrados con absoluta claridad en los libros del cielo. Sin embargo, en la figura del santuario, la sangre de los sacrificios enseñaba algo más que un simple registro de los pecados. Por este medio se mostraba que si bien Dios perdonaba a su pueblo, las consecuencias del pecado no eran eliminadas inmediatamente. Debía esperarse el Día de la Expiación para que el carácter de Dios fuera vindicado de toda acusación, y la justicia impartida a sus santos fuese manifestada al Universo (1 Cor. 4: 5).
Esto explica, al mismo tiempo, por qué debía purificarse el santuario sólo de los pecados perdonados a Israel durante el año: Dios había asumido las faltas de ellos en la figura del santuario. Los pecados inconfesos, en cambio, no podían ser aceptados por el santuario, puesto que atentaban seriamente contra la santidad divina, aunque no siempre se los percibiera así. Dios no acepta las murmuraciones (Núm. 14: 27-29; cf. 16: 41), ni las quejas de sus hijos, las cuales, quiérase o no, hacen a Dios mismo responsable de tales pecados. Por esta razón, los ritos de purificación del Día de la Expiación no expiaban el santuario de esta clase de rebelión. Dios no había tomado sobre sí la responsabilidad de perdonar estos pecados, y su justicia debía ser exaltada con la pena de muerte (Lev. 15: 31; véase Isa. 5: 16, etc.).
Por otro lado, nadie duda hoy que el pecado afecta no sólo a quien lo comete, sino directa o indirectamente a sus descendientes (cf. Núm. 14: 34), y, por ende, a toda la humanidad. Aunque no seamos responsables directos del pecado de Adán, como tampoco lo somos de los procesos inflacionarios o políticos de un país, ni de guerras atroces como las que han llenado nuestro mundo durante toda su historia, el pecado los afecta.
De este tipo de cargas que pueden pesar a veces muy fuertemente sobre los ¡nocentes, Cristo promete descanso y alivio (Mat. 6: 33, 34; 11:28-30). De ellas serán definitivamente liberados los hijos de Dios cuando desaparezca la muerte (Apoc. 21:4), y la creación entera también se libere de la esclavitud del pecado (Rom. 8:21-23).
En una perspectiva tipológica del Día de Expiación, puede verse que el honor y la santidad divinos, cuestionados desde la aparición del pecado, no serán totalmente restablecidos hasta que el juicio de Dios se ejecute en el mundo. O Dios es capaz de terminar con el pecado y la rebelión -la batalla decisiva ya la ganó en la cruz-,[20] o se perderá su reputación como Dios santo, justo y verdadero en el universo.[21] Es necesario, pues, que Dios venza (Sal. 51:4 (6); Rom. 3:4). Debe llegar el momento cuando los justos rescatados por la sangre del Cordero puedan unirse a las huestes celestiales en la vindicación final del carácter de Dios, cantando:
“Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos… pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado” (Apoc. 15:3, 4; cf. Apoc. 19: 1-8; 16:5- 7; etc.).
Referencias
[1] Ya en el Pentateuco se dice que esta clase de pecados no confesados llegan hasta el tabernáculo. Jehová escuchaba
desde allí -sus rebeliones llegaban a sus oídos (Núm. 11: 1; 12: 2; 14: 27, 28)-, lo cual más tarde se refiere también a la realidad celestial (2 Crón. 28: 9; Jer. 51: 9; Jon. 1:2; Apoc. 18: 5; cf. 2 Rey. 19: 22, 28; Gén. 6: 5; 18: 20, 21; 19: 13, etc.). La gloria de Dios desbordaba entonces los lugares santos, y aparecía por encima del tabernáculo a la vista del pueblo. La gloria entraba en acción y consumía, no las ofrendas -que el pueblo había rechazado-, sino a los rebeldes mismos (Núm. 11: 1-3; 16: 35, 42, 45-50; cf. 14: 10-12, 21-23; Lev. 10: 1-3; Isa. 66:15, 16, 24; Apoc. 20: 9, 10).
[2] La escuela judía de Shammai consideraba a los dos corderos (kevasim) ofrecidos en holocausto a la mañana y a la tarde como kovesh. Significaba que estos sacrificios “atenuaban” los pecados de Israel durante el año, hasta el Día de la
Expiación. K. Hruby, “Le Yom Ha-Kippurim ou Jour de l’Expiation”, en L’Orient Syrien, 10 (1965), pág. 413.
[3] Véase nuestro artículo anterior, La paradoja del sacrificio.
[4] H. Cazelles, “Le Lévitique”, en la Sainte Bible (París, Ecole Biblique de Jérusalem, ed. du CERF, 1958), pág. 138.
[5] Levítico 5:1, 17; 17: 16; 19: 8; 20: 17, 19; Números 14: 34; 18: 1, 23; Ezequiel 14: 10; 44:12, etc.
[6] Véase G. Von Rad, Teología del Antiguo Testamento (Salamanca, Ediciones Sígueme, 1978), pág. 341.
[7] Los términos hebreos que encontramos en estos pasajes son los mismos que en los pasajes anteriores. Aquí, como en otros casos, las traducciones occidentales han interpretado la expresión literal de “llevar la rebelión” o “el pecado”, con el significado de “perdonar”, “tolerar”, sufrir”, o “soportar la rebelión” o “el pecado”. Pero al hacerlo así, han debilitado el verdadero sentido de la palabra limitándola a un aspecto del mismo, pero ignorando el otro. Es a la luz del sistema levítico que éste puede ser verdaderamente apreciado.
[8] Véase nuestro artículo anterior en lo relativo al valor teológico del término nasa’ aplicado a la pena de muerte.
[9] Véase además Salmos 32:5; 85:3; Oseas 14:2 (3); Miqueas 7: 18. Para la traducción de estos pasajes recordemos la explicación dada en la nota 7.
[10] La expresión shapak dam designa once veces el derramamiento de sangre de animales (Exo. 29 12; Lev. 4: 7. 18, 25, 30, 34; 17: 13; Deut. 12: 16, 24, 25). El único caso empleado en el absoluto, sin embargo, como cuando se trata de la sangre derramada de los seres humanos, se encuentra en Levítico 17: 4. H. Christ, “Blutvergiessen in Alten Testament” (disertación teológica, Basilea, 1977), pág. 12 “Profane Schlachtung solí dem Betreffenden ais Blut’ angerechnet erden”, pág 13. “. . am Beispiel von Levíticus 17:4, der enizigen Stelle, welche das Schlachten eines Tieres und das Tóten von Menschen durch spk dm miteinander in Beziehung bringt . Das absolut gebrauchte spk dm bezieht sich nun aber immer nur auf das Vergiessen von Menschenblut”, ibid
[11] El sacrificio efectuado fuera del templo podía incluso no ser ofrecido como sacrificio por el pecado (Lev. 17: 5), pero su sangre llegaba a ser el testimonio de la falta del que lo había ofrecido.
[12] Las diferencias en el rito son, sin embargo, suficientemente claras como para no permitimos hacer una asociación absoluta con Levítico 16.
[13] Cf. H. Ringgren, Sacrifice in the Bible (London, Lutter- worth Press, 1962), págs. 36, 37; K. Hruby, ibid., pág. 43; A. Phillips, Deuteronomy, pág. 138.
[14] La sangre de un animal sustituto era dejada en el santuario. Y, por cuanto la sangre era “la vida de la carne” (Lev. 17:11), era como el espíritu que una vez exhalado al morir, vuelve “a Dios que lo dio” (cf. Ecl. 12: 7). Cf. E. Jacob, “Psuché”, en TDNT, IX, pág. 619. Aquí en el sacrificio relacionado con el santuario, se trata pues de una vida que ha sido sustituida por otra, y que se ha cargado con su mal.
[15] Levítico 18:21; 19:12; 20:3; 21:6; 22:32; Ezequiel 36:20-23; 39:7; 43:7, 8; Amos 2:7.
[16] El nombre de Jehová estaba también en el “ángel de Jehová”. quien podía reaccionar contra la rebelión de una manera semejante a la nube que moraba en el santuario (Exo. 23: 21).
[17] La expresión nasa ’awon es traducida por rabinos franceses, al menos una vez (Lev. 10:17) (sic), con la idea de “asumir la iniquidad”:”.. .on vous l’a donné pour assumer les fautes de la communauté”, M. Zadoc Kahn, La Bible (París. Librairie Durlacher, 1952), véase notas 7 y 9.
[18] J. M. Baumgarten, Studies in Qumran Law (Leiden, E. J. Brill, 1977), pág. 55: “The only place in the Bible where this order of threefold confession is found is Levíticus 16: 21”. En una nota agrega: “Exodus 34: 7, which has three words in the same order, is a list of divine attributes rather than a confession”.
[19] Azazel era un símbolo del diablo. Para un estudio detenido sobre todas las interpretaciones sugeridas del término a través de la historia, así como de los últimos aportes que tal vez resuelvan definitivamente su discusión, véase A. A. Treiyer, “Le Jour des Expiations et la Purification du Sanctuaire” (tesis doctoral, Estrasburgo, 1982), págs. 22-25, 40, 41, 196-247, 267-269.
[20] O. Cullmann, Christ et le Temps. Temps et Histoire, dans le christianisme primitive (Neuchátel, Delachaux & Niestlé, 1957), pág. 59. “Pourtant la guerre doit étre pour- suivie pendant un temps indéfini jusqu’au Victory Day’”. Se ha hablado también de escatología paradójica, la cual, según los apóstoles, ya ha llegado, aunque debe aún esperársela para el futuro, G. W. Mac Rae, “Heavenly Temple and Eschatology in The Letter to the Hebrews”, en Semeia, 12 (1978), págs. 188, 190. Esto se debe a que los apóstoles vieron terminada con Cristo la era de las sombras y de los símbolos del Antiguo Testamento, e iniciada la era de la realidad cumplida en Cristo que también debe tener su conclusión.
[21] T. Friedman, “Kedushah”, en Encyclopaedia Judaica (Jerusalén, Keter Publishing House, 1972), t. 10, pág. 866: “…biblical religion looks forward to the universal extension of the realm of the holy in the end of days so as to embrace the totality of things and persons”.