Para la iglesia en su conjunto, para las organizaciones, para la iglesia local, sus pastores y los laicos, es absolutamente necesario fijar prioridades y actuar conforme a ellas. No cabe duda de que Jesús tenía una prioridad clara y definida: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4: 34). Nada ni nadie pudo desviar a Jesús del cumplimiento cabal de lo que consideraba prioritario.

La Iglesia primitiva y los discípulos arribaron a una crisis ante la multiplicidad de tareas que se acumulaban, y que los mantenían muy ocupados a costa de desviarlos de lo prioritario. Afortunadamente reaccionaron, estudiaron la situación y llegaron a la siguiente conclusión: “No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, y sirvamos a las mesas… Buscad pues… siete varones… y nosotros persistiremos en la oración, y en el ministerio de la palabra’’ (Hech. 6: 2-4)[i]. Los apóstoles definieron las prioridades: 1) “El ministerio de la Palabra’; 2) decidieron que ellos se dedicarían enteramente a dicha misión prioritaria; 3) delegaron las otras tareas en un grupo fiel y capacitado de laicos.

¿Cuál es la gran prioridad para la Iglesia Adventista hoy? “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo… y entonces vendrá el fin” (Mat. 24: 14). “Por tanto, id, y doctrinad a todos… bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo’’ (Mat. 28: 19). No hay duda de que Cristo consideró que la tarea prioritaria de la Iglesia y sus dirigentes era la proclamación del Evangelio. ¿Qué opina el espíritu de profecía? “El Señor quiere que la proclamación de este mensaje sea la obra más sublime y grandiosa que se lleve a cabo en el mundo en este tiempo’’ (El evangelismo, pág. 17). “Debemos mirar bien de frente nuestra obra y avanzar tan rápidamente como sea posible en una guerra agresiva’’ (Servicio cristiano, pág. 100). ¿Qué dicen los dirigentes de la Iglesia?

Hace varios años que la Asociación General votó el documento sobre evangelización y terminación de la obra que fija la prioridad de la Iglesia. “La corriente vital de la Iglesia es la evangelización, sin él la Iglesia no puede existir. La Iglesia fue organizada para evangelizar, y su misión peculiar es llevar el Evangelio al mundo. Si permitimos que la primacía y centralidad de la evangelización compenetre cada acto de la Iglesia, siempre mantendremos las prioridades donde Dios quiere que estén. Cualquier actividad dentro de la Iglesia que amenace o sustituya a la evangelización es ciertamente un instrumento de Satanás, y es ilegítimo”. Es claro que Jesús, el espíritu de profecía, y la dirección de la Iglesia han establecido que la prioridad es evangelizar.

Evitando un peligroso y fatal error

En la implementación de la tarea prioritaria que es evangelizar, hay que evitar el grave error de atribuir esa responsabilidad solamente al pastor. Es común que los pastores trabajen arduamente y la iglesia permanezca inactiva, lo cual nunca fue el plan de Dios. El espíritu de profecía advierte enérgicamente tratando de evitar que se llegue a pensar que la obra de evangelizar es privativa de los obreros:

“No es propósito del Señor que se deje a los ministros hacer la mayor parte de la obra de sembrar las semillas de verdad” (Servicio cristiano, pág. 86).

“El predicador no debe tener el sentimiento de que debe encargarse por sí mismo de toda la obra de predicación, trabajo u oración” (ibid., pág. 88).

“La idea de que el ministerio debe llevar toda la carga y hacer todo el trabajo, es un gran error” (ibid.).

“Es un error fatal suponer que la obra de salvar almas depende solamente del ministerio” (ibid., pág. 87).

Lograr que los pastores y las iglesias crean que la obra de evangelizar y pastorear compete sólo al pastor ha sido y es una mortífera arma de Satanás, que ha logrado estancar y atrasar la terminación de la obra. Moisés cayó en el mismo error, pero su suegro Jetro, sacerdote de Dios, le aconsejó sin ambages: “No haces bien: Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el negocio es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo” (Exo. 18: 17, 18).

“Fue un golpe maestro de estrategia cuando el diablo tuvo éxito en dividir a la Iglesia en dos grupos definidos: los clérigos y los laicos. Esta división no existía en la Iglesia apostólica” (Roy Alian Anderson, The Shepherd Evangelist [ El pastor evangelizador], pág. 66).

¿Quién debe evangelizar?

¿A quién ha sido encomendada la Gran Comisión? Contesta el espíritu de profecía: “La iglesia es el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres. Fue organizada para servir, y su misión es la de anunciar el Evangelio al mundo. Desde el principio fue el plan de Dios que su iglesia reflejase al mundo su plenitud y suficiencia. . .

“Alguien debe cumplir la comisión de Cristo; alguien debe continuar realizando la obra que él comenzó en la tierra; y a la iglesia se le ha concedido este privilegio. Con este propósito ha sido organizada” (Servicio cristiano, págs. 20, 19).

Nunca fue el propósito de Cristo que la tarea de evangelizar fuera sólo de los ministros, sino de la Iglesia en su conjunto. Ese es el método correcto y la mejor estrategia: ‘‘Para ser fieles a nuestra herencia y estar a la altura de nuestra tarea actual, nuestra estrategia debe insistir en que la evangelización se considere como la responsabilidad de toda la iglesia’ (Sergio Franco, Evangelismo, un concento en revolución, pág. 43).

Aun destacados evangelizadores concuerdan con el concepto de que la misión evangelizadora corresponde a la Iglesia en su conjunto: “La evangelización no es obra para unos pocos especialistas. Evangelización es la obra que Jesús asignó a todos sus seguidores” (John Shuler, Public Evangelism [Evangelización pública], pág. 15). “El éxito en la evangelización depende no tanto de la habilidad de un evangelista, sino de la actividad conjunta de la Iglesia” (John Fowler).

La vocación evangelizadora de los laicos

En las grandes empresas divinas es una constante la participación del ser humano. Dios llamó a Noé para predicar y construir, a Moisés para liberar a su pueblo, en la toma de Jericó participó todo el pueblo, y cuando en Hai sólo participaron unos pocos sobrevino la derrota hasta que todos nuevamente participaron. “Los hombres son, en mano de Dios, instrumentos de los que él se vale para realizar sus fines de gracia y misericordia” (Servicio cristiano, pág. 16).

Cristo adiestró a los apóstoles y a otros grupos de creyentes para que llevaran el conocimiento del Evangelio a todo el mundo. Después de sanar al endemoniado en Gadara lo comisionó para que volviera a su comunidad y le dijo: “Cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo”.

En la Iglesia primitiva todos eran misioneros: predicaba Pedro pero también el laico Esteban. El Espíritu Santo usó a los apóstoles, pero también a Felipe, el diácono, a quien encomendó la delicada tarea de instruir nada menos que a un alto funcionario etíope. Era una iglesia en misión. La mayoría de las iglesias funcionaban en las casas de los creyentes, y la mayoría de los dirigentes locales eran laicos. San Pablo, hablando de los grandes temas de la redención, indica que Dios nos ha encomendado anunciarlo al mundo. “Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo a sí, no imputándole SUS pecados y puso en nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:19, 20). San Pedro hace referencia a la alta dignidad del hijo de Dios y a la misión que se le ha encomendado: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, PARA QUE ANUNCIEIS las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped.2: 9, el énfasis es nuestro).

El espíritu de profecía corrobora la vocación misionera de los laicos: “Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como misionero”. “El que llega a ser hijo de Dios ha de considerarse como eslabón de la cadena tendida para salvar al mundo”. “Todo el que ha recibido a Cristo está llamado a trabajar por la salvación de sus prójimos”. “El salvar almas debe ser la obra de toda la vida de los que profesan a Cristo”. Son todas gemas conocidas del libro Servicio cristiano, páginas 14, 16 y 17.

El verdadero papel del pastor

¿Cuál es el verdadero lugar del pastor en relación con la misión que debe cumplir toda la Iglesia? Él debe hacer evangelización, pues la orden de Jesús, “id, y doctrinad… a todos… bautizándolos” (Mat. 28:19), es también para él, y para todos los fieles. Pablo aconseja: “Que prediques la palabra… haz la obra de evangelista”. Pero jamás debe emprender la tarea solo, sino con toda la iglesia. Para ello debe ejercer un ministerio docente de capacitación e instrucción de los miembros de iglesia en las labores de evangelización pública y personal. San Pablo, en Efesios 4:12, indica cuál es la función principal del pastor: “En orden a la perfección consumada de los santos para la obra del ministerio” (Bover-Cantera). “A fin de que trabajen en la perfección de los santos en las funciones de su ministerio” (Torres Amat). El ministerio es función de todos los creyentes y es el ministro el llamado a preparar a los creyentes para que desempeñen sus labores evangelizadoras.

El espíritu de profecía destaca claramente que el pastor debe preparar a la iglesia para colaborar con él en la obra evangelizadora. “La mejor ayuda que los predicadores puedan dar a los miembros de nuestras iglesias, no consiste en sermonearlos, sino en trazarles planes de trabajo. Dad a cada uno un trabajo que ayude al prójimo. Enseñad a todos que, por haber recibido la gracia de Cristo, tienen el deber de trabajar por él. Especialmente a las personas que hace poco aceptaron la fe, debe enseñárseles a colaborar con Dios” (Joyas de los testimonios, t. 3, pág. 323).

“Los pastores no deben hacer la obra que pertenece a la iglesia, cansándose ellos mismos, e impidiendo que otros desempeñen su deber. Deben enseñar a los miembros a trabajar en la iglesia y en la comunidad (Historical Sketches [Notas históricas], pág. 291).

“[El pastor] debe educar personas que le ayuden… en toda la iglesia” (Obreros evangélicos, pág. 207).

“Cuando trabaje donde ya haya algunos creyentes, el predicador debe primero no tanto tratar de convertir a los no creyentes como preparar a los miembros de la iglesia para que presten una cooperación aceptable” (Servicio cristiano, pág. 89).

“Pero muchos pastores fracasan al no saber, o no tratar de conseguir que todos los miembros de la iglesia se empeñen activamente en los diversos departamentos de la obra de la iglesia. Si los pastores dedicasen más atención a conseguir que su grey se ocupe activamente en la obra y a mantenerla así ocupada, lograrían mayor suma de bien, tendrían más tiempo para estudiar y hacer visitas religiosas, y evitarían también muchas causas de irritación” (Obreros evangélicos, pág. 208).

Pastores y laicos unidos

La fórmula triunfadora para terminar rápidamente la obra es: “Vayan los ministros y los miembros laicos a los campos maduros” (Servicio cristiano, pág. 86).

“La obra de Dios en esta tierra no podrá nunca terminarse antes que los hombres y mujeres abarcados por el total de miembros de nuestra iglesia, se unan a la obra y aúnen sus esfuerzos con los de los pastores y dirigentes de las iglesias” (ibid., pág. 87).

Cristo, nuestro ejemplo, dedicó la mayor parte de su ministerio a enseñar día a día a sus discípulos cómo sanar, predicar, orar y cumplir la misión. Él nunca trabajó solo, siempre enseñaba y capacitaba.

El pastor de éxito no es el que trabaja arduo, pero solo, sino aquel capaz de reclutar, capacitar y poner en acción la mayor cantidad de miembros de iglesia, para luego emprender juntos la tarea. El pastor es como un general que recluta y entrena la mayor cantidad de soldados. Él sabe que solo no puede enfrentar las huestes enemigas. Por eso planifica y dirige la batalla, pero asistido por una buena cantidad de soldados bien motivados, adiestrados y armados con el mejor material.

El pastor de éxito es como un director de orquesta, que nunca podría tocar solo todos los instrumentos, pero enseña y dirige a los músicos de la orquesta. Es como el entrenador de un equipo deportivo. Sabe que él no puede jugar solo el partido, pero recluta y entrena a los jugadores. Es como el capataz de un grupo de trabajadores, él no puede hacer solo el trabajo, su tarea es dirigir y coordinar a un grupo de hombres que juntos hacen el trabajo.

“El propietario de una gran fábrica encontró una vez a su capataz en [ una] fosa… haciendo algunas reparaciones sencillas, mientras que media docena de obreros de esa sección estaban de pie a un lado, mirando ociosamente. El propietario, después de averiguar los hechos, para tener la seguridad de no ser injusto, llamó al capataz a su oficina y le entregó la cesantía con su salario. Sorprendido, el capataz pidió una explicación. Le fue dada en estas palabras: ‘Lo contraté para mantener a seis hombres ocupados. Encontré a los seis ociosos y a Ud. haciendo el trabajo de uno solo. Lo que hacía podría haber sido hecho igualmente por cualquiera de los seis. No puedo pagar el salario de siete hombres para que Ud. enseñe a seis de ellos a holgar’” (ibid., pág. 90).

Conclusión

La prioridad de la hora es evangelizar y terminar la predicación del Evangelio. Es necesario evitar el error de atribuir dicha tarea sólo a los ministros, pues la misión es para toda la iglesia, siendo que todos los creyentes han sido llamados a realizar la obra de evangelizar. El papel del pastor es dar el ejemplo y luego motivar y capacitar a los laicos para realizar juntos la tarea. La fórmula triunfadora sería: Cristo envía, el Espíritu Santo habilita, los obreros y los laicos unidos realizan la misión y triunfan por su poder.


Referencias

[i] Todos los textos bíblicos fueron tomados de la versión Reina-Valera de 1909