Fuimos creados por Dios, y él puede ayudarnos a que nos conozcamos mejor y más profundamente. Él sabe lo que significamos para él.

¿Alguna vez se ha sentido como si estuviera usando una máscara? A veces, al estar con los miembros de su iglesia, o conversar con directivos de la Asociación o con colegas, tal vez, imagine que debe ser diferente de lo que es para ser aceptado y reconocido. Es decir, en lugar de ser quien realmente usted es, constantemente está representando un papel porque necesita “encajar” o para impresionar a los demás.

En algún período de la vida, la mayoría de nosotros pasó por momentos así; quizás algunas personas vivan siempre así. En lugar de actuar de manera genuina, verdadera, decimos a las personas lo que ellas quieren escuchar; o, inclusive, hasta actuamos de manera contraria a nuestro modo de ser. No vivimos de manera auténtica.

Vivir y trabajar de esta forma es cansador, desalentador y limitante. Si alguna vez se sintió así, o piensa una cosa y su comportamiento refleja otra, va a terminar transitando los caminos de la incongruencia, y sentirá una disonancia que, ciertamente, lo incomodará con el pasar del tiempo. Finalmente, llegará a un punto en el que tendrá que tomar una decisión en relación con eso, a fin de poder lograr la armonía interna. Si continúa siendo incongruente, hay grandes chances de que sufra de una enfermedad física o mental. Obviamente, al vivir de ese modo, se verá impedido de desarrollar y alcanzar todo su potencial.

El opuesto de esta experiencia es vivir y trabajar con autenticidad. Cuando nos damos el permiso de ser quienes somos, podemos vivir libres de las ideas y las expectativas de los demás. Podemos escoger nuestro camino en la vida. Ser auténtico significa que nuestro comportamiento debe reflejar lo que pensamos y sentimos. Es vivir de acuerdo con los propios valores y objetivos (presuponiendo que están en consonancia con la Palabra de Dios), en lugar de los de otras personas, o de las presiones bajo las que se encuentra. Así, será honesto con usted mismo y con las personas que lo rodean, y asumirá la responsabilidad por todo lo que hace. Sus valores, ideales y acciones estarán alineados. Por esa razón, asumirá la responsabilidad.

Obstáculos a la autenticidad

En este mundo, la vida nos lleva a no ser auténticos. Pensamos que si nos escondemos detrás de máscaras, estaremos protegidos de ataques, decepciones, frustraciones y dolores. El mundo nos cobra más de lo que podemos dar. Entonces, para conformarnos con eso, vamos intentando ser quienes no somos. Cuando Jesús recomienda: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mat. 18:3), nos llama a ser verdaderos, espontáneos y auténticos como niños.

Desdichadamente, a medida que crece, el niño va aprendiendo que, para agradar a los adultos, no puede ser exactamente como es. Entonces, deja de ser auténtico por miedo a equivocarse; se exige a sí mismo ser perfecto. Muchas veces, queda paralizado por miedo a arriesgar y equivocarse. Por increíble que parezca, aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos. Solo quien se equivoca y usa esa experiencia como aprendizaje y medio de crecimiento, alcanza el éxito.

Otra razón por la que el niño deja de ser auténtico es el miedo de ser diferente. Ahora bien, nadie es igual a los demás. Necesitamos encarar el hecho de que somos únicos y especiales a los ojos de Dios. Una tercera razón es la falta de conocimiento propio. Usando máscaras, terminamos perdiéndonos a nosotros mismos y, muchas veces, ni siquiera sabemos ya quiénes somos. También, está la falta de planes y metas. ¿Hacia dónde estamos yendo? Quien no traza planes queda varado, esperando ver hacia dónde va todo el mundo, para entonces seguirlo. Finalmente, tenemos la impulsividad. La persona impulsiva no piensa en lo que va a decir o hacer. Simplemente actúa y, con frecuencia, se arrepiente enseguida. La persona impulsiva es altamente responsiva a todo, sin crítica, sin censura, no tiene dominio propio, que es adquirido cuando nos conocemos a nosotros mismos.

Por qué ser auténtico

No es fácil vivir con autenticidad, especialmente con todas las exigencias que soportamos por ajustarnos a determina- do perfil; actuar de determinada manera, “como todos hacen”; o convivir con la sentencia: “Si no cambia, nunca saldrá del lugar en que está”. Muchas veces, el ser auténtico significa que alguien sigue en dirección contraria a la que todos se dirigen; es decir, la persona queda en evidencia, pero de manera impopular. Eso la expone a la posibilidad de ser lastimada por otros y de tener que andar por el camino más difícil. Para usted, tal vez, eso signifique perder algunas oportunidades, o que le lleve más tiempo alcanzar sus objetivos. Por otro lado, a largo plazo, surgirán más oportunidades, que no aparecerían si continuara usando máscaras, viviendo en conflicto con usted mismo, inseguro, vacilante.

Vivir con autenticidad es mucho más recompensante que una vida en el escondrijo de las máscaras. Al ser auténtico, no tiene que preocuparse por lo que dice o a quién se lo dice, o por su manera de actuar, siempre que actúe correctamente. Vivir con autenticidad significa tener motivaciones correctas y poder confiar en ellas para hacer lo que hace.

Al ser auténtica, la persona se desarrolla mejor, porque posee características como, por ejemplo:

Confianza y respeto. Cuando usted es verdadero, sin máscaras, no solo confía en su juicio y en sus decisiones, sino también las demás personas confían en usted, respetándolo por el hecho de ser transparente en sus valores y creencias. No cambia de opinión solo para estar bien con los demás.

Integridad. La autenticidad también implica integridad. No duda en hacer lo que es correcto. Quien es, lo que hace y en lo que cree: todo eso está alineado. Las personas saben qué esperar de usted.

Habilidad para resolver conflictos. Cuando es honesto con usted mismo y con los demás, tiene la apertura y la fuerza para lidiar rápidamente con los problemas. No deja todo para último momento, haciendo de cuenta que no está pasando nada, y esperando que los demás se manifiesten para, solo entonces, tomar alguna posición.

Realización del potencial. Cuando cree en usted mismo, en su vocación, y hace lo que cree que es correcto, alcanza todo su potencial en aquello que se propone hacer, en lugar de dejar que otros dicten lo que es mejor para usted. Eso significa que tiene el control de sus actos y decisiones.

Autoestima. Al ser auténtico, genuino, desarrolla confianza propia para tomar las decisiones correctas. Eso fortalece la autoestima y refuerza el optimismo.

Control del estrés. Imagine cómo se sentiría si, por ser veraz, no tuviera que cargar diariamente con el peso de las máscaras. Imagínese libre del pensar todo el tiempo en cómo agradar a otros o hacer lo que piensa que otros quieren que haga. ¿Cómo sería su vida, sin la preocupación de mantener siempre una fachada? Sin dudas, ser auténtico es mucho menos estresante que ser quien realmente no es.

Fuimos creados por Dios, y él puede ayudarnos a que nos conozcamos y nos comprendamos mejor y más profundamente. Él es el primero en interesarse y preocuparse por nuestro desarrollo. Sabe lo que significamos para él. Todo padre se siente feliz por el desarrollo sano de sus hijos. De manera semejante, Dios, nuestro Padre, también se deleita cuando sus hijos siguen los planes que él estableció. Nuestro Padre nos ama y nos acepta. Él nos ayuda a crecer a su imagen y semejanza. Debemos buscar y pedir su ayuda. Desarrollar la autenticidad es un proceso de la vida entera; tiene que desear iniciarlo y, con la ayuda de Dios, convertirse en la persona que él desea.

Sobre la autora: Doctora en Psicología Clínica, por la Pontificia Universidad Católica de San Pablo, Rep. del Brasil.