Permita que Dios asuma, sin reservas, el control de su ministerio

Todos soñamos. Trazamos planes para el futuro; y, en la mayoría de los casos, nuestra proyección es de realizaciones y conquistas. No planificamos el fracaso ni las frustraciones. Pero, inevitablemente, tenemos que convivir con problemas. Los mismos científicos que colocaron al hombre en la luna son quienes no pueden convivir con sus propios hijos y esposa. Los investigadores que descubren la curación para las enfermedades no saben cómo controlar sus propios impulsos.

¿Qué hacer cuando el ministerio que idealizamos difiere de la difícil realidad que experimentamos? ¿Cómo podemos convivir con los grandes ideales que predicamos, pero que no son una realidad en nuestra vida?

Como pastores, vivimos entre el ritual religioso y el amor a la persona; entre lo que es institucional y lo que es personal. No nos vemos enfrentando problemas personales, familiares o espirituales. En la idealización ministerial, nuestros hijos no abandonan la fe, ni sufrimos con las adaptaciones que los cambios de casa y de vida nos imponen. Nuestro liderazgo no es cuestionado; no nos desanimamos ante las situaciones difíciles; nuestro casamiento no sufre de crisis; ni descuidamos el estudio de la Biblia.

Pero, a pesar del llamado sagrado que recibimos, continuamos como seres humanos pecadores, carentes de la gracia de Dios y susceptibles a las influencias del pecado. Estar en el ministerio no es garantía de que todas nuestras oraciones serán respondidas como deseamos, o que los problemas no nos quitarán el sueño, o que no tendremos luchas ni días difíciles.

Tal vez, ahora mismo esté sintiéndose exactamente así. Los sueños se están desmoronando y, sin saber cómo ni hacia dónde ir, se siente débil. Algunas veces, en medio de crisis, me pregunté si, al final, todo terminaría bien. Ante las perspectivas indefinidas, no sabía a ciencia cierta qué debía hacer. Las situaciones así, desalentadoras, siempre están acompañadas por sentimientos que no podemos controlar y que nos roban las fuerzas y nos causan frustración. El mayor peligro es que, ante situaciones críticas, es fácil aferrarnos de aquello que condenamos; podemos destruir en poco tiempo lo que tomó mucho construir. Batallamos contra el miedo, desconfiamos de aquello de lo cual no tenemos certeza. Para algunos, la salida ha sido el abandono del ministerio.

Amigo pastor, ¡no es el primero en pasar por eso! Ante los problemas, incluso puede que las circunstancias no cambien; pero, necesitamos buscar fuerzas en Dios con el propósito de cambiar nuestro modo de encarar las adversidades o lo que sentimos ante ellas.

Al hacerlo, descubrimos que, aun cuando las circunstancias no cambien, pasamos a percibir de otra manera el mundo que nos rodea. Dios lo ha llamado para ser pastor; no tenga dudas acerca de que él acompaña en cada paso de su ministerio. Hoy, la realidad puede ser muy diferente de lo que soñó, pero es posible recomenzar y reescribir la historia de su pastorado. Cambie si fuese necesario. Mejore lo que sea preciso. Y permita que Dios asuma, sin reserva, el control de su ministerio.

Existe otro punto que debe ser tomado en cuenta. En algunos casos, los sueños de Dios para su ministerio pueden ser bastante diferentes del sueño que usted alimentó. Cuando esto sucede, fácilmente somos llevados al pozo del desánimo. Tenga cuidado de no convertirse en rehén de las emociones. No las esconda ni las reprima; por el contrario, ¡actúe sobre ellas! No se convierta en víctima ni sienta piedad de usted mismo cuando las situaciones no son las que había pensado como su ideal.

Hay un texto de Pablo que, en momentos difíciles, me ha servido de gran ayuda: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Fil. 3:12).

Carl S. Lewis parece explicar el texto cuando dice: “Las fases que la humanidad atraviesa no son como las estaciones que un tren deja atrás. Estando vivo, se tiene el privilegio de avanzar siempre e, incluso así, nunca dejar nada atrás. De alguna forma, sea lo que fuere que haya sido, todavía lo somos”.

Es necesario seguir avanzando. ¡No se rinda! Por más que el horizonte sea sombrío, prosiga, persista. Al final del camino, encontraremos a Jesús. Entonces, ¡nuestro mayor sueño será nuestra eterna realidad!

Sobre el autor: Secretario ministerial asociado de la División Sudamericana